Harry Potter y el cáliz de fuego (38 page)

Fleur Delacour fue a su encuentro y le entregó su varita.

Como si fuera una batuta, el anciano mago la hizo girar entre sus largos dedos, y de ella brotaron unas chispas de color oro y rosa. Luego se la acercó a los ojos y la examinó detenidamente.

—Sí —murmuró—, veinticinco centímetros... rígida... palisandro... y contiene... ¡Dios mío!...

—Un pelo de la cabeza de una
veela
—dijo Fleur—, una de mis abuelas.

De forma que Fleur tenía realmente algo de
veela
, se dijo Harry, pensando que debía contárselo a Ron... Luego recordó que no se hablaba con él.

—Sí —confirmó el señor Ollivander—, sí. Nunca he usado pelo de
veela
. Me parece que da como resultado unas varitas muy temperamentales. Pero a cada uno la suya, y si ésta le viene bien a usted...

Pasó los dedos por la varita, según parecía en busca de golpes o arañazos. Luego murmuró:


¡Orchideous!
—Y de la punta de la varita brotó un ramo de flores—. Bien, muy bien, está en perfectas condiciones de uso —declaró, recogiendo las flores y ofreciéndoselas a Fleur junto con la varita—. Señor Diggory, ahora usted.

Fleur se volvió a su asiento, sonriendo a Cedric cuando se cruzaron.

—¡Ah!, veamos, ésta la hice yo, ¿verdad? —dijo el señor Ollivander con mucho más entusiasmo, cuando Cedric le entregó la suya—. Sí, la recuerdo bien. Contiene un solo pelo de la cola de un excelente ejemplar de unicornio macho. Debía de medir diecisiete palmos. Casi me clava el cuerno cuando le corté la cola. Treinta centímetros y medio... madera de fresno... agradablemente flexible. Está en muy buenas condiciones... ¿La trata usted con regularidad?

—Le di brillo anoche —repuso Cedric con una sonrisa.

Harry miró su propia varita. Estaba llena de marcas de dedos. Con la tela de la túnica intentó frotarla un poco, con disimulo, pero de la punta saltaron unas chispas doradas. Fleur Delacour le dirigió una mirada de desdén, y desistió.

El señor Ollivander hizo salir de la varita de Cedric una serie de anillos de humo plateado, se declaró satisfecho y luego dijo:

—Señor Krum, si tiene usted la bondad...

Viktor Krum se levantó y avanzó hasta el señor Ollivander desgarbadamente, con la cabeza gacha y un andar torpe. Sacó la varita y se quedó allí con el entrecejo fruncido y las manos en los bolsillos de la túnica.

—Mmm —dijo el señor Ollivander—, ésta es una manufactura Gregorovitch, si no me equivoco. Un excelente fabricante, aunque su estilo no acaba de ser lo que yo... Sin embargo...

Levantó la varita para examinarla minuciosamente, sin parar de darle vueltas ante los ojos.

—Sí... ¿Madera de carpe y fibra sensible de dragón? —le preguntó a Krum, que asintió con la cabeza—. Bastante más gruesa de lo usual... bastante rígida... veintiséis centímetros...
¡Avis!

La varita de carpe produjo un estallido semejante a un disparo, y un montón de pajarillos salieron piando de la punta y se fueron por la ventana abierta hacia la pálida luz del sol.

—Bien —dijo el viejo mago, devolviéndole la varita a Krum—. Ahora queda... el señor Potter.

Harry se levantó y fue hasta el señor Ollivander cruzándose con Krum. Le entregó su varita.

—¡Aaaah, sí! —exclamó el señor Ollivander con ojos brillantes de entusiasmo—. Sí, sí, sí. La recuerdo perfectamente.

Harry también se acordaba. Lo recordaba como si hubiera sido el día anterior.

Cuatro veranos antes, el día en que cumplía once años, había entrado con Hagrid en la tienda del señor Ollivander para comprar una varita mágica. El señor Ollivander le había tomado medidas y luego le fue entregando una serie de varitas para que las probara. Harry cogió y probó casi todas las varitas de la tienda, o al menos eso le pareció, hasta encontrar una que le iba bien, aquélla, que estaba hecha de acebo, medía veintiocho centímetros y contenía una única pluma de la cola de un fénix. El señor Ollivander se había quedado muy sorprendido de que a Harry le fuera tan bien aquella varita. «Curioso —había dicho—... muy curioso.» Y sólo cuando al fin Harry le preguntó qué era lo curioso, le había explicado que la pluma de fénix de aquella varita provenía del mismo pájaro que la del interior de la varita de lord Voldemort.

