Harry Potter y el cáliz de fuego (63 page)

—¿Pillaron al hijo de Crouch? —preguntó Hermione con voz entrecortada.

—Sí —contestó Sirius, tirándole a
Buckbeak
el hueso de pollo; luego se apresuró a coger la barra de pan y partirla por la mitad—. Un golpe duro para Barty, me imagino. Tal vez debería haber dedicado más tiempo a la familia, tal vez debería haber trabajado algo menos y vuelto a su casa antes, de vez en cuando, para conocer a su propio hijo.

Empezó a devorar el pan a grandes bocados.

—¿Su propio hijo era un
mortífago
? inquirió Harry.

—No lo sé realmente —repuso Sirius, metiéndose más pan en la boca—. Yo ya estaba en Azkaban cuando lo llevaron. Éstas son cosas que en su mayor parte he averiguado después de haber salido. Desde luego, el muchacho fue descubierto en compañía de gente que me apostaría el cuello a que eran
mortífagos
, pero tal vez sólo estuviera en el lugar equivocado en el momento equivocado, como la elfina doméstica.

—¿Intentó liberar a su hijo? —susurró Hermione.

Sirius soltó una risa que sonó casi como un ladrido.

—¿Liberar a su hijo? ¡Creía que habías entendido cómo es, Hermione! Quería apartar del camino todo lo que pudiera manchar su reputación; había dedicado su vida entera a escalar puestos para llegar a ministro de Magia. Ya lo viste despedir a su elfina doméstica porque lo había vuelto a asociar con la Marca Tenebrosa... ¿No te da eso a entender cómo es? El amor paternal de Crouch se limitó a concederle un juicio y, según parece, no fue más que una oportunidad para demostrar lo mucho que aborrecía al muchacho... Luego lo mandó derecho a Azkaban.

—¿Entregó a su propio hijo a los
dementores
? —preguntó Harry en voz baja.

—Sí —respondió Sirius, y ya no estaba nada sonriente—. Vi cuando los
dementores
lo condujeron, los vi a través de los barrotes de mi celda. Lo metieron en una cercana a la mía. No tendría más de diecinueve años. Al caer la noche gritaba llamando a su madre. Al cabo de unos días se calmó, sin embargo... Todos terminan calmándose... salvo cuando gritan en sueños.

Por un momento, al rememorar la prisión, la mirada triste de Sirius resultó más triste que nunca.

—Entonces, ¿sigue en Azkaban? —inquirió Harry.

—No —contestó Sirius con voz apagada—. No, ya no está allí. Murió un año después de entrar.

—¿Murió?

—No fue el único —dijo Sirius con amargura—. La mayoría se vuelven locos, y muchos terminan por dejar de comer. Pierden la voluntad de vivir. Se sabía cuándo iba a morir alguien porque los
dementores
lo sentían, se excitaban. El muchacho parecía bastante enfermo cuando llegó. Como Crouch era un importante miembro del Ministerio, él y su mujer pudieron visitarlo en el lecho de muerte. Fue la última vez que vi a Barty Crouch, casi llevando a rastras a su mujer cuando pasaron por delante de mi celda. Según parece, ella murió también poco después. De pena. Se consumió igual que el muchacho. Crouch no fue a buscar el cadáver de su hijo. Los propios
dementores
lo enterraron junto a la fortaleza: yo los vi hacerlo.

Sirius dejó a un lado el pan que acababa de levantar para llevárselo a la boca, y en su lugar cogió el frasco de zumo de calabaza y lo apuró.

—Y de esa forma Crouch lo perdió todo justo cuando parecía que ya lo había alcanzado —continuó, limpiándose la boca con el dorso de la mano—. Había sido un héroe, preparado para convertirse en ministro de Magia; y un instante más tarde su hijo había muerto, su mujer también, el nombre de su familia estaba deshonrado y, según he escuchado después de salir de la cárcel, su popularidad había caído en picado. Cuando el chico murió, a la gente empezó a darle pena y se preguntaron por qué un chico de tan buena familia se había descarriado de aquella manera. La respuesta que encontraron fue que su padre nunca se había preocupado mucho por él. Y por eso el cargo lo consiguió Cornelius Fudge, y a Crouch lo relegaron al Departamento de Cooperación Mágica Internacional.

Hubo un prolongado silencio. Harry recordó la manera en que a Crouch se le salían los ojos de las órbitas al encontrar en el bosque a su desobediente elfina doméstica, la noche de los Mundiales de
Quidditch
. Aquél, pues, era el motivo por el que Crouch se había excedido de tal manera al encontrar a Winky bajo la Marca Tenebrosa. Le había recordado a su hijo, el antiguo escándalo y su caída en desgracia en el Ministerio.

—Moody dice que Crouch está obsesionado con atrapar magos tenebrosos —le dijo Harry a Sirius.

