Harry Potter y el cáliz de fuego (21 page)

—Quizá nos veamos antes de lo que piensas —le dijo Charlie a Ginny, sonriendo, al abrazarla.

—¿Por qué? —le preguntó Fred muy interesado.

—Ya lo verás —respondió Charlie—. Pero no le digas a Percy que he dicho nada, porque, al fin y al cabo, es «información reservada, hasta que el ministro juzgue conveniente levantar el secreto».

—Sí, ya me gustaría volver a Hogwarts este año —dijo Bill con las manos en los bolsillos, mirando el tren con nostalgia.

—¿Por qué? —quiso saber George, intrigado.

—Porque vais a tener un curso muy interesante —explicó Bill, parpadeando—. Quizá podría hacer algo de tiempo para ir y echar un vistazo a...

—¿A qué?

Pero en aquel momento sonó el silbato, y la señora Weasley los empujó hacia las puertas de los vagones.

—Gracias por la estancia, señora Weasley —dijo Hermione después de que subieron al tren, cerraron la puerta y se asomaron por la ventanilla para hablar con ella.

—Sí, gracias por todo, señora Weasley —dijo Harry.

—El placer ha sido mío —respondió ella—. Os invitaría también a pasar la Navidad, pero... bueno, creo que preferiréis quedaros en Hogwarts, porque con una cosa y otra...

—¡Mamá! —exclamó Ron enfadado—. ¿Qué es lo que sabéis vosotros tres y nosotros no?

—Esta noche os enteraréis, espero —contestó la señora Weasley con una sonrisa—. Va a ser muy emocionante... Desde luego, estoy muy contenta de que hayan cambiado las normas...

—¿Qué normas? —preguntaron Harry, Ron, Fred y George al mismo tiempo.

—Seguro que el profesor Dumbledore os lo explicará... Ahora, portaos bien, ¿eh? ¿Eh, Fred? ¿Eh, George?

El tren pitó muy fuerte y comenzó a moverse.

—¡Decidnos lo que va a ocurrir en Hogwarts! —gritó Fred desde la ventanilla cuando ya las figuras de la señora Weasley, de Bill y de Charlie empezaban a alejarse—. ¿Qué normas van a cambiar?

Pero la señora Weasley tan sólo sonreía y les decía adiós con la mano. Antes de que el tren hubiera doblado la curva, ella, Bill y Charlie habían desaparecido.

Harry, Ron y Hermione regresaron a su compartimiento. La espesa lluvia salpicaba en las ventanillas con tal fuerza que apenas distinguían nada del exterior. Ron abrió su baúl, sacó la túnica de gala de color rojo oscuro y tapó con ella la jaula de
Pigwidgeon
para amortiguar sus gorjeos.

—Bagman nos quería contar lo que va a pasar en Hogwarts —dijo malhumorado, sentándose al lado de Harry—. En los Mundiales, ¿recordáis? Pero mi propia madre es incapaz de decir nada. Me pregunto qué...

—¡Shh! —susurró de pronto Hermione, poniéndose un dedo en los labios y señalando el compartimiento de al lado.

Los tres aguzaron el oído y, a través de la puerta entreabierta, oyeron una voz familiar que arrastraba las palabras.

—... Mi padre pensó en enviarme a Durmstrang antes que a Hogwarts. Conoce al director. Bueno, ya sabéis lo que piensa de Dumbledore: a ése le gustan demasiado los sangre sucia... En cambio, en el Instituto Durmstrang no admiten a ese tipo de chusma. Pero a mi madre no le gustaba la idea de que yo fuera al colegio tan lejos. Mi padre dice que en Durmstrang tienen una actitud mucho más sensata que en Hogwarts con respecto a las Artes Oscuras. Los alumnos de Durmstrang las aprenden de verdad: no tienen únicamente esa porquería de defensa contra ellas que tenemos nosotros...

Hermione se levantó, fue de puntillas hasta la puerta del compartimiento y la cerró para no dejar pasar la voz de Malfoy.

—Así que piensa que Durmstrang le hubiera venido mejor, ¿no? —dijo irritada—. Me gustaría que lo hubieran llevado allí. De esa forma no tendríamos que aguantarlo.

—¿Durmstrang es otra escuela de magia? —preguntó Harry.

—Sí —dijo Hermione desdeñosamente—, y tiene una reputación horrible. Según el libro
Evaluación de la educación mágica en Europa
, da muchísima importancia a las Artes Oscuras.

—Creo que he oído algo sobre ella —comentó Ron pensativamente—. ¿Dónde está? ¿En qué país?

—Bueno, nadie lo sabe —repuso Hermione, levantando las cejas.

—Eh... ¿por qué no? —se extrañó Harry.

—Hay una rivalidad tradicional entre todas las escuelas de magia. A las de Durmstrang y Beauxbatons les gusta ocultar su paradero para que nadie les pueda robar los secretos —explicó Hermione con naturalidad.

—¡Vamos! ¡No digas tonterías! —exclamó Ron, riéndose—. Durmstrang tiene que tener el mismo tamaño que Hogwarts. ¿Cómo van a esconder un castillo enorme?

