Hijos de la mente (41 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Sabía que Jane, atada a la cama, estaba totalmente concentrada en trasladar nave tras nave de Lusitania a otros mundos coloniales, mal preparados para recibirlos. Mientras, él sólo podía tratar de descifrar mensajes moleculares de alienígenas inescrutables.

—Pues yo sí —respondió Quara—. Después de todo, estos descoladores son una amenaza igual de grande, y para toda la humanidad, no sólo para un mundo pequeño.

—Qué inteligente por tu parte ver las cosas con perspectiva —dijo Ela secamente.

—Mirad estas emisiones que recibimos de los descoladores. A ver si reconocéis lo que estoy viendo.

Ela hizo aparecer la imagen de Quara en su propio terminal; lo mismo hizo Miro. Por muy molesta que pudiera ser Qúara, era buena en lo que hacía.

—¿Veis esto? Haga lo que haga esta molécula, está diseñada para trabajar exactamente en la misma zona del cerebro que la molécula de la heroína.

No se podía negar que encajaban perfectamente. A Ela, sin embargo, le costó trabajo creerlo.

—Sólo han podido hacer esto —dijo—, tomando la información histórica contenida en las descripciones de la descolada que les enviamos y usando esa información para construir un cuerpo humano, estudiarlo y encontrar un producto químico que nos inmovilice y nos atonte de placer mientras ellos nos hacen lo que quieren. No hay forma de que tuvieran tiempo de crear un humano desde que les enviamos esa información.

—Tal vez no tuvieron que construir todo el cuerpo humano —dijo Miro—. A lo mejor son tan diestros leyendo información genética que pueden extrapolar todo lo que necesitan saber sobre anatomía y fisiología humanas a partir de nuestra información genética solamente.

—Pero ni siquiera tienen nuestro ADN —dijo Ela.

—Tal vez puedan comprimir la información de nuestro primitivo y natural ADN —respondió Miro—. Obviamente consiguieron la información de algún modo, y también averiguaron qué nos dejaría inmóviles y sonriendo atontados.

—A mí me parece ahora todavía más obvio —dijo Quara que pretenden que leamos esta molécula biológicamente. Pretendían que tomáramos esta droga instantáneamente. Por lo que a mí respecta, en este momento estamos aquí sentados esperando a que vengan por nosotros.

Miro cambió al momento la imagen de su terminal.

—Maldición, Quara, tienes razón. Mirad… ya hay tres naves dirigiéndose hacia aquí.

—Nunca se nos habían acercado hasta ahora —dijo Ela.

—Ni lo harán —respondió Miro—. Tenemos que hacerles una demostración de que no hemos picado con su caballo de Troya.

Se levantó de su asiento y casi voló pasillo abajo hacia el lugar donde Jane estaba durmiendo.

—Jane! —gritó, antes incluso de llegar—. ¡Jane! Apenas un instante, y ella abrió los ojos.

—Jane. Trasládanos unos ciento cincuenta kilómetros y déjanos en una órbita más cercana.

Ella lo miró intrigada, pero decidió seguramente confiar en él porque no preguntó nada. Volvió a cerrar los ojos mientras Apagafuegos gritaba desde la sala de control:

—¡Lo ha conseguido! ¡Nos hemos movido! Miro volvió con los demás.

—Ahora sabremos que ellos no pueden hacer eso —dijo.

En efecto, su pantalla le informó ahora de que las naves alienígenas ya no se acercaban sino que estaban a unos quince kilómetros, situadas en tres (no, ahora cuatro) puntos diferentes.

—Nos tienen cercados en un tetraedro.

—Bueno, ahora saben que no sucumbimos a su droga feliz —dijo Quara.

—Pero no estamos más cerca de comprenderlos que antes.

—Eso es porque somos unos estúpidos —dijo Miro.

—Los autoreproches no nos ayudarán en nada, aunque en tu caso sea verdad.

—Quara —dijo Ela bruscamente.

—¡Era una broma, maldición! ¿Es que una chica no puede burlarse de su hermano mayor?

—Oh, sí —dijo Miro con sequedad—. Eres muy graciosa.

—¿A qué te referías con eso de que somos estúpidos? —preguntó Apagafuegos.

—Nunca descifraremos su lenguaje porque no es un lenguaje —dijo Miro—. Es un conjunto de órdenes biológicas. Ellos no hablan. No abstraen. Sólo crean moléculas que hacen cosas. Es como si el vocabulario humano consistiera en ladrillos y bocadillos. Lanza un ladrillo o da un bocadillo: castigo o recompensa. Si tienen pensamiento abstracto, no vamos a entrar en él leyendo estas moléculas.

—Me cuesta creer que una especie inteligente sin lenguaje abstracto sea capaz de crear naves espaciales como ésas de ahí fuera —se burló Quara—. Y emiten estas moléculas como nosotros emitimos vids y voces.

