De verdad que no. Si no te quisiera tanto, me sentiría celosa.
No sé cómo puedes soportarlo. Verlos juntos, quiero decir. Cada vez que los miro, me pregunto por qué siguen casados.
Pues porque quieren estar casados.
No tiene sentido. Ya ni siquiera se dirigen la palabra.
Han pasado juntos por un infierno, y no tienen necesidad de hablar si no les apetece. Mientras quieran permanecer unidos, no es asunto nuestro cómo lleven su vida.
Ella era tan guapa… Y lo sigue siendo.
Está demasiado triste. Con esa melancolía ninguna persona puede ser atractiva.
Te detienes un momento para asimilar lo que acabas de decir. Entonces, desviando la vista de tu hermana, incapaz de mirarla mientras formulas la siguiente frase, añades:
Me da tanta pena de ella, Gwyn. No sabes cuántas veces he estado a punto de llamar a casa y decirle que ya está bien, que ya puede dejar de odiarse, que ya se ha castigado bastante.
Deberías hacerlo.
No quiero ofenderla. La compasión es un sentimiento abominable, sin valor; habría que embotellarlo y reservarlo para uno mismo. Cuando tratas de expresarla, sólo consigues empeorar las cosas.
Tu hermana te sonríe, de manera poco apropiada, te parece, pero cuando examinas su rostro y observas la expresión grave y pensativa de sus ojos, comprendes que estaba esperando que dijeras algo así, que siente alivio al ver que no estás tan amurallado ni eres tan frío como pretendes ser, que hay cierta humanidad en ti, después de todo. Te dice: Muy bien, hermanito. Quédate sudando en Nueva York, si te apetece. Pero, sólo para tu información, un viaje a casa de vez en cuando puede conducir a descubrimientos bastante interesantes.
¿Como cuáles?
Como la cajita que encontré debajo de mi cama la última vez que estuve allí. ¿Qué había dentro?
Un montón de cosas, en realidad. Por ejemplo, la obra de teatro que escribimos juntos en el instituto. Me estremezco al pensar en…
Ubu II, Rey.
¿Le echaste una mirada? No pude contenerme. ¿Y?
No es una maravilla, desde luego. Pero hay algunos diálogos divertidos, y dos de las escenas casi me hacen reír. Cuando Ubu manda detener a su mujer por eructar en la mesa, y eso de cuando Ubu declara la guerra a Estados Unidos para devolver luego el territorio a los indios.
Tonterías de adolescentes. Pero nos lo pasamos bien, ¿verdad? Me acuerdo de que nos revolcábamos de risa por el suelo y que después me dolía el estómago de tanto reír.
Nos turnábamos escribiendo frases, me parece. ¿O eran monólogos enteros?
Monólogos. Pero no me obligues a jurarlo ante un tribunal. Podría estar equivocado.
Estábamos locos entonces, ¿verdad? Los dos; a cual más. Y nadie se enteraba. Todos pensaban que éramos críos equilibrados, sensatos. La gente nos respetaba, nos tenía envidia, v en el fondo estábamos chalados.
De nuevo miras a tu hermana a los ojos, y notas que quiere hablar del gran experimento, una cuestión que ninguno de vosotros ha mencionado durante años. ¿Vale la pena entrar en ello ahora, te preguntas, o debes cambiar de tema y desviar la conversación? Antes de que llegues a decidirte, ella dice:
Y es que lo que hicimos aquella noche fue algo absolutamente demencial.
¿Eso crees?
¿Tú no?
En realidad, no. Tuve la picha escocida durante una semana, pero sigo recordándola como la mejor noche mia.
Gwyn sonríe, desarmada por tu despreocupada actitud hacia lo que la mayoría de la gente consideraría un crimen contra las leyes de la naturaleza, un pecado mortal. Y pregunta: ¿No te sientes culpable?
No. Me sentí libre de culpa entonces, y así me siento ahora. Siempre he supuesto que tú te sentirías igual.
Quiero sentirme culpable. Me digo a mí misma que debo sentirme culpable, pero lo cierto es que no. Por eso creo que estábamos locos. Porque aquello no nos dejó cicatrices.
