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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (13 page)

—Lo ha olvidado usted —dijo amablemente—, porque mi cocina está muy desordenada.

Entonces mostró a Wang-mu cómo se preparaba el té.

—Al menos en Nagoya —dijo modestamente—. Al menos en esta casa.

Wang-mu observó con atención, concentrada sólo en Kenji y en lo que hacía, pues vio rápidamente que la forma japonesa de preparar el té (o tal vez fuera la forma de Viento Divino, o simplemente la forma de Nagoya, o de los humildes filósofos que mantenían el espíritu Yamato) era distinta de la que había seguido tan cuidadosamente en casa de Han Fei-tzu. Cuando el té estuvo preparado, Wang-mu había en efecto aprendido de ella. Pues, tras haber confesado ser una servidora, y teniendo un expediente informático que aseguraba que había pasado toda su vida en una comunidad china de Viento Divino, Wang-mu podría haber servido el té adecuadamente de esa forma.

Regresaron a la habitación principal de la casa de Hikari. Kenji y Wang-mu llevaban cada una una pequeña mesa de té. Kenji ofreció su mesa a Hikari y éste se la ofreció a su vez a Peter con una inclinación de cabeza. Fue Wang-mu quien sirvió a Hikari. Y cuando Kenji se apartó de Peter, Wang-mu también se apartó de Hikari.

Por primera vez, Hikari pareció… ¿furioso? Sus ojos echaban chispas, al menos. Pues al colocarse Wang-mu exactamente al mismo nivel que Kenji, lo había colocado a él en una situación en la que debía avergonzarse por ser más orgulloso que ella y despedir a su criada, o bien interrumpir el buen orden de su propia casa invitando a Kenji a sentarse con ellos tres como una igual.

—Kenji —dijo Hikari—. Déjame servir el té por ti.

Jaque, pensó Wang-mu. Y mate.

Además obtuvo un premio extra cuando Peter, que por fin había comprendido el juego, le sirvió el té a ella y se las apañó para derramárselo encima, lo que empujó a Hikari a derramarse también un poco de té encima para tranquilizar a su invitado. El dolor del té caliente y luego la incomodidad mientras se enfriaba y se secaba merecían la pena por el placer de saber que mientras ella, Wang-mu, había demostrado ser una digna rival de Hikari en cortesía, Peter simplemente había demostrado ser un manazas.

¿O no era Wang-mu una digna rival de Hikari? El hombre debía de haber visto y comprendido sus esfuerzos por rebajarse ante él. Era posible, entonces, que estuviera (humildemente) permitiéndole tener el orgullo de ser la más humilde de los dos. En cuanto Wang-mu se dio cuenta de que eso era posible, supo con certeza que así era y que la victoria era de él.

No soy tan lista como pensaba.

Miró a Peter, esperando que se hiciera cargo de una vez de la situación e hiciera lo que fuera que tuviese en mente. Pero él parecía perfectamente contento de que ella actuara. Desde luego, no se lanzó al ataque. ¿Se daba cuenta también de que acababa de ser derrotada en su propio juego porque no lo había llevado lo bastante ejos? ¿Le estaba dando la cuerda para que se ahorcase?

Bueno, atemos bien el nudo.

—Aimaina Hikari, algunos le llaman custodio del espíritu Yamato. Peter y yo crecimos en un mundo japonés, y sin embargo los japoneses permiten humildemente que el stark sea el idioma de la escuela pública, por lo que no hablamos japonés. En mi barrio chino, y en la ciudad americana de Peter, pasamos nuestra infancia al borde de la cultura nipona, observándola. Así que, de nuestra vasta ignorancia, la parte que ha de resultarle a usted más obvia es en lo que al Yamato se refiere.

—Oh, Wang-mu, crea usted un misterio de lo obvio. Nadie comprende al Yamato mejor que quienes lo ven desde fuera, igual que el padre comprende mejor al niño que el niño se comprende a sí mismo.

