Read Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (56 page)

—Ésta es mi casa, Bella. No consiento que nos des órdenes en…

—¡Haz lo que te digo! ¡No tienes ni idea del peligro que corremos! —chilló Bellatrix. Daba miedo verla de lo enloquecida que parecía; un hilillo de fuego salió de su varita e hizo un agujero en la alfombra.

Narcisa vaciló un instante y luego ordenó al hombre lobo:

—Llévate al sótano a estos prisioneros, Greyback.

—Un momento —saltó Bellatrix—. A todos excepto… excepto a la sangre sucia.

Greyback soltó un gruñido de placer.

—¡No! —gritó Ron—. ¡Ella no! ¡Cójanme a mí!

Bellatrix le dio una bofetada que resonó en la sala.

—Si muere durante el interrogatorio, tú serás el siguiente —lo amenazó la bruja—. En mi escalafón, los traidores a la sangre van después de los sangre sucia. Llévalos abajo, Greyback, y asegúrate de que están bien atados, pero no les hagas nada… de momento.

Le devolvió la varita al hombre lobo, y a continuación sacó un puñal de plata de la túnica y cortó las cuerdas que ataban a Hermione. Tras separarla de los otros prisioneros, la llevó hasta el centro de la habitación arrastrándola por el cabello. Entretanto, Greyback obligó a los demás a salir por otra puerta que daba a un oscuro pasillo; iba con la varita en alto, ejerciendo con ella una fuerza invisible e irresistible.

—¿Creéis que me dejará a la chica cuando haya terminado con ella? —preguntó Greyback con voz melosa mientras los obligaba a avanzar por el pasillo—. Yo diría que al menos podré darle un par de mordiscos, ¿no, pelirrojo?

Harry notaba los temblores de Ron. Los obligaron a bajar por una empinada escalera, todavía atados, de modo que corrían el peligro de resbalar y partirse el cuello. Al pie de la escalera había una gruesa puerta que Greyback abrió con un golpecito de su varita; forzó a los prisioneros a entrar en una húmeda y fría estancia y los dejó allí, a oscuras. El eco que produjo la puerta del sótano al cerrarse de golpe todavía no se había apagado cuando oyeron un largo y desgarrador grito proveniente del piso superior.

—¡¡Hermione!! —chilló Ron, y empezó a retorcerse y forcejear con las cuerdas que los sujetaban, haciendo que Harry se tambaleara—. ¡¡Hermione!!

—¡Cállate! —le ordenó éste—. ¡Cállate, Ron! Tenemos que encontrar la forma de salir de…

—¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!

—Necesitamos un plan, deja ya de gritar. Hemos de librarnos de estas cuerdas…

—¿Harry? —se oyó susurrar en la oscuridad—. ¿Ron? ¿Sois vosotros?

Ron paró de gritar. Notaron un movimiento cerca de ellos, y entonces Harry vio que se acercaba alguien.

—Eh, ¿sois Harry y Ron?

—¿Luna, Luna, eres tú?

—¡Sí, soy yo! ¡Oh, no! ¡Confiaba en que no os capturarían!

—¿Puedes ayudarnos a soltar estas cuerdas, Luna? —pidió Harry.

—Sí, claro, supongo que sí… Por aquí hay un clavo viejo que usamos cuando necesitamos romper algo… Esperad un momento…

Hermione volvió a gritar en el piso superior, y los chicos oyeron gritar también a Bellatrix, pero no entendieron lo que decía, porque Ron reanudó sus berridos:

—¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!

—Señor Ollivander… —le oyó decir Harry a Luna—. Señor Ollivander, ¿tiene usted el clavo? Si no le importa apartarse un poquito… Me parece que estaba junto a la jarra de agua… —La muchacha regresó al cabo de unos segundos—. Tendréis que estaros quietos.

Harry notó cómo Luna hincaba el clavo en las duras fibras de la cuerda para deshacer los nudos. En ese momento volvieron a oír la voz de Bellatrix:

—¡Te lo preguntaré una vez más! ¿De dónde sacasteis esta espada? ¿De dónde?

—La encontramos… la encontramos… ¡¡Oh, por favor!! —Hermione soltó un alarido.