—¿Y si tienen órganos dentro de sus cuerpos que traducen directamente los mensajes moleculares en estructuras químicas o físicas? Entonces podrían…

—No comprendes mi razonamiento —insistió Quara—. No se construye un lenguaje común lanzando ladrillos y compartiendo bocadillos. Necesitan un lenguaje para almacenar información fuera de sus cuerpos para poder pasar el conocimiento de una persona a otra, generación tras generación. No sales al espacio ni haces emisiones usando el espectro electromagnético sobre la base de lo que se puede obligar a hacer a una persona con un ladrillo.

—Probablemente tiene razón —dijo Ela.

—Entonces tal vez partes de los mensajes moleculares que envían son conjuntos de memoria —repuso Miro—. No un lenguaje… estimula el cerebro para que «recuerde» cosas que el emisor experimentó pero el receptor no.

—Escuchad, tengáis razón o no —dijo Apagafuegos—, debemos seguir tratando de descifrar el mensaje.

—Si yo tengo razón, estamos perdiendo el tiempo.

—Exactamente —dijo Apagafuegos.

—Oh —respondió Miro. Comprendió el razonamiento de Apagafuegos. Si Miro tenía razón, su misión era de todas formas inútil: ya habían fracasado. Así que tenían que continuar actuando como si Miro estuviera equivocado y el lenguaje pudiera ser descodificado porque, si no, no había nada que pudieran hacer.

Y sin embargo…

—Nos hemos olvidado de algo —dijo Miro.

—Yo no —contestó Quara.

Jane. Fue creada porque la Reina Colmena construyó un puente entre especies.

—Entre humanos y reinas colmena, no entre alienígenas desconocidos que esparcen virus y humanos —dijo Quara. Pero a Ela le interesó.

—La forma humana de comunicación, el habla entre iguales… sin duda fue tan extraña para la Reina Colmena como este lenguaje molecular lo es para nosotros. Tal vez Jane pueda encontrar un modo de conectar con ellos filóticamente.

—¿Leyendo la mente? —dijo Quara—. Recuerda que no tenemos un puente.

—Todo depende de cómo nos sirvamos de las conexiones filóticas —contestó Miro—. La Reina Colmena habla constantemente con Humano, ¿no? Porque los padres-árbol y las reinas colmena usan ya enlaces filóticos para comunicarse. Hablan de mente a mente, sin la intervención del lenguaje. Y biológicamente no se parecen más que las reinas colmena y los humanos.

Ela asintió, pensativa.

—Jane no va a intentar una cosa así ahora, no hasta que el asunto de la flota del Congreso Estelar quede resuelto. Pero cuando pueda dedicarnos otra vez su atención, puede intentar, al menos, contactar directamente con esa… gente.

—Si esos alienígenas se comunicaran a través de enlaces filóticos —dijo Quara—, no tendrían que usar moléculas.

—Tal vez esas moléculas son su medio de comunicarse con los animales —respondió Miro.

El almirante Lands no daba crédito a sus oídos. El Primer Portavoz del Congreso Estelar y el Primer Secretario del Almirantazgo de la Flota Estelar habían aparecido en el terminal, y su mensaje era el mismo.

—Cuarentena, exactamente —dijo el Secretario—. No está usted autorizado para emplear el Artefacto de Disrupción Molecular.

—La cuarentena es imposible —dijo Lands—. Vamos demasiado rápido. Conocen ustedes el plan de batalla que envié al principio del viaje. Tardaríamos semanas en reducir la velocidad. ¿Y qué hay de los hombres? Una cosa es hacer un viaje relativista y regresar a sus mundos natales. ¡Sí, sus familiares y amigos han desaparecido, pero al menos no están atrapados en servicio permanente dentro de una nave! Al mantener nuestra flota a velocidades casi relativistas, les ahorro meses de aceleración y desaceleración. ¡Lo que ustedes dicen implica renunciar a años de vida!

—Sin duda no pretenderá usted decir —dijo el Primer Portavoz—, que volemos Lusitania y aniquilemos a los pequeninos y a miles de seres humanos sólo para que su tripulación no se deprima.

—Estoy diciendo que si no quieren que volemos este planeta, bien… pero permitan que volvamos a casa.

—No podemos hacer eso —respondió el Primer Secretario—. La descolada es demasiado peligrosa para dejarla sin supervisión en un planeta rebelde.

—¿Quiere decir que han cancelado el uso del Pequeño Doctor cuando no se ha hecho nada para contener a la descolada?

—Enviaremos un equipo a tierra con las debidas precauciones para calibrar las condiciones exactas sobre el terreno.

—En otras palabras, enviarán a unos hombres a que corran un peligro mortal sin conocimiento de la situación, cuando existe el medio para eliminar el peligro sin que ninguna persona no infectada corra riesgos.

—El Congreso ha tomado una decisión —dijo fríamente el Primer Portavoz—. No cometeremos un xenocidio mientras exista alguna alternativa legítima. ¿Comprendido?

—Sí, señor.

—¿Serán obedecidas las órdenes? —preguntó el Primer Portavoz.

El Primer Secretario palideció. No se insultaba a un oficial al mando preguntándole si tenía o no intención de obedecer las órdenes. Sin embargo, el Primer Portavoz no retiró el insulto.

