Read Homenaje a Cataluña Online

Authors: George Orwell

Tags: #Histórico, relato

Homenaje a Cataluña (30 page)

En segundo lugar, por lo que se refiere a las consecuencias de la lucha, éstas son difíciles de estipular con certeza. No hay pruebas de que los disturbios hayan ejercido alguna influencia directa sobre el curso de la guerra, aunque es evidente que la habrían tenido de continuar unos pocos días más. El conflicto fue la excusa utilizada para que Valencia asumiera el control directo de Cataluña, para apresurar la eliminación de las milicias y para suprimir el POUM, y sin duda también tuvo que ver con la caída del gobierno de Caballero. Pero podemos dar por hecho que tales cosas seguramente se habrían producido de todas maneras. La cuestión crucial es determinar si los trabajadores de la CNT ganaron o perdieron en esta ocasión saliendo a la calle y plantándole cara al gobierno y al PSUC. Es mera conjetura, pero opino que ganaron más de lo que perdieron. La toma de la Central Telefónica de Barcelona fue un incidente más en un largo proceso. Desde el año anterior se venía despojando gradualmente a los sindicatos de todo poder de control, mientras se tendía a implantar un régimen centralizado, orientado hacia un capitalismo de Estado o, posiblemente, a la reintroducción del capitalismo privado. El hecho de que a esa altura hubiera resistencia probablemente retardó el proceso. Un año después del comienzo de la guerra, los obreros catalanes habían perdido gran parte de su poder, pero seguían manteniendo una posición comparativamente favorable. Tal vez no habría sido así de haber evidenciado que estaban dispuestos a someterse ante cualquier provocación. Hay ocasiones en que resulta más provechoso luchar y salir derrotado que no ofrecer resistencia alguna.

En tercer lugar, ¿qué propósito se escondía —si es que se escondía alguno— tras el conflicto? ¿Fue una especie de golpe de Estado o una intentona revolucionaria? ¿Existía la intención decidida de derrocar el gobierno? ¿Había sido planeado con antelación?

Mi opinión es que la lucha fue planeada sólo en el sentido de que todo el mundo la esperaba. No hubo signo de un plan muy definido en ninguno de los dos bandos. Del lado anarquista, la acción fue sin duda espontánea, se trató de una reacción de las bases militantes. Los trabajadores salieron a la calle y sus dirigentes políticos los siguieron de mala gana o no los siguieron en absoluto. Los únicos que todavía
hablaban
un lenguaje revolucionario eran Los Amigos de Durruti (un pequeño grupo extremista dentro de la FAI) y el POUM. Pero también ellos se limitaban a dejarse llevar y no a conducir. Los Amigos de Durruti distribuyeron un manifiesto de carácter revolucionario que no apareció hasta el 5 de mayo, por lo cual no puede decirse que hayan iniciado la lucha, comenzada dos días antes. Los dirigentes oficiales de la CNT por varias razones, quisieron evitar el conflicto desde el principio. En primer lugar, el hecho de que la CNT siguiera teniendo representantes en el gobierno y la Generalitat de Cataluña probaba que sus líderes eran más conservadores que sus seguidores. En segundo lugar, el principal objetivo de estos líderes consistía en lograr una alianza con la UGT; la lucha, inevitablemente, ampliaría la brecha entre ambas organizaciones, al menos por el momento. Y en tercer lugar —aunque esto, por lo general, se desconocía entonces—, los líderes anarquistas temían que, si las cosas iban más allá de cierto punto y los trabajadores tomaban posesión de la ciudad, como quizá estaban en condiciones de hacer el 5 de mayo, habría una intervención extranjera. Un crucero y dos destructores británicos se habían acercado al pueblo y, sin duda, no muy lejos había otros barcos de guerra. Los periódicos ingleses anunciaban que esos barcos se dirigían a Barcelona «para proteger los intereses británicos»; pero, en realidad, no tomaron ninguna medida tendente a ese propósito, no bajó a tierra ningún hombre ni subió a bordo ningún refugiado. No se puede saber con certeza, pero es al menos bastante probable que el gobierno británico, que no había movido un dedo para defender al gobierno español contra Franco, interviniera con bastante rapidez para salvarlo de su propia clase obrera.

