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Authors: David Simon

Homicidio (73 page)

—¿La señorita en cuestión ya está en la central? —dice Nolan.

—Pues sí —dice McAllister.

—Si es la misma que la de la calle Stricker, me voy a partir la caja con el chiste que va a correr: «Cada vez que se la mama a un tío, le manda al séptimo cielo».

McAllister sonríe:

—Si ya estamos, me voy para el hospital.

—Tú y Donald podéis iros para allá —dice el inspector jefe—. Yo me vuelvo al despacho y pondré las cosas en marcha.

Pero antes de que pueda irse, un agente que está cerca oye una llamada a todas las unidades por un tiroteo múltiple en la zona este. El policía sube el volumen y Nolan escucha la confirmación de la llamada: otro agente solicita que se notifique que ha habido un homicidio. Nolan toma prestado un
walkie-talkie
y confirma a la centralita que está respondiendo desde la escena del crimen de la central.

—Nos vemos allí—le dice McAllister—. Llame si nos necesita.

Nolan asiente, luego se dirige a la nueva escena mientras McAllister y Kincaid van hacia urgencias del Maryland General. Veinte minutos más tarde, el sospechoso de treinta y seis años —«un hombre honrado y trabajador», les asegura rápidamente, «felizmente casado»— está sentado en una sala del fondo, con el brazo derecho escayolado y en cabestrillo.

McAllister pronuncia su nombre.

—¿Sí, señor?

—Somos del departamento de policía. Este es el inspector Kincaid y yo soy el inspector…

—Escuchen —dice la víctima—. Lo siento mucho, muchísimo, y como intenté decirle al agente, yo no sabía que era un policía…

—Lo entendemos…

—No llevaba las gafas puestas y le vi acercarse haciendo gestos bruscos, y pensé que me estaban atracando, ¿sabe?

—No pasa nada— dice McAllister—. Podemos hablar después, pero lo importante es que tanto usted como el policía están bien.

—No, no —dice el sospechoso—. Yo estoy perfectamente bien.

—Genial. Pronto le llevarán a la central para que hablemos allí, ¿de acuerdo?

El sospechoso asiente, y los dos inspectores se dirigen a la salida.

—Un tipo amable —dice Kincaid.

—Mucho —refrenda McAllister.

Por supuesto, el pobre hombre está diciendo la verdad. Los dos inspectores han notado que las gafas del sospechoso estaban en el salpicadero del Oldsmobile. En un rincón oscuro, con los pantalones bajados hasta las rodillas, el tipo probablemente se sintiera vulnerable al distinguir una silueta de un hombre joven, vestido de calle, acercándose a su coche con algo brillante en la mano. La víctima de la calle Stricker también temió que se tratara de un atraco y, como era guarda de seguridad de un supermercado, trató de agarrar su porra cuando el primer policía abrió bruscamente la puerta del pasajero. El agente pensó que la porra era una escopeta, le disparó a la cara, y sólo gracias al arte de los médicos de urgencias del Universitario, el tipo salió con vida. Hay que decir, en honor del departamento, que el segundo tiroteo será la gota que impulsa al comisionado adjunto de operaciones a retirar las unidades antivicio de la calle el tiempo suficiente como para modificar los procedimientos en el control de la prostitución.

En el lado este, Roger Nolan se enfrenta al resultado de un triple tiroteo. La escena de North Monford es una visión dantesca: una joven muerta y otros dos miembros de la familia heridos. El sospechoso es el amante despechado de la joven; cuando esta puso fin a su breve relación, él decidió disparar a todos cuantos se cruzaron en su camino en la casa de la chica, y luego huyó. Nolan pasa dos horas en la escena, buscando testigos por el vecindario para mandarlos a la central, donde Kincaid está recibiendo a los que llegan primero.

Al regresar a la oficina de homicidios, Nolan echa un vistazo a la sala de interrogatorios pequeña y comprueba que la prostituta de esta noche no es la misma cuyo cliente fue disparado en la calle Stricker. Pasa a ver a D'Addario, que ya ha llegado, y habla con el agente de veintiséis años que apretó el gatillo y que está hecho un manojo de nervios en el despacho de D'Addario. Luego observa la intensa actividad de la oficina y no ve el rostro que busca.

Sentado en la mesa de Tomlin, marca el número de la casa de Harry Edgerton y escucha pacientemente los cuatro o cinco timbrazos.

—Hola.

—¿Harry?

—Ajá.

—Soy el inspector jefe—dice Nolan—. ¿Qué demonios haces en casa?

—¿Qué quiere decir?

—Hoy trabajas.

—No, tengo el día libre. Hoy y el miércoles.

Nolan hace una mueca:

—Harry, tengo la libreta de turnos delante y tus días libres son el miércoles y el jueves. Y hoy te toca con Mac y Kincaid.

—¿Miércoles y jueves?

—Sí.

—No puede ser. Está bromeando.

—Sí, Harry. Te llamo a la una de la mañana para joderte.

