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Authors: Laini Taylor

Tags: #Fantasía

Hija de Humo y Hueso (27 page)

—La he puesto al día sobre tu mundo, un poco. Y sabe que intentaste matarme, así que…

—¿Debería asustarme? —preguntó Akiva, y por un instante Karou pensó que hablaba en serio. Su expresión mostraba la misma gravedad de siempre; sin embargo, era otro intento de humor mordaz, como en lo alto de la catedral cuando la sorprendió con la broma de empujar a las citas que no dieran la talla.

—Muchísimo —respondió—. Todo el mundo se encoge de miedo delante de ella. Ya verás.

La taza de Karou estaba vacía, pero la mantenía agarrada, menos preocupada en aquellos momentos de lanzar su magia hacia Akiva que de evitar que sus manos hicieran una nueva incursión temeraria para tocar las de él. Debería sentir rechazo hacia aquellas manos manchadas de muerte, y así era, pero junto al horror estaba… la
atracción.

Karou notaba que Akiva sentía lo mismo, y que sus manos libraban su propia batalla para no alcanzar las de ella. Él seguía mirándola, ella no dejaba de ruborizarse, y su conversación avanzó a trompicones hasta que la puerta se abrió y apareció Zuzana como un torbellino.

Se encaminó directamente a la mesa y se plantó delante de Akiva. Apareció furibunda, dispuesta a echarle una reprimenda, pero cuando lo vio, solo pudo balbucear. Su expresión vacilaba entre la ferocidad y el desconcierto, y venció el segundo. Miró de reojo a Karou y dijo con absoluto asombro:

—Madre mía. Debes. Aparearte. Inmediatamente.

La reacción de Zuzana fue tan inesperada y Karou estaba tan nerviosa que no pudo evitar reírse. Se arrellanó en la silla y dejó que fluyera: una risa dulce y chispeante que provocó otro cambio en el semblante de Akiva, en la medida en que la examinaba de un modo esperanzado y penetrante que provocó un cosquilleo en Karou; se sentía tan…
desnuda.

—No, de verdad —continuó Zuzana—. Ahora mismo. Es como un imperativo biológico, ¿vale?, para conseguir el mejor material genético. Y
este
—señaló a Akiva como si fuera una azafata de ventas— es el mejor material genético que jamás he visto —arrastró una silla y se sentó junto a Karou, como si fueran espectadoras observando al serafín—. Fiala tendría que tragarse sus palabras. Deberías traerlo el lunes para que hiciera de modelo.

—Claro —asintió Karou—. Estoy segura de que no le importaría desnudarse frente a un puñado de humanos…


Desvestirse
—corrigió Zuzana, con tono remilgado—. Todo sea por el
arte.

—¿Vas a presentarnos? —preguntó Akiva.

El idioma quimérico, en el que habían hablado hasta ese momento, sonó fuera de lugar, como un áspero eco de otro mundo.

Karou asintió, tratando de contener la risa.

—Lo siento —dijo, y realizó una somera presentación—. Como es natural, tendré que traducir si queréis deciros algo el uno al otro.

—Pregúntale si está enamorado de ti —dijo Zuzana inmediatamente.

Karou casi se atragantó. Se giró sobre la silla para encarar a Zuzana, que levantó una mano antes de que Karou pudiera protestar.

—Lo sé, lo sé. No vas a preguntarle eso. Y tampoco necesitas hacerlo. Lo
está
. ¡Míralo! Me temo que vas a echar a arder como siga mirándote de ese modo con esos ojazos naranjas.

Karou tenía que admitir que aquello era cierto. Pero
¿amor?
Eso era absurdo, y así se lo dijo.

—¿Quieres saber lo que es absurdo? —dijo Zuzana sin dejar de contemplar a Akiva, que parecía algo desconcertado—. Esa afilada línea del pelo es absurda.
Dios
. Realmente te hace pensar lo escasos que estamos de picos de viuda en la vida cotidiana. Podríamos, no sé, utilizarlo como semental para introducirlos en la población.

—Por Dios. ¿Puedes dejar de hablar de apareamientos y sementales?

—Solo es un comentario —añadió Zuzana razonablemente—. Yo estoy loca por Mik, ¿vale?, pero eso no significa que no pueda aportar mi granito de arena para la proliferación de los picos de viuda. Como un favor a la reserva genética. Tú deberías hacer lo mismo, ¿no crees? O quizás… —Zuzana lanzó una mirada de reojo a Karou— ya lo has
hecho.

—¿Qué? —Karou estaba horrorizada—. ¡No! ¿Por quién me has tomado?

Estaba segura de que Akiva no comprendía nada, pero había una expresión divertida en su boca. Él le preguntó qué había dicho Zuzana, y Karou notó cómo su cara se volvía carmesí.

—Nada —le dijo en lenguaje quimérico, y añadió en checo con severidad—. Ella. No ha dicho. Nada.

—Claro que lo he dicho —saltó Zuzana, y como un niño al que han reprendido por hacer travesuras, repitió alegremente—: ¡Aparearse! ¡Semental!

—Zuze, para, por favor —rogó Karou, indefensa y muy agradecida de que Zuzana y Akiva no hablaran el mismo idioma.

