Jugando con fuego (3 page)

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Authors: Khaló Alí

Tags: #Humor, #Romántico, #Erótico

–Creo que alguien que antes de ahorcarse se entretiene en destrozar su casa, sus cosas y su vida es porque tiene un problema muy grande.

–¿Y qué tiene que ver eso con la maldad?

–No lo sé, pero es lo que pienso.

El agente comienza a llorar. Me parece surrealista todo esto que está ocurriendo. Creo estar delante del agente Andy, ayudante del sheriff Truman en
Twin Peaks
. La realidad siempre supera a la ficción, siempre. Si David Lynch fuese español ya sabría sin duda en quién se basó a la hora de crear a ese personaje.

El juez procede al levantamiento del cadáver, en este caso, a bajarlo del techo donde cuelga y danza de vez en cuando haciendo círculos.

Es difícil mantenerle la mirada a un muerto, pero más a este. Es como si antes de morir hubiese visto un fantasma, algo que no se esperase y exigiese, incluso muerto, una explicación. Las palabras del policía mojigato comienzan a tomar forma en mi cabeza. Ya no me parecen tan desencaminadas.

–¿Quién es? –pregunto.

–Aún no tenemos sus datos pero es un varón blanco, metro ochenta –contesta el agente García.

–Eso puedo verlo yo solito –le interrumpo–, pensé que podrías decirme algo más.

–No, aún no. En cuanto sepa algo te informo.

–Ok, voy a la comisaría, tengo que hablar con el jefe.

El ascensor tarda en subir y decido bajar por las escaleras, tampoco son tantos pisos. Mientras, sigo dándole vueltas en mi cabeza a su mirada. No sé, me suena mucho su cara, yo he visto a este chico en algún sitio. No recuerdo habérmelo follado ni nada de eso pero estoy seguro de haberle visto en alguna parte.

Me pongo el casco y arranco mi moto. La sensación de libertad que te da conducir no tiene comparación con nada. Me siento poderoso, seguro de mi mismo. Acelero por la autovía para sentir el aire en mi cara. Me gusta sentirme así, invencible, insuperable. Hay momentos en los que creo que nadie podrá conmigo.

Cuando llego al curro el agente García me está esperando. No sé cómo cojones lo habrá hecho para llegar más rápido que yo, pero encima tiene un montón de datos que poner encima de la mesa.

–Lo tengo –me dice.

–Desembucha.

–Se llamaba Javier Giner. Treinta años recién cumplidos. Estuvo mucho tiempo trabajando a las órdenes de un director de cine muy importante.

–¿Trabajaba en el mundo del cine? –pregunto curioso.

– Se ocupaba de las relaciones internacionales o algo así.

–¿Qué más?

–Llevaba varios años viviendo aquí en Madrid.

–¿De dónde era?

–Barakaldo, Vizcaya, y un dato curioso…

–¿Un dato curioso?

–Sí, había publicado una novela.

–¿Una novela? ¿Y qué tiene eso de curioso?

–No sé, pero me pareció que podía ser interesante –me dice.

–No entiendo por qué, pero bueno… Cientos de personas publican libros. En fin, vale, buen trabajo. Sigue investigando y si averiguas algo más…

–Descuida, en cuanto sepa algo te aviso.

–¿Cuándo estará el informe de la autopsia? –pregunto intrigado.

–Mañana por la mañana a primera hora.

–Perfecto.

–Lo entierran a las once y media de la mañana.

–Supongo que entonces mañana será un día largo. Tendremos que ir a controlarlo todo, tal vez alguien pueda darnos alguna pista.

–¿Alguna pista de qué?

–De por qué se suicidó –comento.

–Pero… ¿No te parece que eso se sale de nuestro trabajo?

–Sí, tienes razón. Es que hay algo en todo esto que me suena bastante raro.

–¿Raro?

–Sí –afirmo contundentemente.

–¿Qué hay de raro en que un chico se suicide? Es algo que pasa todos los días.

–Su mirada.

–¿Qué?

–Una persona que se suicida no te pide explicaciones con su mirada –increpo.

El agente García se queda dubitativo y yo decido volver a casa a la espera de nuevas noticias.

El día ha sido bastante largo. De camino a casa pillo un
kebap
en un turco y algo de hachís. Después de cenar me preparo un porro bien cargado. Al contrario que a la mayoría de la gente a mí me despeja, me ayuda a pensar, me deja ver las cosas desde otra perspectiva, otro punto de vista.

Me encanta cómo huele el hachís, y parece que a mi vecino también porque en cuanto le llega el olorcillo se presenta en casa. Siempre ando desnudo, me gusta pasearme como Dios me trajo al mundo. Me pongo un pantaloncillo corto de esos de hacer gimnasia y abro la puerta.

–Hola.

–Hola Sergio –saludo.

–He alquilado la última película de François Ozon y pensé que tal vez te apetecería verla.

–Claro, pasa –le digo mientras me aparto de la puerta y dejo la entrada libre, no sin antes dibujar una sonrisa en mi cara correspondiendo a la que él lleva dibujada en la suya.