Ron se retorció de nuevo, y el herrumbroso clavo estuvo a punto de perforar la muñeca de Harry.

—¡Haz el favor de estarte quieto, Ron! —susurró Luna—. No veo lo que hago…

—¡Busca en mi bolsillo! —urgió Ron—. ¡Llevo un desiluminador, y está cargado de luz!

Unos segundos más tarde se oyó un chasquido, y las esferas de luz que el desiluminador había absorbido de las lámparas de la tienda iluminaron el sótano, pero al no poder volver a su fuente, se quedaron allí suspendidas, como pequeños soles, inundando de luz la celda subterránea. Harry vio entonces a Luna, pálida y de ojos desorbitados, y al inmóvil Ollivander, el fabricante de varitas, acurrucado en el suelo, en un rincón; luego giró la cabeza y observó a sus dos compañeros de cautiverio: Dean y Griphook, el duende, que parecía semiinconsciente y se mantenía en pie gracias a las cuerdas que lo ataban a los humanos.

—Así resulta mucho más fácil. Gracias, Ron —dijo Luna mientras terminaba de cortar las ataduras—. ¡Hola, Dean!

La voz de Bellatrix volvió a llegar desde arriba:

—¡Mientes, asquerosa sangre sucia, y yo lo sé! ¡Has entrado en mi cámara de Gringotts! ¡Di la verdad! ¡Confiesa!

Otro grito estremecedor…

—¡¡Hermione!!

—¿Qué más os llevasteis de allí? ¿Qué más tenéis? ¡Dime la verdad o te juro que te atravieso con este puñal!

—¡Ya está!

Harry notó cómo las cuerdas se soltaban; se dio la vuelta frotándose las muñecas y vio que Ron ya se afanaba por el sótano, mirando el techo en busca de una trampilla. Dean, con la cara magullada y ensangrentada, le dio las gracias a Luna y se levantó tembloroso; pero Griphook, cuya tez morena estaba cubierta de cardenales, se desplomó en el suelo; parecía desorientado y semidesmayado.

Ron intentaba desaparecerse sin varita mágica.

—No hay ninguna salida, Ron —indicó Luna contemplando los infructuosos esfuerzos del chico—. Este sótano está hecho a prueba de fugas; al principio yo también lo intenté. El señor Ollivander lleva aquí mucho tiempo, y también lo ha probado todo.

Hermione seguía chillando; el sonido de sus gritos recorría a Harry como un dolor físico. Apenas consciente del intenso dolor que le producía la cicatriz, él también se puso a dar vueltas por el sótano, palpando las paredes en busca de no sabía qué, aun consciente de que era inútil.

—¿Qué más os llevasteis? ¿Qué más? ¡¡Contéstame!!
¡¡Crucio!!

Los lamentos de Hermione resonaban en el piso de arriba; Ron sollozaba mientras golpeaba las paredes con los puños, y Harry, desesperado, cogió el monedero de Hagrid que le colgaba del cuello y sacó la
snitch
de Dumbledore. La agitó, esperando tal vez un milagro, pero no ocurrió nada. Luego agitó también la rota varita de fénix, pero había quedado completamente inservible; entonces el fragmento de espejo cayó al suelo y Harry vio un intenso destello azul…

El ojo de Dumbledore lo miraba desde el espejo.

—¡Ayúdanos! —le suplicó, abrumado—. ¡Estamos en el sótano de la Mansión Malfoy! ¡Ayúdanos!

El ojo parpadeó, pero enseguida desapareció.

Harry ni siquiera estaba seguro de haberlo visto. Inclinó el fragmento de espejo hacia un lado y otro, pero sólo vio el reflejo de las paredes y el techo del sótano; arriba, Hermione gritaba cada vez más fuerte, y a su lado Ron no paraba de bramar: «¡¡Hermione!! ¡¡Hermione!!»

—¿Cómo entrasteis en mi cámara? —preguntó Bellatrix—. ¿Os ayudó ese desgraciado duende que está en el sótano?

