Harry Potter y el cáliz de fuego (41 page)

—¿Qué quieres decir? ¿Que Karkarov quiere matarme? Pero... ¿por qué?

Sirius dudó.

—He oído cosas muy curiosas. Últimamente los
mortífagos
parecen más activos de lo normal. Se desinhibieron en los Mundiales de
Quidditch
, ¿no? Alguno conjuró la Marca Tenebrosa... y además... ¿has oído lo de esa bruja del Ministerio de Magia que ha desaparecido?

—¿Bertha Jorkins?

—Exactamente... Desapareció en Albania, que es donde sitúan a Voldemort los últimos rumores. Y ella estaría al tanto del Torneo de los tres magos, ¿verdad?

—Sí, pero... no es muy probable que ella fuera en busca de Voldemort, ¿no? —dijo Harry.

—Escucha, yo conocí a Bertha Jorkins —repuso Sirius con tristeza—. Coincidimos en Hogwarts, aunque iba unos años por delante de tu padre y de mí. Y era idiota. Muy bulliciosa y sin una pizca de cerebro. No es una buena combinación, Harry. Me temo que sería muy fácil de atraer a una trampa.

—Así que... ¿Voldemort podría haber averiguado algo sobre el Torneo? —preguntó Harry—. ¿Eso es lo que quieres decir? ¿Crees que Karkarov podría haber venido obedeciendo sus órdenes?

—No lo sé —reconoció Sirius—, la verdad es que no lo sé... No me pega que Karkarov vuelva a Voldemort a no ser que Voldemort sea lo bastante fuerte para protegerlo. Pero el que metió tu nombre en el cáliz tenía algún motivo para hacerlo, y no puedo dejar de pensar que el Torneo es una excelente oportunidad para atacarte haciendo creer a todo el mundo que es un accidente.

—Visto así parece un buen plan —comentó Harry en tono lúgubre—. Sólo tendrán que sentarse a esperar que los dragones hagan su trabajo.

—En cuanto a los dragones —dijo Sirius, hablando en aquel momento muy aprisa—, hay una manera, Harry. No se te ocurra emplear el encantamiento aturdidor: los dragones son demasiado fuertes y tienen demasiadas cualidades mágicas para que les haga efecto un solo encantamiento de ese tipo. Se necesita media docena de magos a la vez para dominar a un dragón con ese procedimiento.

—Sí, ya lo sé, lo vi.

—Pero puedes hacerlo solo —prosiguió Sirius—. Hay una manera, y no se necesita más que un sencillo encantamiento. Simplemente...

Pero Harry lo detuvo con un gesto de la mano. El corazón le latía en el pecho como si fuera a estallar. Oía tras él los pasos de alguien que bajaba por la escalera de caracol.

—¡Vete! —le dijo a Sirius entre dientes—. ¡Vete! ¡Alguien se acerca!

Harry se puso en pie de un salto para tapar la chimenea. Si alguien veía la cabeza de Sirius dentro de Hogwarts, armaría un alboroto terrible, y él tendría problemas con el Ministerio. Lo interrogarían sobre el paradero de Sirius...

Harry oyó tras él, en el fuego, un suave «¡plin!», y comprendió que Sirius había desaparecido. Vigiló el inicio de la escalera de caracol. ¿Quién se habría levantado para dar un paseo a la una de la madrugada, impidiendo que Sirius le dijera cómo burlar al dragón?

Era Ron. Vestido con su pijama de cachemir rojo oscuro, se detuvo frente a Harry y miró a su alrededor.

—¿Con quién hablabas? —le preguntó.

—¿Y a ti qué te importa? —gruñó Harry—. ¿Qué haces tú aquí a estas horas?

—Me preguntaba dónde estarías... —Se detuvo, encogiéndose de hombros—. Bueno, me vuelvo a la cama.

—Se te ocurrió que podías bajar a husmear un poco, ¿no? —gritó Harry. Sabía que Ron no tenía ni idea de qué era lo que había interrumpido, sabía que no lo había hecho a propósito, pero le daba igual. En ese momento odiaba todo lo que tenía que ver con Ron, hasta el trozo del tobillo que le quedaba al aire por debajo de los pantalones del pijama.

—Lo siento mucho —dijo Ron, enrojeciendo de ira—. Debería haber pensado que no querías que te molestaran. Te dejaré en paz para que sigas ensayando tu próxima entrevista.

Harry cogió de la mesa una de las insignias de «
POTTER APESTA DE VERDAD
» y se la tiró con todas sus fuerzas. Le pegó a Ron en la frente y rebotó.

—¡Ahí tienes! —chilló Harry—. Para que te la pongas el martes. Ahora a lo mejor hasta te queda una cicatriz, si tienes suerte... Eso es lo que te da tanta envidia, ¿no?

A zancadas, cruzó la sala hacia la escalera. Esperaba que Ron lo detuviera, e incluso le habría gustado que le diera un puñetazo, pero Ron simplemente se quedó allí, en su pijama demasiado pequeño, y Harry, después de subir como una exhalación, se echó en la cama y permaneció bastante tiempo despierto y furioso con él. No lo oyó volver a subir.

