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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (19 page)

—¿Repugnante símbolo? —se extrañó Harry mirando también a Lovegood. Aquel extraño ojo triangular le brillaba sobre el pecho—. ¿Por qué? ¿Qué significa?

—Tiene que ver con Grindelwald. ¡Es el símbolo de Grindelwald!

—¿Te refieres al mago tenebroso que fue derrotado por Dumbledore?

—Exacto; ése mismo. —Krum movía la mandíbula como si mascara chicle. Añadió—: Grindelwald mató a mucha gente, ¿sabes? A mi abuelo, por ejemplo. Aunque ya sé que nunca tuvo mucho poder en este país; dicen que le temía a Dumbledore, y con razón, en vista de cómo terminó. Pero eso… —Apuntó con un dedo a Xenophilius—. Ése es su símbolo, lo he reconocido al instante. Grindelwald lo grabó en una pared de Durmstrang cuando estudiaba allí. Algunos idiotas lo copiaron en sus libros y su ropa; querían impresionar, darse aires… Hasta que un grupo de los que habíamos perdido a algún familiar a manos de ese individuo les dimos una lección.

Krum hizo crujir los nudillos amenazadoramente y fulminó con la mirada a Lovegood. Harry estaba perplejo. Parecía muy improbable que el padre de Luna fuera partidario de las artes oscuras, y que nadie más de los que se encontraban en la carpa hubiera reconocido aquella forma triangular que recordaba a una runa.

—¿Estás seguro de que es el símbolo de…?

—No me equivoco —afirmó Krum con frialdad—. Pasé por delante de ese símbolo muchos años; lo conozco muy bien.

—Bueno, es posible que Xenophilius no conozca su significado —aventuró Harry—. Los Lovegood son un poco… raros. No me extrañaría que lo hubiera encontrado por ahí y creyera que se trata del corte transversal de la cabeza de un
snorkack
de cuernos arrugados, o vete tú a saber qué.

—¿Un corte transversal de qué?

—Yo no sé qué son, pero, al parecer, él y su hija fueron de vacaciones en busca de… —Harry reparó en que no estaba trazando un perfil muy positivo de Luna y su padre—. Mira, es ésa —añadió señalando a la chica, que seguía bailando sola, agitando los brazos como si intentara ahuyentar moscas.

—¿Por qué hace eso?

—Creo que trata de deshacerse de un
torposoplo
—contestó Harry que había reconocido los síntomas.

Krum pareció sospechar que Harry se estaba burlando de él. Entonces sacó su varita mágica de la túnica y se dio unos golpecitos amenazadores en el muslo; del extremo de la varita salieron chispas.

—¡Gregorovitch! —exclamó Harry emocionado, y sobresaltó a Viktor. Al ver la varita de éste se había acordado del momento en que Ollivander la cogió y la examinó con detenimiento, antes del Torneo de los Tres Magos.

—¿Qué pasa con ese hombre? —preguntó Viktor con recelo.

—¡Es un fabricante de varitas!

—Eso ya lo sé.

—¡Es quien confeccionó la tuya! Por eso pensé… el
quidditch

—¿Cómo sabes que Gregorovitch hizo mi varita? —Cada vez desconfiaba más.

—Pues… creo que lo leí en algún sitio. En… en una revista de tus admiradoras —improvisó Harry y Viktor se aplacó un poco.

—No recuerdo haber hablado de eso con mis admiradoras.

—Oye, ¿dónde vive Gregorovitch ahora?

El otro puso cara de desconcierto y replicó:

—Se retiró hace años. Fui de los últimos que le compró una varita. Son las mejores, aunque ya sé que vosotros los británicos tenéis muy bien considerado a Ollivander.

