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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (40 page)

—¿Cómo van las cosas ahí fuera?

Roic se encogió de hombros.

—No muy bien, milord. El ba ha entrado en una especie de extraño estado mental. Dice tonterías, pero ninguna relacionada con el tema, y los tipos de inteligencia dicen que su estado psicológico es también parte de su estrategia. Están tratando de estabilizarlo.

—¡El ba tiene que permanecer con vida! —Miles se incorporó a medias mientras se le pasaba por la cabeza la idea de que lo llevaran a la cámara de al lado para encargarse de los interrogatorios—. Tenemos que llevarlo de vuelta a Cetaganda. Para demostrar que Barrayar es inocente.

Se hundió de nuevo en la cama y miró el ronroneante aparato que filtraba su sangre. Expurgaba los parásitos, sí, pero también drenaba la energía que los parásitos le habían robado para crearse. Lo vaciaba de la agilidad mental que tan desesperadamente necesitaba ahora.

Reagrupó sus dispersos pensamientos, y explicó a Roic la noticia que le había dado Bel.

—Regresa al interrogatorio, y cuéntales lo que ha pasado. Mira a ver si pueden confirmar el escondite en el Auditorio Minchenko, y sobre todo si pueden conseguir algo que sugiera que hay más de una bomba. O no.

—Bien —Roic asintió. Contempló el creciente conjunto de aparatos que rodeaban a Miles—. Por cierto, milord. ¿Le ha mencionado ya al doctor el problema de sus ataques?

—Todavía no. No ha habido tiempo.

—Bien. —Roic hizo una mueca pensativa, de un modo severo que Miles decidió ignorar—. Me encargaré yo entonces, ¿de acuerdo, milord?

Miles se encogió de hombros.

—Sí, sí.

Roic salió del pabellón para realizar sus dos encargos.

Llegó la comuconsola remota: un técnico colocó una bandeja sobre el regazo de Miles, puso encima la placa vid y lo ayudó a sentarse, colocando más almohadas detrás de su espalda. Miles estaba empezando a temblar otra vez. Muy bien, el aparato era de uso militar barrayarés, no algo que hubieran tomado de la
Idris
. Ahora volvía a tener un enlace visual seguro. Introdujo los códigos.

El rostro de Vorpatril tardó un par de segundos en aparecer; encargándose de todo desde la sala de tácticas de la
Príncipe Xav
, el almirante sin duda tenía unas cuantas cosas más que hacer en aquel momento. Apareció por fin con un «¡Sí, milord!». Sus ojos escrutaron la imagen de Miles en su placa vid. Al parecer no se sintió tranquilizado por lo que vio. Su mandíbula se tensó.

—¿Está usted…? —empezó a decir, pero lo cambió sobre la marcha—. ¿Es muy grave?

—Todavía puedo hablar, y mientras pueda hablar, tengo que registrar algunas órdenes. Mientras esperamos los resultados de la búsqueda de la bomba… ¿Está enterado de eso? —Miles puso al corriente al almirante acerca de los datos suministrados por Bel sobre el Auditorio Minchenko, y continuó—. Mientras tanto, quiero que seleccione y prepare la nave más rápida de su escolta que tenga capacidad para la carga que va a llevar. Esa carga seremos yo, el práctico Thorne, un equipo médico, nuestro prisionero el ba y los guardias, Guppy el contrabandista jacksoniano, si puedo arrancarlo de las garras de los cuadris y un millar de replicadores uterinos en funcionamiento, con sus asistentes médicos cualificados.

—Y yo —dijo firmemente la voz de Ekaterin desde un lado. Su cara asomó brevemente en el enlace vid de Vorpatril, mirándolo con el ceño fruncido. Había visto a su marido servido como muerto en bandeja más de una vez con anterioridad; quizá no se preocuparía tanto como el almirante. Ver cómo un Auditor Imperial se derretía hasta convertirse en un moco humeante en el curso de tu misión sería una notable mancha negra en su historial, aunque no podía decirse que la carrera de Vorpatril no estuviera ya hecha polvo por este episodio.

