Harry Potter y el cáliz de fuego (79 page)

—Entonces, ¿era un mago de verdad? —dijo el viejo, fijándose en Voldemort—. Me mató, ése lo hizo... ¡Pelea bien, muchacho!

Pero ya estaba surgiendo una nueva cabeza... y aquélla, gris como una estatua de humo, era la de una mujer. Soportando las sacudidas con ambas manos para no soltar la varita, Harry la vio caer al suelo y levantarse como los otros, observando.

La sombra de Bertha Jorkins contempló con los ojos muy abiertos la batalla que tenía lugar ante ella.

—¡No sueltes! —le gritó, y su voz retumbó al igual que la de Cedric, como si llegara de muy lejos—. ¡No sueltes, Harry, no sueltes!

Ella y los otros dos fantasmas comenzaron a deambular por la parte interior de la campana dorada, mientras los
mortífagos
hacían algo parecido en la parte de fuera... Las víctimas de Voldemort cuchicheaban rodeando a los duelistas, le susurraban a Harry palabras de ánimo y le decían a Voldemort cosas que Harry no alcanzaba a oír.

Y entonces otra cabeza salió de la punta de la varita de Voldemort... Harry supo quién era en cuanto la vio, lo comprendió como si la hubiera estado esperando desde el momento en que Cedric había surgido de la varita, lo comprendió porque la mujer que salía era la persona en la que más había pensado aquella noche...

La sombra de humo de una mujer joven de pelo largo cayó al suelo tal como había hecho Bertha, se levantó y lo miró... y Harry, con los brazos temblando furiosamente, devolvió la mirada al rostro fantasmal de su madre.

—Tu padre está en camino... —dijo ella en voz baja—. Quiere verte... Todo irá bien... ¡ánimo!...

Y entonces empezó a salir: primero la cabeza, luego el cuerpo, alto y de pelo alborotado como Harry. La forma etérea de James Potter brotó del extremo de la varita de Voldemort, cayó al suelo y se puso de pie como su mujer. Se acercó a Harry, mirándolo, y le habló con la misma voz lejana y resonante que los otros, pero en voz baja, para que Voldemort, cuya cara estaba ahora lívida de terror al verse rodeado por sus víctimas, no pudiera oírlo:

—Cuando la conexión se rompa, desapareceremos al cabo de unos momentos... pero te daremos tiempo... Tienes que alcanzar el
traslador
, que te llevará de vuelta a Hogwarts. ¿Has comprendido, Harry?

—Sí —contestó éste jadeando, haciendo un enorme esfuerzo por sostener la varita, que se le resbalaba entre los dedos.

—Harry —le cuchicheó la figura de Cedric—, lleva mi cuerpo, ¿lo harás? Llévales el cuerpo a mis padres...

—Lo haré —contestó Harry con el rostro tenso por el esfuerzo.

—Prepárate —susurró la voz de su padre—. Prepárate para correr... ahora...


¡YA!
—gritó Harry.

No hubiera podido aguantar ni un segundo más. Levantó la varita con todas sus fuerzas, y el rayo dorado se partió. La jaula de luz se desvaneció y se apagó el canto del fénix, pero las víctimas de Voldemort no desaparecieron: lo cercaron para servirle a Harry de escudo.

Y Harry corrió como nunca lo había hecho en su vida, golpeando a dos
mortífagos
atónitos para abrirse paso. Corrió en zigzag por entre las tumbas, notando tras él las maldiciones que le arrojaban, oyéndolas pegar en las lápidas: fue esquivando tumbas y maldiciones, dirigiéndose como una bala hacia el cuerpo de Cedric, olvidado por completo del dolor de la pierna, concentrado con todas sus fuerzas en lo que tenía que hacer.

—¡Aturdidlo! —oyó gritar a Voldemort.

A tres metros de Cedric, Harry se parapetó tras un ángel de mármol para evitar los chorros de luz roja. La punta de una de las alas del ángel cayó rota al ser alcanzada por las maldiciones. Agarrando más fuerte la varita, salió corriendo.


¡Impedimenta!
—gritó, apuntando con la varita por encima del hombro a los
mortífagos
que lo perseguían.

Por un grito amortiguado, pensó que había dado al menos a uno de ellos, pero no tenía tiempo de pararse a mirar. Saltó sobre la Copa y se echó al suelo al oír más maldiciones tras él. Nuevos chorros de luz le pasaron por encima de la cabeza mientras, tumbado, alargaba la mano para coger el brazo de Cedric.

—¡Apartaos! ¡Lo mataré! ¡Es mío! —chilló Voldemort.

La mano de Harry había aferrado a Cedric por la muñeca. Entre él y Voldemort se interponía una lápida, pero Cedric pesaba demasiado para arrastrarlo, y la Copa quedaba fuera de su alcance.

Los rojos ojos de Voldemort destellaron en la oscuridad. Harry lo vio curvar la boca en una sonrisa, y levantar la varita.