Harry no contestó y fingió observar a los bailarines, igual que Krum, aunque en realidad estaba sumido en sus pensamientos. Conque Voldemort buscaba a un célebre fabricante de varitas… No tuvo que devanarse mucho los sesos para encontrar la razón: seguramente se debía al comportamiento de su varita la noche en que Voldemort lo había perseguido por el cielo. La varita de acebo y pluma de fénix había vencido a la varita prestada, algo que Ollivander no había previsto ni sabido explicar. ¿Encontraría Gregorovitch otra solución? ¿Sería verdad que era más experto que Ollivander y conocía secretos sobre las varitas que éste ignoraba?

—Esa chica es muy guapa —comentó Krum, sacando de su ensimismamiento a Harry. Señalaba a Ginny, que acababa de acercarse a Luna—. ¿También es pariente tuya?

—Sí —contestó Harry con irritación—. Y sale con un chico. Un tipo muy celoso, por cierto. Y enorme. No te aconsejo que lo provoques.

Krum soltó un gruñido.

—¿Qué gracia tiene ser un jugador internacional de
quidditch
—dijo vaciando su vaso y poniéndose en pie— si todas las chicas guapas ya tienen novio?

Y se alejó a grandes zancadas. Harry cogió un bocadillo de la bandeja de un camarero que pasaba y bordeó la concurrida pista de baile. Quería encontrar a Ron para contarle lo de Gregorovitch, pero su amigo estaba bailando con Hermione en el centro de la pista. Harry se apoyó contra una columna dorada y se dedicó a observar a Ginny, que bailaba con Lee Jordan, el amigo de George y Fred, tratando de no arrepentirse de la promesa hecha a Ron.

Era la primera vez que el muchacho iba a una boda, de modo que no podía juzgar en qué se diferenciaban las celebraciones de los magos de las de los
muggles
, aunque estaba convencido de que en las de éstos no había pasteles nupciales coronados con dos aves fénix en miniatura, que echaban a volar cuando cortaban el pastel, ni botellas de champán que flotaban entre los invitados sin que nadie las sujetara. A medida que anochecía y se veían palomillas revoloteando bajo el toldo, iluminado ahora con flotantes farolillos dorados, el jolgorio se fue descontrolando. Ya hacía rato que Fred y George habían desaparecido en la oscuridad con un par de primas de Fleur; por su parte, Charlie, Hagrid y un mago rechoncho que lucía un sombrerito morado cantaban
Odo el héroe
en un rincón.

Harry deambuló entre el gentío para huir de un tío de Ron que estaba borracho y dudaba si él era su hijo o no, y se fijó en un anciano mago sentado solo a una mesa: una nube de cabello blanco le confería el aspecto de una flor de diente de león, mientras que un apolillado fez le coronaba la cabeza. Aquel individuo le resultó vagamente familiar; se estrujó los sesos y, de pronto, cayó en la cuenta de que era Elphias Doge, miembro de la Orden del Fénix y autor de la nota necrológica de Dumbledore.

Harry se acercó a él y le dijo:

—¿Puedo sentarme?

—Por supuesto, muchacho —repuso Doge con su voz aguda y entrecortada.

Una vez se hubo sentado, Harry se inclinó hacia el mago y le susurró:

—Señor Doge, soy Harry Potter.

Doge sofocó un grito y exclamó:

—¡Hijo mío! Arthur me ha dicho que estabas aquí, disfrazado. ¡Cuánto me alegro! ¡Es un honor! —Entusiasmado, Doge se apresuró a servirle una copa de champán—. Quería escribirte —añadió en voz baja—. Después de lo de Dumbledore… ¡Qué conmoción! Y para ti debió de ser… —Los ojillos se le anegaron en lágrimas.

—Vi la nota necrológica que escribió para
El Profeta
—repuso Harry—. No sabía que conociera usted tan bien al profesor Dumbledore.

—Mejor que nadie —replicó Doge enjugándose las lágrimas con una servilleta—. Al menos, era el que lo conocía desde hacía más tiempo, dejando de lado a Aberforth. Y, no sé por qué, la gente suele dejar de lado a Aberforth.

—Hablando de
El Profeta
… No sé si vio usted, señor Doge…

—¡Llámame Elphias, por favor!

