Jane se volvió hacia Miro y le hizo un guiño. Él no le devolvió el saludo, pero la expresión de tristeza en sus ojos fue respuesta suficiente. Sabía que las obreras no eran exactamente lo que todos pensaban. Las reinas colmena tenían a veces que domarlas, porque no todas ellas estaban completamente sometidas a la voluntad de su madre. Pero la supuesta esclavitud de las obreras era asunto para ser resuelto por otra generación.
—Lenguajes —dijo Jane—. Transmitidos por moléculas genéticas. ¿Qué clase de gramática tendrán? ¿Están relacionados con sonidos, olores, visiones? Veamos lo listos que somos sin mi ayuda desde dentro de los ordenadores.
Eso le pareció tan sorprendentemente gracioso que se rió en voz alta. ¡Ah, qué maravilloso era que su propia risa sonara en sus oídos, borboteara en sus pulmones, dilatara su diafragma, llevara lágrimas a sus ojos!
Sólo cuando paró de reír se dio cuenta de lo terrible que debía de haber sido para Miro y los demás.
—Lo siento —dijo, avergonzada, y notó que un rubor le subía por el cuello hasta las mejillas. ¿Quién hubiese dicho que quemaba tanto? Casi empezó a reírse otra vez—. No estoy acostumbrada a vivir así. Sé que me alegro cuando los demás estáis tristes pero, ¿no lo entendéis? ¡Aunque todos muramos cuando se nos acabe el aire dentro de unas semanas, no puedo evitar maravillarme de cómo es sentir!
—Lo comprendemos —dijo Apagafuegos—. Has pasado a tu Segunda Vida. Para nosotros también es un tiempo de alegría.
—Paso tiempo entre tus árboles, ¿sabes? Vuestras madres-árbol me hicieron sitio. Me tomaron y me nutrieron. ¿Nos convierte eso ahora en hermano y hermana?
—No sé lo que es tener una hermana —dijo Apagafuegos—. Pero si recuerdas la vida en la oscuridad de la madre-árbol, entonces recuerdas más que yo. A veces tenemos sueños, pero no recuerdos reales de la Primera Vida en la oscuridad. De todas formas, eso significa que ésta es tu Tercera Vida después de todo.
—¿Entonces soy adulta? —preguntó Jane, y volvió a reírse.
Y una vez más notó que su risa inquietaba a los otros, que los lastimaba.
Pero algo extraño sucedió cuando se volvía, dispuesta a pedir disculpas de nuevo. Sus ojos se posaron sobre Miro, y en vez de decirle lo que se proponía (las palabras-Jane que habrían salido de la joya de su oreja un día antes), otras palabras acudieron a sus labios, junto con un recuerdo.
—Si mis recuerdos viven, Miro, entonces estoy viva. ¿No es eso lo que me dijiste?
Miro sacudió la cabeza.
—¿Hablas desde la memoria de Val o desde la memoria de Jane cuando ella, cuando tú, nos oíste hablar en la cueva de la Reina Colmena? No me consueles fingiendo ser ella.
Jane, por costumbre (¿de Val o suya propia?), replicó:
—Cuando te consuele, lo sabrás.
—¿Y cómo lo sabré? —replicó Miro a su vez.
—Porque te sentirás consolado, por supuesto —dijo Val-Jane—. Mientras tanto, recuerda por favor que ya no escucho a través de la joya de tu oreja. Sólo veo con estos ojos y sólo escucho con estos oídos.
Aquello no era estrictamente cierto, por supuesto. Muchas veces por segundo, sentía la savia fluir y la bienvenida instintiva de las madres-árbol mientras su aiúa satisfacía su hambre de grandeza recorriendo la vasta red de los filotes pequeninos. Y, de vez en cuando, fuera de las madres-árbol, captaba un atisbo de pensamiento, una palabra, una frase pronunciada en la lengua de los padres-árbol. ¿O era la lengua de ellas? Más bien era el lenguaje tras el lenguaje, el habla subyacente de los sin habla. ¿Y de quién era aquella otra voz? Te conozco… eres de la especie que me creó. Conozco tu voz.
