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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Hijos de la mente (30 page)

—Cállate —le ordenó Val.

No era propio de ella hablar en aquel tono. Miro se calló.

—No quiero oír más palabras como ésas —dijo—. Lo que necesito de ti son palabras que me hagan renunciar a este cuerpo. Miro negó con la cabeza.

—Paga y calla —dijo ella—. Recorre el camino. Di lo que hay que decir. Afróntalo o cierra el pico. Sé pez o cebo.

Miro sabía lo que ella quería. Sabía que decía que lo único que la retenía a este cuerpo, a esta vida, era él. Era su amor por él. Su amistad y compañerismo. Había otras personas aquí para hacer el trabajo de traducción… Miro comprendía que éste había sido el plan, todo el tiempo: traer a Ela y Quara para que Val no se creyera indispensable. Pero no podía renunciar a Miro tan fácilmente. Y tenía que hacerlo, tenía que dejarlo.

—Sea cual fuere el aiúa que esté en ese cuerpo —dijo Miro—, recordarás todo lo que diga.

—Y tendrás que decirlo en serio —respondió Val—. Tiene que ser la verdad.

—Bien, pues no puede ser. Porque la verdad es que yo…

—¡Calla! —demandó Val—. No lo digas otra vez. ¡Es mentira!

—No es mentira.

—¡Te engañas por completo, Miro, y tienes que despertar y aceptar la verdad! Ya has elegido entre Jane y yo. Te echas atrás porque no te gusta ser el tipo de hombre que toma decisiones despiadadas como ésa. Pero nunca me amaste, Miro. Nunca. Amaste la compañía, sí… de la única mujer que tenías cerca, claro; un imperativo biológico jugando con un joven desesperadamente solitario. ¿Pero yo? Creo que lo que amabas de mí era el recuerdo de tu amistad con la Valentine real que volvió contigo del espacio. Y te encantaba lo noble que parecías al declararme tu amor en un esfuerzo por salvarme la vida cuando Ender me ignoraba. Pero todo era cosa tuya, no mía. Nunca me conociste, nunca me amaste. Era a Jane a quien amabas, y a Valentine, y al propio Ender; al Ender de verdad, no a este contenedor que creó para dividir en compartimientos todas las virtudes que desearía tener en más cantidad.

La antipatía, la furia era palpable. No era típico de ella. Miro vio que también los demás estaban asombrados. Y sin embargo también comprendía. Era muy propio de ella: se comportaba de forma odiosa y airada para persuadirse a sí misma de renunciar a esta vida. Y lo hacía por bien de los demás. Era perfecto altruismo. Sólo que ella moriría y, a cambio, quizá los demás no lo harían, y volverían a casa cuando su trabajo aquí hubiera terminado. Jane viviría, envuelta en esta nueva carne, heredando sus recuerdos. Val tenía que persuadirse a sí misma y a los demás de que la vida que ahora llevaba era indigna, que el único valor de su vida sería renunciar a ella.

Y quería que Miro la ayudase. Ése era el sacrificio que le pedía. Que la ayudara a marcharse. Que la ayudara a querer marcharse. Que la ayudara a odiar esta vida.

—Muy bien —dijo Miro—. ¿Quieres la verdad? Estás completamente vacía, Val, y siempre lo estuviste. Te quedas ahí sentada lloriqueando cosas preciosas, pero nunca pones pasión en nada. Ender sintió la necesidad de crearte no porque tuviera alguna de las virtudes que supuestamente representas, sino porque no las tiene. Por eso las admira tanto. Así, cuando te creó, no supo qué poner dentro de ti. Un guión vacío. Incluso ahora, sólo estás siguiendo ese guión. Perfecto altruismo, un cuerno. ¿Cómo puede ser un sacrificio renuncia una vida que nunca fue tal?

Ella se debatió un instante, y una lágrima le corrió por la mejilla.

—Me dijiste que me amábas.

