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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (37 page)

—Ahora suelte la cápsula de las abrazaderas de atraque.

Corbeau se levantó y se acercó a la compuerta. Un chasquido y un chirrido: la cápsula, liberada pero sin energía, se apartó del casco de la
Idris
.

—Ahora escuche estas instrucciones. Camine veinte metros hacia la proa, gire a la izquierda y espere a que se le abra la siguiente puerta.

Corbeau obedeció, todavía sin expresión ninguna en el rostro, excepto en los ojos. Su mirada parecía estar buscando algo, o intentaba memorizar su ruta. Se perdió del alcance de los vids de la compuerta.

Miles reflexionó sobre la peculiar pauta de viejas cicatrices de gusano que surcaban el cuerpo de Corbeau. Debía de haber rodado, o lo debían de haber hecho rodar, por encima de un nido muy feo. En aquellos ajados jeroglíficos parecía haber escrita toda una historia. Un joven muchacho colonial, tal vez el chico nuevo del campamento o el poblado… ¿Lo engañaron o lo retaron o tal vez lo desnudaron y lo empujaron? Se tuvo que haber levantado del suelo, llorando y asustado, en medio de una burla cruel…

Vorpatril maldijo, repetidas veces, entre dientes.

—¿Por qué Corbeau? ¿Por qué Corbeau?

Miles, que se estaba preguntando lo mismo frenéticamente, aventuró:

—Tal vez se ofreció voluntario.

—A menos que los malditos cuadris lo hayan sacrificado. En vez de arriesgar a uno de los suyos. O… tal vez imaginó que es otra forma de desertar.

—Yo… —Miles contuvo sus palabras mientras reflexionaba un momento, y luego las soltó de sopetón—: Creo que eso sería hacerlo por la tremenda.

No era más que una suposición, pero ¿de quién demostraría Corbeau ser aliado?

Miles detectó de nuevo la imagen del alférez cuando el ba lo obligó a dirigirse hacia el puente de la nave, abriendo y cerrando brevemente puertas estancas. Atravesó la última barrera y salió del alcance del vid, la espalda recta, silencioso, los pies descalzos pisando silenciosamente la cubierta. Parecía… frío.

El destello de otra alarma sensora desvió la atención de Miles. Rápidamente, recuperó la imagen de otra compuerta, justo a tiempo de ver a un cuadri con un traje bioprotector verde golpear con fuerza el monitor vid con una llave de tuerca mientras, más allá, otras dos figuras vestidas de verde pasaban corriendo. La imagen se distorsionó y se apagó. Pero Miles todavía pudo oír el zumbido de la alarma, el siseo de una puerta al abrirse…, pero ningún siseo al cerrarse. Porque no se había cerrado o porque se había cerrado en atmósfera de vacío. El aire y el sonido regresaron cuando la compuerta giró. La puerta, por tanto, había sido abierta al vacío: los cuadris habían huido para saltar a la Estación.

Eso respondía a su pregunta sobre sus trajes bioprotectores: al contrario que el material más barato de la
Idris
, podían soportar el vacío. En el Cuadrispacio, tenía todo el sentido del mundo. Media docena de compuertas de la Estación ofrecían refugio a poco más de unos cientos de metros; los cuadris escapados podrían elegir la que quisieran, además de las cápsulas o lanzaderas que revolotearan cerca, capaces de recogerlos y llevarlos a bordo.

—Venn, Greenlaw y Leutwyn acaban de escapar por una compuerta —informó Miles a Vorpatril—. Buen momento.

Un momento cojonudo. Escapaban justo cuando el ba estaba distraído por la llegada de su piloto y, con la posibilidad real de una huida ahora a su alcance, menos inclinado a llevar a cabo su amenaza de embestida. Era exactamente el movimiento adecuado, ir liberando rehenes de la presa del enemigo a cada oportunidad. Desde luego, aquel asunto de la llegada de Corbeau había sido calculado al milímetro. Miles no lo lamentaba.

—Bien. ¡Excelente! Ahora esta nave está completamente libre de civiles.