—¡Pero si también Hogwarts está oculto! —dijo Hermione, sorprendida—. Eso lo sabe todo el mundo. Bueno, todo el mundo que ha leído
Historia de Hogwarts
.

—Sólo tú, entonces —repuso Ron—. A ver, ¿cómo han hecho para esconder un lugar como Hogwarts?

—Está embrujado —explicó Hermione—. Si un
muggle
lo mira, lo único que ve son unas ruinas viejas con un letrero en la entrada donde dice:
«MUY PELIGROSO. PROHIBIDA LA ENTRADA.»

—¿Así que Durmstrang también parece unas ruinas para el que no pertenece al colegio?

—Posiblemente —contestó Hermione, encogiéndose de hombros—. O podrían haberle puesto repelentes mágicos de
muggles
, como al estadio de los Mundiales. Y, para impedir que los magos ajenos lo encuentren, pueden haberlo convertido en inmarcable.

—¿Cómo?

—Bueno, se puede encantar un edificio para que sea imposible marcarlo en ningún mapa.

—Eh... si tú lo dices... —admitió Harry.

—Pero creo que Durmstrang tiene que estar en algún país del norte —dijo Hermione reflexionando—. En algún lugar muy frío, porque llevan capas de piel como parte del uniforme.

—¡Ah, piensa en las posibilidades que eso tiene! —dijo Ron en tono soñador—. Habría sido tan fácil tirar a Malfoy a un glaciar y que pareciera un accidente... Es una pena que su madre no quisiera que fuera allí.

La lluvia se hacía aún más y más intensa conforme el tren avanzaba hacia el norte. El cielo estaba tan oscuro y las ventanillas tan empañadas que hacia el mediodía ya habían encendido las luces. El carrito de la comida llegó traqueteando por el pasillo, y Harry compró un montón de pasteles en forma de caldero para compartirlos con los demás.

Varios de sus amigos pasaron a verlos a lo largo de la tarde, incluidos Seamus Finnigan, Dean Thomas y Neville Longbottom, un muchacho de cara redonda extraordinariamente olvidadizo que había sido criado por su abuela, una bruja de armas tomar. Seamus aún llevaba la escarapela del equipo de Irlanda. Parecía que iba perdiendo su magia poco a poco, y, aunque todavía gritaba «¡Troy!, ¡Mullet!, ¡Moran!», lo hacía de forma muy débil y como fatigada. Después de una media hora, Hermione, harta de la inacabable charla sobre
quidditch
, se puso a leer una vez más el
Libro reglamentario de hechizos, curso 4º
, e intentó aprenderse el encantamiento convocador.

Mientras revivían el partido de la Copa, Neville los escuchaba con envidia.

—Mi abuela no quiso ir —dijo con evidente tristeza—. No compró entradas. Supongo que habrá sido impresionante...

—Lo fue —asintió Ron—. Mira esto, Neville...

Revolvió un poco en su baúl, que estaba colgado en la rejilla portaequipajes, y sacó la miniatura de Viktor Krum.

—¡Vaya! —exclamó Neville maravillado, cuando Ron le puso a Krum en su rechoncha mano.

—Lo vimos muy de cerca, además —añadió Ron—, porque estuvimos en la tribuna principal...

—Por primera y última vez en tu vida, Weasley.

Draco Malfoy acababa de aparecer en el vano de la puerta. Detrás de él estaban Crabbe y Goyle, sus enormes y brutos amigotes, que parecían haber crecido durante el verano al menos treinta centímetros cada uno. Evidentemente, habían escuchado la conversación a través de la puerta del compartimiento, que Dean y Seamus habían dejado entreabierta.

—No recuerdo haberte invitado a entrar, Malfoy —dijo Harry fríamente.

—¿Qué es eso, Weasley? —preguntó Malfoy, señalando la jaula de
Pigwidgeon
. Una manga de la túnica de gala de Ron colgaba de ella balanceándose con el movimiento del tren, y el puño de puntilla de aspecto enmohecido resaltaba a la vista.

Ron intentó ocultar la túnica, pero Malfoy fue más rápido: agarró la manga y tiró de ella.

—¡Mirad esto! —exclamó Malfoy, encantado, enseñándoles a Crabbe y a Goyle la túnica de Ron—. No pensarás ponerte esto, ¿eh, Weasley? Fueron el último grito hacia mil ochocientos noventa...

—¡Vete a la mierda, Malfoy! —le dijo Ron, con la cara del mismo color que su túnica cuando la desprendió de las manos de Malfoy.

Malfoy se rió de él sonoramente. Crabbe y Goyle se reían también como tontos.

—¿Así que vas a participar, Weasley? ¿Vas a intentar dar un poco de gloria a tu apellido? También hay dinero, por supuesto. Si ganaras podrías comprarte una túnica decente...

—¿De qué hablas? —preguntó Ron bruscamente.

—¿Vas a participar? —repitió Malfoy—. Supongo que tú sí, Potter. Nunca dejas pasar una oportunidad de exhibirte, ¿a que no?