—No está bromeando.

—No —dice Nolan, casi divertido.

—Mierda.

—De la buena.

—¿Cómo va la noche?

—Un tiroteo policial y un asesinato. Nada más.

Edgerton jura por lo bajo.

—¿Quiere que venga?

—Joder, olvídalo y vuélvete a la cama —dice el inspector jefe—. Ya nos las apañaremos, y te tocará trabajar el jueves. Ya lo apuntaré.

—Gracias, Rog. Juraría que me tocaba el martes y el miércoles. Estaba seguro.

—Eres de lo que no hay, Harry.

—Sí, lo siento.

—Anda, vuelve a la cama.

Dentro de unas horas, cuando la noche se complique, Nolan lamentará su generosidad. Ahora, sin embargo, tiene todos los motivos para creer que puede pasar hasta el turno de mañana con sólo dos inspectores. McAllister y Kincaid ya han vuelto del hospital con el sospechoso y su brazo en cabestrillo. Ya están interrogándolo en el despacho de la administración. Por lo que parece, no hay sorpresas: después de una declaración de media hora con Kincaid y McAllister, lo que más desea la víctima es la oportunidad de disculparse con el poli que le disparó.

—Si pudiera verle unos minutos, me gustaría mucho estrecharle la mano.

—Eso quizá no sea muy buena idea, no ahora —dice Kincaid—. Está un poco alterado.

—Me hago cargo.

—Está muy mal por haberle tenido que disparar a usted.

—Sólo quiero que sepa que…

—Se lo dijimos —ataja McAllister—. Sabe que usted no se dio cuenta de que era un policía.

Finalmente, McAllister permite que la víctima utilice el teléfono de la oficina para llamar a su mujer, que vio a su marido hace menos de una hora y media, cuando se fue a alquilar una película y-vuelvo-en- cinco-minutos-cariño. Los inspectores escuchan con simpatía las patéticas explicaciones del pobre tipo, mientras cuenta que le han disparado en un brazo, que está detenido y acusado de atacar a un oficial de Policía, pero que todo es un gran malentendido.

—Tendré que esperar a que fijen la fianza —le dice—, pero te lo explicaré cuando llegue a casa.

No menciona el cargo de actividad sexual ilícita, y los inspectores le tranquilizan diciéndole que no es su intención destrozar su matrimonio.

—Sólo tiene que asegurarse de que su esposa no venga el día del juicio —le aconseja Kincaid—. Si lo logra, no tendrá problemas.

De vuelta al despacho de D'Addario, el policía de paisano está redactando su propio informe del incidente. Ha seguido el consejo de su superior y ofrece una declaración voluntaria a los inspectores. Por ley cualquier intento de extraer información de un policía contra su voluntad hace que dicha información no sea admisible en un tribunal de justicia. Los inspectores han recibido órdenes de los fiscales y sólo pueden solicitar una declaración en el caso de cualquier policía implicado en un tiroteo. Desde la investigación del caso de la calle Monroe, sin embargo, el sindicato de policías ha instado a los oficiales a que no realicen declaraciones de ningún tipo. Es una política que más tarde dará problemas. Después de todo, si un inspector de homicidios puede salvar a otro policía, no dudará en hacerlo. Pero cualquier policía que se niegue a explicar sus actos es carne de una investigación del gran jurado. Sin embargo, esa noche el comandante del distrito Oeste logra convencer a su hombre de que acepte una entrevista con sus colegas, lo cual da margen de maniobra a los inspectores del caso.

El informe del agente cuadra con lo que dice la propia víctima en su declaración: el agente de paisano se lanzó sobre el capó del coche, luego se acercó y disparó un único tiro a través del parabrisas. El interrogatorio de la prostituta lo corrobora. No es que viera mucho, les dice a los inspectores, porque su campo de visión estaba algo limitado.

Lenta y metódicamente, el informe de cinco páginas empieza a tomar cuerpo con el tecleo del procesador de textos de Kim Cordwell. Cuando lee el borrador, D'Addario indica algunos cambios con lápiz y sugiere que se reformulen algunos pasajes clave. Cuando se trata de informes sobre tiroteos policiales, D'Addario es un poco artista; ocho años en homicidios le han entrenado para que pueda anticipar las probables preguntas de los altos mandos. Muy raras veces —si es que alguna vez ha pasado— devuelven un informe que lleve la señal de aprobación del teniente. Aunque en el aparcamiento el uso de un arma fuera exagerado, excesivo y torpe, en su informe todo tiene una razón de ser perfectamente lógica.

Nolan observa el avance del papeleo y de nuevo se dice que esta noche podrán pasarse sin Edgerton y que es mejor, después de todo, que Harry trabaje a fondo el jueves en lugar de hacerle venir dos horas después del inicio del turno.

