Read Juan Carlos I el último Borbón : las mentiras de la monarquía española Online
Authors: Amadeo Martínez-Inglés
Tags: #Política, #Opinión
Y esa decisión sobre la futura formación de los jóvenes Juan Carlos y Alfonso de Borbón la tenía que tomar, lógicamente, el padre de ambos, don Juan, que, desde su cómodo retiro portugués, había iniciado ya una muy particular relación amor/odio con el generalísimo, ora conspirando contra él, ora colaborando con su régimen; todo ello de cara a una pronta restauración monárquica en su persona que él todavía creía factible en esos momentos si sabía manejar inteligentemente el poder de su derecho dinástico ante el caudillo español y las potencias democráticas occidentales.
Para conseguir sus planes de que los infantes vinieran a estudiar a España (de momento y debido a la corta edad de
El Senequita
, la medida sólo afectaría a
Juanito
) el general Franco urdiría una maquiavélica entrevista con el conde de Barcelona a bordo del yate
Azor
(emboscada política más bien, planificada ¡como no! por el cerebro gris de la trama: Luís Carrero Blanco) a la que el pretendiente no se pudo negar porque a esas alturas era ya consciente de la fortaleza del dictador, de que su régimen iba a sobrevivir a la victoria de las democracias occidentales sobre el nazismo y de que una futura restauración monárquica en España sólo sería posible con su plena aprobación.
La entrevista entre Franco y don Juan, pactada entre ambos sin el conocimiento siquiera del Consejo Político de este último (Gil-Robles, Sainz Rodríguez, Vegas Latapié, Dánvila, Sotomayor…), se llevaría a cabo el 25 de agosto de 1948. La puesta en escena fue preparada minuciosamente por el aparato del Estado franquista y resultó perfecta para los intereses del tirano, quien no tuvo ningún reparo en saludar efusivamente a don Juan cuando éste subió a bordo del yate, anclado en el golfo de Vizcaya, y hasta se permitió el lujo de soltar algunas lágrimas (de cocodrilo sin duda) que, por inesperadas, desconcertaron por completo, en un primer momento, al visitante. Éste, no obstante, enseguida se daría cuenta de la encerrona y hasta podría capear el temporal con decoro y con cierta fortaleza de ánimo contestando a las alabanzas del dictador sobre su extinto padre Alfonso XIII con severas críticas a la postura del régimen en relación con la monarquía, que no sólo era marginada en relación con importantes decisiones que le afectaban de manera prioritaria sino que era perseguida con saña en la persona de importantes personalidades relacionadas con la Casa de Borbón.
Esta primera entrevista Franco-don Juan se saldaría, a pesar de todo, con una clara victoria para un anfitrión que, prácticamente sin ninguna concesión por su parte y sin prometer nada a su invitado (todo lo contrario, dejándole muy claro que no pensaba renunciar a la jefatura del Estado mientras viviera), conseguiría de él su promesa de que su hijo mayor Juan Carlos dejara pronto su internado suizo de Friburgo y viajara a España para continuar sus estudios en Madrid.
Pero este acuerdo secreto entre caballeros, sería filtrado interesadamente por Franco a los medios de comunicación el 26 de octubre de 1948, obligando con ello al conde de Barcelona a telegrafiar urgentemente a Eugenio Vegas Latapié, su secretario político y preceptor del infante, para que acompañado de éste se presentara de inmediato en Lisboa al objeto de preparar su viaje a España. Así lo haría el fiel consejero y hábil político que, no obstante, no podría acompañar a Juan Carlos a Madrid por orden personal del dictador.
***
Después de esta sucinta y apretada ambientación histórica, que nos ha permitido recordar los preocupantes momentos que vivíamos los españoles al término de la Segunda Guerra Mundial, dentro de un Régimen franquista amenazado de muerte y con el tercer hijo varón de un rey destronado conspirando en la sombra para recuperar la corona perdida, vamos ya a personalizar, a adentrarnos en lo que nos interesa de verdad, a desarrollar la almendra del primer capítulo de un libro que nos va a permitir conocer la historia, la verdadera y desconocida historia, del último Borbón español, del sucesor de Franco a título de rey, de una persona, de un ciudadano en suma, aparentemente marginado del poder político en su condición de rey constitucional.
Hablamos de alguien con medievales prerrogativas regias como el ser inviolable y no estar sujeto a responsabilidad alguna por mor de una posibilista, pactada, consensuada y desconocida Constitución Española que fue aprobada sin que casi nadie se la leyera, todo hecho en base a una situación política y social desesperada.
