Harry Potter y el cáliz de fuego (61 page)

—¿Cuándo los ibas a raptar? ¿Mientras se mondaban de risa? —le preguntó Hermione mordazmente. Estaba muy irritable porque le tomaban mucho el pelo a propósito de que fuera ella la persona a la que Viktor Krum más valoraba.

Ron enrojeció hasta las orejas, y en adelante retomó la primera versión de los hechos.

Había empezado marzo, y el tiempo se hizo más seco, pero un viento terrible parecía despellejarles manos y cara cada vez que salían del castillo. Había retrasos en el correo porque el viento desviaba a las lechuzas del camino. La lechuza parda que Harry había enviado a Sirius con la fecha del permiso para ir a Hogsmeade volvió el viernes por la mañana a la hora del desayuno con la mitad de las plumas revueltas. En cuanto Harry le desprendió la carta de Sirius se escapó, temiendo que la enviaran otra vez.

La carta de Sirius era casi tan corta como la anterior:

Id al paso de la cerca que hay al final de la carretera que sale de Hogsmeade (más allá de Dervish y Banges) el sábado a las dos en punto de la tarde. Llevad toda la comida que podáis.

—¡No habrá vuelto a Hogsmeade! —exclamó Ron, sorprendido.

—Eso parece —observó Hermione.

—No puedo creerlo —dijo Harry muy preocupado—. Si lo cogen... —Hasta ahora no lo han conseguido —le recordó Ron—. Y el lugar ya no está lleno de
dementores
.

Harry plegó la carta, pensando. La verdad era que quería volver a ver a Sirius. De forma que fue a la última clase de la tarde (doble hora de Pociones) mucho más contento de lo que normalmente se sentía cuando bajaba la escalera que llevaba a las mazmorras.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían formado un corrillo a la puerta de la clase con la pandilla de chicas de Slytherin a la que pertenecía Pansy Parkinson. Todos miraban algo que Harry no alcanzó a distinguir, y se reían por lo bajo con muchas ganas. La cara de Pansy asomó por detrás de la ancha espalda de Goyle y los vio acercarse.

—¡Ahí están, ahí están! —anunció con una risa tonta, y el corro se rompió.

Harry vio que Pansy tenía en las manos un ejemplar de la revista
Corazón de bruja
. La foto con movimiento de la portada mostraba a una bruja de pelo rizado que sonreía enseñando los dientes y apuntaba a un bizcocho grande con la varita.

—¡A lo mejor encuentras aquí algo de tu interés, Granger! —dijo Pansy en voz alta, y le tiró la revista a Hermione, que la cogió algo sobresaltada.

En aquel momento se abrió la puerta de la mazmorra, y Snape les hizo señas de que entraran.

Hermione, Harry y Ron se encaminaron hacia su pupitre al final de la mazmorra. En cuanto Snape volvió la espalda para escribir en la pizarra los ingredientes de la poción de aquel día, Hermione se apresuró a hojear la revista bajo el pupitre. Al fin, en las páginas centrales, encontró lo que buscaba. Harry y Ron se inclinaron un poco para ver mejor. Una fotografía en color de Harry encabezaba un pequeño artículo titulado «La pena secreta de Harry Potter»:

Tal vez sea diferente. Pero, aun así, es un muchacho que padece todos los sufrimientos típicos de la adolescencia, nos revela Rita Skeeter. Privado de amor desde la trágica pérdida de sus padres, a sus catorce años Harry Potter creía haber encontrado consuelo en Hogwarts en su novia, Hermione Granger, una muchacha hija de
muggles
. Poco sospechaba que no tardaría en sufrir otro golpe emocional en una vida cuajada de pérdidas.

La señorita Granger, una muchacha nada agraciada pero sí muy ambiciosa, parece sentir debilidad por los magos famosos, debilidad que ni siquiera Harry ha podido satisfacer por sí solo. Desde la llegada a Hogwarts de Viktor Krum, el buscador búlgaro y héroe de los últimos Mundiales de
Quidditch
, la señorita Granger ha jugado con los afectos de ambos muchachos. Krum, que está abiertamente enamorado de la taimada señorita Granger, la ha invitado ya a visitarlo en Bulgaria durante las vacaciones de verano, no sin antes declarar que jamás había sentido lo mismo por ninguna otra chica.

Sin embargo, podrían no ser los dudosos encantos naturales de la señorita Granger los que han conquistado el interés de estos pobres chicos.

«Es fea con ganas —nos declara Pansy Parkinson, una bonita y vivaracha alumna de cuarto curso—, pero es perfectamente capaz de preparar un filtro amoroso, porque es una sabelotodo. Supongo que así lo consigue.»

Como es natural, los filtros amorosos están prohibidos en Hogwarts, y no cabe duda de que Albus Dumbledore estará interesado en investigar estas sospechas. Mientras tanto, las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.

—¡Te lo advertí! —le dijo Ron a Hermione entre dientes, mientras ella seguía con la vista fija en el artículo—. ¡Te advertí que no debías picarla! ¡Te ha presentado como una especie de... de mujer fatal!

