Harry Potter y el cáliz de fuego (70 page)

—No —reconoció Dumbledore con tranquilidad—, me temo que no. Hace tiempo que pienso que el Ministerio se ha equivocado al aliarse con semejantes criaturas.

—Pero con escoria semejante... —replicó Moody en voz baja.

—Dice usted, Karkarov, que tiene nombres que ofrecernos —dijo el señor Crouch—. Por favor, déjenos oírlos.

—Tienen que comprender —se apresuró a decir Karkarov— que El-que-no-debeser-nombrado actuaba siempre con el secretismo más riguroso... Prefería que nosotros... quiero decir, sus partidarios (y ahora lamento, muy profundamente, haberme contado entre ellos)...

—No te enrolles —dijo Moody con desprecio.

—... no supiéramos los nombres de todos nuestros compañeros. Él era el único que nos conocía a todos.

—Muy inteligente por su parte, para evitar que gente como tú, Karkarov, pudiera delatarlos a todos —murmuró Moody.

—Aun así, usted dice que dispone de algunos nombres que ofrecernos —observó el señor Crouch.

—Sí... sí —contestó Karkarov entrecortadamente—. Y son nombres de partidarios importantes. Gente a la que vi con mis propios ojos cumpliendo sus órdenes. Ofrezco al Ministerio esta información como prueba de que renuncio a él plena y totalmente, y que me embarga un arrepentimiento tan profundo que a duras penas puedo...

—¿Y esos nombres son...? —lo cortó el señor Crouch.

Karkarov tomó aire.

—Estaba Antonin Dolohov —declaró—. Lo... lo vi torturar a un sinfín de
muggles
y... y de gente que no era partidaria del Señor Tenebroso.

—Y lo ayudaste a hacerlo —murmuró Moody.

—Ya hemos atrapado a Dolohov —dijo Crouch—. Fue apresado poco después de usted.

—¿De verdad? —exclamó Karkarov, abriendo los ojos—.Me... ¡me alegro de oírlo!

Pero no daba esa impresión. Harry se dio cuenta de que la noticia era para él un duro golpe, porque significaba que uno de los nombres que tenía preparados carecía de utilidad.

—¿Hay más? —preguntó Crouch con frialdad.

—Bueno, sí... estaba Rosier —se apresuró a decir Karkarov—: Evan Rosier.

—Rosier ha muerto —explicó Crouch—. Lo atraparon también poco después que a usted. Prefirió resistir antes que entregarse, y murió en la lucha.

—Pero se llevó con él un trozo de mí —susurró Moody a la derecha de Harry. Lo miró de nuevo, y vio que le indicaba a Dumbledore el trozo que le faltaba en la nariz.

—Se... ¡se lo tenía merecido! —exclamó Karkarov, con una genuina nota de pánico en la voz.

Harry notó que empezaba a preocuparse por no poder dar al Ministerio ninguna información de utilidad. Los ojos de Karkarov se dirigieron a la puerta del rincón, tras la cual, sin duda, aguardaban los
dementores
.

—¿Alguno más? —preguntó Crouch.

—¡Sí! —dijo Karkarov—. ¡Estaba Travers, que ayudó a matar a los McKinnons! Mulciber... Su especialidad era la maldición
imperius
, ¡y obligó a un sinfín de personas a hacer cosas horrendas! ¡Rookwood, que era espía y le pasó a El-que-no-debe-sernombrado mucha información desde el mismo Ministerio!

Harry comprendió que, aquella vez, Karkarov había dado en el clavo. Hubo murmullos entre la multitud.

—¿Rookwood? —preguntó el señor Crouch, haciendo un gesto con la cabeza dirigido a una bruja sentada delante de él, que comenzó a escribir en un trozo de pergamino—. ¿Augustus Rookwood, del Departamento de Misterios?

—El mismo —confirmó Karkarov—. Creo que disponía de una red de magos ubicados en posiciones privilegiadas, tanto dentro como fuera del Ministerio, para recoger información...