Nos referimos a un monarca que ha mangoneado este país como ha querido durante los últimos treinta años, sobrepasando, ignorando y despreciando muchas veces a los gobernantes elegidos democráticamente por el pueblo soberano, al utilizar en su único beneficio a las Fuerzas Armadas, recibiendo información privilegiada y exclusiva de los servicios secretos militares, aprovechándose de los medios de los que un Estado democrático dispone para el mejor servicio de sus ciudadanos y no dudando en saltarse a la torera las leyes y la propia Carta Magna cuando le ha convenido a su corona.
Prestaremos, no obstante, mucha mayor atención (no olvide el lector que quien esto escribe es un historiador militar, un profesional con muchos años de servicio y acceso directo a informaciones reservadas que han permanecido en el mas absoluto de los secretos durante muchos años) a todo lo relacionado con su vida privada y pública a partir del año 1955, fecha ésta en la que inicia su peculiar andadura militar ingresando, a instancias de Franco, faltaría más, en la Academia General Militar de Zaragoza.
Así pues, sin más dilación, empecemos a conocer al célebre
Juanito
, un muchacho asustado, triste, introvertido, no muy inteligente, de diez años de edad, hijo mayor de don Juan de Borbón y que, en base al conciliábulo secreto pactado entre su augusto padre y Franco en la cubierta del
Azor
, llega a Madrid a bordo del
Lusitania Express
(conducido por un Grande de España, el duque de Zaragoza, vestido con un proletario mono azul) en la mañana del 9 de noviembre de 1948. Fue recibido, en la capital de la nación, por un siniestro y pequeño grupo de monárquicos conservadores teóricamente partidarios de don Juan, pero decididos a defender a ultranza unos privilegios de casta que en buena parte estaban garantizados con la supervivencia del régimen autoritario franquista.
Juan Carlos de Borbón (
Juanito
para todos los miembros de su familia que, a pesar de ser el mayor de los dos hermanos varones, siempre se referían a él por el diminutivo de su nombre, mientras el pequeño era, para todos, Alfonso a secas) había tenido, hasta el momento de su llegada a Madrid para educarse bajo la autoridad suprema de Franco, una niñez muy parecida a la de cualquier otro pequeño vástago de vieja familia real europea en el exilio. Pasó de internado en internado (en Suiza y Portugal), de soledad en soledad, con muy poco cariño familiar que llevarse al alma, con la exagerada autoridad paterna siempre sobre su cabeza (su padre el conde de Barcelona, un señor rencoroso y amargado que sólo vivía para recuperar la corona perdida, llegó a prohibir a su madre, María de las Mercedes, que le llamara por teléfono al colegio de los padres marianistas de Ville Saint-Jean, en Friburgo, donde estuvo educándose desde que cumplió los ocho años, a fin de endurecer su carácter), cumpliendo a trancas y barrancas con unos estudios que ni profesores particulares ni preceptores habían conseguido nunca sacar de la mediocridad y la rutina. Sus cortas e infrecuentes vacaciones en casa de sus padres nunca consiguieron otra cosa que aumentar su melancolía, su juvenil frustración y el sentimiento de abandono familiar en el que se sentía inmerso.
No obstante, su llegada a Madrid, en noviembre de 1948, iba a cambiar radicalmente su vida.
Elegido por Franco como delfín en potencia de su régimen político, como posible sucesor de su persona en la jefatura del Estado español (si cumplía las expectativas puestas en él, por supuesto), como aspirante a ceñir en su día la corona de sus antepasados, se acabarían para él la soledad y el anonimato al iniciar una larga etapa en su educación personal bajo la estricta supervisión de su autoritario protector, que comenzaría con una corta estancia en el atípico y selecto colegio ubicado en la finca Las Jarillas, una impresionante casa de estilo andaluz propiedad de don Alfonso Urquijo, amigo de su padre, situada a 18 kilómetros de Madrid y muy cercana al palacio de El Pardo. Allí su padre, con el preceptivo permiso del generalísimo, había organizado un elitista centro especial de formación para niños de sangre azul y de la alta burguesía madrileña bajo la dirección y tutela de unos cuantos reconocidos preceptores, entre los que sobresalían José Garrido Casanova, un granadino de ideas liberales y fundador del hospicio de Nuestra Señora de la Paloma, y Heliodoro Ruiz Arias, profesor de Educación Física y antiguo entrenador personal de José Antonio Primo de Rivera. Entre los nuevos compañeros de
Juanito
(ocho en total) se encontraban personajillos de poca edad pero con mucho futuro político y social como Alonso Álvarez de Toledo (hijo del marqués de Valdueza, que, al crecer en edad y sabiduría, se convertiría años después en una importante figura de las finanzas españolas), Carlos de Borbón-Dos Sicilias (primo hermano de Juan Carlos), Jaime Carvajal y Urquijo (hijo del conde de Fontanar), Fernando Falcó (más tarde marqués de Cubas)… y otros de menor estatus familiar pero que después harían brillantes carreras profesionales como Agustín Carvajal Fernández de Córdoba, Alfredo Gómez Torres o José Luís Leal Maldonado. Todos estos muchachos ayudarían a vestir el muñeco (que la propaganda del Régimen franquista siempre propaló) de una educación convencional, tradicional, efectiva, democrática y socialmente integradora para el que luego sería rey de España que para nada, como ocurriría con su formación castrense en las sucesivas Academias Militares, fue real.
