Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (58 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

—Ya está —musitó Luna—. Ahora podrá dormir.

Harry colocó al elfo en la tumba y le dispuso las diminutas extremidades como si estuviera descansando; salió del hoyo y le echó un último vistazo al cadáver. Hizo un esfuerzo para no derrumbarse al recordar el funeral de Dumbledore: las numerosas hileras de sillas doradas, el ministro de Magia en primera fila, la enumeración de los logros de Dumbledore, la majestuosidad de la tumba de mármol blanco… Pensó que Dobby merecía un funeral igual de espectacular, pero, en cambio, el elfo yacía en un burdo agujero entre unos matorrales.

—Creo que deberíamos dedicarle unas palabras —sugirió Luna—. Empezaré yo, ¿vale?

Y mientras todos la miraban, Luna le dijo al elfo que yacía en el fondo de la tumba:

—Muchas gracias, Dobby, por haberme rescatado de aquel sótano. Es una injusticia que hayas tenido que morir, porque eras muy bueno y muy valiente. Siempre recordaré lo que has hecho por nosotros y deseo que ahora seas feliz.

Se dio la vuelta y miró a Ron, que carraspeó y dijo con voz sorda:

—Sí, gracias, Dobby.

—Gracias —murmuró Dean.

Harry tragó saliva y dijo simplemente:

—Adiós, Dobby. —No fue capaz de decir nada más, aunque Luna ya lo había dicho todo por él.

Bill levantó su varita mágica, y el montón de tierra acumulado junto a la tumba se alzó y cayó pulcramente en el hoyo, formando un pequeño túmulo rojizo.

—¿Os importa que me quede un momento aquí? —preguntó Harry a los demás.

El muchacho les oyó murmurar palabras que no llegó a entender; notó unas suaves palmadas en la espalda, y entonces todos regresaron a la casa, dejándolo a solas con el elfo.

Echó un vistazo alrededor y descubrió algunas piedras blancas y erosionadas por el mar que bordeaban los arriates de flores. Cogió una de las más grandes y la situó a modo de cojín sobre el sitio donde ahora descansaba la cabeza de Dobby; luego buscó una varita en el bolsillo.

Pero encontró dos. Lo había olvidado; no llevaba la cuenta ni recordaba a quién pertenecían esas varitas, tan sólo se acordaba de que se las había arrebatado a alguien. Así que escogió la más corta —la más cómoda para él—, y apuntó a la piedra.

Poco a poco, a medida que murmuraba las instrucciones, fueron apareciendo unas profundas incisiones en la piedra. Sabía que Hermione habría podido hacerlo mejor, y seguramente más deprisa, pero quería marcar aquel sitio del mismo modo que había cavado la tumba. Cuando se incorporó, la inscripción de la piedra rezaba:

Aquí yace Dobby, un elfo libre.

Se quedó unos instantes contemplando su trabajo y luego se marchó. Todavía notaba pinchazos en la cicatriz, y en la mente se le acumulaban todas las ideas que se le habían ocurrido mientras cavaba, ideas fascinantes y terribles que habían tomado forma en la oscuridad.

Cuando entró en el pequeño vestíbulo, vio a los demás sentados en el salón mirando atentamente a Bill, que les hablaba. La sala era una bonita habitación, pintada con colores claros, en cuya chimenea ardía un pequeño y resplandeciente fuego hecho con maderas recogidas en la playa. Harry no quería ensuciar la alfombra de barro, así que se quedó de pie en el umbral, escuchando.

—… una suerte que Ginny esté de vacaciones. Si hubiera estado en Hogwarts, se la habrían llevado antes de que lográramos rescatarla. Ahora ya sabemos que ella también está a salvo. —Al volver la cabeza, Bill vio a Harry en la puerta y le explicó—: Los he sacado a todos de La Madriguera y los he llevado a casa de Muriel, porque los
mortífagos
ya saben que Ron está contigo y sin duda irán por mi familia. No, no te disculpes —añadió al ver la cara que ponía—. Sólo era cuestión de tiempo; mi padre llevaba meses diciéndolo. Somos la familia más numerosa de traidores a la sangre que existe.