—¡Lo hemos conocido esta noche! —gimoteó Hermione—. Nunca hemos estado en su cámara. ¡Esta no es la espada verdadera! ¡Es una copia, sólo una copia!

—¿Una copia? —repitió Bellatrix con voz estridente—. ¡Mentirosa!

—¡Podemos comprobarlo fácilmente! —exclamó Lucius—. ¡Ve a buscar al duende, Draco; él sabrá decirnos si la espada es auténtica o no!

Harry se acercó presuroso a Griphook, acurrucado en el suelo.

—Griphook —le susurró acercando los labios a su puntiaguda oreja—, debes decirles que esa espada es una falsificación; no deben saber que es la auténtica. Por favor, Griphook…

El muchacho oyó pasos en la escalera que conducía al sótano y, un momento más tarde, la temblorosa voz de Draco bramó detrás de la puerta:

—¡Apartaos y poneos en fila en la pared del fondo! ¡No intentéis hacer nada, o moriréis!

Los prisioneros obedecieron. Cuando la llave giró en la cerradura, Ron accionó el desiluminador y las luces fueron absorbidas por éste, dejando el sótano a oscuras. Entonces la puerta se abrió de golpe; Malfoy, pálido pero decidido, entró con la varita en alto, agarró al menudo duende por un brazo y lo sacó a rastras. Cerró de nuevo la puerta y en ese preciso instante un fuerte «¡crac!» resonó en el sótano.

Ron volvió a accionar el desiluminador y salieron tres esferas de luz que se quedaron suspendidas en el aire, revelando a Dobby, el elfo doméstico, que acababa de aparecerse en medio de los prisioneros.

—¡¡Dob…!!

Harry cogió a Ron por el brazo para que no gritara, y éste puso cara de susto al darse cuenta del error que habría cometido. A través del techo oyeron pasos en el piso de arriba, sin duda Draco conduciendo a Griphook ante Bellatrix.

Dobby tenía muy abiertos sus enormes ojos con forma de pelotas de tenis, y temblaba desde los pies hasta la punta de las orejas: había regresado a la casa de sus antiguos amos y era evidente que estaba muerto de miedo.

—Harry Potter —dijo con un hilo de voz—, Dobby ha venido a rescatarte.

—Pero ¿cómo has…?

Un alarido espeluznante ahogó las palabras de Harry: estaban torturando otra vez a Hermione, así que el chico decidió ir al gramo:

—¿Puedes desaparecerte de este sótano, Dobby? —El elfo asintió agitando las orejas—. ¿Y puedes llevarte a humanos contigo? —Volvió a asentir—. Muy bien. Pues quiero que cojas a Luna, Dean y el señor Ollivander y los lleves a… a…

—A casa de Bill y Fleur —dijo Ron—. ¡Al Refugio, en las afueras de Tinworth!

El elfo asintió una vez más.

—Y luego quiero que vuelvas aquí —añadió Harry—. ¿Podrás hacerlo, Dobby?

—Claro, Harry Potter —susurró el pequeño elfo. Se aproximó rápidamente al señor Ollivander, que estaba semiinconsciente, lo cogió de la mano y luego tendió la otra mano a Luna y Dean, pero ninguno de los dos se movió.

—¡Queremos ayudarte, Harry! —susurró Luna.

—No podemos dejarte aquí —dijo Dean.

—¡Idos! ¡Nos veremos en casa de Bill y Fleur!

Mientras hablaba, a Harry cada vez le dolía más la cicatriz, y al bajar la vista, no vio al fabricante de varitas, sino a otro individuo tan anciano como él e igual de delgado, pero que reía con sorna.


¡Mátame, Voldemort! ¡No me importa morir! Pero con mi muerte no conseguirás lo que buscas. Hay tantas cosas que no entiendes…

Harry sintió la furia de Voldemort, pero en ese momento Hermione volvió a gritar; el muchacho ahuyentó de su mente toda emoción ajena y se concentró en el sótano y los peligros que lo amenazaban.

—¡Idos! —suplicó Harry a Luna y Dean—. ¡Idos! ¡Nosotros os seguiremos, pero marchaos ya!

Los chicos se agarraron a los dedos del elfo. Se oyó otro fuerte «¡crac!» y Dobby, Luna, Dean y Ollivander se esfumaron.

