Inmunidad diplomática (26 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Regresaron al Puesto de Seguridad Número Uno y encontraron a Nicol esperándolos en la zona de recepción con aspecto de depredador sediento ante una charca. Se abalanzó hacia Miles en cuanto lo vio.

—¿Han encontrado a Bel? ¿Ha visto algún rastro?

Miles negó tristemente con la cabeza.

—Ni un pelo, ni una señal. Bueno, tal vez hubiera pelos… Lo sabremos cuando los técnicos forenses hayan terminado sus análisis, pero eso no nos dirá nada que no sepamos ya por el testimonio de Garnet Cinco —del cual Miles no dudaba—. Ahora tengo una idea mejor del posible rumbo de los acontecimientos.

Deseó que tuviera más sentido. La primera parte (que Firka quería retrasar o aturdir a sus perseguidores) era bastante sensata. Era el espacio en blanco de después lo que no encajaba.

—¿Crees que se llevó a Bel para asesinarlo en alguna parte? —preguntó Nicol, con un hilo de voz.

—En ese caso, ¿por qué dejar a una testigo con vida?

Lo dijo para tranquilizarla; tras reflexionar, descubrió que también él se tranquilizaba. Tal vez. Pero si no era un asesinato, ¿qué era? ¿Qué tenía o sabía Bel que pudiera querer otra persona? A menos que, como Garnet Cinco, Bel hubiera recuperado el conocimiento y se hubiera marchado. Pero… si Bel se había ido por ahí en estado de aturdimiento o confundido, ya lo habrían localizado los patrulleros o cualquier solícito estacionario. Y si había ido a perseguir a alguien, tendría que haber informado de ello. «A mí, por lo menos, maldición…»

—Si Bel fue… —empezó a decir Nicol, y se detuvo. Una multitud entró por la puerta principal y se detuvo para orientarse.

Un par de rudos cuadris masculinos, con sus camisas y pantalones cortos de trabajo color naranja de Muelles y Atraques, cargaban por ambos extremos un trozo de tubería de tres metros. Firka ocupaba el centro.

Las muñecas y los tobillos del infeliz planetario estaban atadas a la tubería con trozos de cable eléctrico, lo que lo mantenía doblado en «U», mientras que un rectángulo de cinta le cubría la boca y sofocaba sus gemidos. Tenía los ojos espantados. Tres cuadris más, jadeantes y sudorosos, uno con un hematoma rojo en el ojo, entraron después.

El grupo de trabajo tomó impulso y flotó con su rebullente carga en caída libre hasta detenerse con un golpe en la mesa de recepción. Un cuarteto de cuadris de seguridad uniformados salió de otro portal para ver qué pasaba; el sargento de guardia pulsó su intercomunicador y bajó la voz para hablar rápidamente entre susurros.

El portavoz cuadri del pelotón avanzó con una sonrisa de sombría satisfacción en el rostro magullado.

—Lo capturamos para ustedes.

12

—¿Dónde? —preguntó Miles.

—En la Bodega de Carga Número Dos —respondió el cuadri—. Estaba intentando que Pramod Dieciséis, aquí presente —indicó a uno de los hoscos cuadrúmanos que sostenían un extremo de la tubería, quien asintió confirmando sus palabras—, lo sacara en una cápsula de la zona de seguridad y lo llevara a los muelles de salto galáctico. Así que yo diría que puede añadir a la lista de cargos el intento de soborno de un técnico para que viole las reglas. —«Ajá. Otra forma de evitar las barreras de aduanas de Bel…» La mente de Miles saltó al desaparecido Solian—. Pramod le dijo que iba a arreglar unas cosillas, se escabulló y me llamó. Yo reuní a los chicos y nos aseguramos de que nos acompañara para explicarse ante usted. —El cuadri señaló al jefe Venn, que llegó flotando rápidamente por el pasillo y observaba la escena con clara satisfacción.