Los dirigentes del POUM no se mantuvieron al margen de este asunto, sino que de hecho alentaron a sus seguidores a permanecer en las barricadas e incluso dieron su aprobación (en
La Batalla
, 6 de mayo) al folleto extremista publicado por Los Amigos de Durruti. Existe gran incertidumbre con respecto a este folleto, del cual nadie parece ahora capaz de presentar una copia. En algunos periódicos extranjeros era calificado de «cartel incendiario» que había sido «pegado» por toda la ciudad. Lo cierto es que no hubo tal cartel. Contrastando las diferentes informaciones, yo diría que el escrito propugnaba: 1º) la formación de una junta* revolucionaria; 2º) el fusilamiento de los responsables del ataque contra la Central Telefónica; 3º) el desarme de los guardias civiles. Existe también cierta incerteza en cuanto al grado de apoyo que
La Batalla
prestó a dicho folleto. Yo no vi ni el escrito ni
La Batalla
de esa fecha. La única octavilla que llegó a mis manos durante la lucha fue la distribuida el 4 de mayo por un pequeño grupo de trotskistas («bolcheviques-leninistas»), que decía solamente: «Todos a las barricadas. Huelga general en todas las industrias, excepto las industrias de guerra». En otras palabras: sólo pedía lo que ya estaba ocurriendo. Pero, en realidad, la actitud de los dirigentes del POUM fue vacilante. Nunca habían estado a favor de la insurrección mientras no se venciera a Franco: al ver que los trabajadores habían salido a la calle, optaron por la línea marxista bastante petulante, según la cual, cuando esto ocurre, es deber de los partidos revolucionarios apoyarlos. Por ende, a pesar de pronunciar frases revolucionarias acerca de «reavivar el espíritu del 19 de julio», hicieron todo lo posible para que la actitud de los trabajadores fuera únicamente defensiva. Por ejemplo, nunca ordenaron un ataque contra ningún edificio; se limitaron a recomendar a sus simpatizantes que se mantuvieran en guardia y, como ya dije en el capítulo 9, que no dispararan mientras pudieran evitarlo.
La Batalla
también publicó instrucciones para que no se retiraran tropas del frente
[27]
. Por lo que se puede estimar, la responsabilidad del POUM queda reducida a haber propiciado la resistencia en las barricadas y, probablemente, haber logrado que algunos permanecieran en ellas más tiempo del que se hubieran quedado por iniciativa propia. Quienes estuvieron en contacto personal con los dirigentes del POUM (entre los que no me incluyo), me dijeron que, en realidad, estaban consternados por este asunto, pero sentían que debían intervenir en él. Con posterioridad, desde luego, se intentó explotar el capital político de la forma habitual. Gorkin, uno de los líderes del POUM, llegó a hablar después incluso de «los gloriosos días de mayo». Desde un punto de. vista propagandístico, ésta fue quizá la actitud acertada; el POUM aumentó el número de sus miembros durante el breve período previo a su disolución. Desde el punto de vista táctico, probablemente fue un error apoyar el folleto de Los Amigos de Durruti, organización muy pequeña y habitualmente hostil al POUM. Considerando la excitación general y lo que se decía en ambos bandos, el escrito no significaba en realidad mucho más que «permanezcan en las barricadas»; pero al parecer que le daban su apoyo, mientras que el periódico anarquista
Solidaridad Obrera
lo repudiaba, los dirigentes del PQUM facilitaron a la prensa comunista que luego pudiera afirmar que la lucha había sido una insurrección organizada únicamente por el POUM. En cualquier caso, podemos estar seguros de que la prensa comunista habría dicho lo mismo de todas maneras. Esta acusación no era nada comparada con las que se hicieron antes y después sobre bases mucho menos sólidas. Los dirigentes de la CNT no ganaron tampoco mucho con su actitud más cautelosa; fueron elogiados por su lealtad, pero fueron apartados del gobierno y de la Generalitat en cuanto se presentó la ocasión.