—¿Cómo los has protegido? —preguntó Harry.

—Mediante un encantamiento
Fidelio
; mi padre es el Guardián de los Secretos. Y también le hemos hecho un
Fidelio
a esta casa y, por tanto, yo soy aquí el Guardián de los Secretos. Nadie de nuestra familia puede ir a trabajar, pero ahora eso es lo de menos. Y cuando Ollivander y Griphook se hayan repuesto un poco, nosotros también nos iremos a casa de Muriel, porque aquí apenas cabemos; ella dispone de mucho espacio. Fleur le ha dado crecehuesos a Griphook y ya se le están curando las piernas. Así que, si todo va bien, podremos trasladarlos dentro de una hora o…

—No, no, los necesito a los dos —lo interrumpió Harry, y Bill se sorprendió—. Tengo que hablar con ellos; es importante.

El muchacho percibió la autoridad de su propia voz, la convicción y la determinación que había adquirido mientras cavaba la tumba de Dobby. Todos lo miraban, desconcertados.

—Voy a lavarme —añadió Harry mirándose las manos, manchadas de barro y de la sangre de Dobby—. Luego quiero hablar con ellos, enseguida.

Fue a la pequeña cocina y se acercó al fregadero bajo la ventana, que daba al mar. El horizonte ya clareaba y el cielo iba tiñéndose de tonos rosa y oro mientras el muchacho se lavaba y recuperaba el hilo de las ideas que se le habían revelado en el oscuro jardín…

Ahora Dobby nunca podría decirles quién lo había enviado al sótano, pero Harry sabía muy bien qué había visto: un ojo de un azul intenso lo había mirado desde aquel fragmento de espejo, y a partir de ahí había recibido ayuda. «Y Hogwarts siempre ayudará al que lo pida.» Se secó las manos sin prestar atención al bello espectáculo del amanecer ni a los murmullos de los demás en el salón. Miró por la ventana hacia el horizonte y se sintió más cerca que nunca de la esencia de todo aquel enigma.

Continuaba notando punzadas en la cicatriz, y sabía que Voldemort también estaba llegando a ese punto de comprensión. Harry lo entendía y no lo entendía a la vez; su intuición le decía una cosa y el cerebro otra muy distinta. El Dumbledore que ahora visualizaba, con las manos juntas a la altura de los ojos como si rezara, lo observaba y le sonreía.

«Él le dio el desiluminador a Ron. Supo lo que haría… Le proporcionó una forma de volver…

»Y también entendió a Colagusano… Supo que había una pizca de remordimiento ahí escondida, en algún rincón…

»Y si conocía las reacciones de ambos… ¿qué sabía acerca de mí?

»¿Acaso lo que pretendía de mí era que tuviera conocimiento de la realidad pero que no emprendiera ninguna búsqueda? ¿Sabía lo duro que me resultaría eso? ¿Me lo puso tan difícil por ese motivo, para que tuviera tiempo de comprenderlo?»

Harry se quedó inmóvil con los ojos empañados, contemplando el punto por donde empezaba a asomar un sol deslumbrante. Entonces se miró las manos recién lavadas y se sorprendió al ver que sujetaban un trapo. Lo dejó y regresó al vestíbulo, pero por el camino notó unos furiosos latidos en la cicatriz al mismo tiempo que, rápido como el reflejo de una libélula sobre el agua, le pasaba por la mente la silueta de un edificio que conocía muy bien.

Bill y Fleur estaban al pie de la escalera.

—Necesito hablar con Griphook y Ollivander —dijo Harry.

