Read Harry Potter y el cáliz de fuego Online
Authors: J.K. Rowling
Se acercaba por la explanada. Llevaba las manos llenas de vendajes, y parecía triste. Pansy Parkinson la miró escrutadoramente.
—¡Bueno, comprobemos cómo ha ido la cosa! —dijo Hagrid—. ¡Contad las monedas! Y no merece la pena que intentes robar ninguna, Goyle —agregó, entornando los ojos de color azabache—. Es oro
leprechaun
: se desvanece al cabo de unas horas.
Goyle se vació los bolsillos, enfurruñado. Resultó que el que más monedas había recuperado era el
escarbato
de Ron, así que Hagrid le dio como premio una enorme tableta de chocolate de Honeydukes. En esos momentos sonó la campana del colegio anunciando la comida. Todos regresaron al castillo salvo Harry, Ron y Hermione, que se quedaron ayudando a Hagrid a guardar los
escarbatos
en las cajas. Harry se dio cuenta de que Madame Maxime los observaba por la ventanilla del carruaje.
—¿Qué te ha pasado en las manos, Hermione? —preguntó Hagrid, preocupado.
Hermione le contó lo de los anónimos que había recibido aquella mañana, y el sobre lleno de pus de
bubotubérculo
.
—¡Bah, no te preocupes! —le dijo Hagrid amablemente, mirándola desde lo alto de su estatura—. Yo también recibí cartas de ésas después de que Rita Skeeter escribió sobre mi madre. «Eres un monstruo y deberían sacrificarte.» «Tu madre mató a gente inocente, y si tú tuvieras un poco de dignidad, te tirarías al lago.»
—¡No! —exclamó Hermione, asustada.
—Sí —dijo Hagrid, levantando las cajas de los
escarbatos
y arrimándolas a la pared de la cabaña—. Es gente que está chiflada, Hermione. No abras ninguna más. Échalas al fuego según vengan.
—Te has perdido una clase estupenda —le dijo Harry a Hermione de camino al castillo—. Los
escarbatos
molan, ¿a que sí, Ron?
Pero Ron miraba ceñudo el chocolate que Hagrid le había dado. Parecía preocupado por algo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Harry—. ¿No está bueno?
—No es eso —replicó Ron—. ¿Por qué no me dijiste lo del oro?
—¿Qué oro?
—El oro que te di en los Mundiales de
Quidditch
—explicó Ron—. El oro
leprechaun
que te di en pago de los
omniculares
. En la tribuna principal. ¿Por qué no me dijiste que había desaparecido?
Harry tuvo que hacer un esfuerzo para entender de qué hablaba Ron.
—Ah... —dijo recordando—. No sé... no me di cuenta de que hubiera desaparecido. Creo que estaba más preocupado por la varita.
Subieron la escalinata de piedra, entraron en el vestíbulo y fueron al Gran Comedor para la comida.
—Tiene que ser estupendo —dijo Ron de repente, cuando ya estaban sentados y habían comenzado a servirse rosbif con budín de Yorkshire— eso de tener tanto dinero que uno no se da cuenta si le desaparece un puñado de galeones.
—¡Mira, esa noche tenía otras cosas en la cabeza! —contestó Harry perdiendo un poco la paciencia—. Y no era el único, ¿recuerdas?
—Yo no sabía que el oro
leprechaun
se desvanecía —murmuró Ron—. Creí que te estaba pagando. No tendrías que haberme regalado por Navidad el sombrero de los Chudley Cannons.
—Olvídalo, ¿quieres? —le pidió Harry.
Ron ensartó con el tenedor una patata asada y se quedó mirándola. Luego dijo:
—Odio ser pobre.
Harry y Hermione se miraron. Ninguno de los dos sabía qué decir.
—Es un asco —siguió Ron, sin dejar de observar la patata—. No me extraña que Fred y George quieran ganar dinero. A mí también me gustaría. Quisiera tener un
escarbato
.
