Harry Potter y el cáliz de fuego (46 page)

A Winky le tembló el labio. Luego rompió a llorar, y las lágrimas se derramaron desde sus grandes ojos castaños y le cayeron a la blusa, como en los Mundiales de
Quidditch
.

—¡Ah, por Dios! —dijo Hermione. Ella y Ron habían seguido a Harry y Dobby hasta el otro extremo de la cocina—. Winky, no llores, por favor, no...

Pero Winky lloró aún con más fuerza. Por su parte, Dobby le sonrió a Harry.

—¿Le apetecería a Harry Potter una taza de té? —chilló bien alto, por encima de los sollozos de Winky.

—Eh... bueno —aceptó Harry.

Al instante, unos seis elfos domésticos llegaron al trote por detrás, llevando una bandeja grande de plata cargada con una tetera, tazas para Harry, Ron y Hermione, una lecherita y un plato lleno de pastas.

—¡Qué buen servicio! —dijo Ron impresionado.

Hermione lo miró con el entrecejo fruncido, pero los elfos parecían encantados. Hicieron una profunda reverencia y se retiraron.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí, Dobby? —preguntó Harry, mientras Dobby servía el té.

—¡Sólo una semana, Harry Potter, señor! —contestó Dobby muy contento—. Dobby vino para ver al profesor Dumbledore, señor. ¿Sabe, señor?, a un elfo doméstico que ha sido despedido le resulta muy difícil conseguir un nuevo puesto de trabajo.

Al decir esto, Winky redobló la fuerza de sus sollozos. La nariz, que era parecida a un tomate aplastado, le goteaba sobre la blusa, y ella no hacía nada para impedirlo.

—¡Dobby ha viajado por todo el país durante dos años intentando encontrar trabajo, señor! —chilló Dobby—. ¡Pero Dobby no ha encontrado trabajo, señor, porque Dobby quiere que le paguen!

Los elfos domésticos que había por la cocina, que escuchaban y observaban con interés, apartaron la mirada al oír aquellas palabras, como si Dobby hubiera dicho algo grosero y vergonzoso.

Hermione, por el contrario, le dijo:

—¡Me parece muy bien, Dobby!

—¡Gracias, señorita! —respondió Dobby, enseñándole los dientes al sonreír—. Pero la mayor parte de los magos no quieren un elfo doméstico que exige que le paguen, señorita. «¡Pues vaya un elfo doméstico!», dicen, y me dan un portazo. A Dobby le gusta trabajar, pero quiere llevar ropa y quiere que le paguen, Harry Potter... ¡A Dobby le gusta ser libre!

Los elfos domésticos de Hogwarts se alejaban de Dobby poco a poco, como si sufriera una enfermedad contagiosa. Winky se quedó donde estaba, aunque se puso a llorar aún con más fuerza.

—¡Y después, Harry Potter, Dobby va a ver a Winky y se entera de que Winky también ha sido liberada! —dijo Dobby contento.

Al oír esto, Winky se levantó de golpe del taburete y, echándose boca abajo sobre el suelo de losas de piedra, se puso a golpearlo con sus diminutos puños mientras lloraba con verdadero dolor. Hermione se apresuró a dejarse caer de rodillas a su lado, e intentó consolarla, pero nada de lo que decía tenía ningún efecto.

Dobby prosiguió su historia chillando por encima del llanto de Winky.

—¡Y entonces se le ocurrió a Dobby, Harry Potter, señor! «¿Por qué Dobby y Winky no buscan trabajo juntos?», dice Dobby. «¿Dónde hay bastante trabajo para dos elfos domésticos?», pregunta Winky. Y Dobby piensa, ¡y cae en la cuenta, señor! ¡Hogwarts! Así que Dobby y Winky vinieron a ver al profesor Dumbledore, señor, ¡y el profesor Dumbledore los contrató!

Dobby sonrió muy contento, y de los ojos volvieron a brotarle lágrimas de felicidad.

—¡Y el profesor Dumbledore dice que pagará a Dobby, señor, si Dobby quiere que se le pague! ¡Y así Dobby es un elfo libre, señor, y Dobby recibe un galeón a la semana y libra un día al mes!

—¡Eso no es mucho! —dijo Hermione desde el suelo, por encima de los continuados llantos y puñetazos de Winky.

—El profesor Dumbledore le ofreció a Dobby diez galeones a la semana, y librar los fines de semana —explicó Dobby, estremeciéndose repentinamente, como si la posibilidad de tantas riquezas y tiempo libre lo aterrorizara—, pero Dobby regateó hacia abajo, señorita... A Dobby le gusta la libertad, señorita, pero no quiere demasiada, señorita. Prefiere trabajar.

—¿Y cuánto te paga a ti el profesor Dumbledore, Winky? —le preguntó Hermione con suavidad.

Si pensaba que aquella pregunta la alegraría, estaba completamente equivocada. Winky dejó de llorar, pero cuando se sentó miró a Hermione con sus enormes ojos castaños, con la cara empapada y una expresión de furia.

