Harry Potter y el cáliz de fuego (67 page)

—¡Hagrid, ten la bondad de acompañar a Harry al castillo! —le dijo Dumbledore con brusquedad.

Resoplando de furia, Hagrid echó una dura mirada a Karkarov.

—Creo que sería mejor que me quedara aquí, director...

—Llevarás a Harry de regreso al colegio, Hagrid —le repitió Dumbledore con firmeza—. Llévalo hasta la torre de Gryffindor. Y, Harry, quiero que no salgas de ella. Cualquier cosa que tal vez quisieras hacer... como enviar alguna lechuza... puede esperar a mañana, ¿me has entendido?

—Eh... sí —dijo Harry, mirándolo. ¿Cómo había sabido Dumbledore que precisamente estaba pensando en enviar a
Pigwidgeon
sin pérdida de tiempo a Sirius contándole lo sucedido?

—Dejaré aquí a
Fang
, director —dijo Hagrid, sin dejar de mirar amenazadoramente a Karkarov, que seguía despatarrado al pie del árbol, enredado con pieles y raíces—. Quieto,
Fang
. Vamos, Harry.

Caminaron en silencio, pasando junto al carruaje de Beauxbatons, y luego subieron hacia el castillo.

—Cómo se atreve —gruñó Hagrid cuando iban a la altura del lago—. Cómo se atreve a acusar a Dumbledore. Como si Dumbledore fuera a hacer algo así, como si él deseara tu entrada en el Torneo. Creo que nunca lo había visto tan preocupado como últimamente. ¡Y tú! —le dijo de pronto, enfadado, a Harry, que lo miraba desconcertado—. ¿Qué hacías paseando con ese maldito Krum? ¡Es de Durmstrang, Harry! ¿Y si te echa un maleficio? ¿Es que Moody no te ha enseñado nada? Imagina que te atrae a su propio...

—¡Krum no tiene nada de malo! —replicó Harry mientras entraban en el vestíbulo—. No ha intentado echarme ningún maleficio. Sólo hemos hablado de Hermione.

—También tendré unas palabras con ella —declaró Hagrid ceñudo, pisando fuerte en los escalones—. Cuanto menos tengáis que ver con esos extranjeros, mejor os irá. No se puede confiar en ninguno de ellos.

—Pues tú te llevabas muy bien con Madame Máxime —señaló Harry, disgustado.

—¡No me hables de ella! —contestó Hagrid, y su aspecto se volvió amenazador por un momento—. ¡Ya la tengo calada! Trata de engatusarme para que le diga en qué va a consistir la tercera prueba. ¡Ja! ¡No hay que fiarse de ninguno!

Hagrid estaba de tan mal humor que Harry se alegró de despedirse de él delante de la Señora Gorda. Traspasó el hueco del retrato para entrar en la sala común, y se apresuró a reunirse con Ron y Hermione para contarles todo lo ocurrido.

CAPÍTULO 29

El sueño

—H
AY
dos posibilidades —dijo Hermione frotándose la frente—: o el señor Crouch atacó a Viktor, o algún otro los atacó a ambos mientras Viktor no miraba.

—Tiene que haber sido Crouch —señaló Ron—. Por eso no estaba cuando llegaste con Dumbledore. Ya se había dado el piro.

—No lo creo —replicó Harry, negando con la cabeza—. Estaba muy débil. No creo que pudiera desaparecerse ni nada por el estilo.

—No es posible desaparecerse en los terrenos de Hogwarts. ¿No os lo he dicho un montón de veces? —dijo Hermione.

—Vale... A ver qué os parece esta hipótesis —propuso Ron con entusiasmo—: Krum ataca a Crouch... (esperad, esperad a que acabe) ¡y se aplica a sí mismo el encantamiento aturdidor!

—Y el señor Crouch se evapora, ¿verdad? —apuntó Hermione con frialdad.

Rayaba el alba. Harry, Ron y Hermione se habían levantado muy temprano y se habían ido a toda prisa a la lechucería para enviar una nota a Sirius. En aquel momento contemplaban la niebla sobre los terrenos del colegio. Los tres estaban pálidos y ojerosos porque se habían quedado hasta bastante tarde hablando del señor Crouch.

—Vuélvelo a contar, Harry —pidió Hermione—. ¿Qué dijo exactamente el señor Crouch?

—Ya te lo he dicho, lo que explicaba no tenía mucho sentido. Decía que quería advertir a Dumbledore de algo. Desde luego mencionó a Bertha Jorkins, y parecía pensar que estaba muerta. Insistía en que tenía la culpa de unas cuantas cosas... mencionó a su hijo.

—Bueno, eso sí que fue culpa suya —dijo Hermione malhumorada.

—No estaba en sus cabales. La mitad del tiempo parecía creer que su mujer y su hijo seguían vivos, y le daba instrucciones a Percy.

—Y... ¿me puedes recordar qué dijo sobre Quien-tú-sabes? —dijo Ron con vacilación.

—Ya te lo he dicho —repitió Harry con voz cansina—. Dijo que estaba recuperando fuerzas.