Era opinión corriente en esos momentos que ningún sector tenía un propósito verdaderamente revolucionario. Los hombres que estaban detrás de las barricadas eran obreros de la CNT y quizá algunos miembros de la UGT; no intentaban derrocar el gobierno, sino hacer frente a lo que consideraban, con motivo o sin él, un ataque de la policía. Su acción era en esencia defensiva, y dudo de que pueda definírsela, según hicieron casi todos los periódicos extranjeros, como «levantamiento». Un levantamiento implica una acción agresiva y un plan trazado. Más exactamente se trató de una revuelta, de una revuelta muy sangrienta porque ambos bandos tenían armas de fuego en las manos y estaban dispuestos a emplearlas.

Pero ¿cuáles eran las intenciones del bando opuesto? Si no se trató de un golpe de Estado anarquista, ¿fue quizá un golpe de Estado comunista, un plan tendente a aplastar de un solo golpe el poder de la CNT?

No creo que lo fuera, aunque ciertos hechos podrían llevarnos a sospecharlo. Es significativo que algo muy semejante (la toma de la Central Telefónica por fuerzas policiales que actuaban obedeciendo órdenes de Barcelona) ocurriera en Tarragona dos días después. En Barcelona misma, el ataque a la Telefónica no constituyó un hecho aislado. En varios puntos estratégicos de la ciudad, grupos de guardias civiles y miembros del PSUC se apoderaron de edificios con sorprendente prontitud. Pero es necesario recordar que es— tos hechos ocurrían en España y no en Inglaterra. Barcelona es una ciudad con una larga historia de luchas callejeras. En ella, ante un conflicto de este tipo los hechos se suceden con rapidez, las facciones ya están organizadas, todos conocen la topografía política local y, cuando los fusiles comienzan a disparar, ocupan sus lugares casi como en un simulacro de incendio. Los responsables de la toma de la Telefónica esperaban, probablemente, dificultades, aunque no en el grado en que se produjeron, y habían tomado las medidas pertinentes. No obstante, ello no significa que planearan un ataque general contra la CNT. Hay dos hechos que me inclinan a pensar que ninguno de los bandos estaba preparado para una lucha a gran escala.

Primero: Ninguna de las partes trajo con anticipación tropas a Barcelona. La lucha se produjo entre habitantes de la ciudad, principalmente entre trabajadores y policías.

Segundo: Los alimentos escasearon casi de inmediato. Quien haya luchado en España sabe que la única operación de guerra que los españoles realizan con verdadera eficacia es la de alimentar a sus tropas. Es muy improbable que, de contemplar alguno de los bandos la posibilidad de una o dos semanas de lucha callejera, además de la huelga general, no hubiera asegurado una buena reserva de alimentos.

Por último, abordemos la cuestión de quién tuvo o dejó de tener razón.

La prensa antifascista extranjera levantó una auténtica polvareda con este asunto, pero, como de costumbre, sólo se escuchó a una de las partes. A consecuencia de ello, la lucha de Barcelona se presentó como una insurrección de los desleales anarquistas y trotskistas que «apuñalaban al gobierno español por la espalda», y cosas por el estilo. Los sucesos no fueron tan simples. Sin duda, cuando se está en guerra, las luchas intestinas son perjudiciales, pero vale la pena recordar que se necesitan dos para que haya una pelea y que uno de los bandos no se pone a construir barricadas si no ha ocurrido algún acto que pueda considerarse una provocación.

