—Quara —dijo Wang-mu.
—Márchate. —Su voz ronca era una prueba clara de que había estado llorando.
—Todo lo que ha dicho Peter es verdad.
—¿A eso has venido, a frotar sal en la herida?
—Excepto que dio demasiado crédito a la raza humana por una mejora insignificante.
Quara hizo una mueca. Fue casi un sí.
—Me parece que él y todos los demás ya tenían decidido que tú eras varelse. Habían decidido desterrarte sin posibilidad de perdón, sin comprenderte primero.
—Oh, me comprenden —dijo Quara—. Niña pequeña destrozada por la pérdida de un padre brutal a quien sin embargo amaba. Todavía buscando la figura paterna. Todavía respondiendo a todos los demás con la furia irracional que veía en su padre. ¿Crees que no sé qué han decidido?
—Te han prejuzgado.
—Por una cosa que no es cierta. Puede que haya sugerido que deberíamos tener cerca el Pequeño Doctor por si fuera necesario, pero nunca he dicho que lo usáramos sin ningún intento previo de comunicación. Peter me ha tratado como si yo fuera ese almirante.
—Lo sé.
—Sí, bien. Estoy segura de que eres muy comprensiva conmigo y él se equivoca. Vamos, Jane ya nos dijo que vosotros dos estáis… ¿cómo es esa palabra de mierda? Enamorados.
—No me enorgullezco de lo que te ha hecho Peter. Ha sido un error. Los comete. También a veces hiere mis sentimientos. Igual que tú. Acabas de hacerlo. No sé por qué. Pero a veces yo también hiero a otra gente. Y a veces hago cosas terribles porque estoy segura de tener razón. Todos somos así. Todos tenemos un poco de varelse dentro. Y un poco de raman.
—Esa sí que es la filosofía más dulce, profunda y equilibrada de la vida que he oído.
—No tengo otra mejor —dijo Wang-mu—. No poseo una educación como tú.
—¿Y ésta es la técnica de hazla-sentirse-culpable?
—Dime, Quara: si de verdad no estás interpretando el papel de tu padre o tratando de hacerle volver o cualquier cosa parecida, ¿por qué estás siempre tan furiosa con todo el mundo?
Quara finalmente giró en su silla y miró a Wang-mu a la cara. Sí, había estado llorando.
—¿Quieres saber de verdad por qué estoy llena de furia irracional todo el tiempo? —El sarcasmo no había abandonado su voz—. ¿Quieres de verdad jugar al psiquiatra conmigo? Bueno, prueba con esto. Lo que me tiene tan completamente jodida es que durante toda mi infancia mi hermano Quim me estuvo molestando en secreto, y ahora es un mártir y van a hacerlo santo y nadie sabrá nunca lo malo que fue y las cosas terribles, terribles que me hizo.
Wang-mu se quedó allí de pie, horrorizada. Peter le había hablado de Quim. De cómo había muerto. Del tipo de hombre que era.
—Oh, Quara —dijo—. ¡Lo siento tanto!
Una expresión de completo disgusto se asomó al rostro de Quara.
—Eres una ilusa. Quim nunca me tocó, estúpida metomentodo. Pero estás tan ansiosa por conseguir alguna explicación barata de por qué soy tan cerda que te crees cualquier historia medianamente plausible. Y ahora mismo probablemente te estarás preguntando si mi confesión no habrá sido cierta y la niego porque tengo miedo de las consecuencias o alguna mierda por el estilo. Entiende esto bien, muchacha. No quiero que me conozcas. No quiero ninguna amiga, y si quisiera una, no elegiría a la tontita de Peter para hacer los honores. ¿Ha quedado claro?
A lo largo de su vida Wang-mu había sido golpeada por expertos y vilipendiada por campeones. Quara era bastante buena pero no lo bastante para que Wang-mu no pudiera soportarlo sin parpadear.
—Veo, sin embargo, que después de soltar esa vil acusación contra el más noble miembro de tu familia no has podido soportar que me la creyera —dijo—. Así que sientes lealtad hacia alguien, aunque esté muerto.
—No captas ninguna insinuación, ¿eh?
—Y también veo que sigues hablándome, aunque me desprecias y tratas de ofenderme.
—Si fueras un pez, serías una rémora; te agarras y chupas la vida, ¿no?
—En cualquier momento puedes salir de aquí y esquivar mis patéticos intentos de entablar amistad contigo —dijo Wang-mu—. Pero no te vas.
—Eres increíble —dijo Quara. Se soltó de la silla, se levantó, y salió por la puerta abierta.
Wang-mu la vio marchar. Peter tenía razón. Los humanos seguían siendo la más extraña de todas las especies. La más peligrosa, la más irracional, la más impredecible.
Incluso así, Wang-mu se atrevió a hacer un par de predicciones. Primero, confiaba en que el equipo investigador estableciera algún día comunicación con los descoladores.
La segunda predicción era mucho más dudosa, más parecida a una esperanza. Tal vez era sólo un deseo: que algún día Quara le dijera la verdad. Que algún día la herida oculta que soportaba se sanara. Que algún día llegaran a ser amigas.
