Read Kafka en la orilla Online

Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

Kafka en la orilla (15 page)

Nakata relajó todos los músculos, apagó el interruptor de su mente y entró en una especie de estado de conexión panorámica. Para él, aquello era algo normal desde su infancia, una práctica cotidiana que realizaba sin darse cuenta apenas. Poco después estaba errando ya como una mariposa por las lindes del ámbito de la conciencia. Más allá se extendía un negro abismo. A veces trascendía la frontera y flotaba por encima de ese abismo, negro y vertiginoso. Pero Nakata no temía ni la profundidad ni la negrura de éste. ¿Por qué había de temerlas? Aquel mundo oscuro sin fondo, aquel silencio opresivo, aquel caos, eran sus queridos amigos de siempre, ya habían pasado a formar parte de él. Y eso Nakata lo sabía muy bien. En ese mundo no existen las letras, ni existen los días de la semana, ni existe el temible señor gobernador, ni existe la ópera, ni existen los BMW. Tampoco existen las tijeras, ni los sombreros de copa. Pero, por otro lado, tampoco existe la anguila, y tampoco existen los bollos. Allí está
todo
. Pero no hay partes. Y como no hay partes no hay ninguna necesidad de reemplazar una cosa por otra. Tampoco es preciso quitar o añadir nada. Basta con que el cuerpo se sumerja en el
todo
. Sin necesidad de razonamientos complicados. Y para Nakata no podía haber nada mejor.

A ratos se amodorraba. Pero, aunque durmiera, sus honestos cinco sentidos mantenían una estrecha vigilancia sobre el solar. Si ocurría algo, si se acercaba alguien, él sería capaz de abrir los ojos y de actuar. El cielo estaba cubierto de unas chatas nubes grises parecidas a una alfombra. Pero, al menos de momento, no parecía que fuera a llover. Los gatos lo sabían y Nakata también.

11

Cuando acabo de hablar, ya son altas horas de la noche. Sakura, con el codo hincado en la mesa de la cocina, escucha atentamente mi relato. Sólo tengo quince años, estudio enseñanza media, le robé dinero a mi padre y me escapé de casa, del distrito de Nakano. Me alojaba en un hotel de la ciudad de Takamatsu y, durante el día, iba a leer a la biblioteca. De repente, me encontré tumbado en el recinto de un santuario sintoísta, cubierto de sangre. Eso es todo. Claro que son muchas las cosas que me callo. Cuesta mucho decir las cosas que importan de veras.

—¿O sea que tu madre se fue de casa llevándose sólo a tu hermana mayor? ¿Dejándoos a tu padre y a ti, que acababas de cumplir cuatro años?

Saco de la cartera la fotografía de la playa y se la enseño.

—Ésta es mi hermana. —Sakura la contempla unos instantes. Luego me la devuelve sin decir nada—. Y no he vuelto a verla —digo—. Tampoco a mi madre. Jamás he tenido noticias de ella, tampoco sé dónde está. No recuerdo cómo era su rostro. No me queda ninguna fotografía suya. Pero recuerdo su olor. Y su tacto. Pero de su cara no logro acordarme de ninguna de las maneras.

—¡Humm! —dice ella. Aún con el codo hincado en la mesa me mira entrecerrando los ojos—. Esto es muy fuerte.

—Tal vez.

Ella continúa mirándome en silencio.

—¿Y con tu padre no te llevabas bien? —me pregunta ella un poco después.

¿No me llevaba bien?
¿Qué diablos debería responderle? Me limito a sacudir la cabeza sin decir nada.

—No, claro. Vaya estupidez. Si te hubieras llevado bien con él, no te habrías escapado de casa —concluye Sakura—. Es decir, que te fuiste de casa y hoy, de repente, has perdido el conocimiento o la memoria.

—Sí.

—¿Y te había sucedido antes una cosa así?

—Sí, a veces —le respondo con sinceridad—. Se me sube la sangre a la cabeza, es como si se me cruzaran los cables. Alguien aprieta un interruptor dentro de mi cabeza y mi cuerpo empieza a ir por delante de mis pensamientos. El que está allí soy yo, pero, al mismo tiempo, es como si no lo fuera.

