Hijos de la mente (26 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia ficción

—¿Y cómo saben ellos cuál era su propósito?

—Bueno, si quieres seguir en esa línea, ninguno de nosotros tiene ningún propósito —dijo Wang-mu—. Nuestras vidas sólo son nuestros genes y nuestra educación. Simplemente representamos el papel que nos fue impuesto.

—Oh —dijo Grace, decepcionada—. Lamento oírte decir algo tan estúpido.

De nuevo la gran canoa llegó a la orilla. De nuevo Malu se levantó de su asiento y bajó a la arena. Pero esta vez (¿era posible?), esta vez parecía tener prisa. Tanta prisa que perdió un poquito de dignidad.

De hecho, por lento que fuera su avance, Wang-mu notó que recorría a trompicones la playa. Y al mirarle a los ojos vio lo que Malu estaba mirando: no se fijaba en Peter, sino en ella.

Novinha despertó en el blando sillón que habían traído para ella y por un momento olvidó dónde se encontraba. Durante sus días como xenobióloga, a menudo se había quedado dormida en un sillón del laboratorio, y por eso miró momentáneamente a su alrededor para ver en qué estaba trabajando antes de quedarse dormida. ¿Qué problema intentaba resolver?

Entonces vio a Valentine de pie junto a la cama donde yacía Andrew. Donde yacía el cuerpo de Andrew. Su corazón estaba en otra parte.

—Tendrías que haberme despertado —dijo.

—Acabo de llegar —respondió Valentine—. Y no he tenido valor para despertarte. Me han dicho que casi nunca duermes. Novinha se levantó.

—Qué extraño. Me parece que no hago otra cosa. —Jane se está muriendo —dijo Valentine. El corazón de Novinha dio un vuelco.

—Es tu rival, lo sé —dijo Valentine.

Novinha miró a los ojos de la mujer para ver si había ira en ellos, o burla. Pero no. Sólo había compasión.

—Confía en mí, sé cómo te sientes —la tranquilizó Valentine—. Hasta que amé a Jakt y me casé con él, Ender fue toda mi vida. Pero yo nunca fui la suya. Oh, durante algún tiempo, en su infancia, le importé mucho… pero eso se desvirtuó porque los militares me utilizaron para llegar hasta él, para mantenerle en marcha cada vez que quería renunciar. Y después de eso, fue siempre Jane quien escuchó sus chistes, sus observaciones, sus pensamientos más íntimos. Fue Jane quien vio lo que él veía y oyó lo que él oía. Yo escribía mis libros, y cuando los terminaba me prestaba atención unas cuantas horas, unas cuantas semanas. El se servía de mis ideas y por eso me parecía que llevaba dentro una parte de mí. Pero le pertenecía a ella.

Novinha asintió. En efecto, lo comprendía.

—Pero tengo a Jakt, y ya no soy desgraciada. Y a mis hijos. Por mucho que ame a Ender, un hombre poderoso como es incluso tendido aquí de esta forma, incluso desvaneciéndose… los niños son más para una mujer que cualquier hombre. Pretendemos lo contrario. Pretendemos soportarlos por él, criarlos por él. Pero no es verdad. Los criamos por ellos mismos. Nos quedamos con nuestros hombres por bien de nuestros hijos. —Valentine sonrió—. Tú lo hiciste.

—Me quedé con el hombre equivocado —dijo Novinha.

—No, te quedaste con el adecuado. Tu Libo tenía una esposa y otros hijos… ella era la única, ellos fueron los únicos que tenían derecho a reclamarlo. Te quedaste con otro hombre por el bien de tus hijos y, aunque a veces lo odiaban, también lo amaron, y aunque en algunos aspectos era débil en otros fue fuerte. Fue bueno para ti tenerlo por el bien de ellos. Fue una especie de protección.

—¿Por qué me estás diciendo estas cosas?

—Porque Jane se está muriendo, pero podría vivir si Ender le tendiera la mano.

—¿Poniéndose otra vez la joya en la oreja? —dijo Novinha, despectiva.

