Hijos de la mente (43 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

Lands se volvió para dar la orden y se encontró con que su oficial se dirigía ya hacia él.

—Señor —dijo Causo.

—Lo sé. Me retiro del mando.

—No, señor. Venga conmigo, señor.

—¿Qué planea hacer? —preguntó Lands.

—El oficial de carga ha informado de la presencia de algo en la bodega principal de la nave.

—¿Qué es?

Causo tan sólo se quedó mirándole. Lands asintió, y los dos salieron juntos del puente.

Jane había llevado la caja de la nave, no a la armería de la nave insignia, pues allí cabía el Pequeño Doctor pero no la caja que lo rodeaba, sino a la bodega principal, que era mucho más espaciosa y también carecía de medios prácticos para volver a lanzar el arma.

Peter y Wang-mu salieron a la bodega.

Entonces Jane se llevó la nave y dejó a Peter, Wang-mu y el Pequeño Doctor.

La nave volvería a aparecer en Lusitania. Pero nadie subiría a ella. Nadie necesitaba hacerlo. El Artefacto D.M. ya no se dirigía hacia ellos. Ahora se hallaba en la bodega de la nave insignia de la Flota Lusitania, viajando a velocidad relativista hacia el olvido. El sensor de proximidad del Pequeño Doctor no se activaría, por supuesto, ya que no se hallaba cerca de una masa planetaria. Pero el temporizador seguía corriendo.

—Espero que reparen pronto en nosotros —dijo Wang-mu.

—Oh, no te preocupes. Nos quedan minutos.

—¿Nos ha visto alguien ya?

—Había un tipo en aquel despacho —dijo Peter, señalando una puerta abierta—.

Vio la nave, luego nos vio a nosotros, y por fin vio al Pequeño Doctor. Ahora se ha ido. Creo que no estaremos solos mucho tiempo.

Una puerta situada en las alturas de la pared frontal de la bodega se abrió. Tres hombres salieron al balcón que se asomaba a la bodega por tres lados.

—Hola —dijo Peter.

—¿Quién demonios es usted? —preguntó el que llevaba más alamares e insignias en el uniforme.

—Apuesto a que es usted el almirante Bobby Lands —dijo Peter—. Y usted debe de ser el oficial ejecutivo Causo. Y usted el oficial de carga Lung.

—¡He preguntado quién demonios es usted! —exigió saber el almirante Lands.

—Creo que no entiende usted sus prioridades. Ya habrá tiempo de sobra para discutir sobre mi identidad después de que desactiven el reloj de esta arma que tan descuidadamente lanzó al espacio peligrosamente cerca de un planeta poblado.

—Si piensa que puede…

Pero el almirante no terminó la frase, porque el oficial ejecutivo saltó la balaustrada y corrió a la cubierta de la bodega de carga, donde inmediatamente empezó a desatornillar la tapa del temporizador.

—Causo —dijo Lands—, eso no puede ser el…

—Es el Pequeño Doctor, en efecto, señor —dijo Causo.

—¡Lo lanzamos! —gritó el almirante.

—Eso tiene que haber sido un error —dijo Peter—. Un despiste. Porque el Congreso Estelar revocó la orden de lanzarlo.

¿Quién es usted y cómo ha llegado aquí?

Causo se levantó; el sudor le corría por la frente.

—Señor, me complace informar de que, a falta de dos minutos para que acabara el plazo, he conseguido impedir que nuestra nave vuele en pedazos.

—Y yo me alegro de ver que no hacen falta dos llaves separadas y una combinación secreta para desconectar esa cosa, o alguna otra estupidez —dijo Peter.

—No, fue diseñada para que resultara fácil desconectarla —dijo Causo—. Hay instrucciones para hacerlo por todas partes. Conectarla… eso es lo difícil.

—Pero de algún modo, se las apañaron para conseguirlo.

—¿Dónde está su vehículo? —dijo el almirante. Bajaba por una escalerilla hacia la cubierta—. ¿Cómo han llegado aquí?

—Hemos llegado en una bonita caja, que descartamos cuando ya no fue necesaria. ¿Todavía no se ha dado cuenta de que no hemos venido para que nos interrogue?

—Arreste a esos dos —ordenó Lands.

Causo miró al almirante como si estuviera loco. Pero el oficial de carga, que le había seguido por la escalerilla, se dispuso a obedecer, y avanzó unos pasos hacia Peter y Wang-mu.

Al instante, desaparecieron y volvieron a aparecer en lo alto de la balconada por donde habían entrado los tres oficiales. Naturalmente, los otros tardaron unos segundos en localizarlos. El oficial de carga se quedó anonadado.

—Señor —dijo—. Estaban aquí hace un segundo.

Causo, por otro lado, ya había decidido que estaba ocurriendo algo inusitado para lo que no había ninguna respuesta militar apropiada. Así que se persignó y empezó a murmurar una oración.

Lands, sin embargo, retrocedió unos pasos hasta que chocó con el Pequeño Doctor. Se agarró a él, y apartó de repente las manos, con repulsión, quizás incluso con dolor, como si la superficie le quemara.

