Hermosa oscuridad (11 page)

Read Hermosa oscuridad Online

Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

L, te quiero
.

Lo sé
.

Me miró y la besé. Al cabo de unos instantes, se acurrucó entre mis brazos, algo que no había hecho en varios meses. Fue besarnos y empezar a movernos involuntariamente, como si nos encontráramos bajo una especie de hechizo. La cogí por los hombros y las piernas y la saqué del agua, que resbalaba por nuestros cuerpos. La llevé hasta la toalla y rodamos sobre la arena. El calor se transformó en fuego. Me di cuenta de que habíamos perdido el control y teníamos que parar.

L
.

Lena jadeó bajo el peso de mi cuerpo y rodamos por la tierra otra vez. Intenté recobrar el aliento. Lena echó la cabeza hacia atrás y se rió. Sentí escalofríos. Recordaba bien esa risa. La había oído en mi sueño, era la risa de Sarafine. Lena se había reído exactamente igual que ella.

Lena
.

¿Serían imaginaciones mías? Antes de que pudiera extraer alguna conclusión, Lena volvió a colocarse encima de mí y ya no pude pensar en nada más. Al cabo de unos instantes estaba perdido de nuevo entre sus brazos. Sentí tensión en el pecho. Tenía la respiración entrecortada. Sabía que si no nos separábamos pronto, acabaría en la sala de urgencias de un hospital. O algo peor.

¡Lena!

Noté dolor en el labio, como si me hubieran cortado. Aparté a Lena y me eché a un lado, aturdido. Lena hincó las rodillas en el suelo y retrocedió. Dorados y enormes, los ojos le brillaban sin apenas matices de verde. Jadeaba ruidosamente. Yo me agaché para recobrar el aliento. Todos los nervios de mi cuerpo se habían encendido y estaban en llamas. Lena levantó la cabeza, pero el pelo desordenado y manchado de tierra me impidió verle la cara. Sólo observé el extraño brillo dorado que iluminaba sus ojos.

—Aléjate de mí —dijo lentamente, como si sus palabras provinieran de un lugar profundo e intocable.

Link había salido del agua y se frotaba la cabeza con la toalla. Tenía un aspecto ridículo con las mismas gafas de plástico que su madre le obligaba a ponerse de pequeño.

—¿Me he perdido algo?

Me toqué el labio con una mueca de dolor y miré mis dedos. Los tenía manchados de sangre.

Lena se puso en pie y se alejó.

Podría haberte matado
.

Giró sobre sus talones y echó a correr en dirección al bosque.

—¡Lena! —llamé, y corrí tras ella.

Correr descalzo a través de los bosques de Carolina del Sur no se lo recomiendo a nadie. Acabábamos de superar una sequía y las orillas del lago estaban cubiertas de agujas de ciprés secas que se clavaban en mis pies como miles de diminutas navajas. Pero seguí corriendo. Oía a Lena más que la veía. Bajo sus pies, las agujas crujían unos pasos por delante.

¡Aléjate de mí!

La rama de un pino se tronchó sin previo aviso y cayó pesadamente sobre el camino a unos metros de mí. Al poco oí que se tronchaba otra rama.

L, ¿te has vuelto loca?

A mí alrededor cayeron más ramas. Yo no corría peligro porque las ramas caían cerca y no me golpeaban, pero la advertencia era evidente.

¡Detente!

¡No me persigas, Ethan! ¡Déjame en paz!

La distancia entre nosotros aumentaba, así que aceleré. Pasaba a toda velocidad entre árboles y arbustos. Lena había abandonado el camino y avanzaba haciendo eses en dirección a la carretera.

Delante de mí cayó otro árbol y se quedó cruzado sobre dos troncos impidiéndome el paso. En el árbol tronchado vi un nido de quebrantahuesos vuelto del revés. De haber estado en su sano juicio, Lena jamás habría hecho nada por estropearlo y hacer daño a los pájaros. Palpé las ramas en busca de huevos rotos.

