Inmunidad diplomática (21 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

—Bueno, no del todo. —Él se llevó los dedos a los labios, y mandó el simulacro de un beso a la imagen de la pantalla. Frío fantasma, ay, no carne cálida—. ¿Dónde estás? —preguntó. Sola, esperaba.

—En mi camarote, a bordo de la
Príncipe Xav
. El almirante Vorpatril me ha dado uno muy agradable. Creo que ha echado de aquí a algún pobre oficial. ¿Te encuentras bien? ¿Has cenado?

—¿Cenado?

—Oh, cielos, yo ya conozco esa expresión. Dile al teniente Smolyani que te abra por lo menos una lata antes de volver a ponerte en marcha.

—Sí, amor —le sonrió—. ¿Practicando maniobras maternales?

—Más bien lo considero un servicio público. ¿Has descubierto algo interesante y útil?

—Interesante es decir poco. Útil… Bueno, no estoy seguro —contestó.

Describió su hallazgo en la
Idris
, aunque en términos algo más pintorescos que los que acababa de enviar a Gregor.

Ekaterin abrió mucho los ojos.

—¡Santo Dios! ¡Y yo que estaba tan contenta porque creía que te había encontrado una buena pista! Me temo que lo mío es sólo un chismorreo, en comparación.

—A ver ese chismorreo, venga.

—Es algo que se comentó en la cena con los oficiales de Vorpatril. He de decir que parecían un grupo bastante agradable.

Apuesto a que se esforzaron en serlo. Su invitada era hermosa, culta, un soplo del hogar, y la primera mujer con la que hablaban desde hacía semanas. Y estaba casada con el Auditor Imperial, ¡ja! «Fastidiaos con jota.»

—Traté de hacerlos hablar sobre el teniente Solian, pero casi ninguno lo conocía. Excepto uno que recordó que Solian había tenido que marcharse de una reunión semanal de oficiales de seguridad de la flota porque le sangraba la nariz. Supongo que Solian estaba más cohibido y molesto que alarmado. Pero se me ocurrió que tal vez sea algo crónico suyo. A Nikki le pasó durante algún tiempo, y a mí un par de años cuando era niña, aunque a mí se me pasó solo. Pero si Solian no acudió al tecnomed de su nave para curárselo, bueno, podría ser así como alguien consiguió una muestra de tejidos para esa sangre artificial. —Hizo una pausa—. De hecho, ahora que lo pienso, no estoy segura de que esto sea una ayuda para ti. Alguien podría haber sacado la gasa manchada de sangre de la basura, o de donde la tirara. Aunque supongo que si le sangraba la nariz, tuvo que estar vivo en ese momento. Me pareció útil, por lo menos. —Frunció profundamente el ceño—. O tal vez no.

—Gracias —dijo Miles sinceramente—. No sé si es útil o no, pero me da otro motivo para ver a los tecnomeds a continuación. ¡Bien! —Le sonrió, y añadió—: Y si se te ocurre alguna idea sobre el cargamento, no dudes en compartirla conmigo. Aunque sólo conmigo, por el momento.

—Comprendo. Es tremendamente extraño. Quiero decir, no es extraño que exista el cargamento. Si todos los niños haut son concebidos y alterados genéticamente, como me describió tu amiga la haut Pel cuando vino como invitada a la boda de Gregor, las mujeres haut geneticistas tienen que estar exportando miles de embriones del Nido Estelar a menudo.

—A menudo no —la corrigió Miles—. Una vez al año. Los envíos anuales de niños haut a las satrapías exteriores se hacen todos a la vez. Eso le da a las damas haut consortes planetarias como Pel, que tienen la misión de escoltarlos, la oportunidad de conocerse y consultar entre sí. Entre otras cosas.

Ella asintió.

—Pero traer este cargamento hasta aquí… y con sólo un cuidador… Si tu Dubauer, sea quien sea, tiene realmente un millar de bebés a su cargo, no me importa si son humanos normales o haut o ghem o qué, yo tendría a varios centenares de amas de cría esperándolo en alguna parte.

—Cierto. —Miles se frotó la frente, que volvía a dolerle, y no sólo por la multitud de posibilidades. Ekaterin tenía razón en lo de la comida, como de costumbre. Si Solian hubiera dejado una muestra de sangre en alguna parte, en algún momento…

—¡Oh, ja!

Rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó su pañuelo, olvidado desde aquella mañana, y lo abrió por la gran mancha marrón. Una muestra de sangre, desde luego. No tenía que esperar a que el Cuartel General de SegImp le enviara esa identificación. Sin duda, Miles habría recordado aquella prueba accidental sin ayuda. Pero si lo habría hecho antes o después de que el eficaz Roic hubiera lavado sus ropas y se las hubiera devuelto era harina de otro costal.

—Ekaterin, te quiero muchísimo. Y tengo que hablar con el cirujano jefe de la
Príncipe Xav
ahora mismo.

Hizo frenéticos gestos como si la besara. Ella sonrió de aquella hermosa y enigmática manera suya, y cortó la comunicación.