El planetario palmípedo hizo un ruido quejumbroso bajo la cinta adhesiva, pero Miles lo interpretó más como una protesta que como una explicación.

—¿Vieron algún rastro de Bel? —preguntó Nicol, apremiante.

—Oh, hola, Nicol. —El cuadri negó tristemente con la cabeza—. Le preguntamos al tipo, pero no conseguimos que dijera nada. Si no tienen ustedes mejor suerte con él, tenemos unas cuantas ideas más que podríamos intentar.

Su ceño fruncido sugería que esas ideas podrían referirse a la utilización ilícita de compuertas, o tal vez a innovadoras aplicaciones del equipo de carga que decididamente no cubría la garantía del fabricante.

—Apuesto a que podríamos conseguir que dejara de gritar y empezara a hablar antes de quedarse sin aire.

—Creo que podemos encargarnos de él a partir de ahora, gracias —le aseguró el jefe Venn. Miró con frialdad a Firka, que se rebullía en el poste—. Aunque tendré en cuenta su oferta.

—¿Conocen al práctico Thorne? —le preguntó Miles al cuadri de Muelles y Atraques—. ¿Trabajan juntos?

—Bel es uno de nuestros mejores supervisores —repuso el cuadri—. El planetario más sensato que hemos conocido. No queremos perderlo, ¿eh? —Hizo un gesto hacia Nicol. Ella inclinó la cabeza en muda gratitud.

El arresto de los ciudadanos fue debidamente registrado. Los patrulleros cuadris que se habían reunido observaron con cautela al larguirucho cautivo, y decidieron llevárselo con poste y todo por el momento. La cuadrilla de Muelles y Atraques, con justificable satisfacción, también presentó la mochila que Firka llevaba.

Así que allí estaba el principal sospechoso de Miles, si no servido en bandeja, al menos en brocheta. Miles se moría de ganas de quitarle aquella cinta de la cara y empezar a apretarle las clavijas.

La Selladora Greenlaw llegó mientras tanto, acompañada por un nuevo cuadrúmano, un hombre de pelo oscuro y aspecto fornido aunque no especialmente joven. Llevaba un atuendo elegante y poco llamativo, muy parecido al del jefe Watts y Bel, pero negro en vez de azul pizarra. Ella lo presentó como el magistrado Leutwyn.

—Bien —dijo Leutwyn, mirando con curiosidad al inmovilizado sospechoso—. Aquí tenemos a nuestra ola de crímenes de un solo hombre. Tengo entendido que también él vino con la flota de Barrayar.

—No, magistrado —dijo Miles—. Se unió a la
Rudra
aquí, en la Estación Graf, en el último minuto. De hecho, no contrató los servicios a bordo hasta después del momento inicialmente previsto para la partida de la nave. Me gustaría mucho saber por qué. Tengo fuertes sospechas de que sintetizó y derramó la sangre en la bodega de carga, de que intentó asesinar… a alguien, en el vestíbulo del hotel ayer y de que atacó anoche a Garnet Cinco y a Bel Thorne. Garnet Cinco, al menos, lo vio bastante bien, y debería poder confirmar esa identificación en breve. Pero, con todo, la cuestión más urgente es: ¿qué le ha pasado al práctico Thorne? Localizar a una víctima de secuestro en peligro justifica de sobra que se realicen interrogatorios con pentarrápida sin el consentimiento de los sujetos en la mayoría de las jurisdicciones.

—Aquí también —admitió el magistrado—. Pero un examen con pentarrápida es una empresa delicada. He comprobado, en la media docena que he supervisado, que no es la varita mágica que la gente cree.

Miles se aclaró la garganta con falsa modestia.

—Estoy tolerablemente familiarizado con las técnicas, magistrado. He realizado o presenciado más de un centenar de interrogatorios con pentarrápida. Y me la han aplicado dos veces.

No hacía falta mencionar su particular reacción a la droga, que había hecho que aquellos dos acontecimientos fueran ocasiones vertiginosamente surrealistas y notablemente desinformativas.

