Harry Potter y el cáliz de fuego (74 page)

Un
dementor
caminaba hacia él. Avanzaba con sus más de tres metros de altura, el rostro tapado por la capucha, las manos extendidas, putrefactas, llenas de pústulas, palpando a ciegas el camino hacia él. Harry oyó su respiración ruidosa, sintió que su húmeda frialdad empezaba a absorberlo, pero sabía lo que tenía que hacer...

Intentó pensar en la cosa más feliz que se le ocurriera; se concentró con todas sus fuerzas en la idea de salir del laberinto y celebrarlo con Ron y Hermione, levantó la varita y gritó:


¡Expecto patronum!

Un ciervo de plata salió del extremo de su varita y fue galopando hacia el
dementor
, que cayó de espaldas, tropezando en el bajo de la túnica... Harry no había visto nunca tropezar a un
dementor
.

—¡Anda! —exclamó, yendo tras el patronus plateado—, ¡tú eres un
boggart
!
¡Riddíkulo!

Se oyó un golpe, y el mutable ser estalló en una voluta de humo. El ciervo de plata se desvaneció. A Harry le hubiera gustado que se quedara para acompañarlo... Pero siguió, avanzando todo lo rápida y sigilosamente que podía, aguzando los oídos, con la varita en alto.

Izquierda, derecha, de nuevo izquierda... Dos veces se encontró en callejones sin salida. Repitió el encantamiento brújula, y se dio cuenta de que se había desviado demasiado hacia el este. Volvió sobre sus pasos, tomó una calle a la derecha, y vio una extraña neblina dorada que flotaba delante de él.

Harry se acercó con cautela, apuntando con el haz de luz de la varita. Parecía algún tipo de encantamiento. Se preguntó si podría deshacerse de ella.


¡Reducio!
—exclamó.

El encantamiento salió como un disparo y atravesó la niebla, dejándola intacta. Se lo tendría que haber imaginado: la maldición reductora era sólo para objetos sólidos. ¿Qué ocurriría si seguía a través de la niebla? ¿Merecía la pena probar, o sería mejor retroceder?

Seguía dudando cuando un grito agudo quebró el silencio.

—¿Fleur? —gritó Harry.

Nadie contestó. Miró hacia todos lados. ¿Qué le habría sucedido a ella? El grito parecía proceder de delante. Tomó aire, y se internó corriendo en la niebla encantada.

El mundo se puso boca abajo. Harry estaba colgado del suelo, con el pelo levantado, las gafas suspendidas en el aire y a punto de caerse al cielo sin fondo. Se las colocó encima de la nariz, y comprobó, aterrorizado, su situación: era como si tuviera los pies pegados con cola al césped, que se había convertido en techo, y bajo él se extendía el infinito cielo oscuro y estrellado. Pensó que, si trataba de mover un pie, se caería de la tierra.

«Piensa —se dijo, mientras la sangre le bajaba a la cabeza—. Piensa...»

Pero ninguno de los encantamientos que había estudiado servía para combatir una repentina inversión del cielo y la tierra. ¿Se atrevería a desplazar un pie? Oía la sangre latiendo en los oídos. Tenía dos opciones: intentar moverse, o lanzar chispas rojas para ser rescatado y descalificado.

Cerró los ojos, para no ver el espacio infinito que tenía debajo, y levantó el pie derecho con todas sus fuerzas, separándolo del techo de césped.

De inmediato, el mundo volvió a colocarse. Harry cayó de rodillas a un suelo maravillosamente sólido. La impresión lo dejó momentáneamente sin fuerzas. Volvió a tomar aliento, se levantó y corrió; volvió la vista mientras se alejaba de la niebla dorada, que, a la luz de la luna, centelleaba con inocencia.

Se detuvo en un cruce y miró buscando algún rastro de Fleur. Estaba seguro de que había sido ella la que había gritado. ¿Qué era lo que había encontrado? ¿Estaría bien? No había rastro de chispas rojas: ¿quería eso decir que había logrado salir del peligro, o que se hallaba en un apuro tan grande que ni siquiera podía utilizar la varita? Harry tomó el camino de la derecha con una sensación de creciente angustia... pero, al mismo tiempo, no podía evitar pensar: «una menos».

La Copa tenía que estar cerca, y parecía que Fleur ya no competía. Él había llegado hasta allí... ¿Y si realmente conseguía ganar? Fugazmente, y por primera vez desde que se había visto convertido en campeón, se vio a sí mismo levantando la Copa de los tres magos ante el resto del colegio.

Pasaron otros diez minutos sin más encuentro que el de las calles sin salida. Dos veces torció por la misma calle equivocada. Finalmente dio con una ruta distinta, y comenzó a avanzar por ella, ya no tan aprisa. La varita se balanceaba en su mano haciendo oscilar su sombra en los setos. Luego dobló otra esquina, y se encontró ante un
escreguto
de cola explosiva.

Cedric tenía razón: era enorme. De unos tres metros de largo, era lo más parecido a un escorpión gigante: tenía el aguijón curvado sobre la espalda, y su grueso caparazón brillaba a la luz de la varita de Harry, con la que le apuntaba.