Harry no se lo había dicho a nadie. Le tenía mucho cariño a su varita, y no había nada que pudiera hacer para evitar aquel parentesco con la de Voldemort, de la misma manera que no podía evitar el suyo con tía Petunia. Pero esperaba que el señor Ollivander no les revelara a los presentes nada de aquello. Le daba la impresión de que, si lo hacía, la pluma a vuelapluma de Rita Skeeter explotaría de la emoción.

El anciano mago se pasó mucho más rato examinando la varita de Harry que la de ningún otro. Pero al final hizo manar de ella un chorro de vino y se la devolvió a Harry, declarando que estaba en perfectas condiciones.

—Gracias a todos —dijo Dumbledore, levantándose—. Ya podéis regresar a clase. O tal vez sería más práctico ir directamente a cenar, porque falta poco para que terminen...

Harry se levantó para irse, con la sensación de que al final no todo había ido mal aquel día, pero el hombre de la cámara de fotos negra se levantó de un salto y se aclaró la garganta.

—¡Las fotos, Dumbledore, las fotos! —gritó Bagman—. Todos los campeones y los miembros del tribunal. ¿Qué te parece, Rita?

—Eh... sí, ésas primero —dijo Rita Skeeter, poniendo los ojos de nuevo en Harry—. Y luego tal vez podríamos sacar unas individuales.

Las fotografías llevaron bastante tiempo. Dondequiera que se colocara, Madame Maxime le quitaba la luz a todo el mundo, y el fotógrafo no podía retroceder lo suficiente para que ella cupiera. Por último se tuvo que sentar mientras los demás se quedaban de pie a su alrededor. Karkarov se empeñaba en enroscar la perilla con el dedo para que quedara más curvada. Krum, a quien Harry suponía acostumbrado a aquel tipo de cosas, se escondió al fondo para quedar medio oculto. El fotógrafo parecía querer que Fleur se pusiera delante, pero Rita Skeeter se acercó y tiró de Harry para destacarlo. Luego insistió en que se tomaran fotos individuales de los campeones, tras lo cual por fin pudieron irse.

Harry bajó a cenar. Vio que Hermione no estaba en el Gran Comedor, e imaginó que seguía en la enfermería por lo de los dientes. Cenó solo a un extremo de la mesa, y luego volvió a la torre de Gryffindor pensando en todos los deberes extra que tendría que hacer sobre los encantamientos convocadores. Arriba, en el dormitorio, se encontró con Ron.

—Has recibido una lechuza —le informó éste con brusquedad, señalando la almohada de Harry. La lechuza del colegio lo aguardaba allí.

—Ah, bien —dijo Harry.

—Y tenemos que cumplir el castigo mañana por la noche, en la mazmorra de Snape —añadió Ron.

Entonces salió del dormitorio sin mirar a Harry. Por un momento, Harry pensó en seguirlo, sin saber muy bien si quería hablar con él o pegarle, porque tanto una cosa como otra le resultaban tentadoras. Pero la carta de Sirius era más urgente, así que fue hacia la lechuza, le quitó la carta de la pata y la desenrolló:

Harry:

No puedo decir en una carta todo lo que quisiera, porque sería demasiado arriesgado si interceptaran la lechuza. Tenemos que hablar cara a cara. ¿Podrías asegurarte de estar solo junto a la chimenea de la torre de Gryffindor a la una de la noche del 22 de noviembre?

Sé mejor que nadie que eres capaz de cuidar de ti mismo, y mientras estés cerca de Dumbledore y de Moody no creo que nadie te pueda hacer daño alguno. Sin embargo, parece que alguien está haciendo intentos bastante acertados. El que te presentó al Torneo tuvo que arriesgarse bastante, especialmente con Dumbledore tan cerca.

Estate al acecho, Harry. Sigo queriendo que me informes de cualquier cosa anormal. En cuanto puedas, hazme saber si te viene bien el 22 de noviembre.

Sirius

CAPÍTULO 19

El colacuerno húngaro

L
A
perspectiva de hablar cara a cara con Sirius fue lo único que ayudó a Harry a pasar las siguientes dos semanas, la única luz en un horizonte que nunca había estado tan oscuro. Se le había pasado ya un poco el horror de verse a sí mismo convertido en campeón del colegio, y su lugar empezaba a ocuparlo el miedo a las pruebas a las que tendría que enfrentarse. La primera de ellas estaba cada vez más cerca. Se la imaginaba agazapada ante él como un monstruo horrible que le cerraba el paso. Nunca había tenido tantos nervios. Sobrepasaban con mucho lo que hubiera podido sentir antes de un partido de
quidditch
, incluido el último, jugado contra Slytherin, en el que se habían disputado la Copa de
quidditch
. Le resultaba muy difícil pensar en el futuro, porque sentía que toda su vida lo había conducido a la primera prueba... y que terminaría con ella.

