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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Hermanos de armas (37 page)

Un minuto más tarde, movimiento desde el norte: un par de hombres avanzaban de puntillas, tan silenciosamente como podía hacerlo una pareja de gorilas de ese tamaño. Uno de ellos era el atontado que había conseguido participar en una operación encubierta llevando las botas reglamentarias de servicio. También había cambiado el arma por un aturdidor más comedido, aunque su compañero seguía empuñando un mortífero disruptor neural.

Parecía que realmente tendrían ocasión de jugar al tiro al blanco. Ah, el aturdidor, el arma elegida para todo tipo de situaciones inciertas, la única arma con la que te permitías disparar primero y preguntar después.

—¡Enfunda el disruptor neural, eso es, buen chico! —murmuró Miles, mientras el segundo hombre cambiaba también de arma—. Levanta la cabeza, Ivan. Esto quizá sea el mejor espectáculo que veremos en todo el año.

Ivan obedeció, su sonrisa absorta e insegura transmutada en algo genuinamente sardónico, más parecido al Ivan de siempre.

—Oh, mierda, Miles. Destang te cortará las pelotas por orquestar esto.

—De momento, Destang ni siquiera sabe que estoy implicado. Sss. Allá vamos.

El oteador cetagandano había regresado. Hizo un gesto de avance, y un segundo cetagandano se reunió con él. Al otro extremo del pasillo, más allá de su visión debido a la curvatura, los tres barrayareses restantes vinieron corriendo. Eran todos los barrayareses que había en la torre; cualquier vigilancia del perímetro exterior había sido aislada ahora por el cordón policial. Los barrayareses, al parecer, habían renunciado a su presa, misteriosamente desaparecida, y andaban en retirada, esperando salir a través de la Torre Seis lo más rápidamente posible sin tener que dar explicaciones a un puñado de antipáticos terrestres. Los cetagandanos, que habían visto en efecto al supuesto almirante Naismith correr en esta dirección, iban todavía de caza, aunque su retaguardia presumiblemente se cerraba con la presión de los policías que venían detrás.

No había ningún rastro de la retaguardia todavía; ningún indicio de que Quinn estuviera prisionera. Miles no sabía si desear que así fuera o no. Sería agradable saber que estaba aún viva, pero enormemente difícil librarla de las garras cetagandanas antes de que la policía cerrara el cerco. La previsión de bajas mínimas posibles exigía dejarla aturdida o hacerla arrestar, y reclamarla a la policía más tarde… pero ¿y si algún matón cetagandano decidía en el calor de la batalla que las mujeres muertas no hablan? Miles se estremeció como una cafetera hirviendo con la idea.

Tal vez tendría que haber convencido a Mark e Ivan y atacado. Lo rompible dirigiendo a lo discapacitado y lo indigno de confianza en un asalto a lo desconocido… no. ¿Pero habría hecho más, o hecho menos, por cualquier otro oficial bajo su mando? ¿Tanto le preocupaba que su lógica militar estuviera siendo emboscada por sus emociones que ahora fallaba en la dirección opuesta? Eso sería una traición tanto a Quinn como a los dendarii…

El oteador cetagandano apareció en la línea de visión del oteador barrayarés. Los dos dispararon de inmediato y cayeron convertidos en un fardo.

—Reflejos de aturdidor —murmuró Miles—. Es maravilloso.

—Dios mío —dijo Ivan, embobado hasta el punto de olvidar su hermético encierro—, es como el protón aniquilando al antiprotón. Poof.

Los barrayareses restantes, distribuidos a lo largo del pasillo, se aplastaron contra la pared. El cetagandano se tiró al suelo y se arrastró hasta su camarada caído. Un barrayarés se asomó al pasillo y le disparó; el tiro de respuesta del cetagandano se perdió en el aire. Dos de los cuatro barrayareses corrieron hasta los cuerpos inconscientes de sus misteriosos oponentes. Uno se preparó para ofrecer cobertura de fuego, el otro empezó a revisar armas, bolsillos, ropa. Naturalmente, no encontró ninguna identificación. El aturdido barrayarés estaba sacando un zapato para examinarlo (Miles supuso que seguiría con el cuerpo mismo en un momento) cuando una voz ampliada y distorsionada empezó a resonar por todo el pasillo, desde su espalda. Miles no distinguía las palabras, deformadas por el eco, pero su sentido estaba claro.

—¡Aquí! ¡Alto! ¿Qué es todo esto?

Uno de los barrayareses ayudó a levantar al que había resultado aturdido para llevarlo en hombros; tenía que ser el hombre más grande, el propio Boots. Estaban tan cerca de la cámara que Miles apreció el temblor de piernas mientras se enderezaba y empezaba a tambalearse bajo su carga; dos hombres ocupaban el puesto del oteador y el último cubría la retaguardia.

El pequeño ejército condenado había avanzado unos cuatro pasos cuando otra pareja de cetagandanos apareció en la curva sur. Uno disparaba el aturdidor por encima del hombro mientras corría. Su atención estaba tan dividida que no vio caer a su compañero cuando el oteador barrayarés lo abatió hasta que tropezó con su cuerpo tendido y cayó de bruces. No soltó el aturdidor, convirtió la caída en una voltereta controlada y disparó a su vez. Uno de los oteadores barrayareses cayó.