—Bueno, ya sabemos qué regalarte la próxima Navidad —dijo Hermione para animarlo. Pero, como continuaba triste, añadió—: Vamos, Ron, podría ser peor. Por lo menos no tienes los dedos llenos de pus. —Hermione estaba teniendo dificultades para manejar el tenedor y el cuchillo con los dedos tan rígidos e hinchados—. ¡Odio a esa Skeeter! —exclamó—. ¡Me vengaré de esto aunque sea lo último que haga en la vida!
···
Hermione continuó recibiendo anónimos durante la semana siguiente, y, aunque siguió el consejo de Hagrid y dejó de abrirlos, varios de ellos eran vociferadores, así que estallaron en la mesa de Gryffindor y le gritaron insultos que oyeron todos los que estaban en el Gran Comedor. Hasta los que no habían leído
Corazón de bruja
se enteraron de todo lo relativo al supuesto triángulo amoroso Harry-Hermione-Krum. Harry estaba harto de explicar a todo el mundo que Hermione no era su novia.
—Ya pasará —le dijo a Hermione—. Basta con que no hagas caso... La gente terminó por aburrirse de lo que ella escribió sobre mí.
—¡Tengo que enterarme de cómo logra escuchar las conversaciones privadas cuando se supone que tiene prohibida la entrada a los terrenos del colegio! —contestó Hermione irritada.
Hermione se quedó al término de la siguiente clase de Defensa Contra las Artes Oscuras para preguntarle algo al profesor Moody. El resto de la clase estaba deseando marcharse: Moody les había puesto un examen de desvío de maleficios tan duro que muchos de ellos sufrían pequeñas heridas. Harry padecía un caso agudo de orejas bailonas, y tenía que sujetárselas con las manos mientras salía de clase.
—Bueno, ¡por lo menos está claro que Rita no usó una capa invisible! —dijo Hermione jadeando cinco minutos más tarde, cuando alcanzó a Ron y Harry en el vestíbulo y le apartó a éste una mano de la oreja bailona para que pudiera oírla—. Moody dice que no la vio por ningún lado durante la segunda prueba, ni cerca de la mesa del tribunal ni cerca del lago.
—¿Serviría de algo pedirte que lo olvidaras, Hermione? —le preguntó Ron.
—¡No! —respondió ella testarudamente—. ¡Tengo que saber cómo escuchó mi conversación con Viktor! ¡Y cómo averiguó lo de la madre de Hagrid!
—A lo mejor te ha pinchado —dijo Harry.
—¿Pinchado? —repitió Ron sin entender—. ¿Qué quieres decir, que le ha clavado alfileres?
Harry explicó lo que eran los micrófonos ocultos y los equipos de grabación. Ron lo escuchaba fascinado, pero Hermione los interrumpió:
—Pero ¿es que no leeréis nunca
Historia de Hogwarts
?
—¿Para qué? —repuso Ron—. Si tú te la sabes de memoria... Sólo tenemos que preguntarte.
—Todos esos sustitutos de la magia que usan los
muggles
(electricidad, informática, radar y todas esas cosas) no funcionan en los alrededores de Hogwarts porque hay demasiada magia en el aire. No, Rita está usando la magia para escuchar a escondidas. Si pudiera averiguar lo que es... ¡Ah, y si es ilegal, la tendré en mis redes!
—¿No tenemos ya bastantes motivos de preocupación, para emprender también una
vendetta
contra Rita Skeeter? —le preguntó Ron.
—¡No te estoy pidiendo ayuda! —replicó Hermione—. ¡Me basto yo sola!
Subió por la escalinata de mármol sin volver la vista atrás. Harry estaba seguro de que iba a la biblioteca.
—¿Qué te apuestas a que vuelve con una caja de insignias de «Odio a Rita Skeeter»? —comentó Ron.