No puedes sentirte culpable a menos que hayas hecho algo malo. Lo que hicimos aquella noche no era malo. No hicimos daño a nadie, ¿verdad? No obligamos al otro a hacer nada que no quisiera. Ni siquiera llegamos hasta el final. Lo que hicimos fue un experimento juvenil, nada más. Y me alegro de que lo hiciéramos. A decir verdad, lo único que lamento es que no lo repitiéramos.
Ah. Así que pensabas lo mismo que yo.
¿Por qué no me lo dijiste?
Estaba muy asustada, supongo. Tenía miedo de que si seguíamos haciéndolo, acabáramos metiéndonos en un verdadero lío.
Así que, en lugar de eso, te echaste novio. Dave Cryer, el rey de los animales.
Y tú te enamoraste de Patty French.
Agua pasada, camarada.
Sí, ya todo es agua pasada, ¿verdad?
Tu hermana y tú habláis del pasado, entonces, y del silencioso matrimonio de vuestros padres, de vuestro hermano muerto y de la farsa infantil que escribisteis hace años en unas vacaciones de primavera, pero esos asuntos no ocupan más que una pequeña fracción del tiempo que pasáis juntos. Consumís otra parte en breves conversaciones relativas al mantenimiento doméstico (compras, limpieza, cocina, pago del alquiler y recibos de la casa), pero la mayoría de las palabras que intercambiáis este verano se refieren al presente y al futuro, a la guerra de Vietnam, a libros y escritores, poetas, músicos y cineastas, así como a las historias que traéis a casa de vuestros trabajos respectivos. Tu hermana y tú siempre habéis hablado, siempre habéis mantenido un continuo y complejo diálogo desde vuestra primera infancia, y esa disposición a compartir pensamientos e ideas es probablemente lo que mejor define vuestra amistad. Resulta que estáis de acuerdo en la mayoría de las cosas, pero de ninguna manera en todas, y disfrutáis peleándoos por vuestras diferencias. Vuestras discusiones sobre los respectivos méritos de diversos escritores y artistas poseen, sin embargo, cierto aspecto cómico, pues rara vez ocurre que alguno de los dos convenza al otro para que cambie de opinión. Un buen ejemplo: los dos consideráis a Emily Dickinson la suprema poeta norteamericana del siglo XIX, pero mientras tú sientes debilidad por Whitman, Gwyn lo desprecia calificándolo de grandilocuente y vulgar, un falso profeta. Lees en voz alta uno de sus breves poemas líricos (El galanteo de las águilas) y ella sigue sin convencerse, diciéndote que lo siente, pero que un poema de águilas que folian en el aire la deja fría. Otra muestra: ella admira Middlemarcb más que ninguna otra novela, y cuando confiesas que nunca has pasado de la página 50, insiste en que lo intentes otra vez, cosa que haces, y vuelves a rendirte antes de llegar a esa página. Más ejemplos: vuestras posturas sobre la guerra y la política estadounidense es casi idéntica, pero con la perspectiva del reclutamiento esperándote en cuanto termines la universidad, te muestras más exaltado y vociferante que ella, y siempre que te lanzas a una de tus furiosas peroratas contra la administración Johnson, Gwyn te sonríe, se tapa los oídos con los dedos, y espera a que acabes.