—Está bien, Elphias. No sé si leyó usted su entrevista con Rita Skeeter sobre Dumbledore.

Doge enrojeció de rabia.

—Sí, Harry, la leí. Esa mujer (aunque sería más acertado decir ese buitre) no dejó de acosarme hasta que accedí a su entrevista. Me avergüenza reconocer que fui muy grosero con ella; le dije que era una arpía y una entrometida, y, como quizá hayas comprobado, eso la animó a poner en entredicho mi cordura.

—Ya. En esa entrevista Rita Skeeter insinuaba que, en su juventud, el profesor Dumbledore anduvo metido en las artes oscuras.

—¡No te creas ni una palabra de esa mujer! ¡Ni una sola, Harry! ¡No permitas que empañe tu recuerdo de Albus!

El chico observó el serio y afligido semblante del mago y en lugar de tranquilizarse se sintió frustrado. ¿Acaso aquel hombre creía que eso era tan fácil, que a él le resultaba sencillo no dar crédito a semejantes acusaciones? ¿Tal vez no entendía que él necesitaba estar seguro y saberlo todo?

Doge pareció adivinarle los sentimientos, porque puso cara de preocupación y se apresuró a añadir:

—Harry, Rita Skeeter es una espantosa…

Pero lo interrumpió una estridente risa:

—¿Has mencionado a Rita Skeeter? ¡Ah, me encanta! ¡Leo todos sus artículos!

Harry y Doge volvieron la cabeza y vieron a tía Muriel plantada ante ellos, con una copa de champán en la mano y las plumas del sombrero revoloteando.

—¿Sabíais que ha escrito un libro sobre Dumbledore?

—Hola, Muriel —la saludó Doge—. Sí, precisamente estábamos hablando…

—¡Oye, tú! ¡Cédeme tu silla; tengo ciento siete años!

Otro primo pelirrojo de los Weasley se levantó de un brinco de la silla, alarmado; tía Muriel le dio la vuelta con sorprendente vigor y se sentó en ella, entre Doge y Harry.

—Hola otra vez, Barry, o comoquiera que te llames —le dijo a Harry—. A ver, ¿qué estabas diciendo de Rita Skeeter, Elphias? ¿Sabes que ha escrito una biografía de Dumbledore? Estoy impaciente por leerla; a ver si me acuerdo de encargarla en Flourish y Blotts.

Ante semejante comentario, Doge se puso tenso y muy serio, pero tía Muriel se limitó a vaciar su copa de un trago y chascó los huesudos dedos para que un camarero que pasaba le sirviera otra. Bebió un nuevo trago de champán, eructó y dijo:

—¡No hace falta que me miréis como dos ranas disecadas! Antes de que se convirtiera en una persona tan decente, tan respetada y tal, circulaban ciertos rumores extraños sobre Albus.

—Chismes no contrastados —aseguró Doge, y volvió a enrojecer como un tomate.

—No me extraña que digas eso, Elphias —repuso tía Muriel riendo socarronamente—. Ya vi cómo esquivabas los temas peliagudos en esa nota necrológica que escribiste.

—Lamento que pienses así —se defendió el mago, todavía con más frialdad—. Te aseguro que la escribí con el corazón.

—Sí, todos sabemos que lo adorabas. Apuesto a que seguirás pensando que era un santo, aunque resulte que es verdad que mató a su hermana, la
squib
.

—¡Muriel! —exclamó Doge.

Un frío que no tenía nada que ver con el champán helado estaba invadiendo el pecho de Harry.

—¿Qué quiere decir? —le preguntó a Muriel—. ¿Quién opinaba que su hermana era una
squib
? Yo creía que estaba enferma.

—Pues andabas equivocado, Barry —afirmó ella, encantada con el efecto logrado—. Además, ¿qué vas a saber tú de toda esa historia? Sucedió muchos años antes de que nacieras, querido, y la verdad es que los que entonces vivíamos nunca llegamos a averiguar qué pasó en realidad. Por eso estoy deseando saber qué ha descubierto Skeeter. ¡Dumbledore mantuvo silencio sobre su hermana mucho tiempo!