¡Accio!
—gritó Harry, apuntando a la Copa de los tres magos con la varita.

La Copa voló por el aire hasta él. Harry la cogió por un asa.

Oyó el grito furioso de Voldemort en el mismo instante en que él sentía la sacudida bajo el ombligo que significaba que el
traslador
había funcionado: se alejaba de allí a toda velocidad en medio de un torbellino de viento y colores, y Cedric iba a su lado. Regresaban...

CAPÍTULO 35

La poción de la verdad

H
ARRY
cayó de bruces, y el olor del césped le penetró por la nariz. Había cerrado los ojos mientras el
traslador
lo transportaba, y seguía sin abrirlos. No se movió. Parecía que le hubieran cortado el aire. La cabeza le daba vueltas sin parar, y se sentía como si el suelo en que yacía fuera la cubierta de un barco. Para sujetarse, se aferró con más fuerza a las dos cosas que estaba agarrando: la fría y bruñida asa de la Copa de los tres magos, y el cuerpo de Cedric. Tenía la impresión de que si los soltaba se hundiría en las tinieblas que envolvían su cerebro. El horror sufrido y el agotamiento lo mantenían pegado al suelo, respirando el olor del césped, aguardando a que alguien hiciera algo... a que algo sucediera... Notaba un dolor vago e incesante en la cicatriz de la frente.

El estrépito lo ensordeció y lo dejó más confundido: había voces por todas partes, pisadas, gritos... Permaneció donde estaba, con el rostro contraído, como si fuera una pesadilla que pasaría...

Un par de manos lo agarraron con fuerza y lo volvieron boca arriba.

—¡Harry!, ¡Harry!

Abrió los ojos.

Miraba al cielo estrellado, y Albus Dumbledore se encontraba a su lado, agachado. Los rodeaban las sombras oscuras de una densa multitud de personas que se empujaban en el intento de acercarse más. Harry notó que el suelo, bajo su cabeza, retumbaba con los pasos.

Había regresado al borde del laberinto. Podía ver las gradas que se elevaban por encima de él, las formas de la gente que se movía por ellas, y las estrellas en lo alto.

Harry soltó la Copa, pero agarró a Cedric aún con más fuerza. Levantó la mano que le quedaba libre y cogió la muñeca de Dumbledore, cuyo rostro se desenfocaba por momentos.

—Ha retornado —susurró Harry—. Ha retornado. Voldemort.

—¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido?

El rostro de Cornelius Fudge apareció sobre Harry vuelto del revés. Parecía blanco y consternado.

—¡Dios... Dios mío, Diggory! —exclamó—. ¡Está muerto, Dumbledore!

Aquellas palabras se reprodujeron, y las sombras que los rodeaban se las repetían a los de atrás, y luego otros las gritaron, las chillaron en la noche: «¡Está muerto!», «¡Está muerto!», «¡Cedric Diggory está muerto!».

—Suéltalo, Harry —oyó que le decía la voz de Fudge, y notó dedos que intentaban separarlo del cuerpo sin vida de Cedric, pero Harry no lo soltó.

Entonces se acercó el rostro de Dumbledore, que seguía borroso.

—Ya no puedes hacer nada por él, Harry. Todo acabó. Suéltalo.

—Quería que lo trajera —musitó Harry: le parecía importante explicarlo—. Quería que lo trajera con sus padres...

—De acuerdo, Harry... Ahora suéltalo.

Dumbledore se inclinó y, con extraordinaria fuerza para tratarse de un hombre tan viejo y delgado, levantó a Harry del suelo y lo puso en pie. Harry se tambaleó. Le iba a estallar la cabeza. La pierna herida no soportaría más tiempo el peso de su cuerpo. Alrededor de ellos, la multitud daba empujones, intentando acercarse, apretando contra él sus oscuras siluetas.

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué le ocurre? ¡Diggory está muerto!

—¡Tendrán que llevarlo a la enfermería! —dijo Fudge en voz alta—. Está enfermo, está herido... Dumbledore, los padres de Diggory están aquí, en las gradas...

—Yo llevaré a Harry, Dumbledore, yo lo llevaré...

—No, yo preferiría...

—Amos Diggory viene corriendo, Dumbledore. Viene para acá... ¿No crees que tendrías que decirle, antes de que vea...?

—Quédate aquí, Harry.

Había chicas que gritaban y lloraban histéricas. La escena vaciló ante los ojos de Harry...

—Ya ha pasado, hijo, vamos... Te llevaré a la enfermería.

—Dumbledore me dijo que me quedara —objetó Harry. La cicatriz de la frente lo hacía sentirse a punto de vomitar. Las imágenes se le emborronaban aún más que antes.

—Tienes que acostarte. Vamos, ven...

Y alguien más alto y más fuerte que Harry empezó a llevarlo, tirando de él por entre la aterrorizada multitud. Harry oía chillidos y gritos ahogados mientras el hombre se abría camino por entre ellos, llevándolo al castillo. Cruzaron la explanada y dejaron atrás el lago con el barco de Durmstrang. Harry ya no oía más que la pesada respiración del hombre que lo ayudaba a caminar.