—Entonces le iluminaré —dijo Wang-mu, olvidando el juego de la humildad—, pues veo a Japón como una nación Periférica, y no soy capaz de ver si sus ideas harán de Japón una nueva nación Centro o iniciarán la decadencia que todas las naciones Periféricas experimentan cuando adquieren poder.

—Capto un centenar de posibles significados, la mayoría de ellos probablemente apropiados en el caso de mi pueblo, para su término «nación Periférica» —dijo Hikari—. ¿Pero qué es una nación Centro, y cómo puede un pueblo convertirse en una?

—No soy muy versada en historia terrestre —le dijo Wang-mu—, pero mientras estudiaba lo poco que sé, me pareció que había un puñado de naciones Centro, cuya cultura era tan fuerte que engullía a todos los conquistadores. Egipto fue una, y China otra. Cada una de ellas se unificó y luego se expandió no más de lo necesario para proteger sus fronteras y pacificar sus tierras. Cada una de ellas aceptó a sus conquistadores y los asimiló durante miles de años. La escritura egipcia y la escritura china persistieron sólo con modificaciones estilísticas, de forma que el pasado permaneció presente para aquellos que sabían leer.

Wang-mu comprendió, por la postura envarada de Peter, que estaba muy preocupado. Después de todo, ella decía cosas que no eran gnómicas en absoluto. Pero como no sabía comportarse con el asiático, siguió sin hacer ningún esfuerzo por intervenir.

—Esas dos naciones nacieron en tiempos de barbarie —dijo Hikari—. ¿Está diciendo que ninguna nación puede convertirse en una nación Centro ahora?

—No lo sé —contestó Wang-mu—. Ni siquiera sé si mi distinción entre naciones Periféricas y naciones Centro tiene ningún valor. Sí sé que una nación Centro puede conservar su poder cultural mucho después de haber perdido su control político. Mesopotamia fue conquistada repetidas veces por sus vecinos y, sin embargo, cada conquista cambió más al conquistador que a Mesopotamia misma. Los reyes de Asiria y Caldea y Persia fueron casi indistinguibles después de haber saboreado la cultura de la tierra entre los ríos. Pero una nación Centro también puede caer de manera tan completa que desaparece. Egipto se tambaleó bajo el golpe cultural del helenismo, se puso de rodillas ante la ideología del cristianismo, y finalmente fue barrido por el Islam. Sólo los edificios de piedra recordaron a los niños lo que habían hecho sus antepasados y quiénes habían sido. La historia no tiene leyes, y todas las pautas que encontramos en ella no son más que ilusiones útiles.

—Veo que es usted una filósofa —dijo Hikari.

—Es muy generoso al llamar por ese digno nombre mis infantiles especulaciones. Pero déjeme decirle ahora lo que pienso sobre las naciones Periféricas. Nacen a la sombra, o podríamos decir que a la luz de otras naciones. Japón se volvió civilizado bajo la influencia de China. Roma se descubrió a sí misma a la sombra de los griegos.

—De los etruscos primero —apuntó Peter.

Hikari lo miró impasible, luego se volvió hacia Wang-mu sin hacer ningún comentario. La muchacha casi pudo sentir a Peter retorcerse por haber sido ignorado. Sintió un poco de pena por él. No mucha, sólo un poco.

—Las naciones Centro confían tanto en sí mismas que generalmente no necesitan embarcarse en campañas de conquista. Están seguras de que son superiores y de que todas las demás naciones desean ser como ellas y obedecerlas. Pero las Periféricas, cuando sienten por primera vez su fuerza deben demostrársela a sí mismas, y casi siempre lo hacen con la espada. Así, los árabes se hicieron con las tierras más lejanas del Imperio Romano y se anexionaron Persia. Así los macedonios, situados en la frontera de Grecia, la conquistaron; y tras haber sido engullidos culturalmente, tanto que ahora se consideraban a sí mismos griegos, conquistaron el imperio en cuyas fronteras habían iniciado los griegos su civilización: Persia. Los vikingos tuvieron que acosar Europa antes de asentar reinos en Nápoles, Sicilia, Normandía, Irlanda y, finalmente, en Inglaterra. Y Japón…

—Nosotros tratamos de quedarnos en nuestras islas —dijo Hikari suavemente.

