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Authors: Friedrich Nietzsche

Tags: #Filosofía

Humano demasiado humano (22 page)

Vivir el arte fue, así para él vivir el recuerdo del verdadero arte; su actividad creadora se convirtió en un medio de fomentar la reminiscencia y la comprensión de antiguos períodos artísticos, largo tiempo desaparecidos. Sus ambiciones eran sin duda irrealizables para las fuerzas de la época moderna; pero el pesar que esto le produjo, se vio ampliamente compensado por la alegría de saber que una vez
habían sido
realizadas y que podemos participar también en esa realización. No individuos, sino máscaras más o menos ideales; no la realidad, sino una universalidad alegórica; los personajes de época y los colores locales atenuados hasta hacerlos casi invisibles y míticos; las formas actuales de sentir y los problemas de la sociedad contemporánea reducidos a sus formas más simples, despojados de sus cualidades patológicas de seducción y de pasión, privados de toda otra
actuación
que no sea en el sentido del arte; no temas ni personajes nuevos, sino los antiguos, los que se habían hecho familiares desde largo tiempo atrás, reanimados sin cesar por un esfuerzo constante de renovación y de transformación; así es como
entendió
Goethe tardíamente el arte y como
lo practicaron
los griegos y los franceses.

222. Lo que queda del arte.

A decir verdad, el arte adquiere un valor mucho mayor cuando va acompañado de ciertos postulados metafísicos, por ejemplo, de la creencia generalmente admitida de que el carácter es inmutable y que la esencia del mundo se expresa sin cesar en todos los caracteres y en todos los actos; la obra del artista se convierte entonces en la representación de lo
eternamente permanente
, mientras que, a nuestro parecer, el artista no puede conferir validez a su imagen más que por un tiempo, puesto que el hombre, producto de una evolución, está en su generalidad sometido a variación y ni siquiera en el individuo hay nada fijo ni constante. Lo mismo sucede con esta otra hipótesis metafísica: si nuestro mundo visible es sólo apariencia, como admiten los metafísicos, el arte se encontraría situado bastante cerca del mundo real, porque existen numerosas alegorías entre el mundo de la apariencia y el mundo de la visión onírica del artista; y la diferencia que sigue habiendo eleva incluso el significado del arte a un nivel que supera el significado de la naturaleza, teniendo en cuenta que el arte expresa las formas, los tipos y los modelos constantes de la naturaleza. Ahora bien, estos postulados son falsos; una vez reconocido esto, ¿qué lugar le puede quedar aún al arte de nuestros días? Se nos ha enseñado ante todo durante milenios a considerar la vida y cada una de sus formas con interés y con placer, y a fomentar esos sentimientos hasta el punto de acabar exclamando: «Sea lo que sea, la vida es buena». Esta lección que nos da el arte de disfrutar de la existencia y de considerar la vida humana como un fragmento de naturaleza, sin dejarse llevar por un movimiento de simpatía demasiado violento, de no ver en ella más que un objeto sometido a las leyes de la evolución, esta lección digo, ha arraigado profundamente en nosotros y vuelve ahora a manifestarse bajo la forma de una necesidad omnipotente de conocimiento. Aunque se renunciara al arte, no se perdería esta capacidad adquirida gracias a él, como el abandono de la religión no ha supuesto la desaparición de los momentos de elevación y de exaltación que el alma conoció en virtud de ella. Como las artes plásticas y la música constituyen el criterio de esa riqueza de sentimientos realmente conquistada y acrecentada gracias a la religión, si el arte acabara desapareciendo, no dejaría de exigir satisfacción la intensa y variada alegría de vivir que dicho arte ha cultivado. En la evolución humana el científico toma el relevo del artista.