10

Miles hizo una llamada de urgencia a la
Príncipe Xav
; se produjo un breve retraso mientras Bel conseguía los permisos para la cápsula de mensajes de la
Kestrel
. Media docena de naves armadas de la Milicia de la Unión patrullaban el espacio entre la Estación Graf y la flota de Vorpatril, que esperaba en frustrado exilio a varios kilómetros de distancia. A Miles no le habría hecho gracia que algún miliciano cuadri con doble cuota de dedos de gatillo fácil borrara la cápsula del espacio, así que no se relajó hasta que desde la
Príncipe Xav
le comunicaron que la cápsula había llegado sana y salva a bordo.

Finalmente se sentó en la sala de reuniones de la
Kestrel
con Bel, Roic y algunas bandejas de raciones militares. Comió mecánicamente, sin apenas saborear la comida caliente no demasiado sabrosa, con un ojo puesto en la pantalla vid que todavía repasaba rápidamente los archivos de la
Idris
. Dubauer, si aparecía, no había salido ni una vez de la nave para dar un paseo por la Estación durante todo el tiempo que estuvo atracada, hasta que fue obligado a abandonarla junto con los demás pasajeros y llevado al hotel por los cuadris.

El teniente Solian había salido cinco veces, cuatro de ellas en excursiones de rutina para comprobaciones de carga, la quinta, más interesante, después de su turno de trabajo del último día. El vid mostraba su cabeza desde atrás, al partir, y una clara toma de su cara cuando regresó, unos cuarenta minutos más tarde. A pesar de que congeló la imagen, Miles no pudo determinar con certeza que alguna de las manchas o sombras de la camisa verde oscura de Solian fuera producto de una hemorragia nasal, ni siquiera en primerísimo plano. La expresión de Solian era decidida y meditabunda mientras miraba el vid de seguridad, parte de su trabajo, después de todo: tal vez comprobaba automáticamente su funcionamiento.

El joven no parecía relajado, ni feliz, ni a la espera de un permiso para liberarse, aunque debía de tocarle pronto. Parecía… concentrado en algo.

Era la última vez, documentada, que se había visto a Solian con vida. No se había encontrado ningún rastro de su cuerpo cuando los hombres de Brun registraron la
Idris
al día siguiente, y registraron a conciencia, exigiendo que cada pasajero con cargamento, incluido Dubauer, abriera su cabina y bodega para inspeccionarlas. De ahí la teoría de Brun de que Solian tenía que haberse quitado de en medio sin ser detectado.

—¿Entonces dónde fue, durante esos cuarenta minutos en que estuvo fuera de la nave? —preguntó Miles, fastidiado.

—No cruzó mis puestos de aduana, no a menos que alguien lo envolviera en una alfombra y lo llevara dentro —dijo Bel, convencido—. Y no tengo ninguna grabación de nadie que pasara una alfombra. Lo miramos. Solian tenía fácil acceso a las seis bodegas de carga de ese sector, y a cualquiera de las naves que entonces estaban atracadas. Que eran todas vuestras, en ese momento.

—Bueno, Brun jura que no tiene ningún vid donde se le vea subir a ninguna de las otras naves. Supongo que será mejor que compruebe a todos los demás que entraron o salieron de cualquiera de las naves durante ese periodo. Solian podría haberse sentado sin ser observado a charlar, o hacer algo más siniestro, en cualquiera de los recovecos de esas bodegas de carga. Con o sin hemorragia nasal.

—Las bodegas no se controlan ni se patrullan con demasiado celo —admitió Bel—. Dejamos que la tripulación y los pasajeros utilicen las bodegas vacías para ejercitarse, o celebrar algún juego, a veces.

—Mm.

Desde luego, alguien había usado una para jugar con aquella sangre sintetizada, más tarde.

Después de la cena, Miles hizo que Bel lo llevara al hotel donde se alojaban las tripulaciones de las naves inmovilizadas. Era notablemente menos lujoso y estaba más abarrotado que los de los pasajeros galácticos de pago, y las nerviosas tripulaciones llevaban encerrados varios días sin otra cosa que holovids y los demás tripulantes para entretenerse. Miles fue asaltado al instante por varios oficiales de mando, tanto de las dos naves de la Corporación Toscane como de las dos independientes capturadas en aquel enredo. Exigían saber cuándo iban a conseguir su liberación. Acalló el barullo para solicitar entrevistarse con los tecnomeds asignados a las cuatro naves, en una habitación silenciosa. Al final, tras algún tira y afloja, consiguió un despachito donde llevar al cuarteto de nerviosos komarreses.

Miles se dirigió primero al tecnomed de la
Idris
.

—¿Sería muy difícil que una persona no autorizada accediera a su enfermería?

El hombre parpadeó.

—En absoluto, lord Auditor. Quiero decir, no está cerrada con llave. En caso de emergencia, la gente puede necesitar entrar inmediatamente, sin localizarme primero. Incluso yo podría tener una emergencia. —Hizo una pausa, y luego añadió—: Naturalmente, algunas medicinas y algún equipo se guardan en armarios con cerradura de código, con controles de inventario más cuidadosos. Pero para el resto no hace falta. Cuando estamos en puerto, la seguridad de la nave controla quién entra y sale, y en el espacio, bueno, eso está resuelto.