Del rostro de Hermione desapareció la expresión de aturdimiento, y en su lugar soltó una risotada.

—¿Mujer fatal? —repitió, conteniendo la risa.

—Es como las llama mi madre —murmuró Ron, ruborizándose.

—Si Rita no es capaz más que de esto, es que está perdiendo sus habilidades —dijo Hermione, volviendo a reírse y dejando el número de
Corazón de bruja
sobre una silla vacía—. ¡Qué montón de basura!

Miró a los de Slytherin, que los observaban detenidamente para ver si se enfadaban con el artículo. Hermione les dirigió una sonrisa sarcástica y un gesto de la mano, y tanto ella como Ron y Harry empezaron a sacar los ingredientes que necesitarían para la poción agudizadora del ingenio.

—Pero hay algo muy curioso —dijo Hermione diez minutos después, deteniendo la mano de mortero sobre el almirez lleno de escarabajos—. ¿Cómo puede haberse enterado Rita Skeeter...?

—¿De qué? —se apresuró a preguntar Ron—. Tú no has preparado filtros amorosos, ¿no?

—No seas idiota —le soltó Hermione, comenzando a machacar los escarabajos—. Quiero decir... ¿cómo se habrá enterado de que Viktor Krum me ha invitado a visitarlo este verano?

Hermione se puso como un tomate al explicar esto, y evitó por todos los medios la mirada de Ron.

—¿Qué? —exclamó éste, dejando caer la mano de mortero, que hizo bastante ruido.

—Me lo pidió justo después de sacarme del lago —susurró Hermione—. Después de volver a transformarse la cabeza. La señora Pomfrey nos dio una manta a cada uno, y luego él me llevó aparte para que no pudieran oírnos, y me dijo que si no tenía nada pensado para el verano, tal vez me gustaría...

—¿Y qué le respondiste? —preguntó Ron, que había recuperado la mano de mortero y lo estaba usando sobre la mesa, bastante lejos de donde tenía el almirez, porque no apartaba los ojos de Hermione.

—Y dijo que nunca había sentido lo mismo por ninguna otra chica —siguió Hermione, poniéndose tan colorada que en aquel momento Ron casi notaba el calor que desprendía—. Pero ¿cómo pudo oírlo Rita Skeeter? Ella no estaba por allí, ¿o sí? A lo mejor tiene una capa invisible, a lo mejor se infiltró en los terrenos del colegio para ver la segunda prueba...

—¿Y qué le respondiste tú? —repitió Ron, pegando tan fuerte con la mano de mortero que hizo una marca en el pupitre.

—Bueno, yo estaba demasiado ocupada intentando averiguar si vosotros dos estabais bien.

—Por fascinante que sea su vida social, señorita Granger —dijo una voz fría detrás de ellos—, le rogaría que no tratara sobre ella en mi clase. Diez puntos menos para Gryffindor.

Snape se había ido acercando sigilosamente a su pupitre mientras hablaban. En aquel momento, toda la clase los observaba. Malfoy aprovechó para lucir ante Harry la inscripción
POTTER APESTA
de su insignia.

—¡Ah...! ¿También leyendo revistas bajo la mesa? —añadió Snape, cogiendo el ejemplar de
Corazón de bruja
—. Otros diez puntos menos para Gryffindor... Ah, claro... —Los negros ojos de Snape relucieron al dar con el artículo de Rita Skeeter—. Potter tiene que estar al día de sus apariciones en la prensa...

Las carcajadas de los de Slytherin resonaron en el aula, y una desagradable sonrisa dibujó una mueca en los delgados labios de Snape. Para indignación de Harry, comenzó a leer el artículo en voz alta.

—«La pena secreta de Harry Potter...» Vaya, vaya, Potter, ¿de qué sufre usted ahora? «Tal vez sea diferente. Pero, aun así...»

Harry notaba que le ardía la cara. Snape se paraba al final de cada frase para dejar que los de Slytherin se rieran. Leído por Snape, el artículo sonaba diez veces peor.

—«... las admiradoras de Harry Potter tendremos que conformarnos con esperar que la próxima vez le entregue su corazón a una candidata más digna de él.» ¡Qué conmovedor! —dijo Snape con desprecio, cerrando y enrollando la revista ante las risas continuadas de los de Slytherin—. Bueno, creo que lo mejor será que los separe a los tres para que puedan pensar en sus pociones y olvidar por un momento sus enmarañadas vidas amorosas. Weasley, quédese donde está; señorita Granger, allá, con la señorita Parkinson; Potter, a la mesa que está enfrente de la mía. Muévase, ya.

Furioso, Harry echó los ingredientes y la mochila en el caldero, y lo llevó hasta la mesa vacía que había en la parte de delante de la mazmorra. Snape lo siguió, se sentó a su mesa y observó a Harry vaciando el caldero. Decidido a no mirarlo, Harry reanudó la tarea de machacar escarabajos, imaginándose la cara de Snape en cada uno de ellos.

—Toda esta atención por parte de la prensa parece habérsele subido a la cabeza, que ya estaba bastante llena de presunción, Potter —dijo Snape en voz baja, cuando el resto de la clase había vuelto a lo suyo.