—Oh, Dios —dijo—. Traté de hacer lo que habría hecho Ender Wiggin.

Wang-mu no pudo evitarlo. Se rió a carcajadas.

—Es curioso —dijo Peter—. Yo intentaba hacer exactamente lo mismo.

—Oh, Dios —repitió Lands.

—Almirante, tengo una sugerencia. En vez de pasar un par de meses de tiempo real intentando hacer virar esta nave y lanzar de nuevo ilegalmente esta cosa, y en vez de intentar establecer una inútil y desmoralizante cuarentena alrededor de Lusitania, ¿por qué no se dirigen a uno de los Cien Mundos (Trondheim está cerca) y mientras tanto redacta un informe para el Congreso Estelar? —dijo Peter—. Incluso tengo algunas ideas sobre lo que ese informe podría decir, si quiere oírlas.

Por toda respuesta, Lands desenfundó una pistola láser y le apuntó con ella.

Inmediatamente, Peter y Wang-mu desaparecieron de donde estaban y reaparecieron detrás de Lands. Peter alargó la mano ydesarmó hábilmente al almirante, rompiéndole por desgracia dos dedos en el proceso.

—Lo siento, he perdido práctica— dijo—. No he usado mis habilidades marciales desde hace… bueno, miles de años.

Lands cayó de rodillas, frotándose la mano herida.

—Peter —dijo Wang-mu—, ¿no podemos hacer que Jane deje de movernos de un lado a otro de esta forma? Es realmente desorientador.

Peter le hizo un guiño.

—¿Quiere oír mis ideas para su informe?

Lands asintió.

—Yo también —dijo Causo, quien veía claramente que comandaría aquella nave durante algún tiempo.

—Creo que tienen que usar su ansible para comunicar que, debido a un fallo de funcionamiento, se informó de que tuvo lugar el lanzamiento del Pequeño Doctor. Pero de hecho el lanzamiento fue abortado a tiempo y, para impedir otro error, trasladaron el Artefacto D.M. a la bodega principal, donde lo desarmaron y desmantelaron. ¿Ha entendido la parte sobre desmantelarlo? —le preguntó Peter a Causo.

El oficial asintió.

—Lo haré de inmediato, señor. —Se volvió hacia el oficial de carga—. Tráigame una caja de herramientas.

Mientras el oficial se dirigía hacia un armario de la pared, Peter continuó:

—Luego pueden comunicar que han entrado en contacto con un nativo de Lusitania (ése soy yo), que pudo certificarles que el virus de la descolada está completamente bajo control y que ya no supone una amenaza para nadie.

—¿Y cómo sé eso? —dijo Lands.

—Porque llevo lo que queda del virus, y si no estuviera completamente muerto, usted contraería la descolada y moriría dentro de un par de días. Bien, además de certificar que Lusitania no supone ninguna amenaza, su informe también debe señalar que la rebelión de Lusitania no fue más que un malentendido y que, lejos de haber ninguna interferencia humana en la cultura pequenina, los pequeninos ejercitaron sus derechos como seres pensantes en un planeta propio para adquirir información y tecnología de unos amistosos visitantes alienígenas… es decir, la colonia humana de Milagro. Desde entonces, muchos de los pequeninos se han vuelto muy diestros en la ciencia y tecnología humanas, y dentro de un tiempo razonable enviarán embajadores al Congreso Estelar y esperan que el Congreso les devuelva la visita. ¿Va entendiendo todo esto?

Lands asintió. Causo, que trabajaba desmontando el mecanismo de disparo del Pequeño Doctor, gruñó para mostrar su conformidad.

—Pueden también informar de que los pequeninos han establecido una alianza con otra raza alienígena, que contrariamente a varios informes prematuros, no fue completamente extinguida en el famoso xenocidio de Ender Wiggin. Una reina colmena sobrevivió en su crisálida; fue la fuente de toda la información contenida en el célebre libro
La Reina Colmena
, cuya exactitud se demuestra ahora incuestionable. La Reina Colmena de Lusitania, sin embargo, no desea intercambiar embajadores con el Congreso Estelar por el momento, y prefiere en cambio que sus intereses sean representados por los pequeninos.

—¿Todavía hay insectores? —preguntó Lands.

—Técnicamente hablando, Ender Wiggin no cometió xenocidio después de todo. Así que si el lanzamiento de su misil, aquí presente, no hubiera sido abortado, habría sido usted el autor del primer xenocidio, no del segundo. Y tal como ahora queda claro, nunca ha habido un xenocidio, aunque no por no haberlo intentado en ambas ocasiones, debo admitirlo.

Las lágrimas corrieron por el rostro de Lands.

—No quería hacerlo. Creía que era lo adecuado. Creía que tenía que hacerlo para salvar…

—Dejemos que discuta eso con el terapeuta de la nave dentro de algún tiempo —dijo Peter—. Todavía tenemos una cosa más que añadir. Disponemos de una tecnología de vuelo estelar que creo que al Congreso Estelar le gustaría tener. Ya ha visto una demostración. Normalmente, preferimos hacerlo dentro de nuestras feas naves en forma de caja. Con todo, es un método bastante bueno y nos permite visitar otros mundos sin perder ni un segundo de nuestras vidas. Sé que quienes tienen la llave de nuestro método se sentirán contentos, durante los próximos meses, de transportar instantáneamente todas las naves relativistas actualmente en vuelo a sus destinos.