Los incidentes comenzaron naturalmente con la orden del gobierno de que los anarquistas entregaran sus armas. En la prensa inglesa, esta orden fue traducida a términos ingleses y adoptó la siguiente forma: que urgentemente se necesitaban armas en el frente de Aragón y era imposible enviarlas porque los anarquistas habían asumido la actitud poco patriótica de retenerlas. Expresarse en tales términos significa desconocer las condiciones que realmente existían en España. Nadie ignoraba que tanto los anarquistas como el PSUC tenían reservas de armas, y cuando estalló la lucha en Barcelona, resultó evidente que disponían de ellas en abundancia. Los anarquistas sabían muy bien que, aun cuando entregaran sus armas, el PSUC, principal poder político en Cataluña, conservaría las suyas. Esto es lo que precisamente ocurrió cuando concluyó la lucha. Mientras tanto, en las calles se veían grandes cantidades de armas que habrían sido muy útiles en el frente, pero las fuerzas policiales «no políticas» de la retaguardia las retenían para su uso. Y a esto había que añadir las diferencias irreconciliables entre anarquistas y comunistas que habían de conducir más tarde o más temprano, a un enfrentamiento. Desde el comienzo de la guerra, el Partido Comunista de España había crecido mucho y aumentado enormemente su poder político. Además, llegaban a España millares de comunistas extranjeros, muchos de los cuales expresaban sin disimulo la intención de «liquidar» el anarquismo en cuanto se ganara la guerra. En tales circunstancias, no podía esperarse que los anarquistas entregaran las armas de las que se habían apropiado en el verano de 1936.

La toma de la Central Telefónica fue simplemente la cerilla que encendió la mecha de una bomba ya preparada. Quizá los responsables creyeron que no habría de originar mayores dificultades. Según se afirmaba, Companys, el presidente catalán, declaró riendo unos pocos días antes que los anarquistas se avendrían a cualquier cosa
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. Sin duda alguna fue una acción poco inteligente. Hacía meses que se venían produciendo muchos choques armados entre comunistas y anarquistas en diversas zonas de España. La tensión en Cataluña (especialmente en Barcelona) ya había dado lugar a asesinatos y refriegas callejeras. De pronto circuló la noticia de que hombres armados atacaban los edificios tomados por los obreros en la lucha de julio y a los que atribuían una gran importancia sentimental. Debemos recordar que la población obrera no experimentaba ninguna simpatía por la Guardia Civil. Durante muchas generaciones, la guardia* había sido simplemente un apéndice del terrateniente y el amo, y los guardias civiles eran objeto de un odio especial porque se sospechaba, con razón, que simpatizaban con los fascistas
[29]
. Probablemente el impulso que sacó a los obreros a la calle durante las primeras horas fuera el mismo que los había llevado a resistir a los militares insurrectos al comienzo de la guerra. Desde luego, puede argumentarse que los obreros de la CNT deberían haber entregado la Central Telefónica sin protestas. En este caso, la opinión dependerá de la posición que se adopte frente a alternativas tales como gobierno centralizado o control por parte de la clase obrera. Más pertinente sería decir: «Sí, probablemente la CNT tenía razón. Pero, a fin de cuentas, estaban en guerra y no tenían por qué sostener una lucha en la retaguardia». Estoy completamente de acuerdo con esto. Cualquier desorden interno significaba una ayuda para Franco. Pero ¿qué fue en realidad lo que precipitó la lucha? El gobierno pudo o no tener derecho a ocupar la Telefónica; pero indudablemente, dadas las circunstancias, tal medida había de conducir a un enfrentamiento. Era una acción provocadora, un gesto que venía a decir y tal vez lo pretendía de verdad: «Vuestro poder se ha acabado, a partir de ahora nos hacemos nosotros cargo de él». Sensatamente no cabía esperar sino resistencia. Guardando el sentido de la proporción, debe comprenderse que la culpa no podía recaer por lo tanto sólo en uno de los bandos. Si se difundió una versión unilateral fue simplemente porque los revolucionarios españoles no tenían ningún apoyo en la prensa extranjera. Particularmente en los periódicos ingleses era necesario buscar mucho antes de encontrar, en cualquier período de la guerra, alguna referencia favorable a los anarquistas. Fueron sistemáticamente denigrados y, como sé por propia experiencia, es casi imposible conseguir que alguien imprima algo en su defensa.

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