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Authors: David Simon

Homicidio (92 page)

—Sí —dice, con un hilo de voz.

Asustada pero firme, Romaine Jakson se reafirma en su testimonio cuando la interroga Polansky. El abogado defensor ataca los márgenes de su historia: la iluminación de la calle aquella noche; la hora a la que estuvo mirando por la ventana; los motivos por los cuales miraba por la ventana; si realmente era posible que hubiera oído una discusión que tuviera lugar en la casa de al lado… Polansky no puede ser excesivamente duro con esta chica. Aunque sus tácticas más agresivas podrían hacer que su testimonio se tambalease, el jurado no se lo perdonaría. Lo único que puede hacer es dar a entender que la chica está equivocada, que quizá no esté tan segura de haber visto a Robert Frazier cuando dice que le vio. Polansky sigue castigando las esquinas del testimonio de la chica durante media hora, prolongando su agonía pero avanzando muy poco en cuanto a cambiar lo fundamental de su versión. Para cuando abandona el estrado bien entrada la tarde, su forma recatada de aferrarse a la verdad ha conferido a su intervención una fuerza extraordinaria.

—Caramba, Romaine, cariño —dice Garvey, atrapándola mientras se va a toda prisa hacia las puertas del juzgado—. Eh, ahora dime la verdad. ¿A que no ha sido tan horrible?

—Sí —dice ella, llorando y riendo a la vez—, sí que lo ha sido.

—Venga, vamos —dice el inspector abrazándola—. Apuesto a que hacia el final empezó a gustarte aunque fuera un poquito.

—No —dice ella, riendo—. Nada de nada.

Media hora después, cuando Doan sale del juzgado, Garvey va hacia él y le acorrala en uno de los pasillos del tercer piso.

—¿Cómo lo ha hecho mi niña ahí dentro?

—Ha estado fantástica —dice Doan sin exagerar—. Asustada, pero fantástica.

Pero aún queda mucho para que todo termine. Los testimonios del día siguiente ponen fin al caso del Estado, con abogado y fiscal peleándose sobre las pruebas balísticas y la munición del .38 recuperada en el caso. Con Dave Brown en el estrado, Doan intenta limitar el testimonio a las balas del .38 encontradas en el coche de Frazier después de su arresto, mientras que Polasky, esforzándose mucho por no violar las mociones previas al juicio que le impiden mencionar el asesinato de Purnell Booker, presiona a Brown con la cuestión de una orden de registro anterior, cuando los inspectores recuperaron las balas
wadcutter
del .38 y los cuchillos de debajo de la cama de Vincent Booker. Es una cuestión delicada —ningún abogado quiere cruzar la línea que haga que el asesinato de Booker entre en el testimonio— y son necesarias no menos de cuatro conferencias con Gordy antes de llegar a un acuerdo sobre el testimonio de Brown. Doan, que vuelve a preguntar al testigo después de que termine la defensa, se asegura de que Brown testifique que los cuchillos que se recuperaron en casa de Vincent Booker fueron examinados y no se encontró en ellos rastro de sangre, pero aún así Polansky ha conseguido de nuevo, con unas pocas preguntas, agitar el espectro de un sospechoso alternativo.

Lo vuelve a hacer cuando Joe Kopera, de la unidad de armas de fuego, sube al estrado después de Brown. Doan lleva a Kopera a hablar de las balas que se usaron para matar a la víctima, así como de las balas del .38 que se encontraron en el coche de Frazier después de su arresto. Todas esas balas son del mismo calibre, afirma Kopera. Pero ese testimonio, aunque limitado, le abre la puerta a Polansky a subrayar las balas que mataron a Lena Lucas son
wadcutters
del .38, mientras que las que se encontraron en el coche de su cliente son también balas del .38, pero de punta redonda.

—Así que lo que está usted diciendo —dice Polansky— es que aun que las balas que se encontraron en el coche de Robert Frazier eran, de hecho, del calibre .38, no eran el mismo tipo de balas del .38 que se encontraron en la escena del crimen.

—Si, señor, así es.

—Y algunas de las balas, doce de las balas que se encontraron en la residencia de Vincent Booker, no sólo eran del calibre .38 sino también de tipo
wadcutter.
¿No es así?

—Sí —dice Kopera.

Si Rich Garvey pudiera oír esto, si pudiera oír a Polansky agitar el espantajo de Vincent Booker frente al jurado, sentiría el impulso de retorcerle el pescuezo a Doan. La única manera de contrarrestar el testimonio de Polansky es establecer con claridad el vínculo que existe entre las balas requisadas a Vincent Booker y las tomadas a Robert Frazier, y la única manera de hacerlo es llevar a Vincent Booker al estrado. El propio Booker podría testificar que le dio las
wadcutter
a Frazier la noche del asesinato, que Frazier le había dicho que iba a recuperar las drogas que le había quitado su padre y le había pedido munición. Pero ese testimonio plantearía más dudas de las que resolvería; en opinión de Doan, la única alternativa sensata era dejar de hablar de ese tema.

