Informe sobre la Tierra: Fundamentalmente Inofensiva (21 page)

—¿Adonde? ¿Cómo?

—No sé, dímelo tú. ¡Tú vives aquí! Tiene que haber algún medio de salir de este zarkoniano planeta.

—Pues no sé. ¿Tú qué sueles hacer? Quedarte a esperar tranquilamente alguna nave espacial, supongo.

—¿Ah, sí? ¿Y cuántas naves espaciales han visitado recientemente este nido de pulgas olvidado de Zark?

—Pues hace unos años la mía se estrelló aquí por equivocación. Luego, vino, humm, Trillian, luego el paquete, y ahora tú, y...

—Sí, bueno, ¿y aparte de los sospechosos habituales?

—Pues, bueno, creo que nadie, que yo sepa. Por aquí hay mucha tranquilidad.

Como para demostrarle que estaba equivocado, se oyó retumbar un trueno, largo y lejano.

Ford se puso precipitadamente en pie y echó a andar de un lado para otro bajo la tenue y penosa luz del amanecer, que veteaba el cielo como si alguien hubiera arrastrado un trozo de hígado por él.

—No comprendes lo importante que es esto.

—¿Cómo? ¿Te refieres a mi hija, ahí sola en la Galaxia? ¿Crees que yo no...?

—¿No podemos lamentarnos de la Galaxia después?— le interrumpió Ford—. Esto es muy, pero que muy serio en realidad. Han absorbido a la Guía. La han vendido.

—¡Ah, sí, muy serio!— exclamó Arthur, levantándose de un salto—. ¡Infórmame ahora mismo, por favor, de las actividades de las compañías editoriales! ¡No te imaginas lo mucho que he pensado en eso últimamente!

—¡No lo entiendes! ¡Han hecho una Guía nueva!

—¡Ah!— gritó Arthur de nuevo—. ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡La emoción me vuelve incoherente! Estoy impaciente por conocer los aeropuertos espaciales más interesantes para aburrirse mientras se deambula por algún núcleo globular del que jamás haya oído hablar. Por favor, ¿podemos ir ahora mismo a una tienda que ya la tenga?

Ford entornó los ojos.

—Eso es lo que llamas sarcasmo, ¿verdad?

—Sabes lo que creo que es?— aulló Arthur—. ¡Me parece que podría ser una cosa verdaderamente absurda que se cuela superficialmente en mi forma de hablar! ¡He tenido una noche jodidamente mala, Ford! ¿Podrías tenerlo en cuenta mientras se te ocurren otras fascinantes bagatelas con que fastidiarme como si me lanzaras un lapo?

—¡ntenta descansar— repuso Ford—. Necesito pensar.

—¿Por qué necesitas pensar? ¿Por qué no podemos sentarnos un rato a hacer buredumburedumburedum con los labios? ¿O babear tranquilamente unos minutos con la lengua colgando un poco hacia la izquierda? ¡No lo soporto, Ford! Ya no aguanto más eso de pensar para tratar de solucionar las cosas. Quizá creas que lo único que hago es dar gritos...

—No se me ha ocurrido, en realidad.

—¡...pero lo digo en serio! ¿Qué sentido tiene? Partimos de la base de que cada vez que hacemos algo conocemos sus consecuencias, es decir, las que más o menos pretendemos provocar. Y eso no siempre es acertado. ¡Sino un imprudente, absurdo, ridículo, avieso y absolutamente lamentable error!

—Ésa es exactamente mi opinión.

—Gracias— dijo Arthur, volviendo a sentarse—. ¿Cómo?

—¡ngeniería temporal inversa.

Arthur se llevó las manos a la cabeza y la movió despacio de un lado a otro.

—¿Hay forma humana— se lamentó— de que pueda impedirte que me expliques lo que es esa puñetera ingeniería inversa de mierda?

—No— replicó Ford— , porque tu hija está envuelta en eso y es algo tremendamente serio.