—Mi nave correo viajará en convoy, llevando a lady Vorkosigan. —Cortó la objeción de Ekaterin—. Puede que necesite a un portavoz que no esté en cuarentena médica. —Ella se limitó a emitir un poco convencido «Hum»—. Pero quiero asegurarme de que no nos entretiene nadie por el camino, almirante, así que haga que el departamento de su flota empiece a trabajar rápidamente para conseguir permisos de paso por todos los espacios locales que vamos a tener que atravesar. Velocidad. Velocidad es la clave. Quiero marcharme en el momento en que sepamos que el aparato infernal del ba ha sido retirado de la Estación Graf. Al menos si llevamos la alarma biológica encima, nadie querrá detenernos y abordarnos para hacer inspecciones.

—¿A Komarr, milord? ¿O a Sergyar?

—No. Calcule la ruta de salto más corta posible directamente a Rho Ceta.

Vorpatril sacudió la cabeza, sorprendido.

—Si las órdenes que recibí del Cuartel General del Sector Cinco significan lo que pensamos, difícilmente podrá pasar por ahí. Lo recibirán con fuego de plasma y bombas de fusión en el momento en que aparezca en el agujero de gusano: eso es lo que yo esperaría.

—Suéltalo, Miles —dijo la voz familiar de Ekaterin.

Él sonrió brevemente al notar la familiar exasperación en su voz.

—Para cuando lleguemos allí, habré conseguido el permiso del Imperio de Cetaganda.

«Espero.» O todos iban a tener más problemas de los que Miles podía imaginar.

—Barrayar va a devolverles a sus bebés haut secuestrados. Colgando de un largo palo. Yo voy a ser el palo.

—Ah —dijo Vorpatril, alzando especulador sus grises cejas.

—Ponga al corriente a mi piloto de SegImp. Pienso empezar en el momento en que todo y todos hayan subido a bordo. Puede comenzar por el material.

—Comprendido, milord. —Vorpatril se puso en pie y desapareció de la imagen. Ekaterin se adelantó y le sonrió.

—Bueno, estamos haciendo algunos progresos por fin —le dijo Miles, con lo que esperaba que pareciera buen humor, y no histeria reprimida.

La sonrisa de ella se torció a un lado. Sin embargo, sus ojos eran cálidos.

—¿Algunos progresos? Me pregunto cómo llamas a una avalancha.

—Nada de metáforas árticas, por favor. Ya tengo bastante frío. Si los médicos mantienen esta… infección bajo control en ruta, tal vez me den permiso para recibir visitas. No hará falta la nave correo más tarde, de todas formas.

Un tecnomed apareció, sacó una muestra de sangre del tubo de salida, añadió una intravenosa al conjunto, alzó las barandillas de la cama y luego se inclinó y empezó a atarle el brazo izquierdo.

—Eh —objetó Miles—. ¿Cómo voy a poder desenmarañar todo este lío con una mano atada a la espalda?

—Órdenes del capitán Clogston, milord Auditor. —Firmemente, el técnico terminó de asegurarle el brazo—. Procedimiento estándar si hay riesgo de ataques.

Miles hizo rechinar los dientes.

—Tu estimulador de ataques está en la
Kestrel
, con el resto de tus cosas —dijo Ekaterin sin ninguna pasión—. Lo buscaré y te lo enviaré en cuanto vuelva a bordo.

Prudentemente, Miles limitó su respuesta a:

—Gracias. Vuelve a conectar conmigo antes de partir… Tal vez haya unas cuantas cosas más que necesite. Comunícamelo también cuando llegues a bordo.

—Sí, amor. —Ella se llevó los dedos a los labios y los alzó, pasándolos a la imagen que tenía delante. Él devolvió el gesto. Su corazón se heló un poco cuando la imagen se apagó. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se atrevieran a tocarse piel a piel de nuevo? «¿Y si es nunca…? Maldición, sí que tengo frío.»