El barrayarés que cubría la retaguardia saltó adelante y ayudó a su compañero a abatir al cetagandano; luego corrió con él, apretado contra la pared. Por desgracia, rebasaron la curva que los protegía en el mismo momento en que una andanada de fuego de aturdidores despejaba el pasillo: un equipo de combate de la policía, dedujo Miles tanto por la táctica como por el hecho de que el cetagandano había estado disparando en esa dirección. Los hombres se enfrentaron a la oleada de energía con resultados predecibles.

El barrayarés restante permaneció en el pasillo, lastrado por el peso de su camarada inconsciente y maldiciendo, los ojos cerrados como si con ello evitara la abrumadora vergüenza de toda la situación. Cuando la policía apareció tras él se dio la vuelta y alzó las manos para rendirse lo mejor que pudo, mostrando las palmas vacías y dejando que su aturdidor castañeteara por el suelo.

Ivan comentó con voz apagada:

—Me imagino la llamada vid al comodoro Destang. «Esto… ¿señor? Nos hemos topado con un pequeño problema. ¿Quiere venir a recogerme?»

—Quizá prefiera desertar —comentó Miles.

Los dos escuadrones de policía convergentes estuvieron a un pelo de repetir la aniquilación mutua de sus sospechosos en fuga, pero consiguieron comunicarse a tiempo sus verdaderas identidades. Miles se sintió casi decepcionado. Con todo, nada duraba eternamente; en algún momento el pasillo habría quedado intransitable debido al montón de cuerpos caídos y al caos subsiguiente relativo a la típica curva de senectud de un sistema biológico ahogado en sus propios desperdicios. Probablemente era mucho pedir que la policía se quitara de en medio, llevándose a los nueve asesinos, para así poder escapar. Se avecinaba claramente otra larga espera. Maldición.

Con los huesos crujiéndole, Miles se levantó, se desperezó y se apoyó contra la pared, cruzado de brazos. Sería mejor que la espera no fuera demasiado larga. En cuanto la policía declarara que todo estaba despejado, el equipo de técnicos de la Autoridad de Mareas y los encargados de mantenimiento de las bombas aparecerían y empezarían a examinar cada centímetro del lugar. El descubrimiento de la pequeña compañía de Miles era inevitable, pero no letal. Mientras que… Miles miró a Mark, agachado a sus pies… mientras que nadie se dejara llevar por el pánico.

Miles siguió la mirada de Mark hasta la pantalla del escáner, donde los policías comprobaban los cuerpos aturdidos y se rascaban la cabeza. El barrayarés capturado se mostraba adecuadamente hosco y poco comunicativo. Como agente de operaciones encubiertas estaba entrenado para soportar la tortura y también la pentarrápida; los policías londinenses le sacarían poca cosa con los métodos a su disposición, y obviamente él lo sabía.

Mark sacudió la cabeza contemplando el caos del pasillo.

—¿De qué lado estás tú, por cierto?

—¿Es que no has prestado atención? —preguntó Miles—. Todo esto es por ti.

Mark lo miró bruscamente, el ceño fruncido.

—¿Por qué?

Por qué, claro. Miles miró al objeto de su fascinación. Comprendía que un clon se convirtiera en una obsesión, y viceversa. Alzó la barbilla en su tic habitual; al parecer de forma inconsciente, Mark hizo lo mismo. Miles había oído chismes sobre extrañas relaciones entre la gente y sus clones. Pero claro, todo aquel que deliberadamente encargara un clon debía de ser ya raro para empezar. Era mucho más interesante tener un hijo, a ser posible con una mujer más lista, más rápida y más guapa que uno; en ese caso habría al menos una posibilidad de evolución en el clan. Miles se rascó la muñeca. Mark, un momento después, se rascó el brazo. Miles se abstuvo de bostezar deliberadamente. Sería mejor no empezar nada que no pudiera parar.

Bien. Sabía lo que era Mark. Tal vez fuera más importante comprender lo que no era. Y no era un duplicado del propio Miles, a pesar de los esfuerzos de Galen. Ni siquiera era el hermano soñado de un hijo único. Ivan, con quien Miles compartía clan, amigos, Barrayar, recuerdos privados del pasado cada vez más lejano, era cien veces más hermano suyo de lo que Mark sería jamás. Era posible que hubiera subestimado los méritos de Ivan. No era posible volver a empezar de cero, pero sí enmendar un mal comienzo (Miles se miró las piernas, viendo mentalmente los huesos artificiales de su interior). A veces.

—Sí, ¿por qué? —intervino Ivan, ante el prolongado silencio de Miles.

—¿Qué? ¿No te gusta tu nuevo primo? —dijo Miles—. ¿Dónde están tus sentimientos familiares?

—Uno de vosotros es más que suficiente, gracias. Tu Gemelo Malvado aquí presente —Ivan hizo cuernos con los dedos para espantar el mal de ojo— es más de lo que puedo soportar. Además, los dos me encerráis en sitios estrechos.