—Japón, cuando surgió, arrasó el Pacifico tratando de conquistar la gran nación Centro de China hasta que finalmente lo detuvieron las bombas de la nueva nación Centro de América.

—Yo diría que América fue la nación Periférica definitiva —dijo Hikari.

—América fue colonizada por gente periférica, pero la idea de América se convirtió en el nuevo principio fuerte que la convirtió en una nación Centro. Eran tan arrogantes que, una vez sometidas sus propias tierras, no tuvieron ninguna voluntad de imperio. Simplemente dieron por supuesto que todas las naciones querían ser como ellos. Engulleron todas las demás culturas. Incluso en Viento Divino, ¿cuál es el idioma de los colegios? No fue Inglaterra la que nos impuso su idioma, el stark, el Discurso del Congreso Estelar.

—Que América estuviera en ascenso tecnológico en el momento en que llegó la Reina Colmena y nos obligó a extendernos entre las estrellas no fue más que una casualidad.

—La idea de América se convirtió en la idea Centro, creo —dijo Wang-mu—. Todas las naciones a partir de entonces adoptaron las formas de la democracia. Incluso ahora nos gobierna el Congreso Estelar. Todos vivimos dentro de la cultura americana nos guste o no. Así que lo que me pregunto es si, ahora que Japón ha tomado el control de esta nación Centro, será engullido como fueron engullidos los mongoles por China o si conservará su identidad cultural pero acabará por perder control, como la nación Centro de Turquía perdió el control del Islam y la nación Centro Manchú perdió el control de China.

Hikari estaba inquieto. ¿Furioso? ¿Molesto? Wang-mu no tenía forma de adivinarlo.

—La filósofa Si Wang-mu dice una cosa que me resulta imposible aceptar —dijo—. ¿Cómo puede usted decir que los japoneses controlan ahora el Congreso Estelar y los Cien Mundos? ¿Cuándo fue esa revolución que nadie ha advertido?

—Pensaba que usted era capaz de ver lo que han conseguido sus enseñanzas del modo Yamato —respondió Wang-mu—. La existencia de la Flota Lusitania es la prueba del control japonés. Ése es el gran descubrimiento que mi amigo el físico me enseñó, y ése ha sido el motivo de que acudiéramos a usted.

Peter la miró verdaderamente horrorizado. Wang-mu se imaginaba lo que estaba pensando. ¿Estaba loca al mostrar tan abiertamente sus cartas? Pero ella sabía que lo había hecho en un contexto que no revelaba nada sobre los motivos de su visita.

Y, sin perder la compostura, Peter siguió su indicación y procedió a exponer el análisis que Jane había hecho del Congreso Estelar, los necesarios y la Flota Lusitania; aunque por supuesto presentó las ideas como si fueran propias. Hikari escuchó, asintiendo de vez en cuando, sacudiendo la cabeza en otras ocasiones. La impasibilidad había desaparecido, la actitud de divertida distancia había quedado descartada.

—¿Entonces me está usted diciendo —resumió cuando Peter terminó— que a causa de mi librito sobre las bombas americanas los necesarios han tomado control del Gobierno y lanzado la Flota Lusitania? ¿De eso me responsabiliza?

—No es cuestión de culpa o de mérito —dijo Peter—. Usted no lo planeó. Por lo que sé, ni siquiera lo aprueba.

—Ni siquiera pienso en la política del Congreso Estelar. Soy del Yamato.