El conde de Barcelona, que, aunque de mala gana, había accedido a los deseos de Franco de tomar bajo su tutela directa la educación de
Juanito
(siendo con ello blanco de las críticas más acerbas de su propio entorno monárquico, que desde entonces no dejó de acusarle de dejación de sus derechos dinásticos ante el dictador), recibiría muy pronto, no obstante, una sonora bofetada institucional del autoritario inquilino de El Pardo al negarse éste en redondo a que Juan Carlos ostentara el título de Príncipe de Asturias, habitualmente concedido al heredero del trono de España. Con esta inesperada negativa del ferrolano, que el pretendiente recibió en Estoril como un mazazo, emergían drásticamente a la superficie de la política española unos límites y unos deseos poco tranquilizadores del propio régimen en relación con la restauración monárquica y con la persona que en su día sería llamada a ocupar la Corona de España.
En consecuencia, la estancia del joven Juan Carlos de Borbón en Las Jarillas sería más bien corta. A finales de mayo de 1949, tras terminar el curso académico 1948-49, su padre, enfrentado nuevamente a Franco, le ordenó regresar a Estoril, donde permanecería nada menos que meses, hasta el otoño de 1950, en el que, esta vez acompañado de su hermano menor, Alfonso, regresaría a España a continuar sus estudios después de que el conde de Barcelona, asesorado espiritualmente nada menos que por el padre José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, reconsiderara su inicial negativa a que su hijo continuara su formación en España y decidiera que era bueno para la causa monárquica que sus dos vástagos varones se pegaran como lapas al invicto caudillo de España para que por lo menos uno de los dos pudiera rescatar la corona de sus antepasados, que él veía cada vez más difícil pudiera descansar algún día sobre sus ya plateadas sienes; todo ello máxime después de que su hermano mayor, don Jaime, alentado secretamente por Franco, anunciara a bombo y platillo, en diciembre de 1949, que consideraba nula la renuncia a sus derechos al trono de España, efectuada en la habitación de un hotel de Fontainebleau 16 años antes, alegando que su incapacidad física había remitido totalmente; y, sobre todo, después de que Franco autorizara públicamente los estudios en España de los dos hijos de don Jaime, Alfonso y Gonzalo de Borbón Dampierre.
***
En esta ocasión los dos hijos de don Juan no irían a Las Jarillas, el elitista y recogido colegio en las afueras de Madrid donde Juan Carlos había permanecido unos meses en su anterior etapa de formación institucional a cargo del aparato franquista, sino al palacio de Miramar, en San Sebastián, la antigua residencia de verano de la familia real española, paradisíaco lugar donde se había constituido un nuevo centro educativo
ad hoc
para que los infantes pudieran cursar sus estudios rodeados de un pequeño grupo de escogidos compañeros (16 en total) extraídos, como en Las Jarillas, de la más rancia aristocracia de la sangre y del dinero. Estos muchachos fueron divididos en dos «núcleos educativos», uno de la edad de
Juanito
y el otro de la de Alfonso, figurando en el grupo mayor, el que iba a arropar a Juan Carlos, la mayoría de sus antiguos compañeros de Madrid. En el capítulo de profesores casi todo permanecía igual: el director del colegio seguía siendo José Garrido Casanova; el padre Zulueta, un cura conservador y reaccionario, enseñaba latín y religión; Juan Rodríguez Aranda era el profesor de literatura e historia; Aurora Gómez Delgado, la única mujer entre el personal docente fijo, enseñaba francés; y entre los profesores no residentes cabe reseñar a la señora Mary War, que se incorporó a Miramar dos años después para enseñar inglés a los distinguidos niños allí recluidos.
De la etapa de Juan Carlos de Borbón y de su hermano en el palacio de Miramar, que duraría cuatro largos años, apenas se ha escrito y poco se sabe. Aurora Gómez Delgado, una de las poquísimas personas que ha puesto por escrito sus experiencias como profesora en tan atípico colegio donostiarra de enseñanza media, relata en sus
Memorias
que
Juanito
era un alumno bastante deficiente en matemáticas y algo mejor en humanidades, aunque lo que mas le apasionaba era montar a caballo, nadar, jugar al hockey sobre patines y al tenis. Era un muchacho que sentía frecuentes añoranzas de su casa y siempre esperaba con impaciencia sus vacaciones en Estoril, al lado de los suyos. De Franco siempre hablaba bien aunque no comprendía por qué en España criticaban con tanta frecuencia a su padre.