—A excepción de usted, milord —recalcó Roic. Iba a decir algo más, pero captó la sombría mirada que Miles le dirigió por encima del hombro y se tragó las palabras.

—Ja —murmuró Vorpatril—. Tal vez esto haga que Watts cambie de opinión. —Bajó la voz, como si se apartara de su receptor de radio, o se hubiera colocado la mano delante—: ¿Qué, teniente? —Luego murmuró—: Discúlpeme.

Miles no estaba seguro de a quién se dirigía.

Así que ahora sólo quedaban barrayareses a bordo. Y Bel… que estaba en nómina de SegImp, y por tanto era barrayarés honorario a todos los efectos. Miles sonrió un instante a pesar de todo, mientras consideraba la probable respuesta escandalizada de Bel a semejante sugerencia. El mejor momento para introducir un grupo de asalto sería antes de que la nave empezara a moverse, en vez de intentar capturarla en mitad del espacio. En algún momento, Vorpatril iba probablemente a tener que dejar de pedir permiso a los cuadris para mandar a sus hombres. En algún momento, Miles estaría de acuerdo.

Miles devolvió su atención al problema de espiar el puente de mando. Si el ba había destruido el monitor de la misma manera que lo habían hecho los cuadris al escapar, o simplemente había colocado la chaqueta encima del receptor vid, mala suerte… ¡Ah! Por fin. Una imagen del puente se formó sobre su placa vid. Pero ahora no tenía sonido. Miles apretó los dientes y se inclinó hacia delante.

El receptor vid estaba, al parecer, situado sobre la puerta, y proporcionaba una buena panorámica de la media docena de asientos vacíos y sus oscuras consolas. El ba estaba allí, todavía vestido con el atuendo betano de su alias descartado, chaqueta y sarong y sandalias. Aunque cerca había un traje de presión (uno solo) sacado de los suministros de la
Idris
, colocado sobre el respaldo de uno de los asientos. Corbeau, todavía vulnerablemente desnudo, estaba sentado en el asiento del piloto, y aún no se había colocado el casco. El ba alzó una mano, dijo algo: Corbeau frunció el ceño y dio un respingo mientras el ba apretaba una hipospray contra el antebrazo del piloto, y se retiraba con un destello de satisfacción en el rostro tenso.

¿Drogas? Seguramente ni siquiera el ba era lo bastante loco para drogar a un piloto de salto en cuyas funciones neurales iba a apostar su vida dentro de poco. ¿La inoculación de alguna enfermedad? Planteaba el mismo problema, aunque una latente podría servirle… «Coopera, y más tarde te daré el antídoto.» O un puro farol, una dosis de agua, tal vez. El hipospray resultaba un método de administración de drogas demasiado burdo para los cetagandanos; a Miles se le antojó que era un farol, aunque tal vez a Corbeau no se lo pareciera. Uno no tenía más remedio que entregar el control de una nave al piloto cuando éste se colocaba el casco y enchufaba la nave a su mente, por eso resultaba difícil amenazar eficazmente a los pilotos.

Al ofrecerse voluntario como medio para librarse de la celda cuadri y del resto de sus problemas, Corbeau habría acabado con el temor paranoico de Vorpatril acerca de su probable traición. ¿O no? Si no había acuerdos anteriores o secretos, el ba no se fiaría simplemente cuando pensaba que podía tener la garantía.

En su comunicador de muñeca, ahogado, como procedente de muy lejos, Miles oyó un súbito y sorprendente grito del almirante Vorpatril.

—¿Qué? Eso es imposible. ¿Se han vuelto locos? Ahora no…

Al cabo de unos instantes sin saber nada más, Miles se decidió a preguntar.

—¿Hum, Ekaterin? ¿Sigues ahí?

—Sí.

—¿Qué está pasando?

—El almirante Vorpatril ha sido requerido por su oficial de comunicaciones. Una especie de mensaje prioritario del Cuartel General del Sector Cinco. Parece algo muy urgente.