—¿Pierdes el control de ti mismo y actúas de manera violenta?

—Algunas veces me ha sucedido —reconozco.

—¿Has hecho daño a alguien?

Asiento.

—Dos veces. Pero no fue gran cosa.

Ella reflexiona un poco.

—¿Entonces crees que esta vez te ha ocurrido algo parecido?

Sacudo la cabeza.

—Nunca había sido tan terrible. Es que, esta vez…, ni siquiera sé cómo he perdido el conocimiento, tampoco puedo recordar qué he hecho mientras tanto. Se me ha borrado por completo de la memoria. Jamás me había sucedido algo tan espantoso.

Ella mira la camiseta que he sacado de la mochila. Inspecciona cuidadosamente los restos de sangre que no se han llegado a quitar.

—Y, entonces, lo último que recuerdas es haber cenado. Al anochecer, en el local cerca de la estación.

Asiento.

—Y no recuerdas nada más. A continuación, ya estabas detrás del santuario, tumbado entre las plantas. Y habían transcurrido unas cuatro horas. Tu camiseta estaba empapada en sangre y sentías un dolor sordo en el hombro izquierdo.

Vuelvo a asentir. Ella saca de algún sitio un plano de la ciudad, lo despliega sobre la mesa y calcula la distancia que hay entre la estación y el santuario.

—No está muy lejos, pero es una distancia considerable para recorrerla andando. ¿Por qué habrás ido hasta allí? Tomando la estación como punto de partida, el hotel se encuentra justo en la dirección opuesta. ¿Habías estado allí antes?

—Nunca.

—A ver, quítate la camisa —dice ella.

Me la quito y, cuando quedo desnudo de cintura para arriba, ella se pone a mis espaldas y me estruja el hombro izquierdo con fuerza. Las puntas de sus dedos me muerden la carne, se me escapa un gemido. Sakura tiene bastante fuerza.

—¿Duele?

—Bastante —digo.

—O bien chocaste con todo tu ímpetu contra algo o bien te golpearon.

—No lo recuerdo.

—Sea como sea, no creo que te hayas roto nada —dice ella.

Palpa de diversas formas la zona dolorida. El tacto de sus dedos, acompañado o no de dolor, es extrañamente agradable. Cuando se lo digo sonríe.

—Se me dan muy bien los masajes. Tengo bastante talento. Por eso puedo vivir trabajando de peluquera. Si sabes hacer masajes, eres bien recibida vayas a donde vayas. —Continúa masajeándome el hombro. Luego dice—: ¡Bah! No es nada serio. Posiblemente bastará con que duermas una noche para que te deje de doler.

Coge la camiseta, la mete en la bolsa de plástico y la tira al cubo de la basura. La camisa tejana, tras una breve inspección, la arroja dentro de la lavadora del cuarto de baño. Luego abre el cajón de la cómoda y, tras rebuscar un poco en su interior, saca una camiseta blanca y me la da. Todavía está nueva. Pone:
MAUI WHALE WATCHING CRUISE
. En ella hay dibujada la cola de una ballena emergiendo de la superficie del mar.

—Es la camiseta más grande que hay. No es mía, pero no creo que le importe. Tiene toda la pinta de ser un
souvenir
que le trajo alguien. Aunque no te guste, póntela.

Me la paso por la cabeza. Es de mi talla.

—Si quieres, puedes dejártela puesta —dice.

Le doy las gracias.

—Eso de no recordar lo que has hecho durante tanto tiempo, ¿te había sucedido antes?

Asiento. Cierro los ojos, experimento el tacto nuevo de la camiseta, aspiro su olor.

—¿Sabes, Sakura? Tengo mucho miedo —le confieso—. Tanto que no sé qué hacer. Durante ese vacío de cuatro horas, tal vez le haya hecho daño a alguien. No recuerdo en absoluto qué he hecho. Pero yo estaba cubierto de sangre. Suponiendo que haya cometido un crimen, por más que no recuerde nada, desde el punto de vista legal sigo siendo responsable de mis actos, ¿verdad?