—No
puede seg
—repuso Fleur—.
Tendgás
que
espegag, Hagy
. Están los dos
heguidos
, cansados…

—Perdonadme —repuso Harry con calma—, pero no tenemos tiempo. Necesito hablar con ellos ahora mismo, en privado y por separado. Es muy urgente.

—¿Qué demonios pasa, Harry? —terció Bill—. Te presentas aquí con un elfo doméstico muerto y un duende casi inconsciente; Hermione está como si la hubieran torturado, y Ron no quiere contarme nada…

—No podemos explicarte qué estamos haciendo —dijo Harry cansinamente—. Perteneces a la Orden, Bill, y sabes que Dumbledore nos encomendó una misión. Pero no podemos hablar de ella con nadie.

Fleur chasqueó la lengua, impaciente, pero su marido no desvió la mirada de los ojos de Harry (resultaba difícil descifrar la expresión de su cara llena de cicatrices).

—Está bien —dijo Bill al fin—. ¿Con quién quieres hablar primero?

Harry titubeó. Sabía lo importante que era su decisión. Apenas les quedaba tiempo y había llegado el momento de decidir: ¿
Horrocruxes
o Reliquias de la Muerte?

—Con Griphook —contestó—. Primero hablaré con Griphook.

El corazón le latía muy deprisa, como si llevara un rato corriendo y acabara de salvar un obstáculo enorme.

—Pues ven —indicó Bill, y lo guió por la escalera.

Apenas hubo subido unos escalones, Harry se detuvo y miró hacia atrás.

—¡Os necesito a los dos! —les gritó a Ron y Hermione, medio escondidos en la entrada del salón.

Ambos se dejaron ver con una extraña expresión de alivio.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Harry a Hermione—. Estuviste increíble. No sé cómo fuiste capaz de inventar esa historia con el daño que te estaba haciendo esa bruja…

Hermione compuso una débil sonrisa; Ron la rodeó con un brazo y preguntó:

—¿Qué vamos a hacer ahora, Harry?

—Ya lo veréis. ¡Vamos!

Los tres amigos siguieron a Bill por la escalera y llegaron a un pequeño rellano en el que había tres puertas.

—Aquí es —dijo Bill abriendo la puerta de su dormitorio.

La habitación también tenía vistas al mar, moteado de dorado a la luz del amanecer. Harry se acercó a la ventana, se puso de espaldas al espectacular paisaje y, cruzando los brazos, esperó; todavía notaba punzadas en la cicatriz. Hermione se sentó en la butaca que había junto al tocador, y Ron en el reposabrazo de la misma.

Enseguida reapareció Bill con el pequeño duende en brazos y lo depositó con cuidado en la cama. Griphook le dio las gracias y Bill se marchó y cerró la puerta.

—Perdona que te haya hecho traer aquí —dijo Harry—. ¿Cómo tienes las piernas?

—Me duelen. Pero se están curando.

Todavía llevaba en las manos la espada de Gryffindor y su mirada era extraña, entre agresiva e intrigada. Harry observó aquel personaje de piel cetrina, largos y delgados dedos, ojos negros, pies alargados y sucios (iba descalzo porque Fleur le había quitado los zapatos), un poco más alto que un elfo doméstico y con una cabeza abombada más grande que la de un humano.

—Supongo que no recordarás… —comenzó Harry.

—¿… que soy el duende que te llevó hasta tu cámara la primera vez que visitaste Gringotts? —lo interrumpió Griphook—. Pues sí, lo recuerdo, Harry Potter. También entre los duendes eres famoso.

Ambos se miraron con cierto recelo, como sopesándose. Dado que a Harry seguía doliéndole la cicatriz, quería acabar la entrevista cuanto antes, pero también temía hacer un movimiento en falso. Mientras intentaba decidir la mejor forma de plantear su petición, el duende rompió el silencio.

—Has enterrado al elfo —dijo con inesperada hostilidad—. Te he visto hacerlo desde la ventana del dormitorio contiguo.

—Sí, en efecto.