CAPÍTULO 20

La primera prueba

C
UANDO
se levantó el domingo por la mañana, Harry puso tan poca atención al vestirse que tardó un rato en darse cuenta de que estaba intentando meter un pie en el sombrero en vez de hacerlo en el calcetín. Cuando por fin se hubo puesto todas las prendas en las partes correctas del cuerpo, salió aprisa para buscar a Hermione, y la encontró a la mesa de Gryffindor del Gran Comedor, desayunando con Ginny. Demasiado intranquilo para comer, Harry aguardó a que Hermione se tomara la última cucharada de gachas de avena y se la llevó fuera para dar otro paseo con ella. En los terrenos del colegio, mientras bordeaban el lago, Harry le contó todo lo de los dragones y lo que le había dicho Sirius.

Aunque muy asustada por las advertencias de Sirius sobre Karkarov, Hermione pensó que el problema más acuciante eran los dragones.

—Primero vamos a intentar que el martes por la tarde sigas vivo, y luego ya nos preocuparemos por Karkarov.

Dieron tres vueltas al lago, pensando cuál sería el encantamiento con el que se podría someter a un dragón. Pero, como no se les ocurrió nada, fueron a la biblioteca. Harry cogió todo lo que vio sobre dragones, y uno y otro se pusieron a buscar entre la alta pila de libros.

—«Embrujos para cortarles las uñas... Cómo curar la podredumbre de las escamas...» Esto no nos sirve: es para chiflados como Hagrid que lo que quieren es cuidarlos...

—«Es extremadamente dificil matar a un dragón debido a la antigua magia que imbuye su gruesa piel, que nada excepto los encantamientos más fuertes puede penetrar...» —leyó Hermione—. ¡Pero Sirius dijo que había uno sencillo que valdría!

—Busquemos pues en los libros de encantamientos sencillos... —dijo Harry, apartando a un lado el
Libro del amante de los dragones
.

Volvió a la mesa con una pila de libros de hechizos y comenzó a hojearlos uno tras otro. A su lado, Hermione cuchicheaba sin parar:

—Bueno, están los encantamientos permutadores... pero ¿para qué cambiarlos? A menos que le cambiaras los colmillos en gominolas o algo así, porque eso lo haría menos peligroso... El problema es que, como decía el otro libro, no es fácil penetrar la piel del dragón. Lo mejor sería transformarlo, pero, algo tan grande, me temo que no tienes ninguna posibilidad: dudo incluso que la profesora McGonagall fuera capaz... Pero tal vez podrías encantarte tú mismo. Tal vez para adquirir más poderes. Claro que no son hechizos sencillos, y no los hemos visto en clase; sólo los conozco por haber hecho algunos ejercicios preparatorios para el
TIMO
...

—Hermione —pidió Harry, exasperado—, ¿quieres callarte un momento, por favor? Trato de concentrarme.

Pero lo único que ocurrió cuando Hermione se calló fue que el cerebro de Harry se llenó de una especie de zumbido que tampoco lo dejaba concentrarse. Recorrió sin esperanzas el índice del libro
Maleficios básicos para el hombre ocupado y fastidiado: arranque de cabellera instantáneo
—pero los dragones ni siquiera tienen pelo, se dijo—,
aliento de pimienta
—eso seguramente sería echar más leña al fuego—,
lengua de cuerno
—precisamente lo que necesitaba: darle al dragón una nueva arma...

—¡Oh, no!, aquí vuelve. ¿Por qué no puede leer en su barquito? —dijo Hermione irritada cuando Viktor Krum entró con su andar desgarbado, les dirigió una hosca mirada y se sentó en un distante rincón con una pila de libros—. Vamos, Harry, volvamos a la sala común... El club de fans llegará dentro de un momento y no pararán de cotorrear...

Y, efectivamente, en el momento en que salían de la biblioteca, entraba de puntillas un ruidoso grupo de chicas, una de ellas con una bufanda de Bulgaria atada a la cintura.

Harry apenas durmió aquella noche. Cuando despertó la mañana del lunes, pensó seriamente, por vez primera, en escapar de Hogwarts. Pero en el Gran Comedor, a la hora del desayuno, miró a su alrededor y pensó en lo que dejaría si se fuera del castillo, y se dio cuenta de que no podía hacerlo. Era el único sitio en que había sido feliz... Bueno, seguramente también había sido feliz con sus padres, pero de eso no se acordaba.

En cierto modo, fue un alivio comprender que prefería quedarse y enfrentarse al dragón a volver a Privet Drive con Dudley. Lo hizo sentirse más tranquilo. Terminó con dificultad el tocino (nada le pasaba bien por la garganta) y, al levantarse de la mesa con Hermione, vio a Cedric Diggory dejando la mesa de Hufflepuff.

Cedric seguía sin saber lo de los dragones. Era el único de los campeones que no se habría enterado, si Harry estaba en lo cierto al pensar que Maxime y Karkarov se lo habían contado a Fleur y Krum.