Hermione no les pidió que la ayudaran en su venganza contra Rita Skeeter, algo que ambos le agradecían porque el trabajo se amontonaba en los días previos a la semana de Pascua. Harry se maravillaba de que Hermione fuera capaz de investigar medios mágicos de escucha además de cumplir con todo lo que tenían que hacer para clase. Él trabajaba muchísimo sólo para conseguir terminar los deberes, aunque también se ocupaba de enviar a Sirius regularmente paquetes de comida a la cueva de la montaña. Después del último verano, sabía muy bien lo que era pasar hambre. Le incluía notas diciéndole que no ocurría nada extraordinario y que continuaban esperando la respuesta de Percy.
Hedwig
no volvió hasta el final de las vacaciones de Pascua. La carta de Percy iba adjunta a un paquete con huevos de Pascua que enviaba la señora Weasley. Tanto el huevo de Ron como el de Harry parecían de dragón, y estaban rellenos de caramelo casero. El de Hermione, en cambio, era más pequeño que un huevo de gallina. Al verlo se quedó decepcionada.
—¿Tu madre no leerá por un casual
Corazón de bruja?
—preguntó en voz baja.
—Sí —contestó Ron con la boca llena de caramelo—. Lo compra por las recetas de cocina.
Hermione miró con tristeza su diminuto huevo.
—¿No queréis ver lo que ha escrito Percy? —dijo Harry.
La carta de Percy era breve y estaba escrita con verdadero mal humor:
Como constantemente declaro a
El Profeta,
el señor Crouch se está tomando un merecido descanso. Envía regularmente lechuzas con instrucciones. No, en realidad no lo he visto, pero creo que puedo estar seguro de conocer la letra de mi superior. Ya tengo bastante que hacer en estos días aparte de intentar sofocar esos ridículos rumores. Os ruego que no me volváis a molestar si no es por algo importante. Felices Pascuas.
Otros años, en primavera, Harry se entrenaba a fondo para el último partido de la temporada. Aquel año, sin embargo, era la tercera prueba del Torneo de los tres magos la que necesitaba prepararse, pero seguía sin saber qué tenía que hacer. Finalmente, en la última semana de mayo, al final de una clase de Transformaciones, lo llamó la profesora McGonagall.
—Esta noche a las nueve en punto tienes que ir al campo de
quidditch
—le dijo—. El señor Bagman se encontrará allí para hablaros de la tercera prueba.
De forma que aquella noche, a las ocho y media, dejó a Ron y Hermione en la torre de Gryffindor para acudir a la cita. Al cruzar el vestíbulo se encontró con Cedric, que salía de la sala común de Hufflepuff.
—¿Qué crees que será? —le preguntó a Harry, mientras bajaba con él la escalinata de piedra y salían a la oscuridad de una noche encapotada—. Fleur no para de hablar de túneles subterráneos: cree que tendremos que encontrar un tesoro.
—Eso no estaría mal —dijo Harry, pensando que sencillamente le pediría a Hagrid un
escarbato
para que hiciera el trabajo por él.
Bajaron por la oscura explanada hasta el estadio de
quidditch
, entraron a través de una abertura en las gradas y salieron al terreno de juego.
—¿Qué han hecho? —exclamó Cedric indignado, parándose de repente.
El campo de
quidditch
ya no era llano ni liso: parecía que alguien había levantado por todo él unos muros largos y bajos, que serpenteaban y se entrecruzaban en todos los sentidos.
—¡Son setos! —dijo Harry, inclinándose para examinar el que tenía más cerca.
—¡Eh, hola! —los saludó una voz muy alegre.
Ludo Bagman estaba con Krum y Fleur en el centro del terreno de juego. Harry y Cedric se les acercaron franqueando los setos. Fleur sonrió a Harry: su actitud hacia él había cambiado por completo desde que había rescatado a su hermana del lago.