Se quedaron callados. Luego Ron habló con fingida calma:

—Pero si Crouch no estaba en sus cabales, como dices, es probable que todo eso fueran desvaríos.

—Cuando trataba de hablar de Voldemort parecía más cuerdo —repuso Harry, sin hacer caso del estremecimiento de Ron—. Tenía verdaderos problemas para decir dos palabras seguidas, pero en esos momentos daba la impresión de que sabía dónde se encontraba y lo que quería. Repetía que tenía que ver a Dumbledore.

Se separó de la ventana y miró las vigas de la lechucería. La mitad de las perchas habían quedado vacías; de vez en cuando entraba alguna lechuza que volvía de su cacería nocturna con un ratón en el pico.

—Si el encuentro con Snape no me hubiera retrasado —dijo con amargura—, podríamos haber llegado a tiempo. «El director está ocupado, Potter. Pero ¿qué dice, Potter? ¿Qué tonterías son ésas, Potter?» ¿Por qué no se quitaría de en medio?

—¡A lo mejor no quería que llegaras a tiempo! —exclamó Ron—. Puede que... espera... ¿Cuánto podría haber tardado en llegar al bosque? ¿Crees que podría haberos adelantado?

—No a menos que se convirtiera en murciélago o algo así —contestó Harry.

—En él no me extrañaría —murmuró Ron.

—Tenemos que ver al profesor Moody —dijo Hermione—. Tenemos que saber si encontró al señor Crouch.

—Si llevaba con él el mapa del merodeador, no pudo serle difícil —opinó Harry.

—A menos que Crouch hubiera salido ya de los terrenos —observó Ron—, porque el mapa sólo muestra los terrenos del colegio, ¿no?

—¡Chist! —los acalló Hermione de repente.

Alguien subía hacia la lechucería. Harry oyó dos voces que discutían, acercándose cada vez más:

—... eso es chantaje, así de claro, y nos puede acarrear un montón de problemas.

—Lo hemos intentado por las buenas; ya es hora de jugar sucio como él. No le gustaría que el Ministerio de Magia supiera lo que hizo...

—¡Te repito que, si eso se pone por escrito, es chantaje!

—Sí, y supongo que no te quejarás si te llega una buena cantidad, ¿no?

La puerta de la lechucería se abrió de golpe. Fred y George aparecieron en el umbral y se quedaron de piedra al ver a Harry, Ron y Hermione.

—¿Qué hacéis aquí? —preguntaron al mismo tiempo Ron y Fred.

—Enviar una carta —contestaron Harry y George también a la vez.

—¿A estas horas? —preguntaron Hermione y Fred.

Fred sonrió y dijo:

—Bueno, no os preguntaremos lo que hacéis si no nos preguntáis vosotros.

Sostenía en las manos un sobre sellado. Harry lo miró, pero Fred, ya fuera casualmente o a propósito, movió la mano de tal forma que el nombre del destinatario quedó oculto.

—Bueno, no queremos entreteneros —añadió Fred haciendo una parodia de reverencia y señalando hacia la puerta.

Pero Ron no se movió.

—¿A quién le hacéis chantaje? —inquirió.

La sonrisa desapareció de la cara de Fred. George le dirigió una rápida mirada a su gemelo antes de sonreír a Ron.

—No seas tonto, estábamos de broma —dijo con naturalidad.

—No lo parecía —repuso Ron.

Fred y George se miraron. Luego Fred dijo abruptamente:

—Ya te lo he dicho antes, Ron: aparta las narices si te gusta la forma que tienen. No es que sean una preciosidad, pero...

—Si le estáis haciendo chantaje a alguien, es asunto mío —replicó Ron—. George tiene razón: os podríais meter en problemas muy serios.

—Ya te he dicho que estábamos de broma —dijo George. Se acercó a Fred, le arrancó la carta de las manos y empezó a atarla a una pata de la lechuza que tenía más cerca—. Te estás empezando a parecer a nuestro querido hermano mayor. Sigue así, y te veremos convertido en prefecto.

—Eso nunca.

George llevó la lechuza hasta la ventana y la echó a volar. Luego se volvió y sonrió a Ron.

—Pues entonces deja de decir a la gente lo que tiene que hacer. Hasta luego.

Los gemelos salieron de la lechucería. Harry, Ron y Hermione se miraron.

—¿Creéis que saben algo? —susurró Hermione—, ¿sobre Crouch y todo esto?

—No —contestó Harry—. Si fuera algo tan serio se lo dirían a alguien. Se lo dirían a Dumbledore.

Pero Ron estaba preocupado.

—¿Qué pasa? —le preguntó Hermione.

—Bueno... —dijo Ron pensativamente—, no sé si lo harían. Últimamente están obsesionados con hacer dinero. Me di cuenta cuando andaba por ahí con ellos, cuando... ya sabes.

—Cuando no nos hablábamos. —Harry terminó la frase por él—. Sí, pero el chantaje...