Pero dos horas más tarde, cuando parecía que la marea se había retirado, suena otra vez el teléfono. Esta vez es un tiroteo en la avenida North Arlington en la zona oeste. Kincaid deja atrás los últimos detalles del papeleo del caso del tiroteo policial, coge las llaves de un Cavalier y conduce durante unos veinte o treinta bloques para ver cómo amanece sobre el cuerpo de una adolescente. Su larga silueta está echaba en el asfalto blanco de un callejón. Es un caso difícil y de piedra.

Cuando los inspectores del turno de día empiezan a llegar poco después de las siete, encuentran una oficina en estado de sitio. Nolan está mecanografiando su informe de 24 horas mientras sus testigos esperan en la sala de atrás para que los lleven de vuelta a la zona este. McAllister está fotocopiando su maravillosa obra sobre el tiroteo policial para que lo lean todos los gerifaltes. Kincaid está en la pecera, lidiando con tres chicos de la zona oeste que no quieren testificar en un tiroteo por temas de respeto entre traficantes que se desarrolló frente a ellos.

McAllister logra escaparse un poco después de las ocho, pero Kincaid y Nolan terminan el día en la hora punta de la tarde y en la oficina del forense, esperando que acaben de examinar y analizar sus respectivos fiambres. Esperan juntos, bajo el brillo antiséptico del pasillo de la sala de autopsias, y sin embargo, después de este turno estarán más separados que nunca.

El problema, como siempre, es Edgerton. A principios de la noche, Kincaid oyó la conversación de Nolan con el inspector ausente. Si no hubiera estado hasta el cuello de testigos e informes, habría montado un número al momento. Durante la terrible noche ha estado a punto de soltarle la caballería a Nolan, pero ahora que está solo con él, en el sótano de la calle Penn, está demasiado cansado para discutir. De momento, se conforma amargándose mientras piensa que, en toda su carrera, jamás olvidó ni un puñetero día cuándo tenía que presentarse a trabajar.

Pero Kincaid no se morderá la lengua, eso es seguro. El aire de compromiso, el pitorreo constante, el reconocimiento tácito del esfuerzo de Edgerton por ocuparse de más avisos: todo eso ya no cuenta a los ojos de Donald Kincaid. Está hasta aquí de tanta mierda. Está harto de Edgerton, de Nolan, y de su lugar en esta jodida brigada. Si te llaman a las 23:40, estás como un clavo a las 23:40 y ni un minuto más tarde. Si te toca trabajar el martes, te presentas el martes. No le ha dado al departamento veintidós años de su vida para tener que tragarse toda esa mierda.

Por su parte, Roger Nolan sencillamente no quiere saber nada más de eso. En su opinión, Edgerton es un buen hombre que trabaja más duro que muchos de los demás en sus casos y, además, está en racha y vuelve a resolver asesinatos. Vale, piensa Nolan, de vez en cuando Harry se va flotando hasta la capa de ozono. Bueno, se equivocó con su turno. ¿Y qué tiene que hacer con él? ¿Obligarle a redactar un formulario 95 explicando por qué es un cadete espacial? ¿Quitarle algunos días de vacaciones? ¿De qué serviría? Esa mierda no funciona con las patrullas ni tampoco es la forma de llevar un departamento de homicidios. Todos se sabían la historia de ese supervisor que una vez le había pedido a Jay Landsman que rellenara un 95 explicando por qué había llegado tarde a su turno. «Llegué tarde», escribió Landsman «porque cuando salí por la puerta de mi casa para desplazarme hacia mi lugar de trabajo, había un submarino alemán aparcado frente a la salida» Para bien o para mal, así era la unidad de homicidios, y Nolan no pensaba meterse con un policía para que otro se sintiera mejor.

Ya no hay término medio. A la mañana siguiente, Kincaid controla su ira y no dice nada. Tampoco le dice nada a Edgerton, cuando este aparece en su turno del viernes.

—Ni siquiera es culpa de Harry —dice Kincaid a los otros miembros de la brigada—. Es la jodida responsabilidad de Nolan ocuparse de poner esto en orden.

Pero durante los siguientes días, la ira de Kincaid se convierte en furia blanca, y los demás —McAllister, Garvey, incluso Bowman, que probablemente apoyaría a Kincaid en este punto— tienen bastante sentido común como para ver que lo mejor que pueden hacer es quitarse de en medio. Al final, la inevitable explosión sucede en un turno de cuatro a doce, el siguiente día libre de Edgerton. Es un turno de gritos e insultos, acusaciones y réplicas, que termina con Nolan y Kincaid gritándose en la oficina central, vaciando todo su armamento en un duelo de esos que deja pocos pedazos para recomponer. Nolan deja claro que Kincaid le parece más problemático que otra cosa, le dice al inspector que se meta en sus asuntos, y luego le acusa de no trabajar lo suficiente en sus casos. Y aunque es cierto que Kincaid ha acarreado unos cuantos expedientes abiertos durante estos últimos dos años, también es verdad que Nolan le está ofreciendo el tipo de críticas que ningún policía veterano quiere escuchar. Por lo que respecta a Donald Kincaid, en cuanto haya una vacante en otro turno, se largará.

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