Sergio pasa y se queda de pie en medio del salón, como cortado.

–No te quedes ahí como un pasmarote. ¡Sientate! –le grito amistosamente.

–Gracias –me dice tímido.

–¿Quieres? –le pregunto tendiéndole el porro.

–Sabes que sí.

–¿Qué pasa, que lo hueles desde tu casa o qué? –interrogo mientras me río.

–Bueno, ya sabes…

–No, yo lo único que sé es que es encender un porro y sonar el timbre.

–Bueno vale, soy un poco fumeta.

–¿Un poco fumeta? Tú lo que eres… Mejor me callo –suelto mientras ambos nos reímos y nos seguimos pasando el canuto.

–Peor es lo tuyo –me dice al rato.

–¿Por…?

–Coño, porque eres poli.

–¿Y qué tiene eso que ver?

–Se supone que arrestas a la gente que trafica con drogas y luego tú eres un consumidor.

–La droga debería estar legalizada.

–¿En serio? –me pregunta.

–Ahorraría muchos problemas a esta sociedad.

–¿Qué problemas?

–No tengo ganas de hablar de eso.

–¿Pongo la peli?

–Hoy he tenido un día horrible –comento.

–¿Has matado a alguien?

–No, peor. Hemos encontrado un muerto.

–¿Y por qué es peor?

–Porque cuando lo matas tú sabes por qué lo haces. Porque probablemente algo ha hecho mal, está a punto de hacerlo o va a matarte él a ti. Cuando lo encuentras y ya está muerto hay que averiguar por qué lo está y eso puede deberse a muchos más factores.

–Joder, vaya mierda, creo que no podría hacer tu trabajo.

–Ni yo el tuyo. Cada uno tiene lo que quiere –sugiero amablemente mientras doy una larga calada.

–Oye pásalo, que eres un agonía.

–Perdona pero es mi porro.

–¿No querías compartirlo?

–Tendrás morro, anda acábatelo y pon la peli, que me está entrando sueño.

–Vale.

Sergio da una última calada al cigarrillo de la risa y lo aplasta contra un cenicero. Mete el DVD en el reproductor y busca el mando.

–Lo tengo yo –le digo.

–Ah, vale.

–Espero que esté bien la peli.

–Calla que empieza.

–«Cazzo, presents» –leo en la pantalla.

–¡Mierda! –grita Sergio.

–¿Qué ocurre? –pregunto intrigado.

–Creo que me he equivocado de película.

–¿Y eso?

–No sé, no me di cuenta.

–Joder, vaya si te has equivocado.

–Es una peli porno –me especifica.

–No hace falta que me lo digas, ya me había dado cuenta.

–Creo que debería resarcirte por mi error –me dice Sergio.

–¿Qué vas a hacer?

–Tú déjame a mí.

Sergio se abalanza sobre mí y comienza a besarme. Sus labios son carnosos y su lengua muy húmeda. Tengo que reconocer que me encanta cómo besa. También me gusta que cada vez que encienda un porro aparezca en mi casa con la excusa de ver una película que ha alquilado. Siempre trae una porno.

Le gusta morder más de la cuenta y no entiendo por qué, pero eso tiene un efecto en mí que me pone muy cachondo. Apenas me ha mordido un par de veces, me ha dado dos besos y me ha metido la lengua en la boca, cuando mi verga ya está apuntando al cielo. Mi vecino no tiene un cuerpo diez, al contrario, incluso le sobran algunos kilos, pero sabe cómo jugar para parecer y ser morboso. Jugar, de eso se trata. El sexo es un juego, siempre. A veces me divierto más follando con él que con el mejor de los trofeos que pille en cualquier garito.

El porro también me pone muy cachondo, no sé por qué. Me hace follar sin parar. Una y otra vez, una y otra vez, sin parar. El jovencito está sentado encima mío mientras me besa y me muerde. Yo no puedo resistirlo y le arranco la camiseta. Tiro con todas mis fuerzas hasta que consigo romperla por la espalda, dejándole con el torso desnudo. Él gime, no se lo esperaba, pero parece que le ha gustado. Lo beso y con mi mano abarco una de sus tetas, que son grandes y pronunciadas.