223. El ocaso del arte.

Así como en la vejez recordamos nuestra juventud y celebramos fiestas conmemorativas, pronto el arte no será ya para la humanidad más que un recuerdo conmovedor de las alegrías de su mocedad. Nunca había sido entendido el arte quizás con tanta profundidad y alma como en nuestros días, cuando parece que la magia de la muerte lo rodea con su aureola. Recordemos aquella ciudad griega de la Italia meridional que seguía celebrando sus Fiestas griegas un solo día del año, llorando de tristeza al ver que la barbarie extranjera hacía retroceder cada vez más sus costumbres originarias; sin duda que nunca se habrá disfrutado tan intensamente de la herencia griega y que en ninguna otra parte se habrá saboreado ese néctar divino con tal voluptuosidad como entre aquellos helenos moribundos. Pronto no se verá en el artista más que un espléndido vestigio, un extranjero maravilloso cuya fuerza y belleza constituyeron la felicidad de los siglos pretéritos; y se les rendirán esos homenajes que no nos gusta conceder con facilidad y habitualmente a nuestros semejantes. Lo mejor que hay en nosotros tal vez lo hemos heredado de sentimientos que pertenecen a esos siglos pasados y a los que difícilmente podemos acceder ahora por una vía directa. Ya se ha puesto el sol, pero seguirá dando siempre calor y luz al cielo de nuestra vida, aunque hayamos dejado de verlo.

CAPÍTULO QUINTO: SÍNTOMAS DE ALTA Y DE BAJA CULTURA

224. Ennoblecimiento por degeneración.

La historia nos enseña que en un pueblo, la raza que mejor se conserva es
aquélla
en la que la mayoría de los individuos mantienen vivo su espíritu colectivo como consecuencia de la identidad de sus grandes e indiscutibles principios consuetudinarios, como resultado de sus creencias comunes. En tal situación se fortalecen sólidamente los buenos usos, el individuo aprende a subordinarse y el carácter recibe el don de una firmeza de sentimientos que luego se ve acrecentada por la educación. El peligro que corren estas comunidades fuertes, fundadas en individuos de la misma naturaleza y con un carácter enérgico, es el embrutecimiento que la herencia intensifica progresivamente y que acompaña siempre a la estabilidad como si fuera su sombra. El
progreso intelectual
de tales comunidades depende de los individuos más independientes, mucho más indecisos y débiles moralmente; son hombres capaces de nuevos intentos y de múltiples experiencias. Un enorme número de individuos de esta clase perecen a causa de su debilidad, sin obtener resultados manifiestos; pero en general, sobre todo cuando pasan a la posteridad, deterioran la cohesión de la comunidad y asestan de cuando en cuando un golpe a su elemento estable. Por este punto herido y debilitado se
inocula
de algún modo en el conjunto del organismo un elemento nuevo; pero su vigor general debe serlo suficientemente fuerte para absorber en su sangre y asimilarlo ese nuevo elemento.

Las naturalezas en proceso degenerativo revisten la mayor importancia cuando ha de llevarse a cabo un progreso.

Todo progreso del conjunto ha de ir precedido de un debilitamiento parcial. Las naturalezas más fuertes
conservan
el tipo, mientras que las débiles contribuyen a
desarrollarlo. Algo
similar ocurre en el individuo: es raro que un proceso degenerativo, una mutilación, incluso un vicio y, en general, una deficiencia física o moral, no vayan acompañados de algún provecho en otro aspecto. El individuo enfermizo, por ejemplo, tendrá quizás, dentro de una sociedad guerrera y turbulenta, más ocasiones de vivir al margen de ella y de alcanzar así más serenidad y prudencia; el tuerto tendrá una mejor visión en el ojo que le queda; el ciego tendrá una visión más profunda de la vida interior y en todo caso un oído más fino. En estas condiciones no creo que la famosa lucha por la vida sea el único punto de vista a partir del cual se pueda explicar el progreso o la fuerza creciente de un individuo o de una raza. Por el contrario, se requiere el concurso de dos elementos:

Primero, el aumento de la fuerza estable de los vínculos que unen a los espíritus en una comunidad de creencias y de sentimientos.