—¡Winky puede ser una elfina desgraciada, pero todavía no recibe paga! —chilló—. ¡Winky no ha caído tan bajo! ¡Winky se siente avergonzada de ser libre! ¡Como debe ser!

—¿Avergonzada? —repitió Hermione sin comprender—. ¡Pero, vamos, Winky! ¡Es el señor Crouch el que debería avergonzarse, no tú! Tú no hiciste nada incorrecto. ¡Es él el que se portó contigo horriblemente!

Pero, al oír aquellas palabras, Winky se llevó las manos a los agujeros del sombrero y se aplastó las orejas para no oír nada, a la vez que chillaba:

—¡Usted no puede insultar a mi amo, señorita! ¡Usted no puede insultar al señor Crouch! ¡El señor Crouch es un buen mago, señorita! ¡El señor Crouch hizo bien en despedir a Winky, que es mala!

—A Winky le está costando adaptarse, Harry Potter —chilló Dobby en tono confidencial—. Winky se olvida de que ya no está ligada al señor Crouch. Ahora podría decir lo que piensa, pero no lo hará.

—Entonces, ¿los elfos domésticos no pueden decir lo que piensan sobre sus amos? —preguntó Harry.

—¡Oh, no, señor, no! —contestó Dobby, repentinamente serio—. Es parte de la esclavitud del elfo doméstico, señor. Guardamos sus secretos con nuestro silencio, señor. Nosotros sostenemos el honor familiar y nunca hablamos mal de ellos. Aunque el profesor Dumbledore le dijo a Dobby que él no le daba importancia a eso. El profesor Dumbledore dijo que somos libres para... para...

Dobby se puso nervioso de pronto, y le hizo a Harry una seña para que se acercara más. Harry se inclinó hacia él. Entonces Dobby le susurró:

—Dijo que somos libres para llamarlo... para llamarlo... vejete chiflado, si queremos, señor.

Dobby se rió con una risa nerviosa. Estaba asustado.

—Pero Dobby no quiere llamarlo así, Harry Potter —dijo, retomando el tono normal y sacudiendo la cabeza para hacer que sus orejas palmearan la una con la otra—. Dobby aprecia muchísimo al profesor Dumbledore, y estará orgulloso de guardarle sus secretos.

—Pero ¿ahora puedes decir lo que quieras sobre los Malfoy? —le preguntó Harry, sonriendo.

En los inmensos ojos de Dobby había una mirada de temor.

—Dobby... Dobby podría —dijo dudando. Encogió sus pequeños hombros—. Dobby podría decirle a Harry Potter que sus antiguos amos eran... eran... ¡magos tenebrosos!

Dobby se quedó quieto un momento, temblando, horrorizado de su propio atrevimiento. Luego corrió hasta la mesa más cercana y empezó a darse cabezazos contra ella, muy fuerte.

—¡Dobby es malo! ¡Dobby es malo! —chilló.

Harry agarró a Dobby por la parte de atrás de la corbata y tiró de él para separarlo de la mesa.

—Gracias, Harry Potter, gracias —dijo Dobby sin aliento, frotándose la cabeza.

—Sólo te hace falta un poco de práctica —repuso Harry.

—¡Práctica! —chilló Winky furiosa—. ¡Deberías avergonzarte de ti mismo, Dobby, decir eso de tus amos!

—¡Ellos ya no son mis amos, Winky! —replicó Dobby desafiante—. ¡A Dobby ya no le preocupa lo que piensen!

—¡Eres un mal elfo, Dobby! —gimió Winky, con lágrimas brotándole de los ojos—. ¡Pobre señor Crouch!, ¿cómo se las apañará sin Winky? ¡Me necesita, necesita mis cuidados! He cuidado de los Crouch toda mi vida, y mi madre lo hizo antes que yo, y mi abuela antes que ella... ¿Qué dirían si supieran que me han liberado? ¡Ah, el oprobio, la vergüenza! —Volvió a taparse la cara con la falda y siguió llorando.

—Winky —le dijo Hermione con firmeza—, estoy completamente segura de que el señor Crouch se las apaña bien sin ti. Lo hemos visto, ¿sabes?

—¿Han visto a mi amo? —exclamó Winky sin aliento, alzando la cara llena de lágrimas y mirándola con ojos como platos—. ¿Lo ha visto usted aquí, en Hogwarts?

—Sí —repuso Hermione—. Él y el señor Bagman son jueces en el Torneo de los tres magos.

—¿También viene el señor Bagman? —chilló Winky.

Para sorpresa de Harry (y también de Ron y Hermione, por la expresión de sus caras), Winky volvió a indignarse.

—¡El señor Bagman es un mago malo!, ¡un mago muy malo! ¡A mi amo no le gusta, no, nada en absoluto!

—¿Bagman malo? —se extrañó Harry.

—¡Ay, sí! —dijo Winky, afirmando enérgicamente con la cabeza—. ¡Mi amo le contó a Winky algunas cosas! Pero Winky no lo dice... Winky guarda los secretos de su amo... —Volvió a deshacerse en lágrimas, y la oyeron murmurar entre sollozos, con la cabeza otra vez escondida en la falda—: ¡Pobre amo, pobre amo!, ¡ya no tiene a Winky para que lo ayude!