A los dos os encantan Tolstoi y Dostoievski, Hawthorne y Melville, Flaubert y Stendhal, pero en esa etapa de tu vida no puedes soportar a Henry James, mientras que Gwyn sostiene que es el mayor de los gigantes, el coloso a cuyo lado todos los demás novelistas parecen pigmeos. Estáis en completa armonía en lo que se refiere a la grandeza de Kafka y Beckett, pero cuando le dices que Céline pertenece a ese grupo, se ríe de ti y lo tilda de maníaco fascista. Wallace Stevens sí, pero en el puesto siguiente tú colocas a William Carlos Williams, no a T. S. Eliot, cuya obra recita Gwyn de memoria. Defiendes a Keaton, ella a Chaplin, y mientras los dos os retorcéis de risa nada más ver a los Hermanos Marx, tu muy adorado W. C. Fields no le arranca a ella una sola sonrisa. En sus mejores momentos Truffaut os emociona a los dos, pero Gwyn encuentra pretencioso a Godard y tú no, y mientras ella canta las alabanzas de Bergman y Antonioni como idénticos maestros universales, tú le contestas de mala gana que sus películas te aburren. Ningún conflicto en lo que se refiere a la música clásica, con J. S. Bach en la cabecera de la lista, pero a ti te interesa el jazz cada vez más, mientras que Gwyn sigue aferrada al frenesí del rock and roll, que a ti apenas te dice ya nada. A ella le gusta bailar, y a ti no. Se ríe más que tú y fuma menos. Es una persona más libre y feliz que tú, y siempre que estás con ella, el mundo parece más luminoso y acogedor, un lugar en donde tu hosca e introvertida personalidad casi puede sentirse a gusto.
La conversación continúa a todo lo largo del verano. Habláis de libros y películas, de la guerra y el trabajo, de los planes para el futuro, del pasado y el presente, y también de Born. Gwyn sabe que estás sufriendo. Es consciente de que esa experiencia sigue siendo una pesada carga para ti, y una y otra vez te escucha pacientemente mientras cuentas la historia, la misma de siempre, la obsesión que se ha introducido en tu alma como un gusano para convertirse en parte integrante de tu existencia. Ella intenta tranquilizarte asegurándote que obraste como debías, que no podías haber hecho otra cosa, y mientras convienes en que no podrías haber evitado la muerte de Cedric Williams, sabes que tu cobarde vacilación en ir a la policía permitió a Born escapar sin castigo, y eso no te lo puedes perdonar. Hoy es viernes, el atardecer del primer fin de semana de julio, que has decidido pasar en Nueva York, y mientras tu hermana y tú estáis sentados a la mesa de la cocina, tomando las cervezas de después del trabajo y fumando, la conversación vuelve una vez más a Born.
Lo he estado pensando, dice Gwyn, y estoy prácticamente segura de que todo el asunto empezó porque Born se sentía sexualmente atraído hacia ti. No era sólo Margot. Sino los dos juntos.
Sorprendido por la teoría de tu hermana, te detienes un momento a considerar si tiene algún sentido, repasas dolorosamente tus intrincadas relaciones con Born desde esa nueva perspectiva, y al final dices que no, no estás de acuerdo.
Piénsalo, insiste Gwyn.
Lo estoy pensando, contestas. Si fuera cierto, se me habría insinuado. Pero no lo hizo. Nunca intentó tocarme.
No importa. Lo más probable es que ni siquiera él mismo fuera consciente de ello. Pero ningún hombre suelta miles de dólares a un veinteañero desconocido porque le preocupa su futuro. Lo hace movido por una atracción homoerótica. Born se enamoró de ti, Adam. Que lo supiera o no, no viene al caso.
Sigo sin estar convencido, pero ahora que lo mencionas, ojalá me hubiera hecho insinuaciones. Le habría sacudido un puñetazo en la boca y lo habría mandado a tomar por culo, y entonces nunca habríamos dado el paseo por Riverside Drive, y aquel muchacho, Williams, no habría sido asesinado.
¿Ha intentado eso alguien contigo?
¿El qué?
Otro hombre. ¿Te ha hecho proposiciones un hombre alguna vez?
Me han mirado de forma rara, pero nadie me ha dicho nunca nada.
Así que nunca lo has hecho.
¿Que no he hecho qué?
Tener relaciones sexuales con otro tío.
Cono, no.
¿Ni siquiera cuando eras pequeño?
¿De qué estás hablando? Los niños no pueden mantener relaciones sexuales. Es imposible; por la sencilla razón de que son pequeños.
No me refiero a que fueras un niño pequeño. Hablo de justo después de la pubertad. Trece, catorce años. Yo creía que a esa edad a todos los chicos les gusta masturbarse mutuamente.
A mí no.
¿Qué me dices de la famosa paja en círculo? Debes haber participado en una de esas sesiones.
¿Cuántos años tenía la última vez que fui a un campamento de verano?
