La biblia de los caidos (26 page)

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Authors: Fernando Trujillo

—Y encima nos vacila la tía —dijo el niño—. ¿Cómo sabías que buscábamos una página?

—¿Qué otra cosa podía interesaros tanto? —se rio la centinela—. Sé que Mikael sospechaba que Mario tenía una. Envió a un centinela hace unos meses a robarla, pero no la encontró. Estáis perdiendo el tiempo, Mario no la tiene.

Sara ya no podía dudar de la existencia de ese libro. Si un ángel andaba tras sus páginas, era obvio que existía. ¿Serían ciertas las demás historias sobre la Biblia de los Caídos?

El Gris dejó de andar y mostró un gesto de visible irritación:

—¿Alguien va a aportar alguna idea para el exorcismo? El que se quiera ir, que lo haga; el que se quede, que ayude, o al menos que no moleste. Voy a expulsar a ese demonio solo si es preciso.

Se produjo un silencio incómodo. Álex se estaba conteniendo, Sara lo veía en sus ojos negros. Diego parecía indeciso, miraba a Plata continuamente, que seguía roncando con un volumen difícil de creer.

—Yo no sé casi nada —dijo Sara intentando colaborar—, pero ¿no puede ser que simplemente sea muy fuerte el demonio y se niegue a salir?

—Desde luego es muy fuerte —confirmó el Gris—. Pero si es capaz de resistir en el cuerpo del huésped, llevando tan solo cuatro días dentro, es algo nuevo. Normalmente, les lleva años fundirse de esa manera con el alma poseída.

La rastreadora buscó otra explicación. No podía ser tan difícil.

—¿Con los anteriores exorcismos siempre funcionaba el truco?

—A veces el demonio lograba escapar —explicó el Gris—, pero siempre abandonaba el cuerpo de la víctima.

—Tal vez el niño metió la pata grabando las runas —sugirió Álex.

—¡Eh, eh! Cuidadito con lo que largas, macho —se enfadó Diego—. Las runas están de puta madre. Compruébalas antes de acusarme, o mejor aún, la próxima vez grábalas tú en lugar de tocarte los...

—Relajaos los dos —intervino el Gris—. Así no avanzamos. Las runas están bien, yo las repasé. El problema es otro.

—¿Y si fuera un fantasma en lugar de un demonio? —apuntó el niño—. También poseen cuerpos. Son unos pesados con eso de no aceptar la muerte, y el frío les tiene sin cuidado.

—No pueden conferir esa fuerza y esa resistencia a un cuerpo humano —dijo Álex—. Si fuera un fantasma, la niña estaría muerta por la cuchillada en el corazón.

Diego no parecía dispuesto a darse por vencido.

—¿Y si el fantasma es de alguien que hizo un trato con un demonio y vendió su alma?

—Entonces sería un demonio a todos los efectos —repuso Álex—. Lo que nos deja exactamente en el mismo punto en el que estábamos.

—Bueno, hombre, bueno. Estoy dando ideas....

—Es un demonio —dijo el Gris—. No hay razón para pensar otra cosa. Centrémonos en lo que sabemos de ellos.

—Quizá alguien ayude al demonio —sugirió el niño.

—Estudiemos esa posibilidad —propuso el Gris—. Si alguien está involucrado en esto, guardará relación con Mario y su red de empresas. Sara, ¿pudiste averiguar algo interesante?

La rastreadora se puso un poco nerviosa al recibir todas las miradas.

—Encontré una caja fuerte —dijo intentando sonar profesional, dando a entender que solo un buen rastreador la habría podido descubrir—. Había muchos documentos. No tuve demasiado tiempo pero hice lo que pude. Mario es inmensamente rico. Ni siquiera imaginaba que alguien podía tener tanto dinero. Tiene muchas compañías en todo el mundo.

—¿Cuál es la operación más cara que encontraste en este año? —preguntó el Gris.

Sara lo pensó antes de contestar.

—La adquisición de una compañía de telecomunicaciones que opera en varios países de Suramérica. Está muy contento con los resultados que ha obtenido —dijo recordando lo que Álex le había dicho de fijarse en las emociones.

—No parece guardar relación —reflexionó el Gris.

—Pasa de esos rollos de pasta —dijo el niño—. Vamos a lo que mola. Los enemigos. Dinos a quién le ha tocado las pelotas el delincuente y ahí tendremos a un buen sospechoso.

—Tiene muchos enemigos —dijo Sara repasando la gran cantidad de información que había absorbido—. Demasiados. Es un tiburón para los negocios.

—¡Maldición! —exclamó Diego dando un puñetazo sobre el león dorado. La estatua se tambaleó un poco—. Así no hay manera.

Plata soltó un ronquido especialmente sonoro.