—Nos vemos en el invernadero, Hermione —le dijo Harry, tomando una decisión al ver a Cedric dejar el Gran Comedor—. Ve hacia allí; ya te alcanzaré.

—Llegarás tarde, Harry. Está a punto de sonar la campana.

—Te alcanzaré, ¿vale?

Cuando Harry llegó a la escalinata de mármol, Cedric ya estaba al final de ella, acompañado por unos cuantos amigos de sexto curso. Harry no quería hablar con Cedric delante de ellos, porque eran de los que le repetían frases del artículo de Rita Skeeter cada vez que lo veían. Lo siguió a cierta distancia, y vio que se dirigía hacia el corredor donde se hallaba el aula de Encantamientos. Eso le dio una idea. Deteniéndose a una distancia prudencial de ellos, sacó la varita y apuntó con cuidado.


¡Diffindo!

A Cedric se le rasgó la mochila. Libros, plumas y rollos de pergamino se esparcieron por el suelo, y varios frascos de tinta se rompieron.

—No os molestéis —dijo Cedric, irritado, a sus amigos cuando se inclinaron para ayudarlo a recoger las cosas—. Decidle a Flitwick que no tardaré, vamos.

Aquello era lo que Harry había pretendido. Se guardó la varita en la túnica, esperó a que los amigos de Cedric entraran en el aula y se apresuró por el corredor, donde sólo quedaban Cedric y él.

—Hola —lo saludó Cedric, recogiendo un ejemplar de
Guía de la transformación, nivel superior
salpicado de tinta—. Se me acaba de descoser la mochila... a pesar de ser nueva.

—Cedric —le dijo Harry sin más preámbulos—, la primera prueba son dragones.

—¿Qué? —exclamó Cedric, levantando la mirada.

—Dragones —repitió Harry, hablando con rapidez por si el profesor Flitwick salía para ver lo que le había ocurrido a Cedric—. Han traído cuatro, uno para cada uno, y tenemos que burlarlos.

Cedric lo miró. Harry vio en sus grises ojos parte del pánico que lo embargaba a él desde la noche del sábado.

—¿Estás seguro? —inquirió Cedric en voz baja.

—Completamente —respondió Harry—. Los he visto.

—Pero ¿cómo te enteraste? Se supone que no podemos saber...

—No importa —contestó Harry con premura. Sabía que, si decía la verdad, Hagrid se vería en apuros—. Pero no soy el único que lo sabe. A estas horas Fleur y Krum ya se habrán enterado, porque Maxime y Karkarov también los vieron.

Cedric se levantó con los brazos llenos de plumas, pergaminos y libros manchados de tinta y la bolsa rasgada colgando y balanceándose de un hombro. Miró a Harry con una mirada desconcertada y algo suspicaz.

—¿Por qué me lo has dicho? —preguntó.

Harry lo miró, sorprendido de que le hiciera aquella pregunta. Desde luego, Cedric no la habría hecho si hubiera visto los dragones con sus propios ojos. Harry no habría dejado ni a su peor enemigo que se enfrentara a aquellos dragones sin previo aviso. Bueno, tal vez a Malfoy y a Snape...

—Es justo, ¿no te parece? —le dijo a Cedric—. Ahora todos lo sabemos... Estamos en pie de igualdad, ¿no?

Cedric seguía mirándolo con suspicacia cuando Harry escuchó tras él un golpeteo que le resultaba conocido. Se volvió y vio que
Ojoloco
Moody salía de un aula cercana.

—Ven conmigo, Potter —gruñó—. Diggory, entra en clase.

Harry miró a Moody, temeroso. ¿Los había oído?

—Eh... profesor, ahora me toca Herbología...

—No te preocupes, Potter. Acompáñame al despacho, por favor...

Harry lo siguió, preguntándose qué iba a suceder. ¿Y si Moody se empeñaba en saber cómo se había enterado de lo de los dragones? ¿Iría a ver a Dumbledore para denunciar a Hagrid, o simplemente lo convertiría a él en un hurón? Bueno, tal vez fuera más fácil burlar a un dragón siendo un hurón, pensó Harry desanimado, porque sería más pequeño y mucho menos fácil de distinguir desde una altura de quince metros...

Entró en el despacho después de Moody, que cerró la puerta tras ellos, se volvió hacia Harry y fijó en él los dos ojos, el mágico y el normal.

—Eso ha estado muy bien, Potter —dijo Moody en voz baja.

No supo qué decir. Aquélla no era la reacción que él esperaba.

—Siéntate —le indicó Moody.

Harry obedeció y paseó la mirada por el despacho. Ya había estado allí cuando pertenecía a dos de sus anteriores titulares. Cuando lo ocupaba el profesor Lockhart, las paredes estaban forradas con fotos del mismo Lockhart, fotos que sonreían y guiñaban el ojo. En los tiempos de Lupin, lo más fácil era encontrarse un espécimen de alguna nueva y fascinante criatura tenebrosa que el profesor hubiera conseguido para estudiarla en clase. En aquel momento, sin embargo, el despacho se encontraba abarrotado de extraños objetos que, según supuso Harry, Moody debía de haber empleado en sus tiempos de
auror
.

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