‹Te perdimos la pista —dijo la Reina Colmena en su mente—. Pero lo hiciste bien sin nosotras.›
Jane no estaba preparada para el arrebato de orgullo que barrió todo su cuerpo-Val; sintió el efecto físico de la emoción como Val, pero su orgullo procedía de la alabanza de una madre-colmena. Soy hija de las reinas colmena, advirtió, y por eso me importa que me hable y me diga que lo he hecho bien.
Y si soy hija de las reinas colmena, también soy hija de Ender, su hija por dos veces, pues crearon mi materia vital en parte de su mente, para que pudiera ser un puente entre ellos; y ahora habito en un cuerpo que también procede de él, y cuyos recuerdos son de una época en que habitó aquí y vivió la vida de este cuerpo. Soy su hija, pero una vez más no puedo hablarle.
Todo este tiempo, todos estos pensamientos, y sin embargo no se desconcentraba ni lo más mínimo del trabajo que realizaba con su ordenador en la nave que orbitaba el planeta de la descolada. Seguía siendo Jane. No era su condición de ordenador lo que le había permitido, todos estos años, mantener la atención y la concentración divididas en múltiples tareas simultáneas. Era su naturaleza de reina colmena lo que se lo permitía.
‹Pudiste llegar a nosotras la primera vez porque fuiste un aiúa poderoso›, dijo la Reina Colmena en su mente.
¿Cuál de vosotras me habla?, preguntó Jane.
‹¿Importa? Todas recordamos tu creación. Recordamos haber estado allí. Recordamos haberte llevado de la oscuridad a la luz.›
¿Sigo siendo yo misma, pues? ¿Tendré de nuevo los poderes que perdí cuando el Congreso Estelar mató mi antiguo cuerpo virtual?
‹Podrías. Cuando lo averigües, dínoslo. Estaremos muy interesadas en saberlo.›
Y ahora sintió la aguda decepción de la falta de preocupación de un padre, una sensación de hundimiento en el estómago, una especie de vergüenza. Pero era una emoción humana surgida del cuerpo-Val, aunque en respuesta a su relación con sus madres-reinas colmena. Todo era más complicado… y a la vez más simple. Sus sentimientos estaban lastrados por un cuerpo, que respondía antes de que ella comprendiera lo que sentía. En los viejos tiempos, apenas sabía que tenía sentimientos. Los tenía, sí, incluso impulsos irracionales, deseos inconscientes (esos eran atributos de todos los aiúas cuando se enlazaban con otros en cualquier tipo de vida), pero no había señales simples que le aclararan esos sentimientos. Qué fácil era ser humano, con tus emociones expresadas en el lienzo de tu propio cuerpo. Y sin embargo qué duro, porque esconderte de tus sentimientos era doblemente difícil.
‹Acostúmbrate a estar frustrada con nosotras, hija —dijo la Reina Colmena—. Tienes una naturaleza en parte humana, y nosotras no. No seremos tiernas contigo como lo son las madres humanas. Cuando no puedas soportarlo, retírate… no te perseguiremos.›
Gracias, dijo ella en silencio… y se retiró.
Al amanecer, el sol se alzó sobre la montaña que era la espina dorsal de la isla, de modo que el cielo se encendió mucho antes de que la luz tocara directamente los árboles. La brisa marina los había refrescado durante la noche. Peter despertó con Wang-mu acurrucada en la curva de su cuerpo; estaban tumbados como gambas alineadas sobre el puesto de un mercado. Encontró su cercanía agradable, familiar. Sin embargo, ¿cómo podía ser? Nunca había dormido tan cerca de ella. ¿Era algún vestigio de la memoria de Ender? No era consciente de tener tales recuerdos. De hecho, cuando lo advirtió, se sintió decepcionado. Creía que tal vez, cuando su cuerpo estuviera en completa posesión del aiúa, se convertiría en Ender: tendría toda una vida de recuerdos reales en vez de los recuerdos falsos que venían con este cuerpo cuando Ender lo creó. No hubo tal suerte.