—¿No han tenido problemas de robos, entonces? ¿Equipo que sale a dar un paseo, suministros que desaparecen?

—Muy pocos. Quiero decir, la nave es pública, pero no es de ese tipo de nave pública. No sé si me entiende.

Los tecnomeds de las dos naves independientes dijeron que seguían protocolos similares cuando estaban en el espacio, pero estando atracadas ambos mantenían sus pequeños departamentos asegurados cuando no estaban de servicio. Miles se recordó que una de esas personas podría haber sido sobornada para cooperar con quien hubiera hecho la síntesis sanguínea. Cuatro sospechosos, eh. Su siguiente pregunta confirmó que las enfermerías de las cuatro naves tenían sintetizadores portátiles como equipo estándar.

—Si alguien entrara en una de sus enfermerías para sintetizar sangre, ¿podrían saber si han usado su equipo?

—Si lo limpiaran todo después… tal vez no —dijo el técnico de la
Idris
—. Ni… ¿Cuánta sangre?

—Entre tres y cuatro litros.

El ansioso rostro del hombre se despejó.

—Oh, sí. Es decir, si usaran mis suministros de filopacks y fluidos y no trajeran los suyos propios. De eso me habría dado cuenta.

—¿Cuándo se habría dado cuenta?

—La siguiente vez que mirara, supongo. O en el inventario mensual, si no tuviera ocasión de advertirlo antes.

—¿Lo ha advertido?

—No, pero… Quiero decir, no he mirado.

Claro que un tecnomed adecuadamente sobornado debería ser perfectamente capaz de manipular el inventario de unos artículos tan grandes y tan poco controlados. Miles decidió aumentar la presión.

—El motivo por el que lo pregunto es porque la sangre que se encontró en el suelo de la bodega de carga y que inició esta desagradable (y cara) cadena de acontecimientos, aunque inicialmente fue identificada por su ADN como perteneciente al teniente Solian, más tarde se ha comprobado que es sintética. Los cuadris de aduanas dicen que no tienen constancia de que Solian fuera a la Estación Graf, lo que sugiere, aunque por desgracia no lo demuestra, que la sangre podría haber sido sintetizada al otro lado de los puestos de aduanas. Creo que será mejor que comprobemos sus inventarios de suministros.

La tecnomed de la
Rudra
, la nave compañera de la
Idris
, también propiedad de la Toscane, frunció de pronto el ceño.

—Hubo un… —se interrumpió.

—¿Sí? —animó Miles.

—Hubo un pasajero un poco raro, que vino a preguntarme por mi sintetizador sanguíneo. Supuse que era uno de esos viajeros nerviosos, aunque cuando se explicó, también pensé que tenía buenos motivos para estarlo.

Miles sonrió educadamente.

—Hábleme de ese pasajero raro.

—Acababa de iniciar el viaje en la
Rudra
aquí, en la Estación Graf. Dijo que estaba preocupado por si tenía algún accidente en ruta, debido a su intolerancia a los sustitutos sanguíneos estándar a causa de sus modificaciones genéticas. Cosa que era cierta. Quiero decir que lo creí cuando dijo que tenía problemas de compatibilidad sanguínea. Para eso llevamos los sintetizadores, después de todo. Tenía unos dedos larguísimos… con membranas. Me dijo que era anfibio, cosa que no creí del todo, hasta que me mostró sus branquias. Sus costillas se abrían de una manera sorprendente. Dijo que tiene que rociarse las agallas con un humidificador, cuando viaja, porque el aire de las naves y estaciones es demasiado seco para él.

La tecnomed se detuvo y tragó saliva.

Decididamente, no se trataba de Dubauer. Mm. ¿Otro jugador? ¿Pero en el mismo juego, o en otro distinto?

La tecnomed continuó, con voz asustada:

—Acabé enseñándole mi sintetizador, porque parecía muy preocupado, y no paraba de hacer preguntas al respecto. A mí lo que me preocupaba era qué tipo de tranquilizantes íbamos a darle, si resultaba ser uno de esos tipos que se ponen histéricos ocho días seguidos.

Si él se ponía a dar saltos y a gritar, se dijo Miles convencido, probablemente asustaría igual a la joven. Se enderezó y le dedicó una sonrisa tan alegre que ella se encogió un poco más en su asiento.

—¿Cuándo fue eso? ¿Qué día?

—Hum… dos días antes de que los cuadris nos hicieran evacuar la nave y venir aquí.

Tres días después de la desaparición de Solian. Aquello iba cada vez mejor.

—¿Cómo se llamaba ese pasajero? ¿Podría identificarlo?

—Oh, claro… Quiero decir, con membranas y todo eso. Me dijo que se llamaba Firka.

Fingiendo indiferencia, Miles preguntó:

—¿Estaría dispuesta a repetir su declaración con pentarrápida?

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