—Es posible que sólo sea sangre de la nariz. Que alguien caminara distraído, se golpeara contra un poste eléctrico, le saliera sangre de la nariz y que tú simplemente lo ayudaras. ¿No te parece posible? Entiendo a la perfección que estés preocupado, pero hasta mañana es mejor que trates de no pensar en nada malo. Por la mañana traen el periódico, dan las noticias por televisión y enseguida sabrás si ha pasado algo grave por esta zona. Y luego ya pensarás con calma qué debes hacer. ¿No crees que es mejor esperar? La sangre puede derramarse por varias causas y, a menudo, las cosas no son tan graves como parecen. Yo soy mujer y estoy acostumbrada a ver todos los meses cantidades parecidas de sangre. ¿Entiendes a qué me refiero?

Asiento. Noto que me he sonrojado un poco. Sakura echa Nescafé dentro de un tazón y pone agua a calentar en un cazo. Atiende fumando hasta que el agua rompe a hervir. Da unas cuantas caladas al cigarrillo y lo apaga sumergiéndolo en el agua. Huele a humo mezclado con mentol.

—Oye, ¿puedo hacerte una pregunta indiscreta? ¿Te importa?

Le respondo que no.

—Tu hermana mayor era adoptada, ¿verdad? Es decir, que la habían adoptado antes de que tú nacieras.

—Sí —le digo.

No sé por qué, pero mis padres adoptaron una niña. Después nací yo.

Posiblemente
sin buscarlo ellos
.

—¿Entonces tú eres sin duda hijo de tu madre y de tu padre?

—Sí, que yo sepa —digo.

—Y a pesar de ello tu madre, cuando se fue de casa, no te llevó a ti consigo sino a tu hermana, que no era hija suya —dijo Sakura—. Por lo habitual, una mujer no haría eso.

Permanezco en silencio.

—¿A qué crees que se debió?

Niego con la cabeza.

—No lo sé —respondo.

Era una pregunta que me había hecho a mí mismo millones de veces.

—Y tú te sientes herido por ello, claro.

¿Me siento herido?

—No lo sé. Pero yo, aunque me casara, no querría tener hijos. Porque no tengo la menor idea de cómo debería tratarlos.

Sakura dice:

—Mi caso no es tan complicado como el tuyo, yo jamás me llevé bien con mis padres y, por ese motivo, hice un montón de tonterías. Así que te entiendo muy bien. A pesar de todo, te diré que es mejor no tomar decisiones tajantes tan pronto. Porque en este mundo no existen los absolutos.

Todavía de pie ante la cocina de gas, Sakura se toma un tazón grande y humeante de Nescafé. En el tazón hay un dibujo de Moomin. No dice nada. Yo tampoco.

—¿No tienes a nadie que te pueda ayudar, algún pariente por ejemplo? —pregunta poco después.

—No —le digo. Por lo visto, mis abuelos paternos murieron hace mucho tiempo y mi padre no tiene ni hermanos, ni hermanas, ni tíos, ni tías. Jamás he intentado comprobar si era verdad o mentira. Pero, como mínimo, lo que sí es cierto es que jamás hemos mantenido contacto alguno con ningún pariente. Y de la familia de mi madre nunca hemos hablado. Ni siquiera sé cómo se llamaba ella. Así que no tengo ni la más remota idea de si tenía parientes.

—Por lo que cuentas, tu padre parece un extraterrestre —dice Sakura—. Llega solo a la Tierra procedente de alguna estrella, adopta forma humana, secuestra a una terrícola y te tiene a ti. Para reproducir su especie. Tu madre se entera y huye aterrada. Parece una película negra de ciencia ficción.

No sé qué decir. Permanezco en silencio.

—Es sólo una broma —dice. Y, para subrayarlo, esboza una sonrisa—. En resumen, que en este mundo sólo te tienes a ti mismo.

—Creo que sí.

Ella permanece un rato apoyada en el fregadero tomándose el café.