En realidad no creía que Sirius lograra hacerlo sentirse mejor en lo que se refería a ejecutar ante cientos de personas un ejercicio desconocido de magia muy difícil y peligrosa, pero la mera visión de un rostro amigo lo ayudaría. Harry le mandó la respuesta diciéndole que se encontraría al lado de la chimenea de la sala común a la hora propuesta, y que Hermione y él pasaban mucho tiempo discutiendo planes para obligar a los posibles rezagados a salir de allí la noche en cuestión. En el peor de los casos, estaban dispuestos a tirar una bolsa de bombas fétidas, aunque esperaban no tener que recurrir a nada de eso, porque si Filch los pillaba los despellejaría.

Mientras tanto, la vida en el castillo se había hecho aún menos llevadera para Harry, porque Rita Skeeter había publicado su artículo sobre el Torneo de los tres magos, que resultó ser no tanto un reportaje sobre el Torneo como una biografía de Harry bastante alterada. La mayor parte de la primera página la ocupaba una fotografía de Harry, y el artículo (que continuaba en las páginas segunda, sexta y séptima) no trataba más que de Harry. Los nombres (mal escritos) de los campeones de Durmstrang y Beauxbatons no aparecían hasta la última línea del artículo, y a Cedric no se lo mencionaba en ningún lugar.

El artículo había aparecido diez días antes, y, cada vez que se acordaba de él, Harry todavía sentía ardores de estómago provocados por la vergüenza. El artículo de Rita Skeeter lo retrataba diciendo un montón de cosas que él no recordaba haber dicho nunca, y menos aún en aquel cuarto de la limpieza.

Supongo que les debo mi fuerza a mis padres. Sé que estarían orgullosos de mí si pudieran verme en este momento... Sí, algunas noches aún lloro por ellos, no me da vergüenza confesarlo... Sé que no puedo sufrir ningún daño en el Torneo porque ellos me protegen...

Pero Rita Skeeter no se había conformado con transformar sus «eh...» en frases prolijas y empalagosas. También había entrevistado a otra gente sobre él.

Finalmente, Harry ha hallado el amor en Hogwarts: Colin Creevey, su íntimo amigo, asegura que a Harry raramente se lo ve sin la compañía de una tal Hermione Granger, una muchacha de sorprendente belleza, hija de muggles y que, como Harry, está entre los mejores estudiantes del colegio.

Desde que había aparecido el artículo, Harry tuvo que soportar que la gente (especialmente los de Slytherin) le citaran frases al cruzarse con él en los pasillos e hicieran comentarios despectivos.

—¿Quieres un pañuelo, Potter, por si te entran ganas de llorar en clase de Transformaciones?

—¿Desde cuándo has sido tú uno de los mejores estudiantes del colegio, Potter? ¿O se refieren a un colegio fundado por ti y Longbottom?

—¡Eh, Harry!

Más que harto, Harry se detuvo en el corredor y empezó a gritar antes de acabar de volverse:

—Sí, he estado llorando por mi madre muerta hasta quedarme sin lágrimas, y ahora me voy a seguir...

—No... Sólo quería decirte... que se te cayó la pluma.

Era Cho. Harry se puso colorado.

—Ah, perdona —susurró él, recuperando la pluma.

—Buena suerte el martes —le deseó Cho—. Espero de verdad que te vaya bien.

Harry se sintió como un idiota.

A Hermione también le había tocado su ración de disgustos, pero aún no había empezado a gritar a los que se le acercaban sin ninguna mala intención. De hecho, a Harry le admiraba la manera en que ella llevaba la situación.

—¿De sorprendente belleza? ¿Ella? —chilló Pansy Parkinson la primera vez que la tuvo cerca después de la aparición del artículo de Rita Skeeter—. ¿Comparada con quién?, ¿con un primate?

—No hagas caso —dijo Hermione con gran dignidad irguiendo la cabeza y pasando con aire majestuoso por al lado de las chicas de Slytherin, que se reían como tontas—. Como si no existieran, Harry.

Pero Harry no podía pasar por alto las burlas. Ron no le había vuelto a hablar después de decirle lo del castigo de Snape. Harry había tenido la esperanza de que hicieran las paces durante las dos horas que tuvieron que pasarse en la mazmorra encurtiendo sesos de rata, pero coincidió que aquel día se publicó el artículo de Rita Skeeter, que pareció confirmar la creencia de Ron de que a Harry le encantaba ser el centro de atención.

Hermione estaba furiosa con los dos. Iba de uno a otro, tratando de conseguir que se volvieran a hablar, pero Harry se mantenía muy firme: sólo volvería a hablarle a Ron si éste admitía que Harry no se había presentado él mismo al Torneo y le pedía perdón por haberlo considerado mentiroso.

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