Hubo una pausa en la que resonó un trueno.

—De acuerdo— dijo Arthur—. Explícamelo.

—Me tiré por la ventana de un piso alto de un edificio de oficinas.

—¡Ah!— exclamó Arthur, animándose—. ¿Y por qué no lo haces otra vez?

—Ya lo hice.

—Humm— dijo Arthur, decepcionado—. Está claro que no sirvió de nada.

—La primera vez logré salvarme por la más asombrosa— lo digo con toda modestia— y fabulosa muestra de ingenio, reflejos mentales, agilidad, fantástico juego de pies y autosacrificio.

—¿Qué fue lo del autosacrificio?

—Tiré la mitad de un par de zapatos muy queridos y, según me temo, irreemplazables.

—¿Y por qué lo llamas autosacrificio?

—¡Porque eran míos!— repuso Ford, picado.

—Creo que tenemos diferente escala de valores.

—Bueno, la mía es mejor...

—Eso es según tu..., bueno, no importa. Así que, después de salvarte una vez con mucho ingenio, fuiste y volviste a saltar. No me digas por qué, te lo ruego. Sólo cuéntame lo que pasó, si es que no hay más remedio.

—Caí directamente en la cabina abierta de un coche a reacción que pasaba por allí y cuyo piloto acababa de tocar accidentalmente el botón expulsor cuando sólo pretendía cambiar de banda en el estéreo. Pero ni a mí se me ocurre que eso fuese un gesto de inteligencia por mi parte.

—Bueno, pues no sé— comentó Arthur en tono cansado—. Supongo que la noche anterior te introducirías a escondidas en ese coche a reacción y pusiste en funcionamiento la banda que menos le gustaba al piloto o algo así.

—No, no lo hice— aseguró Ford

—Sólo me aseguraba.

Pero por extraño que parezca, alguien lo hizo. Y ése es el quid de la cuestión. La cadena y las ramificaciones de coincidencias y acontecimientos cruciales pueden rastrearse hasta el infinito. Resultó que había sido la nueva Guía. Ese pájaro.

—¿Qué pájaro?

—¿Es que no lo has visto?

—No

—Ah. Es algo mortífero. Es bonito, dice elevadas palabras y disuelve configuraciones de onda de manera selectiva, a voluntad.

—¿Qué quiere decir eso?

—¡ngeniería temporal inversa.

—Ah— dijo Arthur—. Pues, claro.

—La cuestión es, ¿para quién lo hace realmente?

—Pues resulta que tengo un bocadillo— dijo Arthur, rebuscándose en el bolsillo ¿Quieres un poco?

—Sí, venga.

Me temo que está un poco húmedo y reblandecido.

—No importa.

Comieron un poco.

—En realidad está muy bueno— comentó Ford—. ¿Qué carne es?

—Animal Completamente Normal.

—Nunca me he tropezado con ese bicho. Así que la cuestión es— prosiguió Ford— , ¿para quién está actuando el pájaro? ¿Qué es lo que persiguen realmente?

—Mmmm— murmuró Arthur sin dejar de comer.

—Cuando encontré el pájaro— continuó Ford— , tras una serie de coincidencias que son interesantes por sí mismas, la criatura hizo la más fantástica exhibición de pirotecnia multidimensional que hubiera visto jamás. Luego dijo que ponía sus servicios a mi disposición en mi universo. Le di las gracias y le contesté que no, gracias. Repuso que lo haría de todas formas, me gustase o no. Yo le dije que se atreviera a intentarlo, él contestó que lo haría y que, en realidad, ya lo había hecho. Le dije que ya lo veríamos, y él me aseguró que sí, que lo veríamos. Entonces fue cuando decidí empaquetarlo y sacarlo de allí. Así que te lo envié, por simple precaución.

—¿Ah, sí? ¿De quién?