—¿Qué ha ocurrido, Harry? —le preguntó el hombre al fin, ayudándolo a subir la pequeña escalinata de piedra.

Bum, bum, bum. Era
Ojoloco
Moody.

—La Copa era un
traslador
—explicó, mientras atravesaban el vestíbulo—. Nos dejó en un cementerio... y Voldemort estaba allí... lord Voldemort.

Bum, bum, bum. Iban subiendo por la escalinata de mármol...

—¿Que el Señor Tenebroso estaba allí? ¿Y qué ocurrió entonces?

—Mató a Cedric... lo mataron...

—¿Y luego?

Bum, bum, bum. Avanzaban por el corredor...

—Con una poción... recuperó su cuerpo...

—¿El Señor Tenebroso ha recuperado su cuerpo? ¿Ha retornado?

—Y llegaron los
mortífagos
... y luego nos batimos...

—¿Que te batiste con el Señor Tenebroso?

—Me escapé... La varita... hizo algo sorprendente... Vi a mis padres... Salieron de su varita...

—Pasa, Harry... Aquí, siéntate. Ahora estarás bien. Bébete esto...

Harry oyó que una llave hurgaba en la cerradura, y se encontró una taza en las manos.

—Bébetelo... Te sentirás mejor. Vamos a ver, Harry: quiero que me cuentes todo lo que ocurrió exactamente...

Moody lo ayudó a tragar la bebida. Harry tosió por el ardor que la pimienta le dejó en la garganta. El despacho de Moody y el propio Moody aparecieron entonces mucho más claros a sus ojos. Estaba tan pálido como Fudge, y tenía ambos ojos fijos, sin parpadear, en el rostro de Harry:

—¿Ha retornado Voldemort, Harry? ¿Estás seguro? ¿Cómo lo hizo?

—Cogió algo de la tumba de su padre, algo de Colagusano y algo mío —dijo Harry. Su cabeza se aclaraba; la cicatriz ya no le dolía tanto. Veía con claridad el rostro de Moody, aunque el despacho estaba oscuro. Aún oía los gritos que llegaban del distante campo de
quidditch
.

—¿Qué fue lo que el Señor Tenebroso cogió de ti? —preguntó Moody.

—Sangre —dijo Harry, levantando el brazo. La manga de la túnica estaba rasgada por donde la había cortado Colagusano con la daga.

Moody profirió un silbido largo y sutil.

—¿Y los
mortífagos
? ¿Volvieron?

—Sí —contestó Harry—. Muchos...

—¿Cómo los trató? —preguntó en voz baja—. ¿Los perdonó?

Pero Harry acababa de recordar repentinamente. Tendría que habérselo dicho a Dumbledore, tendría que haberlo hecho enseguida...

—¡Hay un
mortífago
en Hogwarts! Hay un
mortífago
aquí: fue el que puso mi nombre en el cáliz de fuego y se aseguró de que llegara al final del Torneo...

Harry trató de levantarse, pero Moody lo empujó contra el respaldo.

—Ya sé quién es el
mortífago
—dijo en voz baja

—¿Karkarov? —preguntó Harry alterado—. ¿Dónde está? ¿Lo ha atrapado usted? ¿Lo han encerrado?

—¿Karkarov? —repitió Moody, riendo de forma extraña—. Karkarov ha huido esta noche, al notar que la Marca Tenebrosa le escocía en el brazo. Traicionó a demasiados fieles seguidores del Señor Tenebroso para querer volver a verlos... pero dudo que vaya lejos: el Señor Tenebroso sabe cómo encontrar a sus enemigos.

—¿Karkarov se ha ido? ¿Ha escapado? Pero entonces... ¿no fue él el que puso mi nombre en el cáliz?

—No —dijo Moody despacio—, no fue él. Fui yo.

Harry lo oyó pero no lo creyó.

—No, usted no lo hizo —replicó—. Usted no lo hizo... no pudo hacerlo...

—Te aseguro que sí —afirmó Moody, y su ojo mágico giró hasta fijarse en la puerta. Harry comprendió que se estaba asegurando de que no hubiera nadie al otro lado. Al mismo tiempo, Moody sacó la varita y apuntó a Harry con ella—. Entonces, ¿los perdonó?, ¿a los
mortífagos
que quedaron en libertad, los que se libraron de Azkaban?

—¿Qué?

Harry miró la varita con que Moody le apuntaba: era una broma pesada, sin duda.

—Te he preguntado —repitió Moody en voz baja— si él perdonó a esa escoria que no se preocupó por buscarlo. Esos cobardes traidores que ni siquiera afrontaron Azkaban por él. Esos apestosos desleales e inútiles que tuvieron el suficiente valor para hacer el idiota en los Mundiales de
Quidditch
pero huyeron a la vista de la Marca Tenebrosa que yo hice aparecer en el cielo.

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