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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (22 page)

—¿Otra vez la cicatriz? Pero ¿qué está pasando? ¡Creía que esa conexión se había cerrado!

—Se cerró algún tiempo —masculló Harry; todavía le dolía y eso le impedía concentrarse—. Creo que… que se abre otra vez cuando él pierde el control. Así fue como…

—¡Pues tienes que cerrar la mente! —chilló Hermione, histérica—. ¡Dumbledore no quería que usaras esa conexión, quería que la cerraras, por eso te hizo estudiar
Oclumancia
! ¡Si no, Voldemort puede ponerte imágenes falsas en la mente, acuérdate…!

—Sí, me acuerdo, gracias —masculló Harry; no necesitaba que le recordara que en cierta ocasión Voldemort había utilizado la conexión entre ellos para conducirlo hasta una trampa, ni que eso había tenido como resultado la muerte de Sirius. Se arrepentía de haberles contado a sus amigos lo que había visto y sentido, porque esas experiencias hacían que Voldemort pareciera más amenazador, como si estuviera detrás de una ventana con la cara pegada al cristal; sin embargo, el dolor de la cicatriz aumentaba y él no sabía cómo combatirlo. Era como resistirse a la necesidad de vomitar.

Dio la espalda a sus amigos fingiendo que examinaba el viejo tapiz del árbol genealógico de la familia Black, colgado en la pared. Pero de pronto Hermione soltó un chillido. Harry sacó rápidamente su varita mágica y al volverse vio un
patronus
plateado que entraba volando por la ventana del salón y se posaba en el suelo delante de ellos, donde se solidificó y adoptó la forma de la comadreja que hablaba con la voz del padre de Ron.

—Familia a salvo, no contestéis, nos vigilan.

Acto seguido, el
patronus
se disolvió por completo. Ron emitió un sonido entre gimoteo y gruñido y se dejó caer en el sofá; Hermione se sentó a su lado y le cogió un brazo.

—¡Tranquilo, Ron, están bien! —susurró, y él la abrazó, casi riendo de alivio.

—Harry —quiso disculparse Ron por encima del hombro de Hermione—, yo…

—Tranquilo, no te preocupes —repuso Harry, mareado por el dolor de la frente—. Se trata de tu familia; es lógico que estés inquieto por ellos. A mí me pasaría lo mismo. —Pero entonces se acordó de Ginny y rectificó—: A mí me pasa lo mismo.

El dolor que le producía la cicatriz estaba alcanzando una intensidad insoportable; le ardía la frente como le había ocurrido en el jardín de La Madriguera. Oyó débilmente que Hermione decía:

—No quiero estar sola. ¿Podemos coger los sacos de dormir que he traído y pasar la noche aquí?

Ron le dijo que sí. Harry ya no aguantaba el dolor; tenía que rendirse.

—Voy al lavabo —musitó, y salió del salón tan deprisa como pudo, aunque sin correr.

Casi no llegó a tiempo. Una vez dentro, echó el pestillo con manos temblorosas, se sujetó la palpitante cabeza y cayó al suelo. Entonces, en un estallido de agonía, sintió cómo aquella cólera que no era suya se apoderaba de su alma, y vio una habitación alargada, iluminada sólo por el fuego de una chimenea, al
mortífago
rubio y corpulento chillando y retorciéndose en el suelo, y a un individuo más delgado, de pie ante él y apuntándolo con la varita, y se oyó a sí mismo decir con voz aguda, fría y despiadada:

—Más, Rowle, ¿o prefieres que lo dejemos y que te entregue a
Nagini
para que te devore? Lord Voldemort no está seguro de poder perdonarte esta vez. ¿Me has llamado sólo para esto, para decirme que Harry Potter ha vuelto a escapar? Draco, demuéstrale a Rowle lo contrariados que estamos. ¡Hazlo, o descargaré mi ira sobre ti!

Un tronco rodó en la chimenea; las llamas se reavivaron y su luz iluminó un rostro aterrorizado, pálido y anguloso. Harry abrió los ojos y boqueó agitadamente, como si hubiera buceado desde gran profundidad para alcanzar la superficie.

Estaba tumbado en el frío suelo de mármol negro, con los brazos y las piernas extendidos, la nariz a sólo unos centímetros de una de las serpientes de plata que sostenían la enorme bañera. Se incorporó. El consumido y desencajado rostro de Malfoy le había quedado grabado en la retina. Le asqueó lo que acababa de ver, así como comprobar el modo en que Voldemort utilizaba a Draco.

Dio un respingo al oír unos golpes en la puerta y la voz de Hermione:

—¿Buscas tu cepillo de dientes, Harry? ¡Lo tengo yo!