—¡Oh! —dijo el magistrado cuadri, impresionado a su pesar, posiblemente por este último detalle.

—Soy plenamente consciente de la necesidad de impedir que el interrogatorio sea un grupo de linchamiento, pero también necesitará las preguntas necesarias. Creo que tengo varias.

—Todavía no hemos procesado al sospechoso —intervino Venn—. Yo quisiera ver qué lleva en esa mochila.

El magistrado asintió.

—Sí, adelante, jefe Venn. Me gustaría una clarificación, si es posible.

Grupo de linchamiento o no, todos siguieron a los patrulleros cuadris que condujeron al infortunado Firka, con poste y todo, a una cámara trasera. Un par de patrulleros, después de calzar con esposas adecuadas las huesudas muñecas y los tobillos, registraron pautas retinales y realizaron escaneos láser de los dedos y las palmas. Miles satisfizo una curiosidad cuando le quitaron al prisionero las botas: los largos dedos de los pies, prensiles o casi, revelaban amplias membranas intermedias de color rosado. Los cuadris los escanearon también (naturalmente, los cuadris, por rutina, escaneaban las cuatro extremidades) y luego cortaron el cable eléctrico que sujetaba al prisionero.

Mientras tanto, otro patrullero, ayudado por Venn, vació la mochila e hizo inventario de su contenido. Sacaron un puñado de ropa, casi toda sucia, y encontraron un gran cuchillo de cocina nuevo, un aturdidor con una carga bastante corroída pero ningún permiso de armas, una larga palanqueta y una bolsa de cuero llena de pequeñas herramientas. La bolsa también contenía la factura de un remachador automático de una tienda de suministros de la Estación Graf, junto con los incriminadores números de serie. Fue en este punto cuando el magistrado dejó de parecer tan cuidadosamente reservado y empezó a parecer sombrío. Cuando el patrullero alzó algo que parecía a primera vista una cabellera, pero resultó ser, tras sacudirla, una peluca rubia de mala calidad, la prueba pareció casi redundante.

Más interesante para Miles no fue el documento, sino la docena de documentos de identidad que apareció a continuación. La mitad de ellos identificaban a sus portadores como nativos de Jackson's Whole; los otros eran de sistemas espaciales locales cercanos al Centro Hegen, un sistema pobre en planetas y rico en agujeros de gusano que era uno de los vecinos más cercanos y estratégicamente más importantes del Imperio de Barrayar. Las rutas de salto desde Barrayar a Jackson's Whole y el Imperio de Cetaganda pasaban, vía Komarr y la política independiente de Pol, por el Centro.

Venn pasó el puñado de documentos por un holovid situado en las paredes curvas de la cámara, el ceño cada vez más fruncido. Miles y Roic maniobraron para mirar por encima de su hombro.

—Bueno —gruñó Venn al cabo de un momento—, ¿quién es en realidad este tipo?

Dos juegos de documentos de «Firka» incluían tomas vid físicas de un hombre de aspecto muy diferente a su quejumbroso cautivo: un varón humano perfectamente normal, grande y fornido, de Jackson's Whole, sin afiliación a ninguna Casa, o de Aslund, otro vecino del Centro Hegen, dependiendo de qué documento creer, si había que creer alguno. Sin embargo, el tercer documento de Firka, el que el Firka presente parecía haber empleado para viajar desde Tau Ceti hasta la Estación Graf, mostraba al propio prisionero. Finalmente, sus tomas vid encajaban con la identidad de una persona llamada Russo Gupta, también de Jackson's Whole y sin afiliación a ninguna Casa. El nombre, rostro y los escaneos de retina pertinentes concordaban con una licencia de ingeniero de salto que Miles reconoció como originaria de cierta organización jacksoniana propia de la economía sumergida con la que había tratado en su época de operaciones encubiertas. A juzgar por la larga fila de datos y sellos de aduanas, había pasado por auténtica en todas partes. Y recientemente. «¡Un registro de sus viajes, bien!»