Su boca succionadora recorre ahora mis tetillas, con cuidado, porque sabe lo de mi
piercing
. Yo sé que no estará mucho por ahí, porque sé cual es el punto débil de mi amigo. Mi rabo le vuelve loco. Dicho y hecho. Me pongo de pie para que le sea más fácil el acceso y, en vez de bajarme los pantalones, empieza a mordisquear con sus enormes labios la silueta de mi polla. Siento cómo palpita en su boca. Cuando ve que tengo los ojos en blanco de lo caliente que estoy y ya me ha dado varios suculentos bocaditos, baja mi pantalón e intercepta al vuelo aquel cacho de carne, que va a parar directo a su garganta. De un trago, hasta el fondo. Su lengua se enrosca como si de una serpiente venenosa se tratase. Aprieta mi nardo y lo intenta asfixiar. Parece que quisiese dejarlo seco, sacar hasta la última gota. La chupa rápido, luego más despacio, cambiando el ritmo. Entera y luego sólo la punta. Sabe cómo me gusta y cómo tiene que hacerlo para no dejarme correr. Con su mano agarra mis pelotas. Su lengua se pierde bajo mi prepucio buscando algún escondite secreto y con el
piercing
que tiene en ésta juega con mi frenillo. Más tarde recorre con la misma las venitas que habitan mi aparato, ahora duras y tensas. A Sergio le gusta que me haya afeitado los huevos, les dedica una atención especial cuando nunca antes les había hecho mucho caso. Su lengua es el arma más poderosa que posee. La forma de lamerme los huevos me lleva al cielo. Con una de sus manos estruja mi falo chupando todo lo que sale de la punta, transparente y limpio, elixir sabroso. Su mano sube y baja a lo largo de mi porra. Con cada bajada mi glande queda al descubierto y cada vez que esto ocurre lo lame. Estoy a punto de correrme y él lo sabe, por eso abre su boca y, poniéndola bien cerca, me indica lo que quiere que ocurra a continuación. Mis gemidos de placer son la banda sonora de la historia. En la pantalla hay un tío haciéndole a otro un
fist fucking
. En la vida real el cabrón de mi vecino me está haciendo la mamada del siglo. No puedo más, noto la contracción en mis pelotas y comienzo a correrme. Lo hago abundantemente. El primer chorro en su cara, el resto en su boca. Sergio traga sin pensar. No le hace ascos a mi leche, al contrario, parece que le encanta. Cuando deja de brotar aquel fluido blancuzco vuelve a meterse mi pepino en su boca y lo deja bien limpio, reluciente.

–Cabrón, vaya boca que tienes –le digo mientras intento recuperar el aliento.

–¿Te ha gustado?

–¿Que si me ha gustado? Me ha encantado. La chupas de vicio.

–Me alegro. Ahora debo irme.

–Espera ¿y tú? –pregunto señalando el bulto que provoca su erección.

–Tengo que irme, otro día.

–¿Seguro?

–Sí, no te preocupes. Me esperan en casa.

–Vaya, pues gracias –le digo extrañado.

–A ti, por invitarme a pasar.

–El gusto es mío.

Una vez sólo, y con mi pene de nuevo en reposo, me hago otro porro. Esta vez me lo fumo solo, pausadamente, disfrutándolo. Noto cómo los ojos me hacen chirivitas y la cabeza se me va un poco. Hace calor, me apetece salir. Me visto y me voy de caza. A esta hora el
Strong
ya está abierto.

CAPÍTULO TRES: JOTAELE

«”Siempre confié en la bondad

de los desconocidos”».

El diario de JL

«Los polvos que nunca echétienen un sabor especial,

una mezcla de alegría y nostalgia,de dulzura y vacío,

quizá porque, como nunca se materializaron,

la imaginación los crea y los recrea sin chocar con la realidad y la decepción que muchas veces

impregna los que finalmente se echan».

El diario de JL

«Dime que esto está pasando

y no es un mal efecto de la cerveza».

Abriendo puertas

Hace una noche fantástica, apetece pasear. Voy camino del cuarto oscuro más grande de España, el
Strong
. Me he puesto unos vaqueros bastante apretados, para marcar bien, y una camiseta sin mangas. Los pantalones son tan ajustados que tengo que recolocarme el paquete varias veces porque me molesta.

Cuando entro no se ve todavía mucho movimiento de gente, es temprano. Me siento en la barra y me pido un whisky con coca-cola. El camarero me lo pone y me sonríe, no sé si porque quiere follarme o porque le obligan a ser amable con todo el mundo. Supongo que será lo segundo, nunca me fío.

–Te invito a una copa –me dice un tío que está sentado a mi lado y en el que no me había fijado hasta ahora.

–Gracias, pero ya tengo una.

–Pues la siguiente pago yo.

–Tal vez en otra ocasión –le digo tratando de no resultar borde.

No soporto a los cazadores de barra, se mantienen ahí agazapados, esperando a sus víctimas y en cuanto las divisan, ¡zas!, al cuello. El tío mantiene una sonrisa mientras me mira de arriba a abajo. Me está comiendo con la mirada. Inevitablemente me fijo también en él. No está mal. Un poco bajito para mi gusto, pero no está mal. Lleva un rollo deportista tipo «bakala» que me pone un poco. Me encantan los tíos que llevan gorra y pantalón de chándal, que siempre marca todo lo que debe. Se me empieza a poner morcillona, así que me piro a dar una vuelta, quiero ver qué se cuece. El tipo me despide levantando la mano a modo de adiós, yo hago lo mismo.

–Ya sabes dónde estoy –me suelta.

–Descuida, lo tendré en cuenta.

Es un tipo gracioso, por un momento estoy a punto de volverme y violarlo ahí mismo, en la barra. Unos segundos después, pensándolo fríamente, me contengo y me abstengo de dar un espectáculo de ese calibre, no por vergüenza sino porque acabo de llegar y me lo quiero tomar con algo de calma.

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