—Malfoy, una de dos: explica de qué estás hablando o vete —dijo Hermione con irritación, por encima de su
Libro reglamentario de hechizos, curso 4º
.

Una alegre sonrisa se dibujó en el pálido rostro de Malfoy.

—¡No me digas que no lo sabéis! —dijo muy contento—. ¿Tú tienes en el Ministerio a un padre y un hermano, y no lo sabes? Dios mío, mi padre me lo dijo hace un siglo... Cornelius Fudge se lo explicó. Pero, claro, mi padre siempre se ha relacionado con la gente más importante del Ministerio... Quizá el rango de tu padre es demasiado bajo para enterarse, Weasley. Sí... seguramente no tratan de cosas importantes con tu padre delante.

Volviendo a reírse, Malfoy hizo una seña a Crabbe y Goyle, y los tres se fueron.

Ron se puso en pie y cerró la puerta corredera del compartimiento dando un portazo tan fuerte que el cristal se hizo añicos.

—¡Ron! —le reprochó Hermione. Luego sacó la varita y susurró—:
¡Reparo!
—Los trozos se recompusieron en una plancha de cristal y regresaron a la puerta.

—Bueno... ha hecho como que lo sabe todo y nosotros no —dijo Ron con un gruñido—. «Mi padre siempre se ha relacionado con la gente más importante del Ministerio...» Mi padre podría haber ascendido cuando hubiera querido... pero prefiere quedarse donde está...

—Por supuesto que sí —asintió Hermione en voz baja—. No dejes que te moleste Malfoy, Ron.

—¿Él? ¿Molestarme a mí? ¡Como si pudiera! —replicó Ron cogiendo uno de los pasteles en forma de caldero que quedaban y aplastándolo.

A Ron no se le pasó el malhumor durante el resto del viaje. No habló gran cosa mientras se cambiaban para ponerse la túnica del colegio, y seguía sonrojado cuando por fin el expreso de Hogwarts aminoró la marcha hasta detenerse en la estación de Hogsmeade, que estaba completamente oscura.

Cuando se abrieron las puertas del tren, se oyó el retumbar de un trueno. Hermione envolvió a
Crookshanks
con su capa, y Ron dejó la túnica de gala cubriendo la jaula de
Pigwidgeon
antes de salir del tren bajo el aguacero con la cabeza inclinada y los ojos casi cerrados. La lluvia caía entonces tan rápida y abundantemente que era como si les estuvieran vaciando sobre la cabeza un cubo tras otro de agua helada.

—¡Eh, Hagrid! —gritó Harry, viendo una enorme silueta al final del andén.

—¿Todo bien, Harry? —le gritó Hagrid, saludándolo con la mano—. ¡Nos veremos en el banquete si no nos ahogamos antes!

Era tradición que los de primero llegaran al castillo de Hogwarts atravesando el lago con Hagrid.

—¡Ah, no me haría gracia pasar el lago con este tiempo! —aseguró Hermione enfáticamente, tiritando mientras avanzaban muy despacio por el oscuro andén con el resto del alumnado. Cien carruajes sin caballo los esperaban a la salida de la estación. Harry, Ron, Hermione y Neville subieron agradecidos a uno de ellos, la puerta se cerró con un golpe seco y un momento después, con una fuerte sacudida, la larga procesión de carruajes traqueteaba por el camino que llevaba al castillo de Hogwarts.

CAPÍTULO 12

El Torneo de los tres magos

L
OS
carruajes atravesaron las verjas flanqueadas por estatuas de cerdos alados y luego avanzaron por el ancho camino, balanceándose peligrosamente bajo lo que empezaba a convertirse en un temporal. Pegando la cara a la ventanilla, Harry podía ver cada vez más próximo el castillo de Hogwarts, con sus numerosos ventanales iluminados reluciendo borrosamente tras la cortina de lluvia. Los rayos cruzaban el cielo cuando su carruaje se detuvo ante la gran puerta principal de roble, que se alzaba al final de una breve escalinata de piedra. Los que ocupaban los carruajes de delante corrían ya subiendo los escalones para entrar en el castillo. También Harry, Ron, Hermione y Neville saltaron del carruaje y subieron la escalinata a toda prisa, y sólo levantaron la vista cuando se hallaron a cubierto en el interior del cavernoso vestíbulo alumbrado con antorchas y ante la majestuosa escalinata de mármol.

—¡Caray! —exclamó Ron, sacudiendo la cabeza y poniéndolo todo perdido de agua—. Si esto sigue así, va a terminar desbordándose el lago. Estoy empapado... ¡Ay!

Un globo grande y rojo lleno de agua acababa de estallarle en la cabeza. Empapado y farfullando de indignación, Ron se tambaleó y cayó contra Harry, al mismo tiempo que un segundo globo lleno de agua caía... rozando a Hermione. Estalló a los pies de Harry, y una ola de agua fría le mojó las zapatillas y los calcetines. A su alrededor, todos chillaban y se empujaban en un intento de huir de la línea de fuego.

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