El técnico se marchó. Miles se hundió en la cama. Supuso que sería inútil pedir mantas. Imaginó diminutas biobombas repartidas por todo su cuerpo, chisporroteando como los fuegos artificiales de Medio Verano vistos desde el otro lado del río en Vorbarr Sultana, creciendo en cascada hasta llegar a su apoteósico y letal final. Imaginó su carne descomponiéndose en baba corrosiva mientras él continuaba vivo. Tenía que pensar en otra cosa.

Dos imperios, iguales en grado de indignación, maniobrando para ocupar mejores posiciones, acumulando fuerzas mortíferas tras una docena de puntos de salto, cada salto un punto de contacto, conflicto, catástrofe… Eso no era mejor.

Un millar de fetos haut casi maduros, girando en sus pequeñas cámaras, ajenos a la distancia y a los peligros que habían recorrido, y los peligros aún por venir… ¿Cuándo iban a nacer? La imagen de un millar de niños llorando en los brazos de unos pocos apurados médicos barrayareses casi le habría hecho sonreír, si no hubiera tenido tantas ganas de empezar a gritar.

La respiración de Bel, en la cama de al lado, era lenta y laboriosa.

Velocidad. Por todos los motivos, velocidad. ¿Había puesto en marcha todo y a todos los que podía? Repasó la lista, se perdió, lo intentó de nuevo. Le dolía la cabeza. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que durmiera por última vez? Los minutos se arrastraban con tortuosa lentitud. Los imaginó como caracoles, cientos de pequeños caracoles con marcas de clanes cetagandanos tiñendo sus conchas, caminando en procesión, dejando rastros babosos de letal biocontaminación… Un bebé a gatas, Helen Natalia, parloteando y agarrando una de las preciosas y venenosas criaturas, y él estaba atado y cubierto de tubos y no podía cruzar la habitación lo bastante rápido para detenerla…

Un pitido en el comunicador que tenía sobre el regazo, gracias a Dios, lo despertó antes de que pudiera averiguar adónde conducía aquella pesadilla. Pero todavía estaba cubierto de tubos. ¿Qué hora era? Estaba perdiendo la noción del tiempo. Su mantra habitual (ya dormiré cuando esté muerto) parecía un poco demasiado adecuado.

Una imagen se formó sobre la placa vid.

—¡Selladora Greenlaw!

¿Buenas noticias, malas noticias? Buenas. Su rostro arrugado irradiaba alivio.

—La encontramos —dijo ella—. Está contenida.

Miles dejó escapar un largo suspiro.

—Sí. Excelente. ¿Dónde?

—En el Auditorio Minchenko, justo como dijo el práctico. Pegada a la pared, en una de las luces del escenario. Parecía que la habían puesto a la carrera, pero a pesar de todo era muy astuta. Sencilla y astuta. Era poco más que un globo de plástico sellado, lleno de una especie de solución nutriente, según me han dicho. Y una carga diminuta, y el disparador electrónico necesario. El ba la había pegado a la pared con cinta corriente, y la había rociado con un poco de pintura negra. Nadie la habría visto, ni aunque hubiera estado trabajando en las luces, a menos que hubiera puesto una mano encima.

—Casera, entonces. ¿Del lugar?

—Eso parece. Los componentes electrónicos, que eran recién comprados, y la cinta, eran todos de fabricación cuadri. Encajan con las compras registradas en el chit de crédito de Dubauer la tarde posterior al ataque en el vestíbulo del hotel. Todo encaja. Parece que sólo había una bomba. —Se pasó las manos superiores por el pelo plateado, frotándose cansada el cuero cabelludo, y cerró los ojos circundados por oscuras ojeras.