Oí el ruido de una moto y me dio un vuelco el corazón. Pasé como pude bajo las ramas, que me arañaron la cara y me sacaron sangre, pero llegué a la carretera a tiempo de ver a Lena subir una Harley.

L, ¿qué haces?

Se volvió un instante para mirarme y desapareció en la distancia. El viento agitaba sus cabellos.

Se aleja de mí.

Sus pálidos brazos se aferraban al motorista del Jackson High, el que había pinchado los neumáticos.

La moto, recordé por fin, era la misma de las fotos que Lena había hecho en el cementerio, concretamente la que aparecía en la que quitó de la pared nada más preguntarle por ella.

No se había marchado con el primero que pasaba.

De modo que ya lo conocía.

Yo no sabía cuál de las dos posibilidades era peor.

12 DE JUNIO
Otro caster

E
N EL CAMINO DE VUELTA, Link y yo apenas hablamos. Llevábamos el coche de Lena, pero yo no estaba en condiciones de conducir. Me había hecho cortes en la planta de los pies y torcido un tobillo al pasar por el último árbol.

A Link no le importaba. Gozaba conduciendo el deportivo de Lena.

—Chico, este coche vuela. Ciento cincuenta caballos de potencia, colega.

En esos momentos, la adoración de Link por aquel coche resultaba molesta. Me daba vueltas la cabeza y no me apetecía oír mil elogios sobre el coche de Lena por enésima vez.

—Pues pisa el acelerador, hombre. Tenemos que encontrarla. Ha hecho dedo y se ha subido en la moto del primer chico que pasaba.

No podía decirle a Link que, como todo parecía indicar, Lena ya conocía a aquel motorista. ¿Cuándo había hecho la foto del cementerio? Me invadió la frustración y le di un fuerte codazo a la puerta.

Link no mencionó lo obvio, que Lena había salido corriendo para alejarse de mí y que era evidente que no quería que la encontráramos. Conducía en silencio mientras yo iba asomado por la ventanilla. El aire caliente escocía en los cientos de arañazos que me había hecho en la cara.

Hacía tiempo que algo no marchaba bien entre Lena y yo, pero me había negado a afrontarlo. No sabía si la culpa la tenía algo que nos habían hecho, algo que yo le había hecho a ella o algo que ella me hubiera hecho. Tal vez fuera algo que se estaba haciendo a sí misma. Todo empezó el día de su cumpleaños y siguió con la muerte de Macon. Me pregunté si Sarafine tendría alguna influencia.

Llevaba meses confiando en que, sencillamente, Lena tenía que atravesar las distintas fases de duelo, pero en esos momentos no podía dejar de pensar en el brillo dorado de sus ojos y en las carcajadas de Sarafine en mi sueño. ¿Y si la explicación estaba en otro tipo de fases, en las fases de un proceso muy distinto, un proceso sobrenatural y Oscuro?

¿Y si ya había empezado la transformación que siempre habíamos temido?

Di otro codazo a la puerta.

—Estoy seguro de que Lena se encuentra bien. Necesitará un poco de espacio. Es lo que siempre dicen las chicas, que necesitan espacio —dijo Link. Encendió la radio y la apagó al instante—. Impresionante equipo.

—Lo que tú digas.

—Oye, ¿por qué no nos pasamos por el Dar-ee Keen? Si está Charlotte, a lo mejor se nos une. Sobre todo si nos presentamos con este carro.

Link intentaba distraerme, pero era imposible.

—Como si hubiera una sola persona en el pueblo que no supiera que este coche es de Lena. De todas formas, tenemos que pasarnos por su casa. Tía Del estará preocupada.

Sólo era una excusa para ver si la Harley estaba allí.

—¿Quieres presentarte en casa de Lena, sin Lena y crees que así tía Del no se va a preocupar? Vamos al Der-ee Keen, tomamos un helado y nos lo pensamos. Quién sabe, a lo mejor encontramos allí a Lena. Como el Dar-ee está junto a la carretera…

Aunque Link tenía razón, no consiguió que me sintiera mejor. Al contrario.