Pero no hoy. No había prisa. Wang-mu trataría de ayudar a Quara porque obviamente lo necesitaba, y porque la gente que llevaba tratándola más tiempo estaba demasiado harta de ella. Pero ayudar a Quara no era la única cosa que tenía que conseguir, ni siquiera la más importante. Casarse con Peter y empezar una vida con él… ésa era la máxima prioridad. Y conseguir algo de comer, un poco de agua, y un lugar donde orinar… ésas eran las prioridades en este preciso momento de su vida.
Supongo que eso significa que soy humana, pensó Wang-mu. No un dios. Tal vez sólo sea una bestia después de todo. Parte raman. Parte varelse. Pero más raman que varelse, al menos en sus días buenos. También Peter era como ella. Ambos formaban parte de la misma especie defectuosa. Peter y yo llamaremos a algún aiúa para que venga del Exterior y tome el control de un cuerpo diminuto que nuestros cuerpos hayan creado, y nos encargaremos de que ese niño sea varelse unos días y raman otros. Algunos días seremos buenos padres y otros días seremos unos fracasados. Algunos días estaremos desesperadamente tristes y otros seremos tan felices que apenas podremos soportarlo. Puedo vivir con eso.
«Una vez oí el relato de un hombre
que se dividió en dos.
Una parte nunca cambió;
la otra creció y creció.
La parte que no cambió siempre fue fiel,
la parte creciente siempre fue nueva;
y yo me pregunté, cuando terminó el relato,
qué parte era yo y qué parte eras tú.»
de Los susurros divinos de Han Qing jao
Valentine se despertó la mañana del funeral de Ender llena de sombrías reflexiones. Había venido a este mundo de Lusitania para poder estar de nuevo con él y ayudarle en su trabajo. Sabía que a Jakt le había dolido que quisiera ser tan desesperadamente parte de la vida de Ender otra vez; sin embargo su marido había renunciado al mundo de su infancia para acompañarla. Tanto sacrificio. Y ahora Ender había muerto.
Sí y no. Durmiendo en su casa estaba el hombre que tenía el aiúa de Ender en su interior, lo sabía. El aiúa de Ender y el rostro de su hermano Peter. En algún lugar dentro de él estaban los recuerdos de Ender. Pero no los había tocado todavía, excepto inconscientemente de vez en cuando. De hecho, se estaba escondiendo en su casa para no activar esos recuerdos.
—¿Y si veo a Novinha? Él la amaba, ¿no? —había preguntado Peter en cuanto llegó—. Ender sentía esa horrible responsabilidad hacia ella. Me preocupa estar en cierto modo casado con ella.
—Interesante cuestión de identidad, ¿verdad? —respondió Valentine. Pero para Peter, la pregunta no era sólo interesante. Le aterraba estar atrapado en la vida de Ender. También temía vivir una vida lastrada por la culpa, como la de Ender.
—Abandono de familia —había dicho.
A lo que Valentine respondió:
—El hombre que se casó con Novinha ha muerto. Le vimos morir. Ella no busca un joven marido que no la quiera, Peter. Su vida está llena de pena suficiente sin eso. Cásate con Wang-mu, deja este lugar; continúa, sé un nuevo yo. Sé el verdadero hijo de Ender, vive la vida que él podría haber vivido si las exigencias de los demás no lo hubieran manchado desde el principio.
Valentine no podía saber si seguiría su consejo o no. Permanecía oculto en la casa, evitando incluso a aquellos visitantes capaces de avivar los recuerdos. Olhado, Grego y Ela, cada uno por su lado, acudieron para expresar sus condolencias a Valentine por la muerte de su hermano; pero Peter no salió de la habitación. Sí lo hizo Wang-mu, aquella dulce joven que parecía de acero por dentro y que tanto agradaba a Valentine. Wang-mu interpretaba el papel de buena amiga del afligido; llevaba el peso de la conversación mientras cada uno de los hijos de la esposa de Ender hablaba sobre cómo él salvó a su familia y fue una bendición para sus vidas en un momento en el que creían estar más allá del alcance de toda bendición.
Y en un rincón de la habitación, Plikt permanecía sentada absorbiendo, escuchando, dando combustible al discurso para el que había vivido toda su vida.
Oh, Ender, los chacales han mordisqueado tu vida durante tres mil años. Y ahora les llega el turno a tus amigos. Al final, ¿se distinguirán las dentelladas en tus huesos?