—De acuerdo —dijo su amiga—. También puedo ser cortés. Observa —se dirigió a Akiva directamente—: Bienvenido a nuestro mundo —dijo gesticulando mucho—. Espero que estés disfrutando de tu visita.

Reprimiendo una sonrisa, Karou tradujo.

Akiva asintió.

—Gracias —luego le dijo a Karou—: ¿Podrías decirle, por favor, que su actuación fue magnífica?

Ella trasladó sus palabras a Zuzana, que afirmó:

—Lo sé —era su manera habitual de aceptar un halago, pero Karou podía ver que estaba complacida—. Fue idea de ella.

Karou no tradujo aquellas palabras, pero dijo:

—Es una artista impresionante.

—Tú también —respondió Akiva, y entonces fue Karou la que se sintió complacida.

Le contó que iban a una escuela de arte, y él comentó que en su mundo no existía nada parecido, que solo había lugares donde aprender oficios. Karou le explicó que Zuzana era una especie de aprendiza, que procedía de una familia de artesanos, y le preguntó si él descendía de una familia de soldados.

—En cierto modo —respondió Akiva.

Sus hermanos eran soldados, y su padre también lo había sido en otra época. Pronunció la palabra
padre
con aspereza, y Karou notó resentimiento, así que no continuó indagando y la charla regresó al tema artístico. La conversación, filtrada a través de Karou —y Zuzana, incluso con su mejor comportamiento, requería un alto grado de filtración—, fue sorprendentemente fluida.
Demasiado
, pensó Karou.

¿Por qué le resultaba tan sencillo reír con ese serafín, y olvidar la imagen de los portales ardiendo y del pequeño cuerpo de Kishmish en carne viva mientras sus latidos se aceleraban para luego apagarse? Tenía que recordárselo sin parar, castigándose a sí misma, e incluso así, cuando miraba a Akiva, todo se desmoronaba —toda su cautela y autocontrol—.

—En realidad, no da tanto miedo —comentó algo después Akiva señalando con la cabeza a Zuzana—. Me habías preocupado.

—Bueno, la has desarmado. Provocas ese efecto.

—¿De verdad? Ayer no me pareció que funcionara contigo.

—Yo tenía más motivos para luchar —dijo ella—. De todas maneras, tengo que recordarme sin parar que somos enemigos.

Fue como si una sombra cayera sobre ellos. La expresión de Akiva se tornó lejana otra vez, y colocó las manos debajo de la mesa, retirando sus tatuajes de la vista de Karou.

—¿Qué le has dicho? —preguntó Zuzana.

—Le he recordado que somos enemigos.

—No. Seáis lo que seáis, Karou,
no
sois enemigos.

—Pero lo somos —replicó ella, y lo
eran
, sin importar lo intensamente que su cuerpo estuviera intentando convencerla de lo contrario.

—Entonces, ¿qué haces contemplando amaneceres y tomando té con él?

—Tienes razón. ¿Qué
estoy
haciendo? No tengo ni idea.

Pensó en lo que sí
debería
estar haciendo: viajar a Marruecos para encontrarse con Razgut y atravesar volando aquella abertura en el cielo hacia… Eretz. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Había estado tan concentrada en conseguir los
gavriels
que no había pensado demasiado en cómo sería realmente
ir
allí. Y ahora, con la descripción de Akiva fresca en la memoria —un mundo arrasado por la guerra, inhóspito—, sintió que el terror la invadía; de repente, no deseaba ir a ninguna parte.

Además, ¿qué se suponía que debería hacer cuando llegara allí? ¿Volar hasta los barrotes de aquella imponente fortaleza y preguntar educadamente si Brimstone estaba en casa?

—Hablando de enemigos —dijo Zuzana—. El zopenco apareció esta mañana en televisión.

—Bien hecho —respondió Karou, todavía absorta en sus propios pensamientos.

—No. Bien no.
Mal
. El zopenco se ha portado mal.

—Oh, no. ¿Qué ha hecho?

—Bueno, mientras tú contemplabas el amanecer con tu
enemigo
, no han dejado de hablar de ti en las noticias, y cierto actor ha sido de gran ayuda pavoneándose delante de la cámara y contando al mundo cosas de tu vida. Incluido algo sobre unas
¿cicatrices de bala?
Ha hecho que parecieras la chica de un gánster…


¿La chica?
Por favor. En todo caso, yo sería el gánster…


Como te decía
—interrumpió Zuzana—. Siento mucho decirte que tu acrobacia aérea ha terminado con todo el anonimato del que hayas podido disfrutar hasta ahora, chica del pelo azul. La policía estará seguramente en tu piso…


¿Qué?

—Sí. Están diciendo que lo que hiciste fue una «alteración del orden público» y que solo quieren hablar con las
personas
implicadas, si alguien conoce su paradero.

Al contemplar la angustia de Karou, Akiva quiso saber de qué estaban hablando; ella tradujo rápidamente. Su rostro se ensombreció. Se levantó y se acercó a la puerta para mirar hacia la calle.

—¿Vendrán aquí a buscarte? —preguntó.