—Sí, he oído que se ha convertido en una especie de manía suya —repuso Sirius, asintiendo con la cabeza—. Seguramente piensa que todavía tiene esperanzas de recobrar su antigua popularidad si atrapa algún
mortífago
.

—¡Y se coló en Hogwarts para registrar el despacho de Snape! —exclamó Ron eufórico, mirando a Hermione.

—Sí, y eso no tiene ningún sentido —dijo Sirius.

—¡Claro que lo tiene! —exclamó Ron emocionado.

Pero Sirius negó con la cabeza.

—Mira, si Crouch quiere investigar a Snape, ¿por qué no va a las pruebas del Torneo? Sería una excusa ideal para hacer visitas regulares a Hogwarts y tenerlo vigilado.

—O sea, que crees que Snape se trae algo entre manos —dijo Harry, pero Hermione lo interrumpió:

—Me da igual lo que digáis. Dumbledore confía en Snape...

—Vamos, Hermione —dijo Ron impaciente—, ya sabemos que Dumbledore es muy inteligente y todo eso, pero siempre es posible que un mago tenebroso realmente listo lo pueda engañar.

—Entonces, ¿por qué Snape salvó a Harry la vida en primero, eh? ¿Por qué no lo dejó morir?

—No lo sé. A lo mejor le daba miedo que Dumbledore lo pusiera de patitas en la calle.

—¿Qué piensas tú, Sirius? —preguntó Harry, y Ron y Hermione dejaron de discutir para escuchar.

—Pienso que los dos tenéis algo de razón —contestó Sirius, mirándolos pensativamente—. En cuanto supe que Snape daba clase aquí me pregunté por qué Dumbledore lo había contratado. Snape siempre ha sentido fascinación por las artes oscuras; ya en el colegio era famoso por ello. Era un pelota empalagoso de pelo grasiento —añadió, y Harry y Ron se sonrieron el uno al otro—. Cuando llegó al colegio conocía más maldiciones que la mayoría de los que estaban en séptimo, y formó parte de una pandilla de Slytherin que luego resultaron casi todos
mortífagos
. —Sirius levantó los dedos y comenzó a contar con ellos los nombres—. Rosier y Wilkes: a los dos los mataron los
aurores
un año antes de la caída de Voldemort; los Lestrange, que son matrimonio, están en Azkaban; Avery, del que he oído que se quitó de en medio diciendo que había actuado bajo los efectos de la maldición
imperius
, todavía anda suelto. Pero, que yo sepa, contra Snape no hubo denuncias. No es que eso signifique gran cosa: son muchos los que nunca fueron atrapados. Y desde luego Snape es lo bastante listo y astuto para mantenerse al margen de los problemas.

—Snape conoce muy bien a Karkarov, pero lo disimula —dijo Ron.

—¡Sí, tendrías que haber visto la cara que puso Snape cuando Karkarov entró ayer en Pociones! —se apresuró a añadir Harry—. Karkarov quería hablar con Snape, y lo acusó de estar evitándolo. Parecía realmente preocupado. Le mostró a Snape algo que tenía en el brazo, pero no vi qué era.

—¿Que le mostró a Snape algo que tenía en el brazo? —repitió Sirius, desconcertado. Se pasó los dedos distraídamente por el pelo sucio, y volvió a encogerse de hombros—. Bueno, no tengo ni idea de qué puede ser... pero si Karkarov está de verdad preocupado y acude a Snape en busca de soluciones... —Sirius miró la pared de la cueva, y luego hizo una mueca de frustración—. Aún queda el hecho de que Dumbledore confía en Snape, y ya sé que Dumbledore confía en personas de las que otros no se fiarían, pero no creo que le permitiera dar clase en Hogwarts si hubiera estado alguna vez al servicio de Voldemort.

—Entonces, ¿por qué están tan interesados Moody y Crouch en su despacho? —insistió Ron.

—Bueno —dijo Sirius pensativamente—, no me extrañaría que
Ojoloco
hubiera entrado en el despacho de todos los profesores en cuanto llegó a Hogwarts. Se toma la Defensa Contra las Artes Oscuras muy en serio. No creo que confíe absolutamente en nadie, y no me sorprende después de todo lo que ha visto. Sin embargo, tengo que decir una cosa de Moody, y es que nunca mató si podía evitarlo: siempre cogía a todo el mundo vivo si era posible. Era un tipo duro, pero nunca descendió al nivel de los
mortífagos
. Crouch, en cambio, es harina de otro costal... ¿Estará de verdad enfermo? Si lo está, ¿cómo hace el esfuerzo de entrar en el despacho de Snape? Y si no lo está... ¿qué se trae entre manos? ¿Qué era tan importante en los Mundiales para que no apareciera en la tribuna principal? ¿Y qué ha estado haciendo mientras se suponía que tenía que juzgar las pruebas del Torneo?