Harry no respondió. Sabía que Snape trataba de provocarlo, tal como había hecho en otras ocasiones. Sin duda, quería una excusa para quitarle a Gryffindor cincuenta puntos antes del final de la clase.

—Podrías tener la equivocada impresión de que todo el mundo mágico está pendiente de ti —siguió Snape, pasando a tutearlo y en voz tan baja que nadie más podía oírlo (Harry siguió machacando los escarabajos, aunque ya los había reducido a un polvo finísimo), pero me da igual cuántas veces aparezca tu foto en los periódicos. Para mí, Potter, no eres más que un niño desagradable que cree estar por encima de las reglas.

Harry echó el polvo de escarabajo en el caldero y se puso a cortar las raíces de jengibre. Las manos le temblaban un poco de la cólera, pero no levantaba los ojos, como si no oyera lo que Snape le decía.

—Así que te advertiré algo, Potter —prosiguió Snape, con la voz aún más suave y ponzoñosa—, seas o no una diminuta celebridad: si te pillo volviendo a entrar en mi despacho...

—¡Yo no me he acercado nunca a su despacho! —replicó Harry enojado, olvidando su fingida sordera.

—No me mientas —dijo Snape entre dientes, perforando a Harry con sus insondables ojos negros—. Piel de serpiente arbórea africana,
branquialgas
... Tanto una como otra salieron de mi armario privado, y sé quién las robó.

Harry le devolvió la mirada a Snape, intentando no pestañear ni parecer culpable. La verdad era que él no le había robado ninguna de aquellas cosas. Era Hermione quien le había cogido la piel de serpiente arbórea africana cuando estaban en segundo: la necesitaban para la poción
multijugos
. Y, aunque aquella vez Snape había sospechado de Harry, no había podido demostrarlo. En cuanto a las
branquialgas
, era evidente que las había robado Dobby.

—No sé de qué me habla —contestó Harry fríamente.

—¡No estabas en el dormitorio la noche en que entraron en mi despacho! —le dijo Snape en voz baja—. ¡Lo sé, Potter! ¡Y aunque
Ojoloco
Moody haya ingresado en tu club de admiradores, no por eso toleraré tu comportamiento! Una nueva incursión nocturna en mi despacho, Potter, ¡y lo pagarás!

—Bien —repuso Harry con serenidad, volviendo a sus raíces de jengibre—, lo tendré en cuenta por si alguna vez siento impulsos de entrar.

Hubo un brillo en los ojos de Snape. Se metió la mano en la túnica negra, y por un momento Harry temió que sacara la varita y le echara una maldición allí mismo. Luego vio que lo que sacaba era un pequeño tarro de cristal con una poción que parecía agua. Harry la observó.

—¿Sabes qué es esto, Potter? —preguntó Snape, y sus ojos volvieron a brillar malévolamente.

—No —respondió Harry, aquella vez con total sinceridad.

—Es
Veritaserum
, una poción de la verdad tan poderosa que tres gotas bastarían para que descubrieras tus más íntimos secretos ante toda la clase —dijo Snape con la voz impregnada de odio—. Desde luego, el uso de esta poción está severamente controlado por normativa ministerial. Pero, si no vigilas tus pasos, podrías descubrir que mi mano se desliza subrepticiamente —movió un poco el tarro de cristal— hasta el zumo de calabaza de tu cena. Y entonces, Potter... sabremos si has estado o no en mi despacho.

Harry no dijo nada. Una vez más, volvió su atención a las raíces de jengibre, cogió el cuchillo y las partió en rodajas. No le hacía ni pizca de gracia lo de la poción de la verdad, y no dudaba de que Snape fuera capaz de echársela en el zumo. Reprimió un estremecimiento al imaginar todo lo que podría decir en ese caso. Aparte de meter en problemas a un montón de gente (para empezar, a Hermione y a Dobby), estaban todas las otras cosas que ocultaba... como el hecho de mantener contacto con Sirius y (las tripas le dieron un retortijón sólo de pensarlo) lo que sentía por Cho. Metió también en el caldero las raíces de jengibre, preguntándose si debería tomar ejemplo de Moody y limitarse a beber de su propia petaca.

Llamaron a la puerta de la mazmorra.

—Pase —dijo Snape en su tono habitual.

Toda la clase miró hacia la puerta. Entró el profesor Karkarov y se dirigió a la mesa de Snape, enroscándose el pelo de la barbilla en el dedo. Parecía nervioso.

—Tenemos que hablar —dijo Karkarov abruptamente, cuando hubo llegado hasta Snape. Parecía tan interesado en que nadie más entendiera lo que decía, que apenas movía los labios: daba la impresión de ser un ventrílocuo de poca monta. Sin apartar los ojos de las raíces de jengibre, Harry trató de escuchar.

—Hablaremos después de clase, Karkarov... —susurró Snape, pero Karkarov lo interrumpió.

—Quiero hablar ahora, no quiero que te escabullas, Severus. Me has estado evitando.

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