Segundo, la posibilidad de alcanzar objetivos más elevados, que proporciona la aparición de naturalezas en proceso degenerativo y, en consecuencia, de debilitamientos y de lesiones parciales de la fuerza estable; es precisamente la naturaleza más débil, la que, por ser más sutil y más libre, hace posible cualquier progreso. Un pueblo que empieza a gangrenarse y debilitarse en algún punto, pero cuyo conjunto se conserva fuerte y sano, es capaz de resistir la infección del elemento nuevo y de convertirlo en un beneficio absorbiéndolo. En el caso del individuo, la tarea de la educación consiste en suministrarle una disposición de ánimo tan segura y tan firme que, en conjunto, ya nada puede desviarle en modo alguno de su camino. Pero entonces, el educador deberá infligirle heridas o aprovechar las que le causa el destino, y una vez que haya nacido así el dolor y la necesidad, podrá inocularle en sus llagas algún elemento nuevo y noble. Toda su naturaleza lo absorberá y permitirá que su ennoblecimiento se manifieste en los frutos que luego producirá. Respecto al Estado, Maquiavelo dice que «las formas de gobierno tienen una importancia mínima, aunque las personas de mediana cultura piensen otra cosa. El objetivo principal del arte de la política debería ser la
duración
, más valiosa que todo lo demás, que es mucho más preciosa que la libertad». Sólo una duración muy larga, con fundamentos firmes y seguros, permite plenamente una evolución constante y la inoculación del refinamiento. Bien es cierto que, con mucha frecuencia, la autoridad, esa peligrosa compañera de toda duración, opondrá su resistencia a aquélla.

225. El espíritu libre, un concepto relativo.

Llamamos espíritu libre a quien piensa de un modo diferente a como cabía esperar atendiendo su origen, su medio ambiente, su situación y su fundación, o las opiniones predominantes en su época. El espíritu libre es la excepción, mientras que los espíritus sometidos constituyen la regla; éstos le reprochan que sus libres principios, o bien responden a una manía de sorprender, o bien pueden desembocar incluso en actos libres, es decir, inconciliables con la moral del sometimiento. También dicen a veces que tal o cual principio libre puede responder a un espíritu retorcido o exaltado; pero sólo habla así la maldad, que no cree en lo que dice, pero quiere servirse de ello para hacer daño, porque el espíritu libre lleva de ordinario escrito en su rostro, el testimonio de la excelencia y de la agudeza de su inteligencia, de un modo tan legible que los espíritus sometidos lo entienden perfectamente. Pero las otras dos explicaciones del pensamiento libre proceden de una intención sincera; el hecho es que muchos espíritus libres surgen de una de estas dos maneras. Ahora bien, esto podría ser una razón para que los principios a los que han llegado por uno de estos dos medios sean, no obstante, más verdaderos y seguros que los de los espíritus sometidos. Lo que cuenta en el conocimiento de la verdad es que ésta
se posea
, y no el impulso que ha llevado a buscarla o la vía por la que se ha encontrado. Si los espíritus libres tienen razón, los espíritus sometidos están en el error; de poco importa que los primeros hayan llegado a la verdad de una forma inmoral y los segundos se hayan mantenido hasta entonces en el error por moralidad. Por otra parte, no es propio de la naturaleza del espíritu libre tener opiniones más justas, sino más bien el haberse liberado de las tradiciones, ya sea para suerte o para desgracia. Pero de ordinario tendrá la verdad de su parte, o al menos el espíritu de búsqueda de la verdad, mientras el espíritu libre quiere razones, los otros quieren creencias.

226. El origen de la creencia.

El espíritu sometido no mantiene una postura por esta o aquella razón, sino por hábito; será, por ejemplo, cristiano, pero no por haber estudiado las diversas religiones y elegido entre ellas; inglés, pero no por haber preferido Inglaterra, sino que ha encontrado a su disposición el Cristianismo e Inglaterra y los ha adoptado sin razones, como el que nace en una región de viñedos y acaba siendo bebedor de vinos. Más tarde, cuando ya sea cristiano e inglés, tal vez logre encontrar también algunas razones en favor de su costumbre; por más que le refuten esas razones, no cambiará su posición por nada del mundo. Oblíguese, por ejemplo, a un espíritu sometido a dar razones contra la bigamia, y entonces se verá si su celo sagrado por la monogamia se basa en razones o en la costumbre. Entonces, a la costumbre de regirse por principios intelectuales desprovistos de razones es precisamente a lo que llamamos creencia.