¡Desmaius!

El encantamiento dio en el caparazón del
escreguto
y rebotó. Harry se agachó justo a tiempo, pero le llegó olor de pelo quemado: el encantamiento le había chamuscado la parte superior del cabello. El
escreguto
lanzó una ráfaga de fuego por la cola, y se lanzó raudo hacia él.


¡Impedimenta!
—gritó Harry. El embrujo dio de nuevo en el caparazón del
escreguto
y rebotó. Harry retrocedió algunos pasos tambaleándose antes de caer—.
¡IMPEDIMENTA!

El
escreguto
se hallaba a unos centímetros de él en el momento en que quedó paralizado: había conseguido darle en la parte de abajo, que era carnosa y sin caparazón. Jadeando, Harry se apartó de él y corrió, con todas sus fuerzas, en la dirección opuesta: el embrujo obstaculizador no era permanente, y el
escreguto
recuperaría de un momento a otro la movilidad de las patas.

Tomó un camino a la izquierda y resultó ser un callejón sin salida; otro a la derecha, y dio en otro. No tuvo más remedio que detenerse y volver a utilizar el encantamiento brújula. Desanduvo lo andado y escogió un camino que parecía ir al noroeste.

Llevaba unos minutos caminando a toda prisa por el nuevo camino, cuando oyó algo en la calle que iba paralela a la suya que lo hizo detenerse en seco.

—¿Qué vas a hacer? —gritaba la voz de Cedric—. ¿Qué demonios pretendes hacer?

Y a continuación se oyó la voz de Krum:


¡Crucio!

El aire se llenó de repente con los gritos de Cedric. Horrorizado, Harry echó a correr, tratando de encontrar la manera de entrar en la calle de Cedric. Como no vio ningún acceso, intentó utilizar de nuevo la maldición reductora. No resultó muy efectiva, pero consiguió hacer un pequeño agujero en el seto, a través del cual metió la pierna y pataleó contra ramas y zarzas hasta conseguir abrir un boquete. Se metió por él rasgándose la túnica y, al mirar a la derecha, vio a Cedric, que se retorcía y sacudía en el suelo, y a Krum de pie a su lado.

Harry salió del agujero y se levantó, apuntando a Krum con la varita justo cuando éste miraba hacia él. Entonces Krum se volvió y echó a correr.


¡Desmaius!
—gritó Harry.

El encantamiento pegó a Krum en la espalda. Se detuvo en seco, cayó de bruces y se quedó inmóvil, boca abajo, tendido en la hierba. Harry corrió hacia Cedric, que había dejado de retorcerse y jadeaba con las manos en la cara.

—¿Estás bien? —le preguntó, cogiéndolo del brazo.

—Sí —dijo Cedric sin aliento—. Sí... no puedo creerlo... Venía hacia mí por detrás... Lo oí, me volví y me apuntó con la varita.

Se levantó. Seguía temblando. Los dos miraron a Krum.

—Me cuesta creerlo... Creía que era un tipo legal —dijo Harry, mirando a Krum.

—Yo también lo creía —repuso Cedric.

—¿Oíste antes el grito de Fleur? —preguntó Harry.

—Sí —respondió Cedric—. ¿Crees que Krum la alcanzó también a ella?

—No lo sé.

—¿Lo dejamos aquí? —preguntó Cedric.

—No. Creo que deberíamos lanzar chispas rojas. Alguien vendrá a recogerlo... Si no, lo más fácil es que se lo coma un
escreguto
.

—Es lo que se merece —musitó Cedric, pero aun así levantó la varita y disparó al aire una lluvia roja que brilló por encima de Krum, marcando el punto en que se encontraba.

Harry y Cedric permanecieron por un momento en la oscuridad, mirando a su alrededor. Luego Cedric dijo:

—Bueno, supongo que lo mejor es seguir...

—¿Qué? —dijo Harry—. Ah... sí... bien...

Fue un instante extraño: él y Cedric se habían sentido brevemente unidos contra Krum, pero enseguida volvieron a comprender que eran contrincantes. Siguieron por el oscuro camino sin hablar; luego Harry giró a la izquierda, y Cedric a la derecha. Pronto dejaron de oírse sus pasos.

Harry siguió adelante, usando el encantamiento brújula para asegurarse de que caminaba en la dirección correcta. Ahora el reto estaba entre él y Cedric. El deseo de llegar el primero a la Copa era en aquel momento más intenso que nunca, pero apenas podía concebir lo que acababa de ver hacer a Krum. El uso de una maldición imperdonable contra un ser humano se castigaba con cadena perpetua en Azkaban: eso era lo que les había dicho Moody. No era posible que Krum deseara la Copa de los tres magos hasta aquel punto... Empezó a caminar más aprisa.

De vez en cuando llegaba a otro callejón sin salida, pero la creciente oscuridad era una señal inequívoca de que se iba acercando al centro del laberinto. Entonces, caminando a zancadas por un camino recto y largo, volvió a percibir que algo se movía, y el haz de luz de la varita iluminó a una criatura extraordinaria, un espécimen al que sólo había visto en una ilustración de
El monstruoso libro de los monstruo
.