En la imagen vid que tenía delante, Miles vio cómo Corbeau empezaba a hacer las comprobaciones previas, pasando de un puesto de control a otro bajo los duros y vigilantes ojos del ba. Corbeau se aseguró de moverse con exagerado cuidado: al parecer, por el movimiento de sus labios bastante tensos, explicando cada movimiento antes de tocar ninguna consola. Y lentamente, advirtió Miles. Más lentamente de lo necesario, aunque no lo bastante para que resultara obvio.

La voz de Vorpatril, o más bien la pesada respiración de Vorpatril, regresó por fin. El almirante parecía haberse quedado sin insultos. A Miles eso le pareció muchísimo más preocupante que sus anteriores diatribas cuartelarias.

—Milord —vaciló Vorpatril. Su voz se convirtió en una especie de gruñido de desconcierto—. Acabo de recibir órdenes de Prioridad Uno del Cuartel General del Sector Cinco para que reúna mis naves, abandone la flota komarresa y me dirija a un encuentro en Marilac a la máxima velocidad posible.

«No con mi esposa, ni hablar», fue lo primero que pensó Miles.

Luego parpadeó, petrificado en su asiento.

La otra función de las escoltas militares que Barrayar encomendaba a las flotas comerciales de Komarr era mantener, tranquilamente y sin llamar la atención, una fuerza armada dispersa por todo el Nexo. Una fuerza que podía, en caso de una emergencia verdaderamente importante, reunirse rápidamente para constituir una amenaza militar convincente en puntos estratégicos. En una situación así, podía ser demasiado lento, o incluso diplomática o militarmente imposible, sacar ninguna fuerza de los mundos nativos a través de los agujeros de salto y llevarlos a los lugares en que Barrayar tuviera que actuar. Pero las flotas comerciales ya estaban allí.

El planeta Marilac era un aliado barrayarés situado, desde el punto de vista de Barrayar, en la retaguardia del Imperio cetagandés, en la compleja red de rutas de salto que unían el Nexo. Un segundo frente, con Rho Ceta, la vecina inmediata, amenazando Komarr, pasaba a ser considerado el primero. Desde luego, los cetagandanos tenían líneas de comunicación y logística más cortas entre los dos puntos de contacto. Pero la pinza estratégica todavía dependía de una simple llamada, sobre todo con la adición potencial de las fuerzas marilacanas. Los barrayareses sólo tenían que recurrir a Marilac para amenazar a Cetaganda.

Sólo que, cuando Miles y Ekaterin habían dejado Barrayar en su retrasado viaje de luna de miel, las relaciones entre los dos imperios eran tan (bueno, cordiales no era quizás el término adecuado) poco tensas como siempre. ¿Qué demonios podía haber cambiado, tan profunda y rápidamente?

«Algo ha agitado a los cetagandanos cerca de Rho Ceta», había dicho Gregor.

A unos cuantos saltos de Rho Ceta, Guppy y sus amigos contrabandistas habían sacado un extraño cargamento vivo de una nave gubernamental cetagandana, uno con montones de símbolos curiosos. ¿El diseño de un pájaro aullando, tal vez? Además de una, sólo una, persona… ¿Un superviviente? Después, la nave se había marchado, siguiendo un peligroso curso hacia los soles del sistema. ¿Y si su trayectoria no pretendía trazar un giro? ¿Y si hubiera sido una zambullida directa, sin retorno?

—Hijo de puta —jadeó Miles.

—¿Milord? —preguntó Vorpatril—. Si…

—Silencio —replicó Miles.

El silencio del almirante fue sorprendido, pero se mantuvo.

Una vez al año, los cargamentos más preciosos de la raza haut salían del Nido Estelar, en el mundo capital de Eta Ceta. Ocho naves con destino a cada uno de los planetas del Imperio tan curiosamente gobernado por los haut. Cada una transportaba la colección de embriones haut del año, los resultados comprobados y genéticamente modificados de todos los contratos de concepción tan cuidadosamente negociados, el año anterior, entre los miembros de las grandes constelaciones, los clanes, las cuidadosamente cultivadas líneas genéticas de la raza haut. Cada carga de un millar aproximado de vidas por nacer iba conducida por una de los ocho damas haut más importantes del Imperio, las Consortes Planetarias, que eran el comité guía del Nido Estelar. Todo lo más privado, lo más secreto, lo que nunca se discutía con extraños.

