Harry Potter y el cáliz de fuego (73 page)

Como estaba exento de los exámenes de fin de curso por ser campeón de Hogwarts, en todos los que había habido hasta el momento Harry se había sentado al final del aula y había estudiado nuevos maleficios para la tercera prueba.

—Supongo —contestó Harry.

Pero, justo entonces, la profesora McGonagall llegó hacia él bordeando la mesa de Gryffindor.

—Potter, después de desayunar los campeones tenéis que ir a la sala de al lado —dijo.

—¡Pero la prueba no es hasta la noche! —exclamó Harry, manchándose de huevo revuelto la pechera y temiendo haberse confundido de hora.

—Ya lo sé, Potter. Las familias de los campeones están invitadas a la última prueba, ya sabes. Ahora tienes la oportunidad de saludarlos.

Se fue. Harry se quedó mirándola con la boca abierta.

—No esperará que vengan los Dursley, ¿verdad? —le preguntó a Ron, desconcertado.

—Ni idea —dijo Ron—. Será mejor que me dé prisa, Harry, o llegaré tarde al examen de Binns. Hasta luego.

Harry terminó de desayunar en el Gran Comedor, que se iba vaciando rápidamente. Vio que Fleur Delacour se levantaba de la mesa de Ravenclaw y se juntaba con Cedric para entrar en la sala contigua. Krum se marchó cabizbajo, poco después, para unirse a ellos. Harry se quedó donde estaba. Realmente, no quería ir a la sala. No tenía familia, por lo menos no tenía ningún familiar al que le pudiera importar que arriesgara la vida. Pero, justo cuando se iba a levantar, pensando en subir a la biblioteca para dar un último repaso a los maleficios, se abrió la puerta de la sala y Cedric asomó la cabeza.

—¡Vamos, Harry, te están esperando!

Totalmente perplejo, Harry se levantó. No era posible que hubieran llegado los Dursley, ¿o sí? Cruzó el Gran Comedor y abrió la puerta de la sala.

Cedric y sus padres estaban junto a la puerta. Viktor Krum se hallaba en un rincón, hablando en veloz búlgaro con su madre, una señora de pelo negro, y con su padre. Había heredado la nariz ganchuda de éste. Al otro lado de la sala, Fleur conversaba con su madre en francés. Gabrielle, la hermana pequeña de Fleur, le daba la mano a su madre. Saludó con un gesto a Harry, y él respondió de igual manera. Luego vio, delante de la chimenea, sonriéndole, a Bill y a la señora Weasley.

—¡Sorpresa! —dijo muy emocionada la señora Weasley, mientras Harry les sonreía de oreja a oreja y caminaba hacia ellos—. ¡Pensamos que podíamos venir a verte, Harry! —se inclinó para darle un beso en la mejilla.

—¿Qué tal? —lo saludó Bill, sonriéndole y estrechándole la mano—. Charlie quería venir, pero no han podido darle permiso. Dice que estuviste increíble con el colacuerno.

Harry notó que Fleur Delacour miraba a Bill por encima del hombro de su madre con bastante interés. No parecía que le disgustaran ni el pelo largo ni los pendientes con colmillos.

—Muchísimas gracias por venir —murmuró Harry, dirigiéndose a la señora Weasley—. Por un momento pensé... los Dursley...

—Mmm —dijo la señora Weasley, frunciendo los labios. Siempre se refrenaba para no criticar a los Dursley delante de Harry, pero sus ojos refulgían cada vez que alguien los mencionaba.

—Es estupendo volver aquí —comentó Bill mirando la sala (Violeta, la amiga de la Señora Gorda, le guiñó un ojo desde su cuadro)—. Hacía cinco años que no veía este lugar. ¿Sigue por ahí el cuadro del caballero loco, sir Cadogan?

—Sí —contestó Harry, que había conocido a sir Cadogan el curso anterior.

—¿Y la Señora Gorda? —preguntó Bill.