—¡Falso! —farfulló Doge—. ¡Absolutamente falso!

—Nunca me dijo que su hermana fuera una
squib
—murmuró Harry sin darse cuenta; todavía tenía el frío metido en el cuerpo.

—¿Y por qué chantre iba a decírtelo? —chilló Muriel oscilando un poco en la silla mientras intentaba enfocar a Harry.

—La razón por la que Albus nunca hablaba de Ariana —terció Elphias con voz emocionada— es, creo yo, evidente: su muerte lo dejó tan destrozado que…

—Pero ¿por qué nadie la vio jamás, Elphias? —le espetó Muriel—. ¿Por qué la mayoría de nosotros ni siquiera conocía su existencia hasta que sacaron su ataúd de la casa y celebraron un funeral por ella? ¿Dónde se hallaba el venerable Albus mientras Ariana se consumía encerrada en ese sótano? ¡Pues estaba luciéndose en Hogwarts, y nunca le importó lo que sucedía en su propia casa!

—¿Cómo que encerrada en un sótano? —preguntó Harry—. ¿Qué significa todo esto?

Doge estaba consternado. Tía Muriel volvió a soltar una estridente risotada y contestó:

—La madre de Dumbledore era una mujer temible, sencillamente temible; hija de
muggles
, aunque creo que ella pretendía no serlo…

—¡Nunca pretendió nada parecido! Kendra era una buena mujer —susurró Doge con tristeza, pero tía Muriel no le hizo caso.

—… orgullosa y muy dominante, la clase de bruja que se habría avergonzado de haber dado a luz a una
squib

—¡Ariana no era una
squib
! —resolló Doge.

—Eso lo dices tú, Elphias, pero entonces explícame por qué nunca fue a Hogwarts. —Y se volvió hacia Harry—: En aquella época, a los
squibs
se los escondía. Pero llevar las cosas al extremo de encarcelar a una niñita en casa y hacer como si no existiera…

—¡Te digo que eso no ocurrió así! —insistió Doge, pero la anciana continuó como una apisonadora, dirigiéndose a Harry.

—Enviaban a los
squibs
a colegios de
muggles
y los animaban a integrarse en su comunidad. Esa solución era mucho más altruista que intentar buscarles un lugar en el mundo mágico, donde siempre habrían sido individuos de segunda clase; pero, como es lógico, Kendra Dumbledore jamás habría enviado a su hija a un colegio de
muggles

—¡Ariana estaba delicada! —la interrumpió Doge a la desesperada—. Su mala salud nunca le permitió…

—¿Nunca le permitió salir de casa? —soltó Muriel con sorna—. Sin embargo, nunca la llevaron a San Mungo, ni le pidieron a ningún sanador que la visitara.

—¿Cómo puedes saber tú, Muriel, si…?

—Por si no lo sabías, Elphias, mi primo Lancelot era sanador de San Mungo en esa época, y le dijo a mi familia (en la más estricta confidencialidad) que nunca habían visto a Ariana por allí. ¡Lancelot consideraba que todo era muy, pero que muy sospechoso!

Doge estaba al borde del llanto. Tía Muriel, que por lo visto estaba disfrutando de lo lindo, chasqueó otra vez los (ledos para que le sirvieran más champán. Mientras escuchaba como atontado, Harry pensó en los Dursley, que lo habían recluido, encerrado y mantenido en secreto por el único delito de ser mago. ¿Había sufrido la hermana de Dumbledore el mismo destino pero al revés: la habían encerrado por no ser capaz de hacer magia? ¿Y de verdad la había abandonado Dumbledore a su suerte mientras él se iba a Hogwarts para demostrar lo brillante y genial que era?

—Mira, si Kendra no hubiera muerto primero —continuó Muriel—, habría pensado que fue ella la que acabó con Ariana…

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