Hoy todo se terminaría. Otros podrían dividir el tiempo de distinta forma, pero para Valentine la Era de Ender Wíggin había llegado a su fin. La era que comenzó con un intento de xenocidio había terminado ahora con otros xenocidios impedidos o, al menos, pospuestos. Los seres humanos podrían vivir en paz con otros pueblos y labrarse un destino compartido en docenas de mundos coloniales. Valentine escribiría la historia de éste, como había escrito una historia en cada mundo que Ender y ella habían visitado juntos. Escribiría, no un discurso, como había hecho Ender con sus tres libros,
La Reina Colmena
,
El Hegemón
y
La Vida de Humano
; su libro sería un ensayo y citaría las fuentes. No aspiraba a ser Pablo o Moisés, sino Tucídides. Aunque había usado el seudónimo de Demóstenes para escribir su legado de aquellos días de infancia en que ella y Peter, el primer Peter, el oscuro y peligroso y magnífico Peter, usaron sus palabras para cambiar el mundo. Demóstenes publicaría la crónica de la participación humana en Lusitania, y esa obra sería también sobre Ender: sobre cómo trajo aquí la crisálida de la Reina Colmena, cómo se convirtió en parte de la familia clave para la relación con los pequeninos. Pero no sería un libro sobre Ender, sirio sobre utlanning y framling, raman y varelse. Ender, que fue un forastero en cada tierra, que no pertenecía a ninguna parte y servía en todas, hasta que eligió este mundo como su hogar, no sólo porque había una familia que le necesitaba, sino también porque en este sitio no tenía que ser por completo un miembro de la especie humana. Podía pertenecer a la tribu de los pequeninos, a la colmena de la reina. Podía formar parte de algo más grande que la mera humanidad.
Y aunque no había ningún niño con el nombre de Ender como padre en su certificado de nacimiento, se había convertido en padre aquí. De los hijos de Novinha. De la propia Novinha, en cierto modo. De una joven copia de la misma Valentine. De Jane, el primer fruto de una unión entre razas, que ahora era una brillante y hermosa criatura que vivía en las madres-árbol, en redes digitales, en los enlaces filóticos de los ansibles, y en un cuerpo que antes fue de Ender y que, en cierto modo, había sido Valentine, pues ella recordaba haberse mirado en los espejos y visto ese rostro.
Y era padre de este hombre nuevo, Peter, este hombre fuerte y entero. Pues no era el Peter que había salido primero de la nave. No era el joven cínico, desagradable, hosco, lleno de arrogancia y odio. Era otro, entero. Tenía la frescura de la antigua sabiduría, aunque ardía con el dulce fuego cálido de la juventud. Tenía a su lado una mujer que era su igual en sabiduría y virtud y vigor. Tenía por delante la vida normal de un hombre. El hijo más fiel de Ender haría de esta vida, si no algo capaz de cambiar tan profundamente el mundo como había sido la vida de Ender, sí algo más feliz. Ender no habría querido ni más ni menos para él. Cambiar el mundo es bueno para aquellos que quieren su nombre en los libros. Pero ser feliz… eso es para aquellos que escriben sus nombres en las vidas de los demás, y retienen los corazones de otros como el tesoro más preciado.
Valentine y Jakt y sus hijos se reunieron en el porche de su casa. Wang-mu esperaba allí, sola.
—¿Me llevaréis con vosotros? —preguntó la muchacha. Valentine le ofreció un brazo. ¿Cuál es el nombre de su relación conmigo? ¿Futura-sobrina-política? «Amiga» sería una palabra mejor.
La alocución de Plikt sobre la muerte de Ender fue elocuente y penetrante. Había aprendido bien de su maestro portavoz. No perdió tiempo en cosas superfluas. Habló al principio de su gran crimen, explicando lo que Ender pensaba que hacía en ese momento, y lo que pensó después de que conociera cada capa de verdad revelada.
—En eso consistió la vida de Ender: en pelar la cebolla de la verdad. Sólo que contrariamente a la mayoría de nosotros, no había un meollo dorado en su interior. Sólo había capas de ilusión y malentendidos. Lo que importaba era conocer todos los errores, todas las autojustificaciones, todas las observaciones retorcidas y luego, no encontrar, sino crear un meollo de verdad. Encender una vela de verdad cuando no había verdad que encontrar. Ése fue el regalo que Ender nos hizo: liberarnos de la ilusión de que cualquier explicación contendrá la respuesta definitiva para todos los tiempos, para todos los oyentes. Siempre hay más que aprender, siempre.
Plikt continuó entonces relatando incidentes y recuerdos, anécdotas y sentencias; la gente congregada se rió y lloró y volvió a reír, y todos guardaron silencio muchas veces para conectar esas historias con sus propias vidas. ¡Cuánto me parezco a Ender!, pensaron a veces, y luego: ¡Gracias a Dios que mi vida no es así!
Valentine, sin embargo, conocía historias que no serían contadas porque Plikt no las sabía, o al menos no podía verlas a través de los ojos de la memoria. No eran historias importantes. No revelaban ninguna verdad interior. Eran el flujo y reflujo de años compartidos. Conversaciones, peleas, momentos graciosos y tiernos en docenas de mundos o en las naves que los transportaban. Y en la raíz de todos ellos, los recuerdos de la infancia. El bebé en los brazos de la madre de Valentine. Su padre lanzándolo al aire. Sus primeras palabras, sus farfulleos. ¡Nada de ta-ta para el bebé Ender! Necesitaba más sílabas para hablar. Ta-te-ti. Pa-ta-ta. ¿Por qué estoy recordando su charla infantil?