—Sí, gracias —contestó procurando aparentar normalidad, y se levantó para abrir la puerta.

10
El relato de Kreacher

A la mañana siguiente, Harry despertó temprano. Había dormido en el suelo del salón, envuelto en un saco de dormir. Entre las gruesas cortinas se atisbaba un trocito de cielo —tenía ese azul frío y desvaído de la tinta diluida, ese azul de cuando ya no es de noche y aún no es de día— y sólo se oía la lenta y profunda respiración de Ron y Hermione. Echó un vistazo a los oscuros bultos que reposaban a su lado. Ron, en un alarde de gentileza, se había empeñado en que Hermione durmiera sobre los cojines del sofá, de modo que la silueta de ella estaba un poco más elevada que la de él; apoyaba un brazo en el suelo y sus dedos casi tocaban los de Ron. Harry se preguntó si se habrían quedado dormidos con las manos entrelazadas, y esa idea le produjo una sensación de extraña soledad.

Dirigió la mirada hacia el oscuro techo, de donde colgaba una lámpara cubierta de telarañas. Hacía menos de veinticuatro horas se hallaba en la entrada de la carpa, al sol, esperando a los invitados de la boda. Parecía que hubiera pasado una eternidad. ¿Qué más iba a suceder? Siguió tumbado en el suelo, pensando en los
Horrocruxes
, en la difícil y complicada misión que Dumbledore le había encomendado. Dumbledore…

La aflicción que lo embargaba desde la muerte del anciano profesor se había transformado, puesto que las acusaciones que le había oído proferir a Muriel en la boda se le habían instalado en el cerebro como células malignas, infectando los recuerdos del mago al que había idolatrado. ¿De verdad había permitido Dumbledore que ocurrieran aquellas cosas? ¿Le dio realmente la espalda a su hermana, a quien habían confinado y escondido, y consintió que la abandonaran y maltrataran, sin importarle mientras esa situación no lo afectara a él? De manera parecida había actuado su propio primo Dudley.

Luego pensó en Godric's Hollow, en las tumbas que había allí y que Dumbledore nunca había mencionado; pensó también en los misteriosos objetos que el director del colegio les había dejado en su testamento, sin dar explicaciones, y su resentimiento creció. ¿Por qué no había hecho ninguna referencia a todo eso? ¿Era cierto que a Dumbledore le importaba Harry, o sólo había sido un instrumento para limpiar y afinar, pero en el que el anciano profesor no creía y del que no se fiaba?

Harry no soportaba seguir allí tumbado dándole vueltas a esos amargos pensamientos. Necesitaba actividad, distraerse de alguna forma; así pues, apartó el saco de dormir, cogió su varita y salió con sigilo de la habitación. Al llegar al rellano susurró
«¡Lumos!»
, y subió la escalera con ayuda de la luz de la varita mágica.

En el segundo rellano se encontraba el cuarto donde habían dormido Ron y él la vez anterior. Asomó la cabeza y, al ver el armario abierto y las sábanas revueltas, se acordó de la pierna de trol derribada que había en el vestíbulo. Alguien había registrado la casa después de que la Orden la abandonara. Pero ¿quién? ¿Tal vez Snape, o quizá Mundungus, que había robado muchas cosas de esa casa antes y después de la muerte de Sirius? Desvió la mirada hacia el retrato en que a veces aparecía Phineas Nigellus Black, el tatarabuelo de Sirius, pero estaba vacío y sólo mostraba un fondo indefinido. Por lo visto, Phineas Nigellus había ido a pasar la noche al despacho del director de Hogwarts.

Siguió subiendo la escalera hasta el último rellano, donde sólo había dos puertas. En la que tenía delante había una placa que rezaba «Sirius»; nunca había entrado en el dormitorio de su padrino. Empujó la puerta y mantuvo la varita en alto para que la luz llegara lo más lejos posible.

La habitación era amplia, y en otros tiempos debía de haber sido bonita. Había una cama muy ancha con cabecera de madera labrada, una alta ventana tapada con largas cortinas de terciopelo y una araña de luces cubierta de polvo, en cuyos soportes todavía quedaban cabos de vela de los que colgaban gotas de cera reseca. Una fina capa de polvo cubría también los cuadros de las paredes y la cabecera de la cama, y una telaraña se extendía desde la lámpara hasta lo alto del gran armario. Al entrar en la habitación, oyó un correteo de ratones asustados.