—Pero a Travers y Mulciber ya los tenemos —dijo el señor Crouch—. Muy bien, Karkarov. Si eso es todo, se lo devolverá a Azkaban mientras decidimos...

—¡No! —gritó Karkarov, desesperado—. ¡Espere, tengo más!

A la luz de las antorchas, Harry pudo verlo sudar. Su blanca piel contrastaba claramente con el negro del cabello y la barba.

—¡Snape! —gritó—. ¡Severus Snape!

—Snape ha sido absuelto por esta Junta —replicó el señor Crouch con frialdad—. Albus Dumbledore ha respondido por él.

—¡No! —gritó Karkarov, tirando de las cadenas que lo ataban a la silla—. ¡Se lo aseguro! ¡Severus Snape es un
mortífago
!

Dumbledore se puso en pie.

—Ya he declarado sobre este asunto —dijo con calma—. Es cierto que Severus Snape fue un
mortífago
. Sin embargo, se pasó a nuestro lado antes de la caída de lord Voldemort y se convirtió en espía a nuestro servicio, asumiendo graves riesgos personales. Ahora no tiene de
mortífago
más que yo mismo.

Harry se volvió para mirar a
Ojoloco
Moody. A espaldas de Dumbledore, su expresión era de escepticismo.

—Muy bien, Karkarov —dijo Crouch fríamente—, ha sido de ayuda. Revisaré su caso. Mientras tanto volverá a Azkaban...

La voz del señor Crouch se apagó, y Harry miró a su alrededor. La mazmorra se disolvía como si fuera de humo, todo se desvanecía; sólo podía ver su propio cuerpo: todo lo demás era una oscuridad envolvente.

Y entonces volvió la mazmorra. Estaba sentado en un asiento distinto: de nuevo en el banco superior, pero esta vez a la izquierda del señor Crouch. La atmósfera parecía muy diferente: relajada, se diría que alegre. Los magos y brujas hablaban entre sí, casi como si se hallaran en algún evento deportivo. Una bruja sentada en las gradas del medio, enfrente de Harry, atrajo su atención. Tenía el pelo rubio y corto, llevaba una túnica de color fucsia y chupaba el extremo de una pluma de color verde limón: se trataba, sin duda alguna, de una Rita Skeeter más joven que la que conocía. Dumbledore se encontraba de nuevo sentado a su lado, pero vestido con una túnica diferente. El señor Crouch parecía más cansado y demacrado, pero también más temible... Harry comprendió: se trataba de un recuerdo diferente, un día diferente, un juicio distinto.

Se abrió la puerta del rincón, y Ludo Bagman entró en la sala.

Pero no era el Ludo Bagman apoltronado y fondón, sino que se hallaba claramente en la cumbre de su carrera como jugador de
quidditch
: aún no tenía la nariz rota, y era alto, delgado y musculoso. Bagman parecía nervioso al sentarse en la silla de las cadenas; unas cadenas que no lo apresaron como habían hecho con Karkarov, y Bagman, tal vez animado por ello, miró a la multitud, saludó con la mano a un par de personas y logró esbozar una ligera sonrisa.

—Ludo Bagman, se lo ha traído ante la Junta de la Ley Mágica para responder de cargos relacionados con las actividades de los
mortífagos
—dijo el señor Crouch—. Hemos escuchado las pruebas que se han presentado contra usted, y nos disponemos a emitir un veredicto. ¿Tiene usted algo que añadir a su declaración antes de que dictemos sentencia?

Harry no daba crédito a sus oídos: ¿Ludo Bagman un
mortífago
?

—Solamente —dijo Bagman, sonriendo con embarazo—, bueno, que sé que he sido bastante tonto.

Una o dos personas sonrieron con indulgencia desde los asientos. El señor Crouch no parecía compartir sus simpatías: miraba a Ludo Bagman con la más profunda severidad y desagrado.