—Ya han dejado de necesitar eso —le respondió Valentine—. Igual que Ender ha dejado de necesitar vivir su vida en este cuerpo.

—No es tan viejo.

—Tres mil años.

—Eso es sólo el efecto de la relatividad —dijo Novinha—. En realidad tiene…

—Tres mil años —repitió Valentine—. Toda la humanidad fue su familia durante la mayor parte de ese tiempo; fue como un padre que está en viaje de negocios y vuelve a casa de vez en cuando, pero que cuando está presente es un buen juez, el amable proveedor. Eso es lo que sucedía cada vez que aparecía en un mundo humano y hablaba en la muerte de alguien: ponía al día a la familia contando todos los hechos que habían pasado por alto. Ha tenido una vida de tres mil años, y no le veía fin, y se cansó. Y por eso dejó a esa gran familia y eligió a la tuya, más pequeña. Te amaba, y por tu bien abandonó a Jane, que había sido como una esposa para él durante todos sus años de vagabundeo; ella había permanecido en el hogar, como si dijéramos, haciendo de madre de todos sus trillones de hijos, informándole de lo que hacían, atendiendo la casa.

—Y sus obras hablan bien de ella —dijo Novinha.

—Sí, una mujer virtuosa. Como tú.

Novinha ladeó la cabeza, despectiva.

—Yo no. Mis propias obras me ridiculizan.

—Él te eligió y te amó y amó a tus hijos y fue su padre; fue el padre de esos niños que ya habían perdido dos padres y sigue siéndolo, y sigue siendo tu marido aunque ya no lo necesites.

—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Novinha, furiosa—. ¿Cómo sabes lo que necesito?

—Tú misma lo sabes. Lo sabías cuando viniste aquí. Lo sabías cuando Estevão murió en el abrazo de ese padre-árbol rebelde. Tus hijos dirigen ahora sus propias vidas y no puedes protegerlos, ni tampoco Ender. Todavía le amabas, él todavía te amaba a ti, pero tu vida en familia se había acabado. Realmente, ya no le necesitabas.

—Él nunca me necesitó.

—Te necesitó desesperadamente —dijo Valentine—. Te necesitó tanto que renunció a Jane por ti.

—No. Necesitaba mi necesidad de él. Necesitaba sentir que era mi proveedor, mi protector.

—Pero tú no necesitas ya su provisión, ni su protección —dijo Valentine.

Novinha sacudió la cabeza.

—Despiértalo —dijo Valentine—, y déjalo marchar.

Novinha pensó en todas las veces que se había visto de pie ante una tumba. Recordó el funeral de sus padres, que murieron por salvar Milagro de la descolada durante aquel primer terrible estallido. Pensó en Pipo, torturado hasta la muerte, descuartizado vivo por los cerdis porque pensaban que si lo hacían se convertiría en un árbol. Sin embargo no creció más que dolor, el dolor del corazón de Novinha… puesto que fue un descubrimiento suyo lo que le llevó a estar con los pequeninos aquella noche. Y luego pensó en Libo, torturado hasta la muerte del mismo modo que su padre, y otra vez a causa de ella, pero esta vez por lo que no le había dicho. Y en Marcáo, cuya vida fue mucho más dolorosa por culpa suya hasta que finalmente murió de la enfermedad que le había estado matando desde niño. Y en Estevão, que dejó que su loca fe le llevara al martirio para convertirse en un venerado como los padres de Novinha, y sin duda algún día en santo igual que ellos.

—Estoy harta de dejar marchar a la gente —dijo.

—No veo cómo puedes estarlo. No hay ni uno solo de los que han muerto de quien puedas decir sinceramente que lo «dejaste marchar». Te aferraste a ellos con uñas y dientes.

—¿Y qué si lo hice? ¡Todos los que amo mueren y me dejan!