—Tendría que dormir un poco —dice Sakura como si se acordara de repente. Las agujas del reloj marcan las tres—. Me levanto a las siete y media y mucho no podré dormir, pero es mejor que dé una cabezada. Es muy duro trabajar habiendo pasado la noche en blanco. ¿Qué vas a hacer tú?

Le respondo que llevo un saco de dormir y que, si le parece bien, puedo instalarme en un rincón de la habitación y que intentaré no molestarla. Saco de la mochila un saco de dormir plegado muy pequeño, lo extiendo y lo hincho. Ella me contempla impresionada.

—Pareces un
boy scout
—dice.

Apaga la luz, se mete en la cama y yo, dentro del saco, cierro los ojos e intento dormir. Pero no puedo conciliar el sueño. Tras los párpados tengo impresa la imagen de la camiseta blanca manchada de sangre. Noto en la palma de la mano aquella sensación a quemado. Abro los ojos y contemplo el techo. En algún lugar rechina el suelo. En algún lugar corre el agua. En algún lugar vuelve a oírse la sirena de una ambulancia. Muy lejos, pero en la oscuridad de la noche resuena de un modo extrañamente vívido.

—Oye, ¿no puedes dormir? —me pregunta en voz baja desde el otro lado de la oscuridad.

Le respondo que no.

—Yo tampoco. Quizá sea porque he tomado café. Debería habérmelo pensado dos veces.

Enciende la luz de la cabecera de la cama, mira la hora y vuelve a apagarla.

—No pienses lo que no es —dice—. Pero si quieres, ven. Dormiremos juntos. Yo tampoco puedo pegar ojo.

Salgo del saco y me meto en su cama. Voy en camiseta y bóxers. Ella lleva puesto un pijama de color rosa pálido.

—¿Sabes? Yo tengo un novio en Tokio. No es gran cosa, pero es mi novio. O sea, que yo no hago el amor con otros hombres. Aunque no lo parezca, soy una persona muy seria con respecto a esas cosas. Chapada a la antigua. Hace tiempo hice mucho el loco, pero eso se acabó. Ahora soy una persona formal. Así que no pienses cosas raras. Tú y yo somos como hermanos, ¿entiendes?

—De acuerdo —le digo.

Ella me pasa un brazo alrededor de los hombros y me atrae suavemente hacia sí. Luego me apoya la mejilla en la frente.

—Pobrecillo —comenta.

No hace falta decir que tengo una erección. Y mi pene acaba topando con su muslo.

—¡Ostras! —exclama ella.

—No tengo mala intención —me disculpo yo—. Pero no puedo evitarlo.

—Ya lo sé —dice—. Es un engorro. Lo sé muy bien. Eso no hay modo de pararlo.

Asiento en la oscuridad.

Tras pensárselo un poco, Sakura me baja los bóxers, me saca el pene duro como una piedra y lo sujeta con delicadeza. Como si quisiera comprobar algo. Como cuando un médico te toma el pulso. Siento el tacto de la palma de su mano, liviano como un pensamiento, alrededor de mi pene.

—¿Cuántos años tiene ahora tu hermana?

—Veintiuno —digo—. Seis más que yo.

Sakura reflexiona unos instantes.

—¿Te gustaría verla?

—Tal vez —le digo.

—¿Tal vez? —Me agarra el pene con un poco más de fuerza—. ¿Qué quieres decir con «tal vez»? ¿Acaso no te apetece mucho verla?

—Es que no sabría qué decirle y, además, quizá sea ella la que no quiera verme a mí. Y lo mismo por lo que respecta a mi madre. Quizá ni la una ni la otra quieran verme. Quizá ni la una ni la otra me necesiten. En primer lugar, fueron ellas las que se fueron, ¿sabes?

Other books

Hollywood Assassin by Kelly, M. Z.
Eye of the Oracle by Bryan Davis
Tamed by Rebecca Zanetti
A Simple Plan by Scott Smith
A Stolen Childhood by Casey Watson
Heaven Is for Real: A Little Boy's Astounding Story of His Trip to Heaven and Back by Todd Burpo, Sonja Burpo, Lynn Vincent, Colton Burpo
Shelter in Seattle by Rhonda Gibson