Era una esfinge: tenía el cuerpo de un enorme león, con grandes zarpas y una cola larga, amarillenta, que terminaba en un mechón castaño. La cabeza, sin embargo, era de mujer. Volvió a Harry sus grandes ojos almendrados cuando él se acercó. Harry levantó la varita, dudando. No parecía dispuesta a atacarlo, sino que paseaba de un lado a otro del camino, cerrándole el paso.

Entonces habló con una voz ronca y profunda:

—Estás muy cerca de la meta. El camino más rápido es por aquí.

—Eh... entonces, ¿me dejará pasar, por favor? —le preguntó Harry, suponiendo cuál iba a ser la respuesta.

—No —respondió, continuando su paseo—. No a menos que descifres mi enigma. Si aciertas a la primera, te dejaré pasar. Si te equivocas, te atacaré. Si te quedas callado, te dejaré marchar sin hacerte ningún daño.

Se le hizo un nudo en la garganta. Era a Hermione a quien se le daban bien aquellas cosas, no a él. Sopesó sus probabilidades: si el enigma era demasiado difícil, podía quedarse callado y marcharse incólume para intentar encontrar otra ruta alternativa hacia la copa.

—Vale —dijo—. ¿Puedo oír el enigma?

La esfinge se sentó sobre sus patas traseras, en el centro mismo del camino, y recitó:

Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas,
pero eso sólo ocurrirá si no lo captas.
Y no es fácil la respuesta de esta adivinanza,
porque está lejana, en tierras de bonanza,
donde empieza la región de las montañas de arena
y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.
Y ahora contesta, tú, que has venido a jugar:
¿a qué animal no te gustaría besar?

Harry la miró con la boca abierta.

—¿Podría decírmelo otra vez... mas despacio? —pidió.

Ella parpadeó, sonrió y repitió el enigma.

—¿Todas las pistas conducen a un animal que no me gustaría besar? —preguntó Harry.

Ella se limitó a esbozar su misteriosa sonrisa. Harry tomó aquel gesto por un «sí». Empezó a darle vueltas al acertijo en la cabeza. Había muchos animales a los que no le gustaría besar: de inmediato pensó en un
escreguto
de cola explosiva, pero intuyó que no era aquélla la respuesta. Tendría que intentar descifrar las pistas...

—«Si te lo hiciera, te desgarraría con mis zarpas» —murmuró Harry, mirándola.

«Puede desgarrarme si me come, pero me desgarraría con los colmillos, no con las zarpas —pensó—. Mejor dejo esta parte para luego...»

—¿Podría repetirme lo que sigue, si es tan amable?

Ella repitió los versos siguientes.

«La respuesta está donde empieza la región de las montañas de arena y acaba la de los toros, la sangre, el mar y la verbena.» El país de los toros, la sangre, el mar y la verbena podría ser España, y la región de las montañas de arena podría ser Marruecos, el Magreb, Arabia. Donde acaba España y empieza Marruecos podría ser el estrecho de Gibraltar, pero no puedo ir ahora tan lejos en busca de la respuesta. Claro que Marruecos y Magreb empiezan por «ma», Arabia lo hace por «ara», y España acaba en «ña». Y si me lo hace, si se da maña, no, si me araña... ¿qué animal no me gustaría besar?»

—¡La araña!

La esfinge pronunció más su sonrisa. Se levantó, extendió sus patas delanteras y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

—¡Gracias! —dijo Harry y, sorprendido de su propia inteligencia, echó a correr.

Ya tenía que estar más cerca, tenía que estarlo... la varita le indicaba que iba bien encaminado. Si no encontraba nada demasiado horrible, podría...

Llegó a una bifurcación de caminos.

—¡Oriéntame! —le susurró a la varita, que giró y se paró apuntando al camino de la derecha. Giró corriendo por él, y vio luz delante.

La Copa de los tres magos brillaba sobre un pedestal a menos de cien metros de distancia. Harry acababa de echar a correr cuando una mancha oscura salió al camino, corriendo como una bala por delante de él.

Cedric iba a llegar primero. Corría hacia la copa tan rápido como podía, y Harry sabía que nunca podría alcanzarlo, porque Cedric era mucho más alto y tenía las piernas más largas...

Entonces Harry vio algo inmenso que asomaba por encima de un seto que había a su izquierda y que se movía velozmente por un camino que cruzaba el suyo. Iba tan rápido que Cedric estaba a punto de chocar contra aquello, y, con los ojos fijos en la copa, no lo había visto...

—¡Cedric! —gritó Harry—. ¡A tu izquierda!

Cedric miró justo a tiempo de esquivar la cosa y evitar chocar con ella, pero, en su apresuramiento, tropezó. La varita se le cayó de la mano, mientras la araña gigante entraba en el camino y se abalanzaba sobre él.


¡Desmaius!
—volvió a gritar Harry.

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