—Pero eso ha de tener un precio —dijo Causo, asintiendo.

—Bueno, digamos que hay una condición previa. Un elemento clave para nuestro vuelo instantáneo es un programa informático que el Congreso Estelar intentó matar recientemente. Encontramos un método alternativo, pero no es completamente adecuado ni satisfactorio, y creo que podemos decir con seguridad que el Congreso nunca tendrá el uso del vuelo instantáneo hasta que todos los ansibles de los Cien Mundos estén reconectados con todas las redes informáticas de cada mundo, sin retrasos y sin esos molestos programas espía que siguen ladrando como perritos inútiles.

—No tengo autoridad para…

—Almirante Lands, no le he pedido que decida. Simplemente he sugerido los contenidos del mensaje que tal vez quiera enviar, por ansible, al Congreso Estelar. Inmediatamente.

Lands apartó la mirada.

—No me siento bien —dijo—. Creo que estoy incapacitado. Oficial ejecutivo Causo, en presencia del oficial de carga Lung le transfiero el mando de esta nave y le ordeno que notifique al almirante Fukuda que es ahora el comandante de esta flota.

—No servirá —dijo Peter—. El mensaje que he descrito tiene que venir de usted. Fukuda no está aquí y no tengo intención de ir y repetírselo todo. Así que usted hará el informe, y seguirá como jefe de la flota y de esta nave, y no se escabullirá de su responsabilidad. Tomó una dura decisión hace un rato. Eligió mal, pero al menos lo hizo con coraje y determinación. Muestre ahora el mismo coraje, almirante. No le hemos castigado aquí hoy; en cuanto a mi desafortunada torpeza con sus dedos, realmente lo lamento. Le estamos dando una segunda oportunidad. Aprovéchela, almirante.

Lands miró a Peter y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.

—¿Por qué me da una segunda oportunidad?

—Porque eso es lo que Ender siempre quiso. Y tal vez al dársela a usted, él también tenga una.

Wang-mu cogió la mano de Peter y se la apretó.

Entonces desaparecieron de la bodega de carga de la nave insignia y reaparecieron dentro de la sala de control de una lanzadera que orbitaba el planeta de los descoladores.

Wang-mu miró alrededor y vio una habitación llena de desconocidos. Contrariamente a la nave del almirante Lands, este aparato no tenía gravedad artificial; pero al estar agarrada a la mano de Peter no sintió mareo ni ganas de vomitar. No tenía ni idea de quiénes eran estas personas, pero comprendía que Apagafuegos tenía que ser un pequenino y la obrera sin nombre que trabajaba ante los terminales una criatura de la especie antiguamente odiada y temida: los implacables insectores.

—Hola, Ela, Quara, Miro —dijo Peter—. Ésta es Wang-mu. Wang-mu habría podido sentirse aterrada, pero estaba claro que eran los otros quienes estaban horrorizados de verlos a ellos. Miro fue el primero en recuperarse lo suficiente para hablar.

—¿No habéis olvidado vuestra nave?

Wang-mu se echó a reír.

—Hola, Real Madre del Oeste dijo Miro, usando el nombre de su antepasada-del-corazón, una diosa adorada en el mundo de Sendero—. Jane me ha hablado mucho de ti —añadió.

Una mujer llegó flotando por un pasillo situado a un extremo de la sala de control.

—¿Val? —dijo Peter.

—No —respondió la mujer—. Soy Jane.

—Jane —susurró Wang-mu—. La deidad de Malu.

—La amiga de Malu —dijo Jane—. Como yo soy tu amiga, Wang-mu.

Cogió las dos manos de Peter y lo miró a los ojos.

—Y tu amiga también, Peter. Como he sido siempre.

16. ¿COMO SABES QUE NO ESTÁN TEMBLANDO DE TERROR?

«¡Oh, dioses! ¡Sois injustos!

¡Mi padre y mi madre

merecían tener

una hija

mejor que yo!»

de Los susurros divinos de Han Qingjao

—Tenías el Pequeño Doctor en tu poder y lo devolviste? —preguntó Quara, incrédula.

Todo el mundo, incluido Miro, supuso que quería decir que no se fiaba de que la flota no lo usara.

—Lo desmantelaron ante mis ojos —dijo Peter.

—Bueno, ¿y no se puede montar otra vez?

Wang-mu trató de explicarlo.

—El almirante Lands no podrá seguir ahora ese camino. No habríamos dejado las cosas sin resolver. Lusitania está a salvo.

—Ella no habla de Lusitania. Habla de esto, del planeta de la descolada —dijo Ela fríamente.

—¿Soy la única que lo ha pensado? —dijo Quara—. Decid la verdad… resolvería todas nuestras preocupaciones sobre sondas de seguimiento, sobre nuevos brotes de versiones aún peores de la descolada…

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