—Nunca dijiste nada más cierto, muchacho —murmuró secamente alguien detrás de Harry, para que lo oyera Dumbledore. Miró y vio de nuevo a Moody—. Si no supiera que nunca ha tenido muchas luces, creería que una de esas
bludgers
le había afectado al cerebro...

—Ludovic Bagman, usted fue sorprendido pasando información a los partidarios de lord Voldemort —dijo el señor Crouch—. Por este motivo pido para usted un período de prisión en Azkaban de no menos de...

Pero de los bancos surgieron gritos de enfado. Algunos magos y brujas se habían puesto en pie y dirigían al señor Crouch gestos amenazadores alzando los puños.

—¡Pero ya les he dicho que yo no tenía ni idea! —gritó Bagman de todo corazón por encima de la algarabía, abriendo más sus redondos ojos azules—. ¡Ni la más remota idea! Rookwood era un amigo de la familia... ¡Ni se me pasó por la cabeza que pudiera estar en tratos con Quien-ustedes-saben! ¡Yo creía que la información era para los nuestros! Y Rookwood no paraba de ofrecerme un puesto en el Ministerio para cuando mis días en el
quidditch
hubieran concluido, ya saben... No puedo seguir parando
bludgers
con la cabeza el resto de mi vida, ¿verdad?

Hubo risas entre la multitud.

—Se someterá a votación —declaró con frialdad el señor Crouch. Se volvió hacia la derecha de la mazmorra—. El jurado tendrá la bondad de alzar la mano: los que estén a favor de la pena de prisión...

Harry miró hacia la derecha de la mazmorra: nadie levantaba la mano. Muchos de los magos y brujas de la parte superior de la sala empezaron a aplaudir. Una de las brujas del jurado se puso en pie.

—¿Sí? —preguntó Crouch.

—Simplemente, querríamos felicitar al señor Bagman por su espléndida actuación dentro del equipo de Inglaterra en el partido contra Turquía del pasado sábado —dijo la bruja con voz entrecortada.

El señor Crouch parecía furioso. En aquel momento, la mazmorra vibraba con los aplausos. Bagman respondió a ellos poniéndose en pie, inclinándose y sonriendo.

—Una infamia —dijo Crouch al sentarse junto a Dumbledore, mientras Bagman salía de la sala—. Claro que Rookwood le iba a dar un puesto... El día en que Ludo Bagman entre en el Ministerio será un día muy triste...

Y la sala volvió a desvanecerse. Cuando reapareció, Harry observó a su alrededor. El y Dumbledore seguían sentados al lado del señor Crouch, pero el ambiente no podía ser más distinto. El silencio era total, roto solamente por los secos sollozos de una bruja menuda y frágil que se hallaba al lado del señor Crouch. Con manos temblorosas, se apretaba un pañuelo contra la boca. Harry miró a Crouch y lo vio más demacrado y pálido que nunca. En la sien se apreciaban las contracciones de un nervio.

—Tráiganlos —ordenó, y su voz retumbó en la silenciosa mazmorra.

La puerta del rincón volvió a abrirse. Aquella vez entraron seis
dementores
flanqueando a un grupo de cuatro personas. Harry vio que todo el mundo se volvía a mirar al señor Crouch. Algunos cuchicheaban.

Los
dementores
colocaron al grupo en cuatro sillas con cadenas que habían puesto en el centro de la mazmorra. Había un hombre robusto que miró a Crouch inexpresivamente; otro hombre más delgado y de aspecto nervioso, cuyos ojos recorrían la multitud; una mujer con cabello negro, brillante y espeso, y párpados caídos, que se sentó en la silla de cadenas como si fuera un trono, y un muchacho de unos veinte años que parecía petrificado: estaba temblando, y el pelo color de paja le caía sobre la cara de piel blanca como la leche y pecosa. La bruja menuda sentada al lado de Crouch comenzó a balancearse hacia atrás y hacia delante en su asiento, lloriqueando sobre el pañuelo.