No me acuerdo.
Trece… Debía tener trece, porque empecé a trabajar en el Shop-Rite a los catorce. En cualquier caso, el último año que fui al campamento unos chicos de mi cabaña hacían eso. Eran seis o siete, pero a mí me daba mucha vergüenza ir con ellos.
¿Vergüenza o asco?
Un poco de las dos cosas, supongo. El cuerpo masculino siempre me ha resultado un tanto repelente. No el tuyo, espero.
Me refiero al cuerpo de otros hombres. No siento deseo de tocarlos, ni de verlos desnudos. A decir verdad, a veces me he preguntado por qué las mujeres se sienten atraídas hacia los hombres. Si yo fuera mujer, probablemente sería lesbiana.
Gwyn sonríe ante lo absurdo de tu observación. Eso es porque eres hombre, te dice.
Y tú, ¿qué? ¿Has sentido atracción por otra chica?
Pues claro. Las chicas siempre andan enamoriscándose unas de otras. Va con el ambiente.
Hablo de atracción sexual. ¿Has deseado alguna vez acostarte con una chica?
Acabo de pasar cuatro años en una universidad de chicas, ¿recuerdas? En un círculo tan claustrofóbico como ése suceden cosas.
¿En serio?
Sí, en serio.
Nunca me lo has contado. No me lo has preguntado.
¿Tenía que hacerlo? ¿Qué hay del pacto de no tener secretos del sesenta y uno?
No es un secreto. No tiene suficiente importancia para que pueda calificarse de secreto. Para que conste, sólo para que no te lleves una falsa impresión, ocurrió exactamente dos veces. La primera, estaba colocada de hierba. La secunda, tenía una buena borrachera.
¿Y?
Las relaciones sexuales son lo que son, Adam, y no tienen nada de malo con tal de que ambas personas deseen mantenerlas. El cuerpo está para acariciarlo y besarlo, y si cierras los ojos, no importa mucho quién te está tocando y besando.
Como declaración de principios, no podría estar más de acuerdo contigo. Sólo quiero saber si disfrutaste, y si te gustó, por qué no lo has hecho más a menudo.
Sí, me gustó. Pero no enormemente, no tanto como me gusta acostarme con hombres. Al revés que tu impresión sobre el tema, adoro el cuerpo de los hombres, y siento un cariño especial por esa parte que poseen y que está ausente en el cuerpo femenino. Estar con una chica es bastante agradable, pero no tiene la fuerza de un buen revolcón clásico con alguien del sexo opuesto.
Disfrutas menos con el mismo esfuerzo.
Eso es. Segunda división.
La liga del chochete, para más exactitud.
Conteniendo una carcajada, Gwyn te lanza el paquete de tabaco y grita con falsa rabia: ¡Eres imposible!
Eso es precisamente lo que eres: imposible. En cuanto la palabra se escapa de labios de tu hermana, lamentas tu chiste sin gracia, y durante lo que queda de la velada y el día siguiente, ese término te golpea como una maldición, como una repulsa de lo que eres, de quién eres. Sí, imposible. Tu vida y tú sois imposibles, y te preguntas cómo demonios te las has arreglado para encontrarte en ese callejón sin salida de desesperación y odio hacia ti mismo. ¿Es Born el único responsable de lo que te ha sucedido? ¿Puede una sola y momentánea falta de valor haber erosionado tu confianza en ti mismo de manera tan profunda como para arrebatarte la fe en el futuro? Sólo hace unos meses ibas a prender fuego al mundo con tu brillantez, y ahora te consideras un inepto y un deficiente, una estúpida máquina masturbatoria atrapada en el aire viciado de un trabajo odioso, un don nadie. Si no fuera por Gwyn, pensarías en ingresar en algún hospital. Es la única persona con quien puedes hablar, la única con quien te sientes vivo. Y sin embargo, por feliz que seas al estar otra vez con ella, sabes que no puedes sobrecargarla con tus problemas, no puedes esperar que se transforme en el divino cirujano que te abra el pecho y te cure el corazón enfermo. Si tienes algo roto por dentro, tendrás que arreglártelo con tus propias manos.