227. Determinar posteriormente lo fundado y lo no fundado en virtud de sus consecuencias.

Todos los Estados y todos los órdenes de la sociedad (las posiciones sociales, el matrimonio, la educación, el derecho) deben su fuerza y su duración a los espíritus sometidos. Esto es lo que a los espíritus sometidos no les gusta reconocer: consideran que es algo vergonzoso. El Cristianismo, que fue muy inocente en sus fantasías intelectuales, no quiso examinar este aspecto vergonzoso: exigió fe, rechazando con pasión la demanda de razones; puso el acento en los buenos resultados de la fe: «Veréis las ventajas de la fe, indicó, ella os hará felices». De hecho, así es como actúa el Estado. Todos los padres educan a sus hijos de igual manera. «Limítate a considerar que esto es verdad, les dicen, y verás que te irá bien». Sin embargo, esto significa que se considera que el
provecho
personal que procura una opinión demuestra la
verdad
de ésta; quiere decir que se recurre a la utilidad de una doctrina para garantizar su certeza y su fundamento intelectual. Es como si un acusado declarase a su tribunal: «Mi abogado dice la verdad, de modo que de su defensa no pueden sacar más que una conclusión: que he de ser absuelto». Como los espíritus sometidos no tienen principios más que en función de su utilidad, suponen que las opiniones del espíritu libre son también el medio que éste tiene de buscar su provecho, no considerando verdadero sino lo que le conviene. Pero como lo que parece serle útil es precisamente lo contrario de lo que es útil para sus compatriotas y compañeros, éstos admiten que tales principios son para ellos un peligro. Aunque no lo digan, consideran que no deben tener razón porque es perjudicial para ellos.

228. El carácter fuerte y bueno.

El sometimiento de las opiniones, que el hábito convierte en instinto, conduce a lo que llamamos un carácter fuerte. Cuando el hombre obra por motivos poco numerosos, pero siempre los mismos, sus actos adquieren por ello una gran energía; si estos actos se ajustan a los principios de los espíritus sometidos, explica, por ejemplo, por qué una guerra que se inició en contra de la voluntad del pueblo, empieza a despertar entusiasmo en cuanto se realizan sacrificios por ella. Los reciben con aprobación y eventualmente producen en su autor el sentimiento de la buena conciencia. Lo que se llama carácter fuerte viene determinado, así, por unos motivos poco numerosos, una conducta enérgica y una buena conciencia. A este carácter fuerte le falta el conocimiento de la multiplicidad de posibilidades y direcciones de la acción; su inteligencia carece de libertad, está sometida, puesto que, en un caso dado, no le mostrará a lo sumo más que dos posibilidades de actuación; está obligado a escoger entre ellas de un modo necesario y conforme a su naturaleza total, lo que hará fácil y rápidamente, al no tener que elegir entre cincuenta posibilidades. El medio ambiente que educa al individuo tiende a privar a cada uno de libertad, proponiéndole siempre el menor número de posibilidades. Los educadores tratan al individuo como si fuera, ciertamente, algo nuevo, pero a quien quieren convertir en una
copia
. Si el hombre aparece originariamente como una novedad sin precedentes en la existencia, la cuestión está en reducirlo a algo conocido y ya existente. Lo que en el niño se llama buen carácter es precisamente la manifestación progresiva de su sometimiento a la existencia dada de una vez todas; al ponerse del lado de los espíritus sometidos, el niño empieza a dar muestras del despertar de su sentido gregario; y este sentido constituye la base que le permitirá después ser útil a su Estado y a su clase.

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