Cuando todavía era un adolescente, Sirius había colgado tantos pósteres y fotografías en su habitación que casi no quedaba a la vista la seda gris plateada que forraba las paredes. Harry dedujo que los padres de su padrino no habían logrado retirar el encantamiento de presencia permanente que los mantenía en la pared, porque estaba seguro de que no compartían los gustos de su hijo mayor en materia de decoración. Daba la impresión de que Sirius había hecho lo indecible para fastidiarlos. Se conservaban varios estandartes de Gryffindor, de colores escarlata y dorado ya desteñidos, con los que su padrino había querido subrayar sus diferencias con el resto de la familia, que pertenecía por entero a Slytherin. Había muchas fotografías de motocicletas
muggles
, y también (Harry tuvo que admirar el descaro de su padrino) varios pósteres de chicas
muggles
en biquini; se dio cuenta de que eran
muggles
porque estaban quietas, con la sonrisa desvaída y los vidriosos ojos inmóviles en el papel, contrastando con la única fotografía mágica que colgaba en las paredes, en que aparecían cuatro alumnos de Hogwarts, de pie y cogidos del brazo, riéndole a la cámara.

Harry experimentó una gran alegría al reconocer a su padre, cuyo alborotado cabello negro se ponía de punta en la coronilla —igual que a él—, y que también usaba gafas; a su lado, Sirius, despreocupadamente atractivo, mostraba una expresión un tanto arrogante y parecía más joven y feliz de lo que Harry lo había visto jamás en vida. A la derecha de Sirius aparecía Pettigrew, más bajo que los otros dos, rechoncho y de ojos llorosos; se notaba que estaba muy contento de que lo hubieran incluido en aquel grupo al que pertenecían James y Sirius, los más admirados rebeldes de su generación. A la izquierda de James se hallaba Lupin, que ya entonces tenía un aire desaliñado, pero que adoptaba la misma expresión de satisfacción y sorpresa por verse aceptado e integrado… ¿O acaso esas impresiones se debían a que Harry sabía lo que sabía, y por ello veía tantos detalles en la fotografía? Intentó arrancarla de la pared; al fin y al cabo, ahora era suya —su padrino se lo había dejado todo—, pero no lo consiguió. Sirius se había esforzado mucho para impedir que sus padres redecoraran la habitación.

A continuación echó un vistazo al suelo, y, como fuera ya no estaba tan oscuro, un haz de luz le permitió ver trozos de pergamino, libros y pequeños objetos esparcidos por la alfombra. Resultaba evidente que también habían registrado aquel dormitorio, aunque, por lo visto, casi todo les había parecido insignificante. Algunos libros habían sido sacudidos con suficiente fuerza para que se desprendieran las tapas, y había hojas sueltas por el suelo.

Se agachó, cogió algunos trozos de papel y los examinó. Una de las hojas correspondía a una edición antigua de
Historia de la magia
, de Bathilda Bagshot; otra, a un manual de mantenimiento de motocicletas; la tercera era una hoja manuscrita y arrugada. Harry la alisó.

Querido Canuto:

Muchas gracias por el regalo de cumpleaños de Harry. Fue el que más le gustó, con diferencia. Con sólo un año ya va zumbando en su escoba de juguete. ¡Se lo ve tan satisfecho! Te mando una fotografía para que lo compruebes. Imagínate, apenas levanta dos palmos del suelo y ya estuvo a punto de matar al gato y destrozó un jarrón espantoso que Petunia me envió por Navidad (lo cual no me importó nada). James cree que es un niño muy gracioso, claro; dice que será un gran jugador de
quidditch
, pero de momento hemos tenido que esconder todos los adornos y asegurarnos de no perderlo de vista cuando coge la escoba.

Preparamos una merienda muy tranquila para celebrar su cumpleaños. Únicamente estuvimos nosotros y Bathilda, que siempre ha sido muy cariñosa con todos y que adora a Harry. Nos entristeció que no pudieras venir, pero la Orden es más importante, y, de cualquier forma, el niño es demasiado pequeño para saber que es su cumpleaños. James se siente un poco frustrado aquí encerrado; intenta que no se le note, pero a mí no me engaña. Además, Dumbledore todavía conserva su capa invisible, de modo que no puede salir ni a dar una vuelta. Si pudieras visitarnos, James se animaría mucho. Gus vino el fin de semana pasado; lo encontré un poco desanimado, pero debía de ser por lo de los McKinnon (lloré toda la noche cuando me enteré).

Bathilda nos hace compañía casi todos los días. Es una ancianita maravillosa y nos cuenta unas historias asombrosas sobre Dumbledore. ¡No sé si a él le gustaría enterarse! Me cuesta creer todo lo que dice, porque parece increíble que Dumbledore

Harry notaba las extremidades como entumecidas. Se quedó inmóvil, sujetando el fascinante pergamino con dedos inertes mientras, en su interior, una especie de serena erupción le impulsaba por las venas chorros de felicidad y dolor a partes iguales. Fue dando bandazos hasta la cama y se sentó.

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