¿Cómo era posible que un agente ba no pudiera volver por más copias si perdía en tránsito una carga semejante de futuras vidas haut?

Porque no era un agente. Porque era un renegado.

—El delito no es asesinato —susurró Miles, los ojos espantados—. El delito es secuestro.

Los asesinatos se habían sucedido, en una cascada de pánico cada vez mayor, cuando el ba, con fundados motivos, intentaba borrar su rastro. Bueno, Guppy y sus amigos tenían que morir puesto que habían sido testigos del hecho de que una persona no había desaparecido con el resto de la nave condenada. Una nave secuestrada, aunque brevemente, antes de su destrucción… Los mejores secuestros eran trabajos desde dentro, oh, sí. El Gobierno cetagandés tenía que estar volviéndose loco con todo aquello.

—Milord, ¿se encuentra bien…?

—No, no lo interrumpa —dijo la voz de Ekaterin con un feroz susurro—. Está pensando. Hace esos ruiditos raros cuando está pensando.

Desde el punto de vista del Jardín Celestial, una nave cargada con niños del Nido Estelar había desaparecido en lo que tendría que haber sido una ruta segura a Rho Ceta. Todos los agentes de inteligencia y de las fuerzas de rescate del Imperio se habrían implicado en el caso. De no ser por Guppy, la tragedia habría sido considerada un error de funcionamiento que había lanzado a la nave, fuera de control e incapaz de enviar señales, a su feroz tumba. Ningún superviviente, ningún naufragio, ningún cabo suelto. Pero estaba Guppy. Y dejaba un desordenado rastro de pruebas descabelladamente sugerentes a cada paso.

¿Dónde estarían ahora los cetagandanos? Demasiado cerca para la comodidad del ba, obviamente; resultaba increíble que, cuando Guppy apareció en la barandilla del hotel, el ba no se hubiera muerto de un ataque al corazón sin necesidad de la remachadora. Pero la pista del ba, marcada por Guppy con bengalas de señales, conducía directamente desde el escenario del crimen al corazón de un Imperio a veces enemigo: Barrayar. ¿Qué estaban deduciendo los cetagandanos de todo eso?

«Bueno, ahora tenemos una pista, ¿no?»

—Bien —jadeó Miles, más tenso aún—. Bien. Supongo que estará grabando esto. Así que mi primera orden con la Voz del Emperador, almirante, es anular la orden de reunión del Sector Cinco. Eso era lo que iba a pedirme, ¿no?

—Gracias, milord Auditor, sí —dijo Vorpatril, agradecido—. Normalmente, preferiría morir antes que ignorar una llamada semejante, pero… dada nuestra situación actual, van a tener que esperar un poco. —Vorpatril no estaba dramatizando: era una simple declaración de hechos—. No demasiado, espero.

—Van a tener que esperar mucho —dijo Miles—. Ésta es mi siguiente orden con la Voz del Emperador. Copie todo, todo, lo que tenga grabado desde las últimas veinticuatro horas y envíelo por canal abierto, con la prioridad más alta, a la Residencia Imperial, el Alto Mando en Barrayar, al Cuartel General de SegImp y a los Asuntos Galácticos de SegImp en Komarr. Y —tomó aliento, y alzó la voz para anular el escandalizado grito de Vorpatril de «¡Copia! ¿En un momento como éste?»—, con remite del lord Auditor Miles Vorkosigan de Barrayar a la urgentísima y personalísima atención del ghem-general Dag Benin, jefe de Seguridad Imperial, Jardín Celestial, Eta Ceta, personal, urgente, muy urgente, por el pelo de Rian que esto es verdad, Dag. Exactamente esas palabras.

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