Karou reconoció una actitud protectora en su postura, con los hombros encorvados y tensos, y comprendió que en su mundo una amenaza así debía de significar algo bastante alarmante.

—No pasa nada —le aseguró Karou—. No supone ningún peligro. Solo quieren hacer preguntas. De verdad —Akiva no se alejó de la puerta—. No hemos infringido ninguna ley —se volvió hacia Zuzana y preguntó en checo—: No existe ninguna ley que prohíba volar, ¿verdad?

—Claro que sí. La ley de la
gravedad
. La cuestión es que te están buscando —Zuzana lanzó una mirada a la camarera, que merodeaba cerca y seguramente estaba escuchando a hurtadillas—. ¿Pasa algo?

La camarera se ruborizó.

—No he llamado a nadie —contestó rápidamente—. Podéis estar aquí sin ningún problema. ¿Queréis… queréis más té?

Zuzana la invitó a marcharse con un gesto de la mano y dijo a Karou:

—Obviamente, no puedes quedarte aquí para siempre.

—No.

—Entonces, ¿cuál es el plan?

El plan. El plan.
Tenía
un plan, y estaba a punto de llevarlo a cabo. Lo único que tenía que hacer era
marcharse
. Abandonar su vida en Praga, la escuela, el piso, a Zuzana, a Akiva… No. Akiva
no
formaba parte de su vida. Karou lo contempló, vigilante junto a la puerta, dispuesto a protegerla, y trató de imaginar cómo sería alejarse de su…
inmensidad…
, de la sensación de bienestar, el espacio bañado por el sol, la
atracción
. Solo debía levantarse y salir. ¿Verdad?

Hubo un momento de silencio, y el cuerpo de Karou respondió solo con un temblor a la idea de marcharse.

—El plan —repitió necesitando una gran fuerza de voluntad para enfrentarse al momento—. El plan es salir de aquí.

Akiva estaba mirando a través de la puerta y solo cuando se volvió para mirarla, Karou se dio cuenta de que había pronunciado aquellas últimas palabras en idioma quimérico, dirigiéndose a él.

—¿Salir de aquí? ¿Hacia dónde?

—Hacia Eretz —respondió ella poniéndose en pie—. Te lo he dicho antes. Voy a buscar a mi familia.

La consternación invadió el rostro de Akiva al comprender el alcance de aquella afirmación.

—Así que realmente tienes una forma de llegar hasta allí.

—Sí.

—¿Cómo?

—Existen más portales, aparte del tuyo.

—Los había. Todo ese conocimiento se perdió junto con los magos. Me ha costado años encontrar este…

—Creo que no eres el único que sabe cosas. Aunque preferiría que fueras

quien me mostrara el camino.

—¿En vez de quién? —Akiva trataba de descubrirlo, y Karou supo por su gesto de disgusto cuándo lo había adivinado—. El Caído. Esa
cosa
. Vas a pedir ayuda a esa cosa.

—Solo si tú no me llevas.

—Te aseguro que no puedo. El portal está vigilado…

—Está bien. Tal vez nos encontremos algún día al otro lado. ¿Quién sabe?

El movimiento de sus alas invisibles lanzó chispas por el suelo.

—No puedes ir allí. La vida es imposible, créeme.

Karou le dio la espalda y cogió el abrigo. Después de ponérselo, deslizó por encima del cuello su cabellera, que estaba húmeda como la de una sirena y caía en bucles sobre sus hombros. Karou anunció a Zuzana que abandonaba la ciudad, y estaba esquivando las inevitables preguntas de su amiga cuando Akiva la agarró del brazo.

—No puedes ir con esa criatura —le dijo suavemente. Su expresión era cautelosa, difícil de interpretar—. No sola. Si él conoce otro portal, yo puedo acompañarte y asegurarme de que no te sucede nada.

El primer impulso de Karou fue rechazar su ofrecimiento.
Sé ese gato. Sé ese gato
. Pero ¿a quién trataba de engañar? Ese no era el gato que ella deseaba ser. No quería marcharse sola —o sola con Razgut, que era aún peor—.

—Está bien —respondió con el corazón desbocado, y una vez que la decisión estuvo tomada, el tremendo peso del miedo desapareció.

No tendría que separarse de Akiva.

Al menos, por ahora.

34

¿QUÉ ES UN DÍA?

¿Qué es una mañana?
, se preguntó Karou a sí misma. Parte de ella se encontraba ya volando hacia el futuro, imaginando el reencuentro con Brimstone, pero otra parte estaba firmemente anclada en su piel, consciente de la calidez del brazo de Akiva sobre su hombro. Bajaban por Nerudova con Zuzana, enfrentándose al torrente de turistas que ascendía hacia el castillo, y tuvieron que acercarse el uno al otro para sortear a una horda de alemanes ataviados con calzado cómodo.

Karou llevaba el pelo recogido bajo un sombrero que le había prestado la camarera, ocultando de ese modo su rasgo más llamativo. Akiva seguía atrayendo una desmesurada atención; sin embargo, Karou pensó que se debía principalmente a su belleza de ensueño, y no a que lo reconocieran de las noticias.

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