—Ésa es casi sin ninguna duda una falsificación —señaló Miles.

Los cuadris reunidos parecieron muy sorprendidos.

—¿Una licencia de ingeniero falsa? —dijo Greenlaw—. Eso sí que sería peligroso.

—Si es del lugar que pienso, podría conseguir también una licencia de neurocirujano a juego. O de cualquier otro trabajo que le interese, sin tener que pasar por todos los estudios y las tediosas pruebas y certificaciones.

O, en aquel caso, la licencia de un trabajo que tenías de verdad…, ésa sí que era una idea preocupante. Aunque trabajar como aprendiz y ser autodidacta llegaba a cubrir las lagunas de conocimiento con el tiempo, porque alguien había sido lo bastante listo para modificar aquel remachador, después de todo.

Bajo ninguna circunstancia, desde luego, aquel pálido y larguirucho muti habría podido hacerse pasar por una recia y agradablemente fea pelirroja llamada Grace Nevatta, de Jackson's Whole (sin afiliación a ninguna Casa), ni por Louise Latour de Pol, dependiendo de qué documentación usara. Ni por un bajito piloto de salto, de pelo rizado y piel caoba, llamado Hewlet.

—¿Quiénes son toda esta gente? —murmuró Venn, molesto.

—¿Por qué no se lo preguntamos? —sugirió Miles.

Firka (o Gupta) había dejado por fin de rebullirse y se quedó quieto en el aire, hinchando las aletas de la nariz por encima del rectángulo azul de cinta que le cubría la boca. El patrullero cuadri terminó de grabar sus últimos escaneos y acercó la mano para levantar una punta de la cinta; luego se detuvo, inseguro.

—Me temo que esto va a doler un poco.

—Probablemente habrá sudado lo suficiente bajo la cinta para aflojarla —sugirió Miles—. Arránquela de un solo tirón. Dolerá menos. Eso es lo que yo querría, si fuera él.

Un ahogado maullido de desacuerdo por parte del prisionero se convirtió en un alarido cuando el cuadri siguió esta sugerencia. Muy bien, vale, así que el Príncipe Rana no había sudado tanto alrededor de la boca como Miles había pensado. Seguía siendo mejor haberse librado de la maldita cinta que llevarla puesta.

Pero a pesar de los ruidos que había estado haciendo, el prisionero, ya con los labios libres, no profirió protestas airadas, juramentos, quejas ni amenazas. Se limitó a jadear. Sus ojos estaban peculiarmente vidriosos; una expresión que Miles reconoció, la de un hombre que ha estado amarrado con fuerza durante demasiado tiempo. Era posible que los leales estibadores de Bel lo hubieran sacudido un poco, pero no había adquirido esa expresión en el ratito que había pasado en manos cuadris.

El jefe Venn alzó ante los ojos del prisionero un doble puñado, a izquierda y derecha, de documentos de identificación.

—Muy bien. ¿Cuál de todos éstos es usted realmente? Más vale que nos diga la verdad. Lo comprobaremos de todas formas.

Con agria reluctancia, el prisionero murmuró:

—Soy Guppy.

—¿Guppy? ¿Russo Gupta?

—Sí.

—¿Quiénes son los demás?

—Amigos ausentes.

Miles no estaba seguro de que Venn hubiera captado la entonación.

—¿Amigos muertos? —dijo.

—Sí, eso también. —Guppy/Gupta miró a una distancia que Miles calculó como años luz.

Venn pareció alarmarse. Miles se moría de ganas por continuar y, al mismo tiempo, sentía el intenso deseo de sentarse y estudiar el lugar y la fecha de los sellos de todos aquellos documentos de identidad, reales y falsos, antes de interrogar a Gupta. Estaba seguro de que allí había todo un mundo de revelaciones. Pero ahora había prioridades más urgentes.

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