—No importa. Luego, a la vista de unas cosas y otras, consideré prudente tirarme otra vez por la ventana, ya que en aquel momento no tenía más opción. Afortunadamente el coche a reacción pasaba por allí, si no habría tenido que recurrir de nuevo a la rapidez mental, al ingenio, a la agilidad, quizá al otro zapato o, en caso de fallar todo eso, al suelo. Pero aquello significaba que, me gustara o no, la Guía estaba, bueno, trabajando para mí, y eso era muy preocupante.

—¿Por qué?

—Porque si está a tu disposición, te crees que trabaja para ti. Todo me resultó maravillosamente fácil a partir de entonces, justo hasta el momento en que me encontré a la mocosa con la piedra, y luego, paf, ya soy historia. Estoy fuera de onda.

—¿Te refieres a mi hija?

—Con la mayor cortesía posible. Es la próxima en la cadena que pensará que todo le va fabulosamente. Podrá sacudir en la cabeza a quien le apetezca con trozos de paisaje, todo le saldrá a pedir de boca hasta que haya hecho lo que tenga que hacer y después todo terminará para ella también. ¡Se trata de ingeniería temporal inversa, y está claro que nadie ha comprendido lo que se estaba desencadenando!

—Como yo, por ejemplo.

—¿Qué? Venga, Arthur, despiértate. Mira, déjame intentarlo otra vez. La nueva Guía se ha creado en los laboratorios de investigación. Utiliza la nueva tecnología de Percepción Sin Filtros. ¿Sabes lo que significa eso?

—¡Oye, que yo he estado haciendo bocadillos, por amor de Bob!

—¿Quién es Bob?

—Olvídalo. Continúa.

—La Percepción Sin Filtros significa que se percibe todo. ¿Entiendes? Yo no percibo nada. Tú no percibes nada. Tenemos filtros. La nueva Guía no posee filtro sensorial alguno. Percibe todo. Técnicamente no era una idea complicada. Sólo era cuestión de no incluir algunas cosas. ¿Comprendes?

—¿Por qué no me limito a decir que sí lo comprendo, para que tú puedas seguir a pesar de todo?

—De acuerdo. Ahora bien, como el pájaro es capaz de percibir cualquier universo posible, podrá estar presente en todos los universos posibles, ¿no?

—S... i... í. Ah.

—De manera que lo que ocurre es que los tipos de los departamentos de mercadotecnia y contabilidad dicen: Pero es estupendo, ¿no significa eso que sólo tenemos que fabricar una unidad y venderla una cantidad infinita de veces? ¡No me mires con los ojos bizcos, Arthur, así es como piensan los contables!

—Es una idea muy inteligente, ¿verdad?

—¡No! Es fantásticamente absurda. Mira, el aparato no es más que una pequeña Guía. Tiene una cibertecnología muy adelantada, pero como también dispone de Percepción Sin Filtros, el menor movimiento tiene el poder de un virus. Puede propasarse a través del espacio, del tiempo y de un millón de otras dimensiones. Todo puede concentrarse en cualquier parte de cualquiera de los universos en los que nos movemos tú y yo. Su poder es recurrente. Piensa en un programa informática. En algún sitio tiene una instrucción clave, y todo lo demás no son más que funciones que se llaman a sí mismas, o corchetes que se extienden interminablemente por un espacio direccional infinito. ¿Qué ocurre cuando los corchetes se disuelven? ¿Cuál es el definitivo «fin de cláusulas hipotéticas»? ¿Tiene algún sentido todo esto? ¿Arthur?

—Disculpa, me he quedado traspuesto un momento. Algo del Universo, ¿no?

—Algo del Universo, sí— dijo Ford en tono cansado. Volvió a sentarse—. Muy bien. A ver qué te parece esto. ¿Sabes a quiénes me pareció ver en las oficinas de la Guía? A los vogones. Ah. Veo que por fin he dicho una palabra que entiendes.

Arthur se puso en pie de un salto.

—Ese ruido— dijo.

—¿Qué ruido?

—El trueno.

—¿Qué pasa con él?