—Es una excusa muy pobre. Todo el mundo muere. Todo el mundo se marcha. Lo que importa son las cosas que construimos juntos antes de que lo hagan. Lo que importa es la parte de ellos que continúa en ti cuando no están. Tú continuaste el trabajo de tus padres, y el de Pipo, y el de Libo… y criaste a los hijos de Libo, ¿no? Y eran en parte hijos de Marcão, ¿no? Algo de él permaneció en ellos, y no todo malo. En cuanto a Estevão, creo que construyó algo hermoso con su muerte, pero en vez de dejarle marchar todavía se lo reprochas. Le reprochas haber construido algo más valioso para él que la propia vida. Que amara a Dios y a los pequeninos más que a ti. Todavía te aferras a todos ellos. No dejas marchar a nadie.

—¿Por qué me odias por eso? —dijo Novinha—. Tal vez sea cierto, pero así es mi vida: perder y perder y perder.

—Sólo por una vez, ¿por qué no liberas el pájaro en vez de mantenerlo en la jaula hasta que muera?

—¡Haces que parezca un monstruo! —chilló Novinha—. ¿Cómo te atreves a juzgarme?

—Si fueras un monstruo, Ender no te habría amado —dijo Valentine, respondiendo a la furia con ternura—. Has sido una gran mujer, Novinha, una mujer trágica que ha obtenido muchos logros y ha sufrido mucho. Estoy segura de que de tu historia se hará una saga conmovedora cuando mueras. ¿Pero no sería bonito que aprendieras algo en vez de representar la misma tragedia hasta el final?

—¡No quiero que otro de los seres que amo muera ante mis ojos! —gritó Novinha.

—¿Quién ha hablado de muerte?

La puerta de la habitación se abrió. Plikt apareció en el umbral.

—Con permiso —dijo—. ¿Qué está pasando?

—Ella quiere que lo despierte —dijo Novinha—, y le diga que puede morir.

—¿Puedo mirar? —preguntó Plikt.

Novinha cogió el vaso de agua que había junto a su silla y se la arrojó a Plikt gritándole:

—¡Estoy harta de ti! ¡Es mío, no tuyo!

Plikt, chorreando agua, se quedó demasiado asombrada para encontrar una respuesta.

—No es Plikt quien se lo está llevando —dijo Valentine suavemente.

—Es igual que todos los demás. Intenta arrancar un trozo de él. Lo devoran a pedazos; todos son unos caníbales.

—¿Qué? —le dijo Plikt furiosa—. ¿Querías comértelo tú sola? Bueno, es demasiado para ti. ¿Qué es peor, los caníbales que picotean aquí y allá o una caníbal que se guarda al hombre entero para sí cuando es más de lo que nunca podrá digerir?

—Ésta es la conversación más repugnante que he oído jamás —terció Valentine.

—Lleva meses rondando por aquí, observándolo como un buitre —dijo Novinha—. Dando vueltas, saqueando su vida, sin decir nunca ni tres palabras seguidas. Y ahora que finalmente habla, mira el veneno que sale de su boca.

—Lo único que he hecho es escupirte tu propia bilis. No eres más que una mujer acaparadora y odiosa; lo utilizaste una y otra vez y nunca le diste nada, y el único motivo por el que se está muriendo es por escapar de ti.

Novinha no respondió, no tenía palabras, porque en el fondo de su corazón supo de inmediato que lo que Plikt había dicho era cierto.

Pero Valentine rodeó la cama, se acercó a la puerta y abofeteó a Plikt. Plikt se tambaleó del golpe y se dejó caer contra el marco de la puerta hasta quedar sentada en el suelo, tocándose la mejilla, las lágrimas corriéndole por el rostro. Valentine se alzó sobre ella.

—Nunca hablarás en su muerte, ¿me entiendes? Una mujer capaz de decir una mentira semejante sólo por causar dolor, sólo por castigar a alguien a quien envidias… no eres una portavoz de los muertos. Me avergüenzo de haberte dejado enseñar a mis hijos. ¿Y si les has contagiado tus mentiras? ¡Me pones enferma!

—No —dijo Novinha—. No, no te enfades con ella. Es verdad, es verdad.