Cuando el Estado termina su intervención, los observadores presentes en el juzgado no se ponen de acuerdo sobre qué parte va ganando. Doan ha establecido correctamente los cimientos de su caso y ha guiado a Romaine Jackson con éxito en su difícil testimonio. Pero Polansky también lo ha hecho muy bien en algunos momentos y puede que su hábil forma de utilizar a Vincent Booker convenza al jurado. Pero Doan no ha terminada todavía. Sorprende a Polansky con un último testigo, un testigo que el abogado defensor no se esperaba ver declarando contra su cliente.

—Señoría —dice Doan, después de que el jurado se haya retirado para comer—. Pido que cuando se llame a Sharon Denise Henson sea llamada como testigo del tribunal.

—¡Protesto! —dice Polansky, casi gritando.

—En vista de la protesta de la Defensa, ¿cuáles son sus razones, señor Doan? —pregunta Gordy.

El fiscal recuerda el intento de Robert Frazier de utilizar a su segunda novia como coartada en el asesinato de la primera, así como el subsiguiente interrogatorio de los inspectores a Nee-Cee Henson, en el que admitió que Frazier se había marchado de su cena muy temprano y no había regresado hasta por la mañana. Henson firmó una declaración escrita a ese efecto y después prestó testimonio en el mismo sentido ante un gran jurado; ahora, con Frazier enfrentándose a la posibilidad de cadena perpetua sin fianza, se está retractando y diciéndole a Doan que ahora recuerda aquella fiesta con más claridad. Frazier, dice, se marchó sólo un rato al principio y luego se quedó con ella hasta el amanecer.

La mujer había empezado a retractarse de su testimonio semanas atrás, al firmar una declaración para un investigador privado contratado por Polansky. Su actitud no sorprende a Doan, que sabe que ha visitado repetidamente a Frazier en la cárcel municipal. Ahora le pide a Gordy que la llame al estrado como testigo hostil. Para el fiscal, Sharon Henson es valiosa precisamente porque su testimonio no será creíble.

—Sería una injusticia que este jurado se viera privado de verla y escucharla —dice Doan— y el Estado se hallaría en una situación imposible si hubiera de llamarla como testigo de la acusación.

—¿Señor Polansky? —pregunta Gordy.

—Señoría, ¿sería posible responder… responder a la petición del señor Doan después de un receso para poder estudiar las consecuencias?

—Denegado.

—¿Puedo al menos tener un minuto para leerme esto? —dice, echándole un vistazo a la moción escrita que ha presentado el Estado.

—Puede —dice Gordy, la viva imagen de la irritación y el aburrimiento—. Mientras el señor Polansky lee ese documento, diré para que conste por escrito que este tema fue anticipado en conversaciones entre las partes y el juez desde el principio de este juicio.

Polansky se toma unos cuantos minutos más, luego intenta una réplica, defendiendo que la actual versión de los hechos que explica la señorita Henson no difiere dramáticamente de su testimonio anterior. No parece, defiende Polansky, que sus dos declaraciones sean tan inconsistentes como para justificar que sea el juez quien la llame como testigo.

—¿Tiene intención usted de llamarla como testigo de la Defensa?

—Bueno, no lo sé —dice Polansky—. No puedo comprometerme a ello en este momento, señoría.

—Porque si fuera a hacerlo, no habría necesidad de que me planteara la moción de la Fiscalía.

—Estoy de acuerdo —dice el abogado defensor— en que lo más probable es que no la llame.

Gordy anuncia entonces su decisión: Aunque está mintiendo para salvar a su hombre, Sharon Henson testificará contra él. La mujer sube al estrado después de la pausa para comer y empieza un calvario que durará bastante más de una hora. Si no estuviera en juego la libertad de un hombre, si no hubiera una familia sentada entre el público rezando porque alguien les vengue, la actuación de Henson en defensa de su novio podría considerarse una comedia. Con un vestido de noche de terciopelo negro, gorro y echarpe de piel, su propio aspecto hacía difícil tomarse en serio su testimonio. Consciente de que había llegado su gran momento en este drama, presta juramento y cruza las piernas en el estrado como si quisiera imitar a las mujeres fatales de todas la películas de cine negro de serie B. Incluso el jurado se ríe un poco por lo bajo.

—¿Cuántos años tiene usted, señorita? —pregunta Doan.

—Veinticinco.

—¿Conoce a un individuo llamado Robert Frazier?

—Sí, lo conozco.

—¿Ve a ese individuo hoy aquí?

—Sí.

—Señálelo, por favor.

La mujer señala hacia la mesa de la defensa y, entonces, por un instante, sonríe levemente al acusado. Frazier no mueve un músculo.