—¿Bien?

—Señor, siempre he vivido y siempre viviré cumpliendo mi juramento.

Dicho eso, Lands cortó la conexión. Inmediatamente se volvió hacia Causo, su primer oficial, la única persona presente en la oficina de comunicaciones.

—Está usted arrestado, señor —dijo Lands. Causo alzó una ceja.

—¿Entonces no pretende acatar esta orden?

—No me cuente sus sentimientos personales sobre este asunto.

Sé que es usted de linaje portugués como la gente de Lusitania…

—Ellos son brasileños —dijo el oficial.

Lands le ignoró.

—Dejaré constancia de que no se le dio ninguna oportunidad de hablar y de que no es responsable de ninguna acción que yo pueda emprender.

—¿Qué hay de su juramento, señor? —preguntó Causo tranquilamente.

—Mi juramento es emprender todas las acciones que se me ordenen al servicio de los mejores intereses de la humanidad. Invocaré la cláusula de crímenes de guerra.

—No le están ordenando que cometa un crimen de guerra, sino que no lo haga.

—Al contrario —dijo Lands—. Dejar de destruir este mundo y el peligro mortal que supone sería un crimen contra la humanidad mucho peor que volarlo en pedazos. —Lands sacó su arma—. Está usted arrestado, señor.

El oficial se llevó las manos a la cabeza y se volvió.

—Señor, puede que tenga usted razón y puede que se equivoque. Pero cualquier opción podría ser monstruosa. No sé cómo toma usted solo una decisión semejante.

Lands colocó el parche de docilidad en la nuca de Causo, y mientras la droga empezaba a inyectarse en su sistema, le dijo:

—Me ayudaron a decidir, amigo mío. Me pregunté qué habría hecho Ender Wiggin, el hombre que salvó a la humanidad de los insectores, si en el último minuto, de repente, le hubieran dicho que aquello no era un juego sino que era real. Me pregunté qué habría sucedido si un momento antes de matar a los niños Stilson o Madrid en sus infames Primera y Segunda Muertes algún adulto hubiera intervenido y le hubiera ordenado detenerse. ¿Lo habría hecho, sabiendo que el adulto no tenía poder para protegerle más tarde, cuando su enemigo volviera a atacarle, sabiendo que podía ser entonces o nunca? Si los adultos de la Escuela de Mando le hubieran dicho: «pensamos que tal vez haya una posibilidad de que los insectores no pretendan destruir a la humanidad, así que no los mates a todos», ¿cree que Ender Wiggin habría obedecido? No. Habría hecho, como siempre hacía, exactamente lo necesario para eliminar el peligro y asegurarse de que no sobreviviera para convertirse en una amenaza futura. Ésa es la persona con la que consulté. Ésa es la persona cuya sabiduría seguiré ahora.

Causo no contestó. Sólo sonrió y asintió, sonrió y asintió.

—Siéntese y no se levante hasta que no le ordene lo contrario. Causo se sentó.

Lands conectó el ansible para establecer comunicación con toda la flota.

—Se ha dado la orden y actuaremos. Voy a lanzar el Artefacto D.M. inmediatemente y regresaremos a velocidades relativistas a continuación. Que Dios tenga piedad de mi alma.

Un momento después, el Artefacto D.M. se separó de la nave del almirante y continuó a velocidad subrelativista hacia Lusitania. Tardaría casi una hora en llegar al punto de aproximación que lo dispararía automáticamente. Si por alguna razón el detector de proximidad no funcionaba, un temporizador lo dispararía momentos antes del tiempo estimado de colisión.

Lands aceleró su nave por encima del umbral que la separaba del marco temporal del resto del universo. Luego retiró el parche de docilidad del cuello de Causo y lo sustituyó por el antídoto.

—Puede arrestarme ahora, señor, por el motín que ha presenciado.

Causo sacudió la cabeza.

—No, señor —dijo—. No va ir usted a ninguna parte, y la flota estará bajo su mando hasta que lleguemos a casa. A menos que tenga algún estúpido plan para intentar escapar al consejo de guerra que le espera.

—No, señor —le respondió Lands—. Soportaré el castigo que me impongan. Lo que he hecho ha salvado a la humanidad de la destrucción, pero estoy dispuesto a unirme a los humanos y pequeninos de Lusitania como sacrificio necesario para conseguir ese fin.

Causo le saludó, luego se sentó en su silla y lloró.

15. LE ESTAMOS DANDO UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD

«Cuando era pequeña, creía

que si podía contentar a los dioses

ellos volverían atrás y recomenzarían mi vida,

y esta vez no me quitarían a mi madre.»

de Los susurros divinos de Han Qing jao

Un satélite en la órbita de Lusitania detectó el lanzamiento del Artefacto D.M. y la divergencia de su curso hacia Lusitania, mientras la nave espacial desaparecía de sus instrumentos. El hecho más temido estaba teniendo lugar. No hubo ningún intento de comunicar o negociar. Resultaba evidente que la flota nunca había pretendido otra cosa que aniquilar este mundo, y con él a toda una raza inteligente.

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