—No es un trueno. Es la migración de primavera de los Animales Completamente Normales. Ya ha empezado.

—¿Qué son esos animales en los que tanto insistes?

—No insisto en ellos. Sólo hago bocadillos con sus tajadas.

—¿Por qué se llaman Animales Completamente Normales? Arthur se lo explicó.

No era muy frecuente que Arthur tuviese la satisfacción de ver a Ford con los ojos desencajados de asombro.

19

Arthur no se acostumbraba del todo a aquel espectáculo, que nunca le cansaba. Ford y él habían seguido rápidamente la orilla del pequeño río que fluía por el lecho del valle, y cuando al fin llegaron al borde de la llanura, se encaramaron a las ramas de un árbol grande para contemplar mejor una de las visiones más extrañas y maravillosas que ofrece la Galaxia.

El enorme y atronador rebaño de miles y miles de Animales Completamente Normales se precipitaba en magnífico orden por la Llanura Anhondo. A la pálida luz del amanecer, mientras los grandiosos animales embestían entre el fino vapor que ascendía de sus cuerpos sudorosos y el barro que levantaban sus cascos, su aspecto parecía un tanto irreal y en cualquier caso fantasmagórico, pero lo que realmente cortaba la respiración era su punto de origen y destino que, sencillamente, parecía no existir.

Formaban una falange compacta y en marcha que se extendía aproximadamente a lo largo de un kilómetro con una anchura de cien metros. La falange no se movía, sino que mostraba una ligera y gradual desviación a un lado y hacia atrás durante los ocho o nueve días que solía durar su aparición. Pero si su presencia era más o menos fija, las grandes bestias corrían a un ritmo constante de más de treinta kilómetros por hora, surgían como por ensalmo a un extremo de la llanura y desaparecían por el otro con la misma brusquedad.

Nadie sabía de dónde venían, nadie sabía adónde iban. Tenían tanta importancia en la vida de los Lamuellanos, que era como si nadie se atreviera a preguntar. El Anciano Thrashbarg había dicho en una ocasión que, a veces, si se daba una respuesta, podría retirarse la pregunta. Algunos aldeanos afirmaban en privado que ésa era la única muestra de sabiduría que habían oído en la labios de Thrashbarg, y tras un breve debate sobre la materia concluyeron que había sido fruto del azar.

El estrépito de los cascos era tan intenso que resultaba difícil oír nada más.

—¿Qué has dicho?— gritó Arthur.

—He dicho— aulló Ford— que esto quizá pueda servir como una prueba de deriva dimensional.

—¿Y eso qué es?

—Bueno, mucha gente está preocupada porque el espacio-tiempo empieza a resquebrajarse debido a todas las cosas que le están ocurriendo. Hay un montón de mundos donde puede apreciarse cómo grandes extensiones de terreno se han cuarteado y desplazado precisamente por las rutas extrañamente largas o sinuosas que siguen los animales en sus migraciones. Esto podría ser algo así. Vivimos en una extraña época. Sin embargo, a falta de un puerto espacial decente...

—¿Qué quieres decir?— le preguntó Arthur, mirándolo como petrificado.

—¿Qué quieres decir con eso de qué quiero decir?— gritó Ford—. Sabes perfectamente qué quiero decir. Vamos a salir de aquí cabalgando.

—¿Estás proponiendo seriamente que intentemos montar un Animal Completamente Normal?

—Sí. Para ver adónde va.

—¡Nos mataremos! No— se corrigió al momento Arthur—. No nos mataremos. Al menos yo. Ford, ¿has oído hablar alguna vez de un planeta llamado Stavrómula Beta.

—Me parece que no— contestó Ford, frunciendo el ceño. Sacó su destartalado ejemplar de la Guía del autoestopista galáctico y la puso en funcionamiento—. ¿Se escribe de alguna forma rara?

—No lo sé. Sólo lo he oído mencionar, y a alguien que tenía un montón de dientes ajenos. ¿Recuerdas que te hablé de Agrajag?

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