—Sentía lástima por ti. Ese día en la cocina de Valentine, ¿no? Pero la verdad es que probablemente estaba mintiendo para impresionar a Valentine. A la otra Valentine. Para demostrarle lo bueno que soy. Ella sí que tiene algunas de esas virtudes… me preocupa mucho lo que piense de mí. Así que… me sedujo la idea de ser un tipo digno del respeto de Valentine. Eso es lo más cerca de amarte que estuve. Y entonces descubrimos cuál era nuestra misión real y, de repente, ya no te estás muriendo y aquí estoy, atrapado por haber dicho que te amaba; ahora tengo que seguir y seguir manteniendo la ficción aunque cada vez queda más claro que echo de menos a Jane, que la echo de menos tan desesperadamente que me duele, y el único motivo por el que no puedo tenerla es porque tú no cedes…

—Por favor —dijo Val—. Me resulta demasiado doloroso. No creía que tú…

—Miro —dijo Quara—, esto es la cosa más repugnante que he visto hacer a nadie jamás, y he visto a algunos hijos de…

—Cállate, Quara —ordenó Ela.

—Oh, ¿quién te ha nombrado reina de la nave? —replicó Quara.

—Esto no tiene nada que ver contigo.

—Lo sé, tiene que ver con Miro, el auténtico hijo de puta… Apagafuegos se levantó rápidamente de su asiento y con su fuerte mano tapó la boca de Quara.

—No es el momento —dijo—. No entiendes nada. Ella liberó el rostro.

—Entiendo lo suficiente para saber que…

Apagafuegos se volvió hacia la obrera de la Reina Colmena. —Ayúdanos —dijo.

La obrera se levantó y, con sorprendente velocidad, sacó a Quara de la cubierta principal de la lanzadera. A Miro ni siquiera le interesó adónde llevaba la Reina Colmena a Quara o dónde la retenía. Quara era demasiado egocéntrica para comprender el pequeño juego que Miro y Val se llevaban entre manos. Pero los demás lo entendían.

Sin embargo, lo que contaba era que Val no lo comprendiera. Val tenía que creer que él hablaba en serio. Casi había funcionado antes de que Quara los interrumpiera. Pero ahora habían perdido el hilo.

—Val —dijo Miro, cansado—, no importa lo que yo diga. Porque tú nunca cederás. Y aunque Ender pueda arrasar planetas enteros para salvar a la raza humana, su propia vida es sagrada. Nunca se rendirá. Ni un rasguño. Y eso te incluye a ti… nunca te dejará ir. Porque eres el último y el más grande de sus engaños. Si renuncia a ti, perderá su última esperanza de convertirse realmente en un buen hombre.

—Eso es una tontería —contestó Val—. La única manera que tiene de llegar a ser realmente un buen hombre es renunciando a mí.

—A eso me refiero: no es realmente un buen hombre, por eso no puede renunciar a ti. Ni siquiera intentar probar su virtud. Porque el lazo del aiúa con el cuerpo no puede falsificarse. Él puede engañar a todo el mundo, pero no a tu cuerpo. No es lo bastante fuerte para dejarte marchar.

—Así que es a Ender a quien odias, no a mí.

—No, Val, no odio a Ender. Es un tipo imperfecto, eso es todo. Como yo, como todo el mundo. Como la auténtica Valentíne, por cierto. Sólo tú tienes la ilusión de la perfección… pero no importa, porque no eres real. Sólo eres Ender disfrazado, haciendo de Valentine. Sales del escenario y no hay nada, todo se desprende como si fuera maquillaje y un disfraz. ¿De veras creíste que estaba enamorado de eso?

Val giró en su silla, volviéndole la espalda.

—Casi creo que lo dices todo en serio.