—Eso… concuerda con lo que había pensado —dijo Miles—. Justo hasta que Guppy apareció con el remachador, el ba pensaba, evidentemente, que se había salido con la suya. El robo del cargamento y la muerte de Solian. Todo tranquilo y perfecto. Su plan era pasar sin levantar sospechas ni dejar rastro por el Cuadrispacio. No había tenido ningún motivo antes para montar una bomba. Pero desde aquel intento de asesinato, se asustó y tuvo que improvisar rápidamente. Pecó de falta de previsión. No planeó quedarse atrapado en la
Idris
como se quedó de hecho, sin duda.

Ella negó con la cabeza.

—Algo planeó. La carga explosiva tenía dos contactos en el disparador. Uno era un receptor para el detonador que el ba tenía en el bolsillo. El otro era un sencillo sensor de sonido. Preparado para un nivel de decibelios alto. El de un auditorio lleno de aplausos, por ejemplo.

Miles apretó con fuerza la mandíbula. «Oh, sí.»

—Para disimular la explosión de la carga y contaminar al mayor número de personas de una sola vez.

La visión fue instantánea, y horripilante.

—Eso pensamos. Viene gente de todas las estaciones del Cuadrispacio a ver las actuaciones del Ballet Minchenko. El contagio se habría extendido por la mitad del sistema antes de que nos hubiéramos dado cuenta.

—¿Es lo mismo…? No, no puede ser lo que el ba nos ha colgado a Bel y a mí. ¿Puede ser? ¿Era letal, o simplemente un agente debilitador o qué?

—La muestra está en manos de nuestros médicos ahora mismo. Deberíamos saberlo pronto.

—Así que el ba preparó su biobomba… cuando ya sabía que los agentes cetagandanos lo perseguían, cuando ya sabía que se vería obligado a abandonar los incriminatorios replicadores y sus contenidos… Apuesto a que preparó la bomba y se largó de allí a toda prisa.

Tal vez fuera una venganza. ¿Se vengaba de los cuadris por todos los retrasos que habían desbaratado su plan perfecto…? Según el informe de Bel, el ba no estaba libre de ese tipo de motivaciones; el cetagandés había demostrado poseer un humor cruel y cierto gusto por las estrategias dobles. Si el ba no hubiera tenido problemas en la
Idris
, ¿habría retirado la bomba, o la habría dejado para que explotara por su cuenta? Bueno, si los hombres de Miles no podían arrancarle a su prisionero toda la historia, él conocía a unas cuantas personas que sí podrían.

—Bien —suspiró—. Ahora podemos irnos.

Los cansados ojos de Greenlaw se abrieron.

—¿Qué?

—Quiero decir… con su permiso, señora Selladora.

Ajustó la toma de su emisión vid a un ángulo más amplio, para que abarcara su siniestro entorno médico. Demasiado tarde para ajustar el equilibrio de color a un verde más enfermizo. También, posiblemente, sería redundante. La boca de Greenlaw, al verlo, dibujó una mueca de desazón.

—El almirante Vorpatril ha recibido un comunicado militar extremadamente alarmante…

Miles explicó rápidamente su deducción sobre la conexión entre el súbito aumento de tensiones entre Barrayar y su peligroso vecino cetagandés y los recientes acontecimientos en la Estación Graf. Tuvo cuidado al explicar el uso táctico de las escoltas de las flotas comerciales como fuerzas de despliegue rápido, aunque dudó que la Selladora pasara por alto las implicaciones.

—Mi plan es llegar yo mismo, con el ba, los replicadores y tantas pruebas como pueda reunir sobre los crímenes del ba, a Rho Ceta, y presentárselas al Gobierno de Cetaganda para exonerar a Barrayar de toda acusación de connivencia en esta crisis. Lo más rápido posible. Antes de que algún listillo, en cualquier bando, haga algo que, por decirlo bruscamente, convierta las últimas acciones del almirante Vorpatril en la Estación Graf en un modelo de constricción y sabiduría.

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