Sirius se quedó en silencio, aún mirando la pared de la cueva.
Buckbeak
husmeaba por el suelo pedregoso, buscando algún hueso que hubiera pasado por alto.

Al cabo, Sirius levantó la vista y miró a Ron.

—Dices que tu hermano es el ayudante personal de Crouch... ¿Podrías preguntarle si ha visto a Crouch últimamente?

—Puedo intentarlo —respondió Ron dudando—. Pero mejor que no parezca que sospecho que Crouch puede estar tramando algo chungo. Percy lo adora.

—¿Y podrías intentar averiguar si tienen alguna pista sobre Bertha Jorkins? —dijo Sirius, señalando el segundo ejemplar de
El Profeta
.

—Bagman me dijo que no —observó Harry.

—Sí, lo citan en este artículo —dijo Sirius, señalando el periódico con un gesto de cabeza—. Se toma a broma lo de Bertha, y comenta su mala memoria. Bueno, puede que haya cambiado desde que yo la conocí, pero la Bertha de entonces no era nada olvidadiza, todo lo contrario. No tenía muchas luces, pero sí una memoria excelente para el chismorreo. Eso le daba un montón de problemas, porque nunca sabía tener la boca cerrada. Me imagino que en el Ministerio de Magia sería más un estorbo que otra cosa. Tal vez por eso Bagman no se ha molestado demasiado en buscarla...

Sirius exhaló un profundo suspiro y se frotó los ojos.

—¿Qué hora es?

Harry miró el reloj. Luego recordó que no funcionaba desde que se había sumergido en el lago.

—Son las tres y media —informó Hermione.

—Será mejor que volváis al colegio —dijo Sirius, poniéndose en pie—. Ahora escuchad. —Le dirigió a Harry una mirada especialmente dura—. No quiero que os escapéis del colegio para venir a verme, ¿de acuerdo? Conformaos con enviarme notas. Sigo queriendo conocer cualquier cosa rara que ocurra. Pero no salgas de Hogwarts sin permiso: resultaría una oportunidad ideal para atacarte.

—Nadie ha intentado atacarme hasta ahora, salvo un dragón y un par de
grindylows
—contestó Harry.

Pero Sirius lo miró con severidad.

—Me da igual... No respiraré tranquilo hasta que el Torneo haya finalizado, y eso no será hasta junio. Y no lo olvidéis: si hablais de mí entre vosotros, llamadme
Hocicos
, ¿vale?

Le entregó a Harry el frasco y la servilleta vacíos, y se despidió de
Buckbeak
dándole unas palmadas en el cuello.

—Iré con vosotros hasta la entrada del pueblo —dijo—, a ver si me puedo hacer con otro periódico.

Antes de salir de la cueva volvió a transformarse en el perro grande y negro, y todos juntos descendieron por la ladera de la montaña, cruzaron el campo pedregoso y volvieron al punto de la cerca donde estaban las tablas para pasarla con más facilidad. Allí les permitió que le dieran unas palmadas en el cuello en señal de despedida, antes de volverse y salir para dar una vuelta por los alrededores del pueblo.

Los tres emprendieron el camino de vuelta al castillo pasando de nuevo por Hogsmeade.

—Me pregunto si Percy sabrá todo eso de Crouch —dijo Ron, de camino al castillo—. Pero a lo mejor le da igual... a lo mejor lo admiraría más por ello. Sí, Percy adora las normas. Diría que Crouch se negó a saltárselas incluso por su propio hijo.

—Percy no entregaría a los
dementores
a nadie de su familia —afirmó Hermione severamente.

—No lo sé —dijo Ron—. Si pensara que nos interponíamos en su camino de ascenso... Percy es muy ambicioso, ¿sabes?

Subieron la escalinata de piedra de acceso al castillo, y, al entrar en el vestíbulo, les llegó un delicioso olor a comida procedente del Gran Comedor.

—¡Pobre
Hocicos
! —dijo Ron, suspirando—. Tiene que quererte mucho, Harry... ¡Imagínate, vivir a base de ratas!

CAPÍTULO 28

La locura del señor Crouch

E
L
domingo después de desayunar, Harry, Ron y Hermione fueron a la lechucería para enviar una carta a Percy, preguntándole, como Sirius les había sugerido, si había visto a Crouch recientemente. Utilizaron a
Hedwig
, porque hacia tiempo que no le encomendaban ninguna misión. Después de observarla perderse de vista desde las ventanas de la lechucería, bajaron a las cocinas para entregar a Dobby sus calcetines nuevos.

Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Dobby se emocionó con el regalo.

—¡Harry Potter es demasiado bueno con Dobby! —chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.

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