—Lo que yo no acabo de creerme es que lo esté diciendo en voz alta. Pero es lo que querías que hiciera, ¿no? Que fuera sincero contigo por una vez, para que así tal vez pudieras ser sincera contigo misma y darte cuenta de que lo que tienes no es una vida, sino sólo una perpetua confesión de la incapacidad de Ender como ser humano. Eres la inocencia infantil que cree haber perdido, pero la verdad es que antes de que se lo arrebataran a sus padres, antes incluso de que fuera a la Escuela de Batalla en el cielo, antes de que hicieran de él una máquina de matar perfecta, ya era el asesino brutal e implacable que siempre temió ser. Es una de las cosas que Ender pretende negar: mató a un niño antes de convertirse en soldado. Le rompió la cabeza a patadas. Lo pateó una y otra vez y el niño nunca despertó. Sus padres nunca volvieron a verlo con vida. El chaval era un cabroncete, pero no se merecía morir. Ender fue un asesino desde el principio. Y no puede vivir con eso. Ése es el motivo por el cual te necesita ese es el motivo por el cual necesita a Peter. Para poder sacar de si mismo el feo asesino sin piedad y ponerlo todo en Peter. Y así puede mirarte a ti, la perfecta, y decir: «¿Ves? Toda esa belleza esta dentro de mí.» Y todos le seguimos la corriente. Pero no eres hermosa, Val. Eres la patética justificación de un hombre cuya vida entera es una mentira.

Val rompió a llorar.

Miro estuvo a punto de compadecerse y callar. Casi le gritó: «No, Val, es a ti a quien amo, a ti a quien quiero. Te he anhelado toda mi vida y Ender es un buen hombre porque toda esta tontería sobre que eres una pretensión es imposible. Ender no te creó conscientemente, como los hipócritas crean sus fachadas. Surgiste de él. Las virtudes estaban allí, están allí, y tú eres su hogar natural. Yo amaba y admiraba ya a Ender, pero hasta que no te conocí no supe lo hermoso que era por dentro.»

Ella le daba la espalda, por lo que no podía ver el tormento que sentía.

—¿Qué pasa, Val? ¿Se supone que debo sentir lástima de ti otra vez? ¿No comprendes que tu único valor para nosotros es que si desapareces Jane tendrá tu cuerpo? No te necesitamos, no te queremos. El aiúa de Ender encaja en el cuerpo de Peter porque es el único que tiene la capacidad de actuar según el auténtico carácter de Ender. Piérdete, Val. Cuando ya no estés, tendremos una posibilidad de vivir. Mientras estés aquí, todo estará perdido. ¿Crees por un segundo que te echaremos de menos? Piénsalo otra vez.

Nunca me perdonaré a mí mismo por decir estas cosas, advirtió Miro. Aunque conozco la necesidad de ayudar a Ender a renunciar a este cuerpo haciendo que sea un lugar insoportable para su presencia, eso no cambia el hecho de que recordaré haberlo dicho, recordaré el aspecto que ella tiene ahora, llorando llena de desesperación y dolor. ¿Cómo puedo vivir con eso? Antes me consideraba deforme. Lo único que entonces tenía era una lesión cerebral. Pero ahora… no le habría dicho ninguna de estas cosas si no las pensara. Ése es el problema. Se me han ocurrido todas estas cosas terribles. Ésa es la clase de hombre que soy.

Ender volvió a abrir los ojos, y luego extendió una mano para tocar el rostro de Novinha, sus magulladuras. Gimió al ver a Valentine y Plikt.

—¿Qué os he hecho?

—No has sido tú —contestó Novinha—. Ha sido ella.

—He sido yo. Quería dejar que se quedara… algo. Quería, pero cuando llegó el momento tuve miedo. No pude. —Apartó la cara, cerró los ojos—. Ella ha intentado matarme. Ha intentado expulsarme.

—Los dos obrabais de un modo inconsciente —dijo Valentine—. Dos aiúas de fuerte voluntad, incapaces de renunciar a la vida. No es tan terrible.

—¿Sí? ¿Y vosotras estabais demasiado cerca?

—Eso es —dijo Valentine.

—Os he hecho daño. Os he hecho daño a las tres.

—No hacemos responsable a la gente de sus convulsiones —dijo Novinha.

Ender sacudió la cabeza.

—Me refería a… antes. Estaba aquí escuchando. No podía moverme, no podía emitir ni un sonido, pero podía oír. Sé lo que os hice. A las tres. Lo siento.