—Te parece verdad porque siempre quieres creer lo peor sobre ti. Pero no es verdad. Ender te amó libremente y no le robaste nada, y por el único motivo que aún sigue vivo en esa cama es por su amor hacia ti. Ése es el único motivo por el que no puede dejar ese cuerpo agotado y ayudar a Jane a saltar a un lugar donde pueda seguir viva.

—No, no, Plikt tiene razón. Consumo a las personas que amo.

—¡No! —gritó Plikt, llorando en el suelo—. ¡Te estaba mintiendo! ¡Lo amo tanto y estoy tan celosa de ti porque lo tuviste cuando ni siquiera lo querías!

—Nunca he dejado de quererlo —dijo Novinha.

—Lo abandonaste. Viniste aquí sin él.

—Lo dejé porque no podía…

Valentine completó la fráse cuando su voz se apagó.

—Porque no podías soportar que te dejase. Lo notaste, ¿verdad? Le notaste desvanecerse incluso entonces. Sabías que necesitaba irse, terminar con esta vida, y no podías soportar que otro hombre te dejara; por eso lo dejaste primero.

—Tal vez —dijo Novinha, cansada—. Todo es una ficción, de todas formas. Hacemos lo que hacemos y luego inventamos las razones, pero nunca son las razones verdaderas. La verdad está siempre fuera de nuestro alcance.

—Entonces escucha esta ficción. ¿Y si, por una vez, en vez de dejar que alguien que amas te traicione y se marche y muera contra tu voluntad y sin tu permiso… y si por una vez lo despiertas y le dices que puede vivir, te despides adecuadamente y le dejas ir con tu consentimiento? ¿Sólo por una vez?

Novinha volvió a llorar, allí de pie, completamente agotada.

—Quiero que todo acabe —dijo—. Quiero morir.

—Por eso tiene que quedarse —dijo Valentine—. Por su bien, ¿no puedes decidir vivir y dejarle marchar? Quédate en Milagro y sé la madre de tus hijos y la abuela de los hijos de tus hijos. Cuéntales historias de Os Venerados y Pipo y Libo y Ender Wiggin, que vino a sanar a tu familia y se quedó para ser tu marido durante muchos, muchos años antes de morir. Ni una alocución por los muertos, ni una oración fúnebre, ni un discurso público sobre el cadáver como quiere hacer Plikt, sino las historias que le mantendrán vivo en las mentes de la única familia que ha tenido jamás. Morirá de todas formas, muy pronto. ¿Por qué no dejarle marchar con tu amor y bendición, en vez de intentar retenerlo aquí con ira y pena?

—Tejes una historia muy bonita —contestó Novinha—. Pero en el fondo, me estás pidiendo que se lo entregue a Jane.

—Como tú misma has dicho —respondió Valentine—, todas las historias son ficciones. Lo que importa es en qué ficción crees.

9. ME HUELE ÁVIDA

«¿Por qué decís que estoy sola?

Mi cuerpo está conmigo dondequiera que yo esté,

contándome sin cesar historias

de ansia y satisfacción,

cansancio y sueño,

de comer y beber y respirar y vivir.

Con tal compañía,

¿quién podría estar solo?

Y aunque mi cuerpo se consuma

y no quede de él más que una diminuta chispa

no estaré sola,

pues los dioses verán mi pequeña luz

siguiendo el baile de las vetas del suelo

y me reconocerán,

pronunciarán mi nombre

y me levantaré.»

de Los susurros divinos de Han Qing jao

Morir, morir, muerta.

Al final de su vida entre los enlaces ansible hubo un poco de piedad. El pánico de Jane a perderse empezó a menguar, pues aunque seguía sabiendo que perdía y había perdido mucho, ya no tenía la capacidad de recordar qué era. Cuando perdió sus enlaces con los ansibles que le permitían controlar las joyas que portaban Peter y Miro, ni siquiera se dio cuenta. Y cuando por fin se aferró a los últimos filamentos de ansible que no serían desconectados, no consiguió pensar en nada, no sentió nada excepto la necesidad de agarrarse a esos últimos filamentos, aunque eran demasiado pequeños para contenerla, aunque nunca satisfarían sus necesidades.

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