—Ya estaba aquí en mis tiempos —comentó la señora Weasley—. Me echó una buena bronca la noche en que volví al dormitorio a las cuatro de la mañana.

—¿Qué hacías fuera del dormitorio a las cuatro de la mañana? —quiso saber Bill, mirando a su madre sorprendido.

La señora Weasley sonrió, y los ojos le brillaron.

—Tu padre y yo fuimos a dar un paseo a la luz de la luna —explicó—. Lo pilló Apollyon Pringle, que era el conserje por aquellos días. Tu padre aún conserva las señales.

—¿Te gustaría dar una vuelta, Harry? —le ofreció Bill.

—Claro —aceptó Harry, y salieron de la sala.

Al pasar al lado de Amos Diggory, éste se volvió hacia ellos.

—Conque estás aquí, ¿eh? —dijo, mirando a Harry de arriba abajo—. Apuesto a que no te sientes tan ufano ahora que Cedric te ha alcanzado en puntuación, ¿a que no?

—¿Qué? —preguntó Harry.

—No le hagas caso —le dijo Cedric a Harry en voz baja, mirando con severidad a su padre—. Está enfadado desde que leyó el artículo de Rita Skeeter sobre el Torneo de los tres magos. Ya sabes, cuando te hizo aparecer como el único campeón de Hogwarts.

—Pero no se preocupó por corregirla, ¿verdad? —comentó Amos Diggory, lo bastante alto para que Harry lo oyera mientras se dirigía a la puerta con Bill y la señora Weasley—. A pesar de todo le darás una lección, Cedric. Ya lo venciste una vez, ¿no?

—¡Rita Skeeter haría cualquier cosa por causar problemas, Amos! —dijo malhumorada la señora Weasley—. ¡Creí que lo sabrías, trabajando en el Ministerio!

Dio la impresión de que el señor Diggory iba a decir algo hiriente, pero su mujer le puso una mano en el brazo, y él no hizo más que encogerse de hombros y apartarse.

Harry disfrutó mucho la mañana caminando por los terrenos soleados con Bill y la señora Weasley, mostrándoles el carruaje de Beauxbatons y el barco de Durmstrang. La señora Weasley sentía curiosidad por el sauce boxeador, que había sido plantado después de que ella había dejado el colegio, y recordaba con todo detalle al guardabosque que había precedido a Hagrid, un hombre llamado Ogg.

—¿Cómo está Percy? —preguntó Harry cuando caminaban por los invernaderos.

—No muy bien —dijo Bill.

—Está bastante alterado —explicó la señora Weasley bajando la voz y mirando a su alrededor—. El Ministerio quiere que no se hable de la desaparición del señor Crouch, pero a Percy lo han llamado para preguntarle acerca de las instrucciones que Crouch le ha estado enviando. Piensan que pudieran no haber sido escritas realmente por él. Percy está sometido a demasiada tensión. No lo han dejado que sustituya esta noche al señor Crouch en el tribunal. Va a hacerlo Cornelius Fudge.

Volvieron al castillo para la comida.

—¡Mamá... Bill! —exclamó Ron, atónito, acudiendo a la mesa de Gryffindor—. ¿Qué hacéis aquí?

—Hemos venido a ver a Harry en la última prueba —dijo con alegría la señora Weasley—. Tengo que decir que me gusta el cambio, no tener que cocinar. ¿Qué tal el examen?

—Eh... bien —contestó Ron—. No pude recordar todos los nombres de los duendes rebeldes, así que me inventé algunos. Pero bien —añadió, sirviéndose empanada de Cornualles, mientras la señora Weasley lo miraba con severidad—. Todos se llaman cosas como Bodrod
el Barbudo
y Urg
el Guarro
, así que no fue difícil.

Fred, George y Ginny fueron también a sentarse con ellos, y Harry lo pasó tan bien que le parecía estar de vuelta en La Madriguera. No se acordó de preocuparse por la prueba de aquella noche, y hasta que Hermione apareció en medio de la comida no recordó tampoco que ella había tenido una iluminación sobre Rita Skeeter.