—Pero eso es lo que hemos venido a aprender —dijo Wang-mu—. Veo que es usted un hombre de la periferia, no del centro. Por tanto, no dejará que el Yamato sea engullido por la nación Centro. Los japoneses permanecerán apartados de su propia hegemonía, y al final escapará de sus manos y recaerá en otras.

Hikari sacudió la cabeza.

—No consentiré que responsabilice a Japón de la Flota Lusitania. Nosotros somos el pueblo castigado por los dioses, no enviamos flotas para destruir a los demás.

—Los necesarios lo hacen —dijo Peter.

—Los necesarios hablan —repuso Hikari—. Nadie escucha.

—Usted no los escucha —le dijo Peter—. Pero el Congreso sí.

—Y los necesarios le escuchan a usted.

—¡Soy un hombre de perfecta sencillez! —gritó Hikari, poniéndose en pie—. ¡Han venido a torturarme con acusaciones que no pueden ser verdad!

—No hacemos ninguna acusación —dijo Wang-mu en voz baja, rehusando ponerse en pie—. Ofrecemos una observación. Si estamos equivocados, le suplicamos que nos enseñe nuestro error.

Hikari estaba temblando, y su mano izquierda se aferró al camafeo con las cenizas de sus antepasados que colgaba de un lazo de seda de su cuello.

—No —dijo—. No les dejaré fingir ser humildes buscadores de la verdad. Son ustedes asesinos. ¡Asesinos del corazón que vienen a destruirme, a decirme que al buscar el modo Yamato he causado de alguna forma que mi pueblo gobierne los mundos humanos y use ese poder para destruir una especie inteligente débil e indefensa! Es una terrible mentira la que me cuentan al decir que la obra de mi vida ha sido tan inútil. Preferiría que hubiera puesto veneno en mi té, Si Wang-mu. Preferiría que me hubiera puesto una pistola en la cabeza y me la hubiera volado, Peter Wiggin. Sus padres les pusieron buenos nombres… esos nombres orgullosos y terribles que ambos llevan. ¿La Real Madre del Oeste? ¿Una diosa? ¡Y Peter Wiggin, el primer hegemón! ¿Quién da a su hijo un nombre así?

Peter se levantó, y extendió la mano para ayudar a Wang-mu a ponerse en pie.

—Le hemos ofendido sin pretenderlo —dijo—. Estoy avergonzado. Debemos irnos de inmediato.

Wang-mu se sorprendió al oír hablar a Peter de un modo tan oriental. La costumbre americana era ofrecer excusas, quedarse y discutir.

Le dejó acompañarla hasta la puerta. Hikari no les siguió; eso quedó para la pobre Kenji, que estaba aterrada de ver a su plácido amo tan trastornado. Pero Wang-mu estaba decidida a no dejar que su visita terminara en desastre. Así que, en el último momento, volvió corriendo y se arrojó al suelo, postrada ante Hikari, exactamente en la misma pose de humillación que había jurado hacía muy poco no volver a adoptar jamás. Pero sabía que mientras estuviera en esa postura, Hikari tehdría que escucharla.

—Oh, Aimaina Hikari —dijo—, has hablado de nuestros nombres, ¿pero has olvidado el tuyo propio? ¿Cómo puede creer un hombre llamado «Luz Ambigua» que sus enseñanzas tendrán sólo el efecto que pretendía?

Al oír esas palabras, Hikari se dio la vuelta y salió de la habitación. ¿Había empeorado Wang-mu la situación o la había mejorado? Wang-mu no tenía modo de saberlo. Se puso en pie y caminó tristemente hacia la puerta. Peter estaría furioso con ella. Con su atrevimiento bien podía haberlo estropeado todo… y no sólo para ellos, sino también para todos aquellos que tan desesperadamente anhelaban que detuvieran la Flota Lusitania.

Sin embargo, para su sorpresa, Peter se mostró perfectamente contento una vez que dejaron atrás el jardín de Hikari.

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