—Es por lo de la tienda de artículos de broma —explicó Ron—. Creí que sólo lo decían para incordiar a mi madre, pero no: es verdad que quieren abrir una. No les queda más que un curso en Hogwarts, así que opinan que ya es hora de pensar en el futuro. Mi padre no puede ayudarlos. Y necesitan dinero para empezar.

Hermione también se mostró preocupada.

—Sí, pero... no harían nada que fuera contra la ley para conseguirlo, ¿verdad?

—No lo sé... —repuso Ron—. Me temo que no les importa demasiado infringir las normas.

—Ya, pero ahora se trata de la ley —dijo Hermione, asustada—, no de una de esas tontas normas del colegio... ¡Por hacer chantaje pueden recibir un castigo bastante más serio que quedarse en el aula! Ron, tal vez fuera mejor que se lo dijeras a Percy...

—¿Estás loca? ¿A Percy? Lo más probable es que hiciera como Crouch y los entregara a la justicia. —Miró la ventana por la que había salido la lechuza de Fred y George, y luego propuso—: Vamos a desayunar.

—¿Creéis que es demasiado temprano para ir a ver al profesor Moody? —preguntó Hermione bajando la escalera de caracol.

—Sí —respondió Harry—. Seguramente nos acribillaría a encantamientos a través de la puerta si lo despertamos al alba: creería que queremos atacarlo mientras está dormido. Será mejor que esperemos al recreo.

La clase de Historia de la Magia nunca había resultado tan lenta. Como Harry ya no llevaba su reloj, a cada rato miraba el de Ron, el cual avanzaba tan despacio que parecía que se hubiera parado también. Estaban tan cansados los tres que de buena gana habrían apoyado la cabeza en la mesa para descabezar un sueño: ni siquiera Hermione tomaba sus acostumbrados apuntes, sino que tenía la barbilla apoyada en una mano y seguía al profesor Binns con la mirada perdida.

Cuando por fin sonó la campana, se precipitaron hacia el aula de Defensa Contra las Artes Oscuras, y encontraron al profesor Moody que salía de allí. Parecía tan cansado como ellos. Se le caía el párpado de su ojo normal, lo que le daba a la cara una apariencia más asimétrica de lo habitual.

—¡Profesor Moody! —gritó Harry, mientras avanzaban hacia él entre la multitud.

—Hola, Potter —saludó Moody. Miró con su ojo mágico a un par de alumnos de primero, que aceleraron nerviosos; luego giró el ojo hacia el interior de la cabeza y los miró a través del cogote hasta que doblaron la esquina. Entonces les dijo—: Venid.

Se hizo atrás para dejarlos entrar en el aula vacía, entró tras ellos cojeando y cerró la puerta.

—¿Lo encontró? —le preguntó Harry, sin preámbulos—. ¿Encontró al señor Crouch?

—No. —Moody fue hacia su mesa, se sentó, extendió su pata de palo con un ligero gemido y sacó la petaca.

—¿Utilizó el mapa? —inquirió Harry.

—Por supuesto —dijo Moody bebiendo un sorbo de la petaca—. Seguí tu ejemplo, Potter: lo llamé para que llegara hasta mí desde mi despacho. Pero Crouch no aparecía por ningún lado.

—¿Así que se desapareció? —preguntó Ron.

—¡Nadie se puede desaparecer en los terrenos del colegio, Ron! —le recordó Hermione—. ¿Podría haberse esfumado de alguna otra manera, profesor?

El ojo mágico de Moody tembló un poco al fijarse en Hermione.

—Tú también valdrías para
auror
—le dijo—. Tu mente funciona bien, Granger.

Hermione se puso colorada de satisfacción.

—Bueno, no era invisible —observó Harry—, porque el mapa muestra también a los invisibles. Por lo tanto debió de abandonar los terrenos del colegio.

—Pero ¿por sus propios medios? —preguntó Hermione—. ¿O se lo llevó alguien?

—Sí, alguien podría haberlo montado en una escoba y habérselo llevado por los aires, ¿no? —se apresuró a decir Ron, mirando a Moody esperanzado, como si esperara que también le dijera a él que tenía madera de
auror
.

—No se puede descartar el secuestro —admitió Moody.

—Entonces, ¿cree que estará en algún lugar de Hogsmeade?

—Podría estar en cualquier sitio —respondió Moody moviendo la cabeza—. Lo único de lo que estamos seguros es de que no está aquí.

Bostezó de forma que las cicatrices del rostro se tensaron y la boca torcida reveló que le faltaban unos cuantos dientes. Luego dijo:

—Dumbledore me ha dicho que os gusta jugar a los detectives, pero no hay nada que podáis hacer por Crouch. El Ministerio ya andará buscándolo, porque Dumbledore les ha informado. Ahora, Potter, quiero que pienses sólo en la tercera prueba.

Other books

Sentience by W.K. Adams
Hawksmaid by Kathryn Lasky
Forest Born by Shannon Hale
The Romulus Equation by Darren Craske
Cupid's Confederates by Jeanne Grant
Touched by Lilly Wilde
El deseo by Hermann Sudermann
A Woman Gone Mad by Kimber S. Dawn