—No lo sientas —dijo Valentine—. Todos escogemos nuestra vida. Sabes que podría haberme quedado en la Tierra. No tenía que seguirte. Lo demostré cuando me quedé con Jakt. No me costaste nada… he tenido una carrera brillante y una vida maravillosa, y gran parte se debe a que estuve contigo. En cuanto a Plikt, bueno, finalmente hemos visto (para gran alivio mío, debo añadir) que no siempre es capaz de controlarse. Con todo, nunca le pediste que te siguiera. Eligió lo que quiso. Si ha malgastado su vida, bueno, lo hizo porque así lo quiso y eso no es asunto tuyo. Y en cuanto a Novinha…

—Novinha es mi esposa. Dije que no la dejaría. Traté de no dejarla.

—No me has dejado —dijo Novinha.

—¿Entonces qué estoy haciendo en esta cama?

—Te estás muriendo.

—A eso me refería exactamente.

—Pero te estabas muriendo antes de venir aquí —dijo ella—. Empezaste a morir desde el momento en que, enfadada, te dejé, y me vine aquí. Fue entonces cuanto te diste cuenta, cuando nos dimos cuenta los dos, de que ya no construíamos nada juntos. Nuestros hijos no son jóvenes. Uno de ellos ha muerto. No habrá más. Nuestro trabajo no coincide en ningún punto.

—Eso no significa que esté bien terminar el…

—Siempre que los dos vivamos —dijo Novinha—. Lo sé, Andrew. Mantienes el matrimonio vivo por tus hijos, y cuando han crecido sigues casado por los hijos de alguien más, para que crezcan en un mundo donde los matrimonios son permanentes. Sé todo eso, Andrew. Permanente… hasta que uno muere. Por eso estás aquí. Porque tienes otras vidas que quieres vivir, y porque a causa de algún recurso milagroso dispones de los cuerpos para vivirlas. Claro que me vas a dejar. Por supuesto.

—Mantengo mi promesa.

—Hasta la muerte. No más que eso. ¿Crees que no te echaré de menos cuando no estés? Claro que sí. Te echaré de menos como cualquier viuda añora a su amado esposo. Te echaré de menos cada vez que cuente historias sobre ti a nuestros nietos. Es bueno que una viuda añore a su marido. Eso da forma a su vida… Pero tú… la forma de tu vida procede de ellos. De tus otros yos. No de mí. Ya no. No te lo reprocho, Andrew.

—Tengo miedo —dijo Ender—. Cuando Jane me expulsó, sentí más miedo que nunca. No quiero morir.

—Entonces no te quedes aquí, porque quedarte en este viejo cuerpo y con este viejo matrimonio, Andrew, eso sería la verdadera muerte. Y en cuanto a mí, verte, saber que realmente no quieres estar aquí, sería una especie de muerte para mí.

—Novinha, te amo, y no lo digo por decir. Todos los años de felicidad que pasamos juntos, eso fue real… como Jakt y Valentine son reales. Díselo, Valentine.

—Andrew —dijo Valentine—, por favor, recuerda. Ella te dejó.

Ender miró a Valentine. Luego a Novinha, larga y duramente.

—Es cierto. Me dejaste. Te obligué a aceptarme. Novinha asintió.

—Pero pensé… pensé que me necesitabas. Todavía.

Novinha se encogió de hombros.

—Andrew, ése ha sido siempre el problema. Te necesito, pero no por deber. No te necesito porque tengas que cumplir la palabra que me diste. Poco a poco, al verte cada día, sabiendo que es el deber el que te conserva, ¿cómo crees que me ayudará eso?

—¿Quieres que muera?

—Quiero que vivas —dijo Novinha—. Que vivas. Como Peter. Es un joven con una larga vida por delante. Le deseo lo mejor. Sé él ahora, Andrew. Deja atrás a esta vieja viuda. Has cumplido tu deber para conmigo. Y sé que me amas, como yo todavía te amo. La muerte no borra eso.

Ender la miró, creyéndola, preguntándose si no se equivocaba al creerla. Habla en serio; dice lo que piensa que quiero que diga, pero lo que dice es verdad. Adelante y atrás, dando vueltas y más vueltas, las preguntas se repetían en su mente.

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