—¿Nos vas a decir...?

Hermione negó con la cabeza pidiendo que se callara, y miró a la señora Weasley.

—Hola, Hermione —la saludó ella, mucho menos afectuosa de lo habitual.

—Hola —le respondió Hermione, con una sonrisa que vaciló ante la fría expresión de la señora Weasley.

Harry miró a una y a otra, y luego dijo:

—Señora Weasley, usted no creería esas mentiras que escribió Rita Skeeter en
Corazón de bruja
, ¿verdad? Porque Hermione y yo no somos novios.

—¡Ah! —exclamó la señora Weasley—. No... ¡por supuesto que no!

Pero a partir de ese momento empezó a mostrarse más cariñosa con Hermione.

Harry, Bill y la señora Weasley pasaron la tarde dando un largo paseo por el castillo y volvieron al Gran Comedor para el banquete de la noche. Para entonces, Ludo Bagman y Cornelius Fudge se habían incorporado a la mesa de los profesores. Bagman parecía muy contento, pero Cornelius Fudge, que estaba sentado junto a Madame Máxime, tenía una mirada severa y no hablaba. Madame Máxime no levantaba la vista del plato, y a Harry le pareció que tenía los ojos enrojecidos. Hagrid no dejaba de mirarla desde el otro lado de la mesa.

Hubo más platos de lo habitual, pero Harry, que empezaba a estar realmente nervioso, no comió mucho. Cuando el techo encantado comenzó a pasar del azul a un morado oscuro, Dumbledore, en la mesa de los profesores, se puso en pie y se hizo el silencio.

—Damas y caballeros, dentro de cinco minutos les pediré que vayamos todos hacia el campo de
quidditch
para presenciar la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos. En cuanto a los campeones, les ruego que tengan la bondad de seguir ya al señor Bagman hasta el estadio.

Harry se levantó. A lo largo de la mesa, todos los de Gryffindor lo aplaudieron. Los Weasley y Hermione le desearon buena suerte, y salió del Gran Comedor, con Cedric, Fleur y Krum.

—¿Qué tal te encuentras, Harry? —le preguntó Bagman, mientras bajaban la escalinata de piedra por la que se salía del castillo—. ¿Estás tranquilo?

—Estoy bien —dijo Harry. Era bastante cierto: a pesar de sus nervios, seguía repasando mentalmente los maleficios y encantamientos que había practicado, y saber que los podía recordar todos lo hacía sentirse mejor.

Llegaron al campo de
quidditch
, que estaba totalmente irreconocible. Un seto de seis metros de altura lo bordeaba. Había un hueco justo delante de ellos: era la entrada al enorme laberinto. El camino que había dentro parecía oscuro y terrorífico.

Cinco minutos después empezaron a ocuparse las tribunas. El aire se llenó de voces excitadas y del ruido de pisadas de cientos de alumnos que se dirigían a sus sitios. El cielo era de un azul intenso pero claro, y empezaban a aparecer las primeras estrellas. Hagrid, el profesor Moody, la profesora McGonagall y el profesor Flitwick llegaron al estadio y se aproximaron a Bagman y los campeones. Llevaban en el sombrero estrellas luminosas, grandes y rojas. Todos menos Hagrid, que las llevaba en la espalda de su chaleco de piel de topo.

—Estaremos haciendo una ronda por la parte exterior del laberinto —dijo la profesora McGonagall a los campeones—. Si tenéis dificultades y queréis que os rescaten, echad al aire chispas rojas, y uno de nosotros irá a salvaros, ¿entendido?

Los campeones asintieron con la cabeza.

—Pues entonces... ya podéis iros —les dijo Bagman con voz alegre a los cuatro que iban a hacer la ronda.

—Buena suerte, Harry —susurró Hagrid, y los cuatro se fueron en diferentes direcciones para situarse alrededor del laberinto.