—¿Qué ha sido eso? —gritó Lucius Malfoy en el piso de arriba—. ¿Lo habéis oído? ¡Ese ruido en el sótano! —Harry y Ron intercambiaron una mirada—. ¡Draco! ¡No, llamad a Colagusano! ¡Que vaya él a ver qué pasa!

Oyeron pasos en el salón y luego un silencio sepulcral. Harry dedujo que arriba estaban muy atentos a cualquier ruido proveniente del sótano.

—Tendremos que derribarlo e inmovilizarlo —le susurró Harry a Ron. No tenían alternativa: si alguien comprobaba que faltaban tres prisioneros estarían perdidos—. Deja las luces encendidas —añadió.

Entonces oyeron que alguien bajaba por la escalera y se arrimaron contra la pared, uno a cada lado de la puerta.

—¡Retiraos! —ordenó Colagusano—. Apartaos de la puerta. Voy a entrar.

La puerta se abrió de golpe y Colagusano escudriñó rápidamente el sótano, iluminado por los tres diminutos soles flotantes y en apariencia vacío. Y al punto Harry y Ron se abalanzaron sobre él. Ron le agarró la mano con que sostenía la varita y le levantó el brazo, y Harry le tapó la boca con una mano para que no gritara. Pelearon en silencio; la varita de Colagusano lanzaba chispas y su mano de plata se cerró alrededor del cuello de Harry.

—¿Qué pasa, Colagusano? —dijo Lucius Malfoy desde el piso superior.

—¡Nada! —contestó Ron en una pasable imitación de la jadeante voz de Colagusano—. ¡No pasa nada!

Harry apenas podía respirar.

—¿Vas a matarme? —logró decir el muchacho intentando soltarle los dedos metálicos—. ¡Te salvé la vida! ¡Me debes una, Colagusano!

Los dedos de plata se aflojaron y Harry, que no se lo esperaba, quedó libre, pero, aun presa del asombro, no le quitó la mano de la boca a Colagusano, que, asustado, abrió mucho los ojos —pequeños y vidriosos, como de rata—, al parecer tan extrañado como Harry de lo que acababa de hacer su mano, del brevísimo impulso de clemencia que aquel gesto había delatado. Entonces siguió peleando con más vigor, como para compensar ese momento de debilidad.

—Y esto nos lo quedamos —dijo Ron en voz baja, arrancándole la varita a Colagusano.

Una vez despojado de su varita, Pettigrew se vio impotente y el miedo le dilató las pupilas. Y en vez de mirar a Harry a la cara, desvió la vista hacia otro lugar, al mismo tiempo que sus dedos de plata se acercaban inexorablemente a su propio cuello.

—No…

Instintivamente, Harry trató de retenerle la mano, pero no había manera de detenerla. La herramienta de plata con que Voldemort había provisto al más cobarde de sus vasallos se había vuelto contra su desarmado e inhabilitado dueño: Pettigrew estaba cosechando los frutos de su vacilación, de aquel breve instante de piedad, y su propia mano lo estrangulaba.

—¡No!

Ron también había soltado a Colagusano, y ambos amigos intentaron separarle los dedos metálicos del cuello, pero sus esfuerzos eran inútiles: Pettigrew se estaba poniendo morado.


¡Relashio!
—dijo Ron apuntando a la mano de plata con la varita, pero no consiguió nada.

Pettigrew cayó de rodillas, y en ese instante Hermione lanzó un grito desgarrador en el piso de arriba. Colagusano, completamente amoratado, puso los ojos en blanco, tuvo un último espasmo y se quedó inmóvil.

Harry y Ron se miraron. De inmediato abandonaron el cadáver de Colagusano en el suelo, subieron corriendo la escalera y se encaminaron hacia el oscuro pasillo que conducía al salón. Avanzaron con sigilo hasta llegar a la puerta entreabierta. Desde allí vieron claramente a Bellatrix y Griphook, que sujetaba la espada de Gryffindor con sus manos de largos dedos; Hermione, tendida a los pies de Bellatrix, apenas se movía.

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