—Si tanto te gusta ¿Por qué no pides trabajo en el Dar-ee Keen? Pero espera un momento. ¿Qué estoy diciendo? No puedes, tienes que pasar julio y agosto en la escuela de verano diseccionando ranas, con los condenados a cadena perpetua que también han suspendido biología.

Llamábamos condenados a cadena perpetua a los estudiantes de cuarto que parecían llevar en el instituto eternamente y nunca se graduaban. Los mismos que años después llevarían típicas cazadoras de universitario cuando en realidad trabajaban en Stop & Steal.

—Mira quién habla. Ayudante de bibliotecaria… ¿No podrías haber encontrado un trabajo un poquito mejor?

—Si quieres un libro, te lo puedo traer. Claro, antes tendrías que aprender a leer.

A mí me daba igual que a Link le dejara perplejo mis planes de trabajar en la biblioteca todo el verano. Todavía me quedaban por resolver muchas interrogantes sobre Lena, su familia y los Casters de Luz y de Sombra. ¿Por qué Lena no había cristalizado en su decimosexto cumpleaños? No era una pregunta que uno pudiera dejar de contestar. ¿Podría Lena elegir sin más entre la Luz y las Tinieblas? En el
Libro de las Lunas
tal vez se hallara la respuesta, pero el fuego lo había destruido.

Luego estaban las demás interrogantes. No quería pensar en mi madre. No quería pensar en el extraño de la moto, ni en mi pesadilla de la noche anterior, ni en el labio partido, ni en los ojos dorados. Me limité a mirar por la ventanilla y a ver pasar los árboles.

El Dar-ee Keen estaba abarrotado, pero no había de que extrañarse, era uno de los pocos locales a los que podía llegarse andando desde Jackson High. En verano bastaba seguir un reguero de moscas para llegar. Antiguamente era un Dairy King y luego cambió de nombre, pero los Gentry, sus nuevos propietarios, se negaron a soltar la pasta para cambiar todas las letras del cartel. Aquel día todo el mundo parecía aún más fastidiado y sudoroso de lo habitual. Andar dos kilómetros bajo el sol de Carolina del Sur y perderse el primer día en el lago —el lugar perfecto para enrollarse y beber cerveza caliente—, no era precisamente el mejor plan para pasarlo bien. Era como cancelar un día de fiesta.

Emily, Savannah y Eden estaban sentadas en un rincón con el equipo de baloncesto. Iban descalzas, en bikini y con una minifalda vaquera súper corta, de esas que se llevan con un botón desabrochado para que por encima se vea la braguita del bikini. Nadie estaba de buen humor —en Gatlin no quedaba un sólo neumático, así que la mayoría de los coches seguían aparcados en el instituto—, pero abundaban las risitas y las sacudidas de melena. Emily se estaba soltando el bikini y Emory, su última víctima, parecía encantado.

—Tío, ¿has visto a esas dos? Qué esfuerzo por ser la novia en la boda y el muerto en el entierro —dijo Link.

—Mientras a mí no me inviten…

—Colega,
necesitas un poco de azúcar
. Voy a ponerme en la cola. ¿Quieres algo?

—No, gracias. ¿Te hace falta dinero? —A Link siempre le hacía falta dinero.

—No, voy a ver si Charlotte se enrolla.

Link conseguía casi todo a base de darle a la lengua. Me abrí paso a través del local, el caso era alejarme lo máximo posible de Emily y Savannah. Me senté pesadamente en la mesa del rincón malo del Dar-ee, de espaldas a la puerta y bajo los estantes con la colección de latas y botellas de refresco traídas de todo el país. Algunas llevaban ahí desde que mi padre era pequeño, así que el líquido rojo, marrón o naranja se había ido evaporando y adensando con el paso de los años. Su visión era tan asquerosa como el papel pintado con botellas de refresco de los años cincuenta que cubría las paredes, por no hablar de las moscas. Al cabo de unos minutos, sin embargo, ya te habías acostumbrado a todo.