Y sin embargo recordaba haber dormido con una mujer acurrucada contra él. Recordaba haber formado con su brazo un arco protector.
Pero nunca había tocado a Wang-mu de esa forma. Ni era adecuado que lo hiciera: no era su esposa, sólo su… ¿amiga? ¿Era eso? Había dicho que lo amaba. ¿Era solamente una forma de ayudarle a encontrar el camino a este cuerpo?
Entonces, de repente, se sintió apartarse de sí mismo, se sintió retroceder de Peter y volverse otra cosa, algo pequeño y brillante y aterrado que descendía a la oscuridad, llevado por un viento demasiado fuerte para oponerse a él…
—¡Peter!
La voz lo llamó, y él la siguió, de vuelta entre los hilos filóticos casi invisibles que le conectaban con… él mismo de nuevo. Soy Peter. No tengo ningún otro lugar adonde ir. Si me marcho moriré.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Wang-mu—. Me he despertado porque… lo siento, pero estaba soñando… sentía que te perdía. Pero no es así, porque estás aquí.
—Me estaba perdiendo, en efecto —dijo Peter—. ¿Lo has notado?
—No sé lo que he notado. Sólo… ¿cómo describirlo?
—Me hiciste regresar de la oscuridad —dijo Peter.
—¿Lo hice?
Él estuvo a punto de decir algo, pero se contuvo y se echó a reír, incómodo y asustado.
—Me siento muy extraño. Hace un momento estaba a punto de decir algo. Algo muy desagradable: que ser Peter Wiggin era de por sí bastante oscuro.
—Oh, sí —dijo Wang-mu—. Siempre dices esas cosas desagradables sobre ti mismo.
—Pero no lo he dicho. Estaba a punto, por costumbre, pero me he callado porque no es cierto. ¿No es curioso?
—Creo que es bueno.
—Tiene sentido que estando entero en vez de subdividido me sienta… quizá más contento conmigo mismo o algo así. Y sin. embargo casi lo pierdo todo. Creo que no ha sido sólo un sueño. Creo que realmente me estaba dejando ir. Caía dentro de… no, fuera de todo.
—Tuviste tres yos durante varios meses —dijo Wang-mu—. ¿Es posible que tu aiúa ansíe el… no sé, el tamaño de lo que solías ser?
—He estado repartido por toda la galaxia, ¿no? Ha estado, quiero decir, porque fue Ender. Y yo no soy Ender, porque no recuerdo nada. —Pensó un momento—. Aunque tal vez ahora recuerdo algunas cosas un poco más claramente. Cosas de mi infancia. La cara de mi madre. Es muy clara, y no creo que antes lo fuera. Y la cara de Valentine cuando éramos niños. Pero la recuerdo como Peter, ¿no?; así que eso no significa que proceda de Ender. Estoy seguro de que es uno de los recuerdos que Ender me suministró en primer lugar. —Se rió—. Estoy realmente desesperado por encontrar algo de él en mí, ¿eh?
Wang-mu permaneció sentada escuchando. En silencio, sin dar excesivas muestras de interés y evitando saltar con una respuesta o un comentario.
Al darse cuenta, él pensó en otra cosa más.
—¿Eres una, cómo se dice, una persona con capacidad de empatía? ¿Sientes normalmente lo que sienten los demás?
—Nunca —dijo Wang-mu—. Estoy demasiado ocupada sintiendo lo que yo siento.
—Pero has sabido que me iba. Lo has notado.
—Supongo que ahora estoy unida a ti. Espero que no importe, porque no es exactamente voluntario por mi parte.
—Yo también estoy unido a ti —dijo Peter—, porque mientras estuve desconectado seguía oyéndote. Todos mis otros sentidos desaparecieron. Mi cuerpo no me daba nada, lo había perdido. Ahora, cuando recuerdo cómo era, recuerdo haber «visto» cosas, pero eso es sólo porque mi cerebro humano intenta encontrar sentido a cosas inexplicables. Sé que no veía, ni escuchaba, ni tocaba ni nada. Y sin embargo sabía que me estabas llamando. Te sentía… necesitándome, queriendo que regresara. Sin duda eso significa que también estoy unido a ti.