Doan establece la relación de Sharon Henson con Frazier para que el juzgado la conozca y luego dirige sus preguntas a la noche de su fiesta y del asesinato. En sus declaraciones a Garvey y al gran jurado Henson reconoció que había estado bebiendo y tomando drogas, pero había asegurado de forma inequívoca que Frazier se había marchado de la fiesta tarde esa noche y no había regresado hasta la mañana siguiente. Ahora recuerda algo totalmente distinto.

—¿Sigue considerándose hoy en día la novia del señor Frazier? —pregunta Doan.

—¿De verdad tengo que contestar a eso?

—Sí —dice Gordy—. Responda a la pregunta.

—Sí, me considero.

—Y durante el tiempo en que el señor Frazier ha estado encarcelado, le ha visitado en la cárcel, ¿no es así?

—Sí.

—Bien, ¿cuántas veces le ha visitado?

—Tres veces.

Doan se recrea y le pide a Henson que detalle los regalos de San Valentín que recibió de Frazier antes del asesinato. Luego regresa abruptamente al tema del revólver del .38 que Frazier le había dejado para que se lo guardara después del asesinato, el arma que Frazier le había vuelto a coger cuatro días antes de que Garvey y Kincaid se presentasen a entrevistarla.

—Y cuando le pidió que le diera el arma —dice Doan, sin ninguna inflexión en la voz—, ¿le dijo a usted para qué la quería?

—Sí, lo hizo.

—¿Y que le dijo, señorita?

—Que la policía vendría a hablar conmigo y que él les había dicho que yo tenía su arma, pero que no me la había pedido.

—¿Y? —pregunta Doan, levantando la vista de sus notas.

Sharon Henson fulmina con la mirada al fiscal antes de contestar:

—Me pidió que no se la diera a los policías —dice, e inmediatamente lanza una mirada arrepentida a su novio.

—¿Le dijo a usted que la policía vendría a buscar el arma y que no quería que usted la entregara? —pregunta Doan.

—Sí, eso es lo que recuerdo.

Hasta ahí, perfecto. Doan sigue preguntando sobre la noche de la fiesta. Hace que la mujer recite la lista completa de invitados y el menú y, cuando dice que tiene mala memoria, Doan le recuerda lo que hablaron hace sólo diez días en su despacho.

—Entonces ¿no me dijo usted que había tomado queso y jamón, coles silvestres, maíz en mazorca, langosta y vino?

—Sí —dice ella, impertérrita.

Doan la guía a lo largo de los acontecimientos de la fiesta: la llegada de Frazier, su partida para recoger la langosta, su vestimenta la noche de la fiesta…

—¿Qué llevaba puesto el señor Frazier?

—Iba de beis.

—¿De beis?

—De beis —repite ella.

—¿Llevaba pantalones beis?

—Ajá.

—¿Una camisa beis?

—Sí.

—¿Lleva puesta alguna chaqueta?

—Un abrigo —dice ella.

—¿Qué tipo de abrigo? —pregunta Doan.

—Beis.

—¿Llevaba algo más beis?

El jurado se ríe. Henson los mira con irritación.

—¿Su sombrero? —pregunta Doan.

—Era como un gorro de golf.

—¿De esos que tienen visera por delante? —pregunta Doan.

—Con hendidura —dice ella, asintiendo.

De repente, Larry Doan cambia de tercio con Sharon Henson. Saca a colación la declaración que hizo ella ante los inspectores y la que realizó frente al gran jurado.

—Cuando habló con la policía, ¿no les dijo usted que el acusado llevaba una chaqueta negra que le llegaba a la cadera?

—Hablé con la policía —dice, cautelosa ante el cambio en el tono de voz de Doan.

—Señorita, responda, ¿sí o no?

—No me acuerdo.

—¿No se acuerda?

—No.

—¿Recuerda haberle dicho al gran jurado lo que llevaba puesto el acusado?

—Protesto, señoría —dice Polansky.

Gordy deniega la protesta.

—¿Sí o no? —insiste el juez.

—Puede que me lo preguntaran —dice ella, enfadada—. No me acuerdo.

Y así sigue durante media hora, con Doan leyendo las transcripciones y Sharon Henson afirmando que no recordaba nada.

—¿No es cierto, señorita, que durante la fiesta discutió usted con el señor Frazier?

—Sí.

—¿Y él se marchó de su apartamento después de la discusión?

—No.

—¿No se marchó de su apartamento?

—Se marchó durante unos veinte minutos, sí.

—Y cuando regresó, ¿qué hizo?

—Siguió charlando con los demás invitados.

—Y se quedó toda la noche. ¿Es eso lo que quiere usted decirles a las damas y caballeros del jurado?

—Sí —dice.

—Y usted quiere que la crean, ¿verdad?

Polansky salta inmediatamente con una protesta.

—Denegada —dice Gordy.

Y en ese punto Sharon Henson mira al otro lado de la sala a Larry Doan y sonríe dulcemente. Es como si de verdad creyera que está destruyendo el caso de la acusación cuando, de hecho, está demoliendo toda la actuación de Paul Polansky, el abogado defensor.

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