Me quedé mirando una botella medio llena de un jarabe negruzco, que era el color de mi estado de ánimo. Me preguntaba qué le habría ocurrido a Lena en el lago. Nos estábamos besando y echó a correr despavorida. Pensé también en el brillo dorado de sus ojos. Como no soy ningún estúpido, sabía lo que quería decir. Los Casters de la Luz tenían los ojos verdes, los Casters Oscuros los tenían dorados. Los de Lena no eran totalmente dorados, pero sí lo suficiente como para intrigarme.

Una mosca se apoyó en la reluciente mesa roja. Mientras la miraba, reconocí una sensación familiar: un nudo de pánico y espanto en el estómago que se iba transformando en rabia. Estaba tan enfadado con Lena que me daban ganas de romper a puñetazos el cristal que separaba mi mesa de la de al lado. Pero al mismo tiempo quería saber qué estaba ocurriendo y quién era el tipo de la Harley. Para molerlo a patadas.

Llegó Link con el batido más grande que había visto en mi vida. La nata salía unos diez centímetros por encima de la copa de plástico.

—Charlotte tiene mucho potencial, te lo digo yo —dijo, sorbiendo por la pajita.

El aroma dulzón del batido me causó nauseas. Tuve la sensación de que el sudor, la grasa, las moscas y todos los Emorys y Emilys que se encontraban en el local, se abalanzaban hacia mí.

—Lena no está aquí, así que vámonos. —No podía quedarme allí sentado como si no hubiera pasado nada. Link, sin embargo, sí podía. A él lo mismo le daba que lloviera o que tronara.

—Tranquilo, hombre. Me lo acabo en cinco segundos.

Eden pasó al lado nuestro para recargar su Coca-Cola light. Como siempre, al vernos nos dedicó una sonrisa falsa.

—Pero si haceis muy buena pareja… ¿Ves, Ethan? No sé qué hacías perdiendo tu tiempo con esa niña aficionada a romper ventanas y pinchar ruedas. Link y tú, mis queridos tortolitos, están hechos el uno para el otro.

—No ha sido Lena quien ha pinchado las ruedas.

Yo sabía qué consecuencias podría acarrear para Lena aquel asunto y tenía que zanjar todas las sospechas antes de que intervinieran las madres.

—No, he sido yo —dijo Link con la boca llena de helado—. Aunque es verdad que Lena siente mucho que no se le haya ocurrido a ella primero.

Link no perdía la oportunidad de meterse con las animadoras. Para ellas, Lena era un chiste viejo que todos seguían contando aunque ya no causara gracia. Es lo que ocurre en los pueblos pequeños, por mucho que cambies, los demás siempre tendrán la misma opinión de ti. Cuando Lena fuera bisabuela, seguiría siendo la chica loca que rompió las ventanas de la clase de lengua. Suponiendo, claro, que mis compañeros de la clase de lengua siguieran viviendo en Gatlin.

Yo, por el contrario, si no cambiaban las cosas, estaría lejos. Era la primera vez que pensaba seriamente en irme del pueblo desde la llegada de Lena. La caja llena de folletos de distintas universidades seguía debajo de mi cama, es verdad, pero, tras conocer a Lena, ya no contaba los días para irme de allí.

—Eh, fíjate… ¿Quién es ese chico? —preguntó Eden elevando la voz.

Oí la campanilla de la puerta del local. Fue como en las películas de Clint Eastwood cuando el protagonista entra al bar tras haber estado pegando tiros por todo el pueblo. Las chicas se volvieron para mirar y sus relucientes coletas rubias volaron en semicírculo.

Other books

The Glass House People by Kathryn Reiss
Zendikar: In the Teeth of Akoum by Robert B. Wintermute
The Almost Archer Sisters by Lisa Gabriele
A Heart Most Worthy by Siri Mitchell
Stay with Me by Jessica Blair
The Day We Went to War by Terry Charman
The Diamond Tree by Michael Matson
Lisa's Gift by Mackenzie McKade