Bagman se apuntó a la garganta con la varita, murmuró
«¡Sonorus!»
, y su voz, amplificada por arte de magia, retumbó en las tribunas:

—¡Damas y caballeros, va a dar comienzo la tercera y última prueba del Torneo de los tres magos! Permítanme que les recuerde el estado de las puntuaciones: empatados en el primer puesto, con ochenta y cinco puntos cada uno... ¡el señor Cedric Diggory y el señor Harry Potter, ambos del colegio Hogwarts! —Los aplausos y vítores provocaron que algunos pájaros salieran revoloteando del bosque prohibido y se perdieran en el cielo cada vez más oscuro—. En segundo lugar, con ochenta puntos, ¡el señor Viktor Krum, del Instituto Durmstrang! —Más aplausos—. Y, en tercer lugar, ¡la señorita Fleur Delacour, de la Academia Beauxbatons!

Harry pudo distinguir a duras penas, en medio de las tribunas, a la señora Weasley, Bill, Ron y Hermione, que aplaudían a Fleur por cortesía. Los saludó con la mano, y ellos le devolvieron el saludo, sonriéndole.

—¡Entonces... cuando sople el silbato, entrarán Harry y Cedric! —dijo Bagman—. Tres... dos... uno...

Dio un fuerte pitido, y Harry y Cedric penetraron rápidamente en el laberinto.

Los altísimos setos arrojaban en el camino sombras negras y, ya fuera a causa de su altura y su espesor, o porque estaban encantados, el bramido de la multitud se apagó en cuanto traspasaron la entrada. Harry se sentía casi como si volviera a estar sumergido. Sacó la varita, susurró
«¡Lumos!»
, y oyó a Cedric que hacía lo mismo detrás de él. Después de unos cincuenta metros, llegaron a una bifurcación. Se miraron el uno al otro.

—Hasta luego —dijo Harry, y tiró por el de la izquierda, mientras Cedric cogía el de la derecha.

Harry oyó por segunda vez el silbato de Bagman: Krum acababa de entrar en el laberinto. Harry se apresuró. El camino que había escogido parecía completamente desierto. Giró a la derecha y corrió, sosteniendo la varita por encima de la cabeza para tratar de ver lo más lejos posible. Pero seguía sin haber nada a la vista.

Se escuchó por tercera vez, distante, el silbato de Ludo Bagman. Ya estaban todos los campeones dentro del laberinto.

Harry miraba atrás a cada rato. Sentía la ya conocida sensación de que alguien lo vigilaba. El laberinto se volvía más oscuro a cada minuto, conforme el cielo se oscurecía. Llegó a una segunda bifurcación.


¡Oriéntame!
—le susurró a su varita, poniéndola horizontalmente sobre la palma de la mano.

La varita giró y señaló hacia la derecha, a pleno seto. Eso era el norte, y sabía que tenía que ir hacia el noroeste para llegar al centro del laberinto. La mejor opción era tomar la calle de la izquierda, y girar a la derecha en cuanto pudiera.

También aquella calle estaba vacía, y cuando encontró un desvío a la derecha y lo cogió, volvió a hallar su camino libre de obstáculos. No sabía por qué, pero aquella ausencia de problemas lo desconcertaba. ¿No tendría que haberse encontrado ya con algo? Parecía que el laberinto le estuviera tendiendo una trampa para que se sintiera seguro y confiado. Luego oyó moverse algo justo tras él. Levantó la varita, lista para el ataque, pero el haz de luz que salía de ella se proyectó solamente en Cedric, que acababa de salir de una calle que había a mano derecha. Cedric parecía muy asustado: llevaba ardiendo una manga de la túnica.

—¡Los
escregutos
de cola explosiva de Hagrid! —dijo entre dientes—. ¡Son enormes! ¡Acabo de escapar ahora mismo!

Movió la cabeza a los lados, y salió de la vista por otro camino. Deseando poner la máxima distancia posible entre él y los
escregutos
, Harry se alejó a toda prisa. Entonces, al volver una esquina, vio...

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