—Ah, pero yo al menos pedí voluntarios.

—Sí, ese chiste ya me lo sé. «Quiero tres voluntarios. Tú, tú y tú.» Solías mangonearme a mí y a la hija de tu guardaespaldas de esa forma incluso antes de entrar en el ejército, cuando éramos críos. Lo recuerdo.

—Nacido para mandar —sonrió Miles brevemente.

Mark arrugó el entrecejo, mientras trataba aparentemente de imaginar a Miles como un matón de recreo para el grande y saludable Ivan.

—Es un truco mental —le informó Miles.

Estudió a Mark. Estaba agachado incómodamente con la cabeza entre los hombros, como una tortuga protegiéndose de su mirada. ¿Era malvado? Estaba confundido, sin duda. Distorsión de espíritu además de corporal… aunque Galen no podía haber sido mucho más horrible como mentor infantil que el propio abuelo de Miles. Pero para ser un sociópata adecuado hay que estar centrado en uno mismo hasta un grado extremo, cosa que no parecía describir a Mark; apenas le habían permitido tener un yo. Tal vez no estaba lo suficientemente centrado en sí mismo.

—¿Eres malvado? —le preguntó alegremente.

—Soy un asesino, ¿no? —replicó Mark—. ¿Qué más quieres?

—¿Eso ha sido asesinato? Me ha parecido detectar una cierta confusión.

—Él agarró el disruptor neural. Yo no quise soltarlo. Se disparó —el rostro de Mark estaba pálido, blanco y ensombrecido por la brusca iluminación lateral producida por la linterna de Miles al reflejarse en la pared—. En serio.

Ivan alzó las cejas, pero Miles no se entretuvo en darle detalles.

—No premeditado, tal vez —sugirió.

Mark se encogió de hombros.

—Si fueras libre… —empezó a decir Miles lentamente.

Mark arrugó los labios.

—¿Libre? ¿Yo? ¿Qué posibilidad tengo? La policía habrá encontrado ya el cadáver.

—No. La marea rebasó la barandilla. El mar se lo ha llevado. Pasarán tres, cuatro días antes de que vuelva a salir a la superficie. Si sale alguna vez.

Y entonces sería un objeto repelente. ¿Desearía reclamarlo el capitán Galeni, para enterrarlo adecuadamente? ¿Dónde estaba Galeni?

—Supongamos que fueras libre. Libre de Barrayar y Komarr, libre también de mí. Libre de Galen y la policía. Libre de la obsesión. ¿Qué elegirías? ¿Quién eres? ¿O sólo eres reacción, nunca acción?

Mark se retorció visiblemente.

—Vete a la mierda.

Miles torció la boca. Frotó el suelo con la bota y se detuvo antes de empezar a marcar dibujitos con el pie.

—Supongo que nunca lo sabrás mientras yo me imponga sobre ti.

Mark escupió las heces de su odio.

—¡Tú eres libre!

—¿Yo? —Miles casi se sorprendió de verdad—. Nunca seré tan libre como lo eres tú ahora mismo. Estabas atado a Galen por el miedo. Su control sólo era igual a su alcance, y ambas cosas se rompieron juntas. Yo estoy atado… a otras cosas. Dormido o despierto, cerca o lejos, no hay ninguna diferencia. Sin embargo… Barrayar puede ser un lugar interesante, visto a través de otros ojos que no sean los de Galen. Su propio hijo vio las posibilidades.

Mark sonrió con acritud contemplando la pared.

—¿Tienes otra utilidad para mi cuerpo?

—¿Para qué? No se puede decir que tengas la altura que mis… nuestros genes pretendían ni nada de eso. Y mis huesos van camino de convertirse en plástico de todas formas. No hay ninguna ventaja en eso.

—Estaré en la reserva, entonces. Un repuesto para caso de accidente.

Miles alzó las manos.

—Ya ni siquiera crees eso. Pero mi oferta original sigue en pie. Vuelve conmigo, con los dendarii, y te esconderé. Te llevaré a casa. Allí podrás tomarte tu tiempo y decidir cómo ser el auténtico Mark y no una imitación de nadie.

—No quiero conocer a esa gente —declaró Mark llanamente.

Con eso se refería a sus padres. Miles lo entendió con dificultad, aunque Ivan había perdido claramente el hilo.

—No creo que vayan a reaccionar mal. Después de todo, ya están en ti, a nivel fundamental. Tú, ah, no puedes huir de ti mismo. —Hizo una pausa, lo intentó de nuevo—. Si tuvieras la oportunidad de hacer algo, ¿qué sería?

Mark frunció profundamente el ceño.

—Cargarme el negocio de clones de Jackson's Whole.

—Mm —consideró Miles—. Está bastante protegido. De todas formas, ¿qué esperabas de los descendientes de una colonia que empezó siendo una base de secuestradores? Naturalmente, se convirtieron en una aristocracia. Tendré que contarte un par de historias sobre tus antepasados que no aparecen en las crónicas oficiales…

Así que Mark había adquirido una cosa buena de su asociación con Galen: una sed de justicia que iba más allá de su propia piel aunque la incluyera.

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