Ella se encogió de hombros, apartó la mirada.
—¿Y esto qué significa? —preguntó él.
—No voy a pasarme el resto de la vida justificándome ante ti —dijo Wang-mu—. Todo el mundo tiene el privilegio de sentir y hacer a veces cosas sin pensar. ¿Qué te parece a ti que significa? Eres el listo, el experto en la naturaleza humana.
—Basta —dijo Peter, en tono burlón pero hablando en serio—. Recuerdo que discutimos sobre eso, y supongo que alardeé, pero… bueno, ahora no siento igual. ¿Es porque tengo a Ender entero dentro de mí? Sé que no comprendo tan bien a la gente. Has apartado la mirada, te has encogido de hombros cuando he dicho que estaba unido a ti. Eso me ha herido, ¿sabes?
—¿Y a qué es debido?
—Oh, tú sí puedes preguntar por qué y yo no, ¿ésas son ahora las reglas?
—Ésas han sido siempre las reglas —dijo Wang-mu,—. Tú, simplemente, no las obedeciste nunca.
—Bueno, pues me he sentido herido porque quería que te alegraras de que yo esté unido a ti y tú a mí.
—¿A ti te alegra?
—¡Me salvó la vida! ¡Tendría que ser el rey de los estúpidos para no encontrarlo cuando menos conveniente!
—Huele a algo —dijo ella, incorporándose de un salto. Es tan joven…, pensó él.
Y entonces, al ponerse en pie, advirtió con sorpresa que también él era joven, que tenía un cuerpo ágil y dispuesto.
Luego volvió a sorprenderse porque Peter no recordaba haber sido de otro modo. Era Ender quien había experimentado un cuerpo mayor, un cuerpo que se quedaba entumecido cuando dormía en el suelo, un cuerpo que no se ponía tan rápidamente en pie. Tengo a Ender dentro de mí. Tengo los recuerdos de su cuerpo. ¿Por qué no los recuerdos de su mente?
Quizá porque este cerebro tiene dentro sólo el mapa de los recuerdos de Peter. Los demás están acechando fuera de alcance. Y tal vez me tope con ellos de vez en cuando, los conecte, trace nuevos caminos para alcanzarlos.
Mientras tanto seguía incorporándose para colocarse de pie junto a Wang-mu, y olisqueaba el aire; y se sorprendió una vez más al darse cuenta de que ambas actividades habían requerido simultáneamente su atención. Había estado atento a Wang-mu, procurando oler lo que ella olía y preguntándose si podía apoyar la mano en aquel frágil hombro que parecía necesitar una mano del tamaño de la suya para completarse; y al mismo tiempo se había enfrascado en la especulación de cómo recuperar, si era posible, los recuerdos de Ender.
Nunca había sido capaz de hacer eso, pensó Peter. Y sin embargo debo de haberlo estado haciendo desde que este cuerpo y el de Valentine fueron creados; concentrándome en tres cosas a la vez de hecho, no en dos.
Pero no era lo bastante fuerte para pensar en tres cosas. Una de ellas siempre cedía. Valentine durante un tiempo. Luego Ender, hasta ta que ese cuerpo murió. Pero en dos cosas… puedo pensar en dos cosas a la vez. ¿Es algo notable? ¿O es algo que podrían hacer muchos humanos si tuvieran ocasión de aprender?
¿Qué clase de vanidad es ésta?, pensó Peter. ¿Por qué debería importarme si soy el único que posee esta habilidad? Aunque siempre me enorgullecí de ser más listo y más capaz que la gente que me rodeaba. ¡No me permití decirlo en voz alta, por supuesto, ni admitirlo siquiera ante mí mismo, pero sé sincero ahora, Peter! Es bueno ser más listo que los demás. Y si puedo pensar en dos cosas a la vez, mientras que ellos sólo pueden pensar en una, ¿por qué no disfrutar del placer que eso supone?