—Bueno, ¿qué os parece? —dijo Bagman contento, cuando Harry y Cedric pasaron el último seto—. Están creciendo bien, ¿no? Dentro de un mes Hagrid habrá conseguido que alcancen los seis metros. No os preocupéis —añadió sonriente, viendo la expresión de tristeza de Harry y Cedric—, ¡en cuanto la prueba finalice vuestro campo de
quidditch
volverá a estar como siempre! Bien, supongo que ya habréis adivinado en qué consiste la prueba, ¿no?
Pasó un momento sin que nadie hablara. Luego dijo Krum:
—Un «laberrinto».
—¡Eso es! —corroboró Bagman—. Un laberinto. La tercera prueba es así de sencilla: la Copa de los tres magos estará en el centro del laberinto. El primero en llegar a ella recibirá la máxima puntuación.
—¿Simplemente tenemos que «guecogueg» el «labeguinto»? —preguntó Fleur.
—Sí, pero habrá obstáculos —dijo Bagman, dando saltitos de entusiasmo—. Hagrid está preparando unos cuantos bichejos... y tendréis que romper algunos embrujos... Ese tipo de cosas, ya os imagináis. Bueno, los campeones que van delante en puntuación saldrán los primeros. —Bagman dirigió a Cedric y Harry una amplia sonrisa—. Luego entrará el señor Krum... y al final la señorita Delacour. Pero todos tendréis posibilidades de ganar: eso dependerá de lo bien que superéis los obstáculos. Parece divertido, ¿verdad?
Harry, que conocía de sobra el tipo de animales que Hagrid buscaría para una ocasión como aquélla, pensó que no resultaría precisamente divertido. Sin embargo, como los otros campeones, asintió por cortesía.
—Muy bien. Si no tenéis ninguna pregunta, volveremos al castillo. Está empezando a hacer frío...
Bagman alcanzó a Harry cuando salían del laberinto. Tuvo la impresión de que iba a volver a ofrecerle ayuda, pero justo entonces Krum le dio a Harry unas palmadas en el hombro.
—¿«Podrríamos hablarr»?
—Sí, claro —contestó Harry, algo sorprendido.
—¿Te «imporrta» si caminamos juntos?
—No.
Bagman parecía algo contrariado.
—Te espero, ¿quieres, Harry?
—No, no hace falta, señor Bagman —respondió Harry reprimiendo una sonrisa—. Podré volver yo solo, gracias.
Harry y Krum dejaron juntos el estadio, pero Krum no tomó la dirección del barco de Durmstrang. En vez de eso, se dirigió hacia el bosque.
—¿Por qué vamos por aquí? —preguntó Harry al pasar ante la cabaña de Hagrid y el iluminado carruaje de Beauxbatons.
—No «quierro» que nadie nos oiga —contestó simplemente Krum.
Cuando por fin llegaron a un paraje tranquilo, a escasa distancia del potrero de los caballos de Beauxbatons, Krum se detuvo bajo los árboles y se volvió hacia Harry.
—«Quisierra saberr» —dijo, mirándolo con el entrecejo fruncido— si hay algo «entrre» tú y Herr... mío... ne.
Harry, a quien la exagerada reserva de Krum le había hecho creer que hablaría de algo mucho más grave, lo miró asombrado.
—Nada —contestó. Pero Krum siguió mirándolo ceñudo, y Harry, que volvía a sorprenderse de lo alto que parecía Krum a su lado, tuvo que explicarse—: Somos amigos. No es mi novia y nunca lo ha sido. Todo se lo ha inventado esa Skeeter.
—Herr... mío... ne habla mucho de ti —dijo Krum, mirándolo con recelo.
—Sí —admitió Harry—, porque somos amigos.
No acababa de creer que estuviera manteniendo aquella conversación con Viktor Krum, el famoso jugador internacional de
quidditch
. Era como si Krum, con sus dieciocho años, lo considerara a él, a Harry, un igual... un verdadero rival.
—«Vosotrros» nunca... «vosotrros» no...
—No —dijo Harry con firmeza.