Como fue imposible sacarle a Winky otra palabra sensata, la dejaron llorar y se acabaron el té mientras Dobby les hablaba alegremente sobre su vida como elfo libre y los planes que tenía para su dinero.

—¡Dobby va a comprarse un jersey, Harry Potter! —explicó muy contento, señalándose el pecho desnudo.

—¿Sabes una cosa, Dobby? —le dijo Ron, que parecía haberle tomado aprecio—. Te daré el que me haga mi madre esta Navidad; siempre me regala uno. No te disgusta el color rojo, ¿verdad? —Dobby se emocionó—. Tendremos que encogerlo un poco para que te venga bien, pero combinará perfectamente con la cubretetera.

Cuando se disponían a irse, muchos de los elfos que había por allí se les acercaron a fin de ofrecerles cosas de picar para que las tomaran mientras subían la escalera. Hermione declinó, entristecida por la manera en que los elfos hacían reverencias, pero Harry y Ron se llenaron los bolsillos con empanadillas y pasteles.

—¡Muchísimas gracias! —les dijo Harry a los elfos, que se habían arracimado junto a la puerta para darles las buenas noches—. ¡Hasta luego, Dobby!

—Harry Potter... ¿puede Dobby ir a verlo alguna vez, señor? —preguntó el elfo con timidez.

—Por supuesto que sí —respondió Harry, y Dobby sonrió.

—¿Sabéis una cosa? —comentó Ron cuando Harry, Hermione y él habían dejado atrás las cocinas, y subían hacia el vestíbulo—. He estado todos estos años muy impresionado por la manera en que Fred y George robaban comida de las cocinas. Y, la verdad, no es que sea muy dificil, ¿no? ¡Arden en deseos de obsequiarlo a uno con ella!

—Creo que no podía haberles ocurrido nada mejor a esos elfos, ¿sabéis? —dijo Hermione, subiendo delante de ellos por la escalinata de mármol—. Me refiero a que Dobby viniera a trabajar aquí. Los otros elfos se darán cuenta de lo feliz que es siendo libre, ¡y poco a poco empezarán a desear lo mismo!

—Esperemos que no se fijen mucho en Winky —dijo Harry.

—Ella se animará —afirmó Hermione, aunque parecía un poco dudosa—. En cuanto se le haya pasado el susto y se haya acostumbrado a Hogwarts, se dará cuenta de que está mucho mejor sin ese señor Crouch.

—Parece que lo quiere mucho —apuntó Ron con la boca llena (acababa de empezar un pastel de crema).

—Sin embargo, no tiene muy buena opinión de Bagman, ¿verdad? —comentó Harry—. Me pregunto qué dirá el señor Crouch de él en su casa.

—Seguramente dice que no es un buen director de departamento —repuso Hermione—, y la verdad es que algo de razón sí que tiene, ¿no?

—Aun así preferiría trabajar para él que para Crouch —declaró Ron—. Al menos Bagman tiene sentido del humor.

—Que Percy no te oiga decir eso —le advirtió Hermione, sonriendo ligeramente.

—No, bueno, Percy no trabajaría para alguien que tuviera sentido del humor —dijo Ron, comenzando un relámpago de chocolate—. Percy no reconocería una broma aunque bailara desnuda delante de él llevando la cubretetera de Dobby.

CAPÍTULO 22

Una prueba inesperada

—¡P
OTTER
!, ¡Weasley!, ¿queréis atender?

La irritada voz de la profesora McGonagall restalló como un látigo en la clase de Transformaciones del jueves, y tanto Harry como Ron se sobresaltaron.

La clase estaba acabando. Habían terminado el trabajo: las gallinas de Guinea que habían estado transformando en conejillos de Indias estaban guardadas en una jaula grande colocada sobre la mesa de la profesora McGonagall (el conejillo de Neville todavía tenía plumas), y habían copiado de la pizarra el enunciado de sus deberes («Describe, poniendo varios ejemplos, en qué deben modificarse los encantamientos transformadores al llevar a cabo cambios en especies híbridas»). La campana iba a sonar de un momento a otro. Cuando Harry y Ron, que habían estado luchando con dos de las varitas de pega de Fred y George a modo de espadas, levantaron la vista, Ron sujetaba un loro de hojalata, y Harry, una merluza de goma.

—Ahora que Potter y Weasley tendrán la amabilidad de comportarse de acuerdo con su edad —dijo la profesora McGonagall dirigiéndoles a los dos una mirada de enfado cuando la cabeza de la merluza de Harry cayó al suelo (súbitamente cortada por el pico del loro de hojalata de Ron) —, tengo que deciros algo a todos vosotros.

»Se acerca el baile de Navidad: constituye una parte tradicional del Torneo de los tres magos y es al mismo tiempo una buena oportunidad para relacionarnos con nuestros invitados extranjeros. Al baile sólo irán los alumnos de cuarto en adelante, aunque si lo deseáis podéis invitar a un estudiante más joven...

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