Griphook lo miró con el rabillo de sus rasgados y negros ojos, y aseveró:

—Eres un mago muy poco común, Harry Potter.

—¿Qué quieres decir? —repuso el muchacho frotándose distraídamente la cicatriz.

—Has cavado tú mismo la tumba.

—Sí, ¿y qué?

Griphook no contestó y Harry creyó que se estaba burlando de él por haberse comportado como un
muggle
, pero no le importaba que al duende le gustara o no la tumba de Dobby. Así pues, se preparó para afrontar la cuestión que le interesaba.

—Griphook, quiero preguntarte…

—También has rescatado a un duende.

—¿Q… qué?

—Me has traído aquí y me has salvado.

—Bueno, espero que no me lo eches en cara —dijo Harry, un poco impaciente ya.

—No, no te lo reprocho, Harry Potter —respondió Griphook, y con un dedo se enroscó la delgada y negra barba—, pero eres un mago muy raro.

—Vale. Verás, necesito ayuda, Griphook, y tú puedes dármela.

El duende no hizo ningún comentario para animarlo a hablar, sino que se limitó a observarlo con ceño, como si jamás hubiera visto a nadie parecido a él.

—Necesito entrar en una cámara de Gringotts.

Harry no había previsto exponer su proyecto de forma tan directa, y lo dijo precisamente cuando notaba una fuerte punzada en la cicatriz en forma de rayo y veía, una vez más, la silueta de Hogwarts. No obstante, cerró la mente con firmeza, pues primero debía ocuparse de Griphook. Ron y Hermione lo observaban como si se hubiera vuelto loco.

—Oye, Harry… —dijo Hermione, pero el duende la interrumpió:

—¿Entrar por la fuerza en una cámara de Gringotts? —dijo, e hizo una pequeña mueca de dolor al cambiar de postura en la cama—. Eso es imposible.

—No, no lo es —lo contradijo Ron—. Ya se ha hecho alguna vez.

—Sí, así es —confirmó Harry—. El mismo día que nos conocimos, Griphook: el día de mi cumpleaños, hace siete años.

—La cámara en cuestión estaba vacía en aquel momento —le espetó el duende, y Harry comprendió que, aunque Griphook se hubiera marchado de Gringotts, lo ofendía la idea de que alguien abriera una brecha en las defensas del banco de los magos—. Su protección era prácticamente nula.

—Pues la cámara en que necesitamos entrar no está vacía, e imagino que la habrán protegido muy bien —especuló Harry—, porque pertenece a los Lestrange.

Ron y Hermione intercambiaron una mirada, perplejos, pero ya tendría tiempo para explicárselo después de que Griphook hubiera dado una respuesta.

—No tenéis ninguna posibilidad —replicó el duende cansinamente—. Ninguna. Acuérdate de la inscripción: «Así que si buscas por debajo de nuestro suelo un tesoro que nunca fue tuyo…»

—«Ladrón, te hemos advertido, ten cuidado…» Sí, lo sé, la recuerdo a la perfección. Pero yo no pretendo hacerme con ningún tesoro, ni intento coger nada para beneficiarme personalmente. ¿Me crees?

El duende lo miró de soslayo. El muchacho no paraba de notar punzadas en la cicatriz, pero las desechó, negándose a admitir su dolor y la invitación que éste encerraba.

—Si existiera un mago del que pueda creer que no busca un beneficio personal —dijo Griphook al fin—, serías tú, Harry Potter. Los duendes y elfos no están acostumbrados a recibir la protección ni el respeto que tú has mostrado esta noche. Al menos, no a recibirlos de los portadores de varita.

—Portadores de varita… —repitió Harry. Semejante expresión le sonó extraña, pero la cicatriz no cesaba de darle punzadas mientras Voldemort dirigía sus pensamientos hacia el norte, y él ansiaba interrogar a Ollivander, que esperaba en la habitación contigua.

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