Crouch se levantó. Miró a los cuatro que tenía ante él con expresión de odio.

—Se los ha traído ante la Junta de la Ley Mágica —dijo pronunciando con claridad— para que podamos juzgarlos por crímenes tan atroces...

—Padre —suplicó el muchacho del pelo color paja—. Por favor, padre...

—... que raramente este juzgado ha oído otros semejantes —siguió Crouch, hablando más alto para ahogar la voz de su hijo—. Hemos oído las pruebas presentadas contra ustedes. Los cuatro están acusados de haber capturado a un
auror
, Frank Longbottom, y haberlo sometido a la maldición
cruciatus
por creerlo en conocimiento del paradero actual de su jefe exiliado, El-que-no-debe-ser-nombrado...

—¡Yo no, padre! —gritó el muchacho encadenado—. Yo no, padre, lo juro. ¡No vuelvas a enviarme con los
dementores
...!

—Se los acusa también —continuó el señor Crouch— de haber usado la maldición
cruciatus
contra la mujer de Frank Longbottom cuando él no les proporcionó la información. Planearon restaurar en el poder a El-que-no-debe-ser-nombrado, y volver a la vida de violencia que presumiblemente llevaron ustedes mientras él fue poderoso. Ahora pido al jurado...

—¡Madre! —gritó el muchacho, y la bruja menuda que estaba junto a Crouch sollozó con más fuerza—. ¡No lo dejes, madre! ¡Yo no lo hice, yo no fui!

—Pido a los miembros del jurado —prosiguió el señor Crouch— que levanten las manos si creen, como yo, que estos crímenes merecen la cadena perpetua en Azkaban.

Todos a la vez, los magos y brujas del lado de la derecha, levantaron las manos. La multitud de la parte superior prorrumpió en aplausos, tal cual habían hecho con Bagman, con el entusiasmo plasmado en la cara. El muchacho gritó con desesperación:

—¡No, madre, no! ¡Yo no lo hice, no lo hice, no sabía! ¡No me envíes allí, no lo dejes!

Los
dementores
volvieron a entrar en la sala. Los tres compañeros del muchacho se levantaron con serenidad de las sillas. La mujer de los párpados caídos miró a Crouch y vociferó:

—¡El Señor Tenebroso se alzará de nuevo, Crouch! ¡Echadnos a Azkaban: podemos esperar! ¡Se alzará de nuevo y vendrá a buscarnos, nos recompensará más que a ningún otro de sus partidarios! ¡Sólo nosotros le hemos sido fieles! ¡Sólo nosotros hemos tratado de encontrarlo!

El muchacho, en cambio, se debatía contra los
dementores
, aun cuando Harry notó que el frío poder absorbente de éstos empezaba a afectarlo. La multitud los insultaba, algunos puestos en pie, mientras la mujer salía de la sala con decisión y el muchacho seguía luchando.

—¡Soy tu hijo! —le gritó al señor Crouch—. ¡Soy tu hijo!

—¡Tú no eres hijo mío! —chilló el señor Crouch, con los ojos repentinamente desorbitados—. ¡Yo no tengo ningún hijo!

La bruja menuda que estaba a su lado lanzó un gemido ahogado y se desplomó en el asiento. Se había desmayado. Crouch no parecía haberse dado cuenta.

—¡Lleváoslos! —ordenó Crouch a los
dementores
, salpicando saliva—. ¡Lleváoslos, y que se pudran allí!

—¡Padre, padre, yo no tengo nada que ver! ¡No! ¡No! ¡Por favor, padre!

—Creo, Harry, que ya es hora de volver a mi despacho —le dijo alguien al oído.

Se sobresaltó. Miró a un lado y luego al otro.

Había un Albus Dumbledore sentado a su derecha, que observaba cómo se llevaban los
dementores
al hijo de Crouch, y otro Albus Dumbledore a su izquierda, mirándolo a él.

—Vamos —le dijo el Dumbledore de la izquierda, agarrándolo del codo.

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