—¿Qué hay de sus fracasos? —preguntó Álex—. ¿Alguna pérdida económica importante que le haya dolido especialmente?

—No —dijo la rastreadora, extrañada—. No vi nada que le preocupara. Es un poco raro. Por lo visto, su empresa es un caso único. Surgió de la nada y creció a un ritmo exageradamente bueno. Nadie sabe explicar cómo consiguió triunfar tan rápido. Sobre todo los primeros cinco años. Todas las empresas que compraba crecían de manera inesperada, sus acciones se disparaban. —Todos intercambiaron miradas rápidas, incluso Miriam que no manifestaba el menor interés en la conversación—. ¿Qué he dicho?

—Su primer negocio importante —dijo el Gris—. ¿Cuál fue?

Sara repasó sus recuerdos, consciente de que la respuesta era importante, de que estaban pendientes de ella. Era la ocasión de que sus habilidades de rastreo contribuyeran al equipo.

—Tenía algo que ver con un medicamento nuevo... Un inhalador para el asma que tuvo muy buena acogida en el mercado.

—¡Qué cabrón! —dijo Diego con un gesto de aprobación—. Y parecía tonto...

—¿Qué pasa? ¿Lo he hecho bien? —A Sara se le escapó esa pregunta por los nervios. Le pareció que sonó muy infantil, de novata.

—Muy bien —le dijo el Gris—. Significa que Mario es peor de lo que creíamos. Su éxito empresarial no se debe solo a su talento para las finanzas. Tiene algún pacto con los demonios, le están ayudando.

—¿En serio? —Sara no podía creerlo—. ¿Cómo lo sabéis?

—Cuadra —aclaró el Gris—. Los demonios controlan muchas de las compañías importantes del mundo. Están metidos en casi todo, política, energía, leyes. Ejercen su control de varias maneras, con gente poseída, secuaces que les obedecen o que dominan de algún modo, y en algunos casos muy contados, en persona, pero esto último es muy raro.

—¿Qué tiene eso que ver con un inhalador para el asma?

—Lo que más les gusta a los demonios son los asuntos relacionados con la salud. La inmensa mayoría de sus pactos se cierran con personas que buscan un modo de escapar a la muerte, que quieren librarse de un cáncer terminal, salvar a su hijo de una enfermedad desconocida... La lista es interminable. Como es lógico, no les interesa que la medicina avance demasiado. Si te das cuenta, cada vez vivimos más tiempo, eso sí que lo fomentan, les viene muy bien, pero nunca se terminan de erradicar las peores enfermedades.

—¿Insinúas que podrían curar el cáncer?

—Por supuesto. Y lo harán, solo es cuestión de tiempo. Ya ha sucedido antes. Cuando quieren conseguir un alma importante, que no pueden obtener de otro modo, le ofrecen la cura de alguna enfermedad devastadora. Fue el caso de Álexander Fleming, por ejemplo. Se sabe que fue un demonio quien le guió para que descubriera la penicilina. ¿Te imaginas si a un médico le ofrecieran la cura del cáncer a cambio de su alma? Seguro que alguno aceptaría. Lo que no se imaginaría es que pronto surgiría una nueva enfermedad.

—No me lo puedo creer.

—Pues créelo, porque es verdad. Mario ha hecho algún trato con ellos para forjar su imperio económico. Por eso comenzó con un medicamento. No fue suerte, ni visión comercial. Algún demonio le ayudó, puede que aún lo haga. Por eso te costó tanto dar con un fracaso en sus operaciones financieras. Hemos sido unos estúpidos.

Álex asintió.

—Hay otro dato. ¿Recordáis el exorcismo? La niña solo le hablaba a Mario, ni una palabra a la madre.

—No me extraña —dijo el niño—. Si esa tía fuera mi madre, yo tampoco le hablaría.

—Aun así —prosiguió Álex—, hay algo que no termina de encajar. Si Mario hizo un trato con los demonios para crear su empresa, ¿por qué ahora otro demonio ataca a su hija?

—Puede ser alguna clase de disputa o ajuste de cuentas —aventuró el Gris—. No sería la primera vez que se pelean entre ellos.

Álex sacudió la cabeza poco convencido.

—A lo mejor la rubia tiene alguna idea —dijo el niño señalando a Miriam—. Ya que está tan bien informada respecto a la Biblia de los Caídos, puede que también sepa algo de esto.

La centinela se entretenía con su martillo, haciéndolo girar sobre la palma de la mano.

—A mí no me metáis en vuestros chanchullos —dijo sin levantar la vista—. Yo estoy aquí por otra razón. Apañáoslas vosotros solitos.

—Qué encanto de tía —refunfuñó Diego.

—Con demonios o sin ellos —dijo Álex—, aún no sabemos quién anda detrás de todo esto.

—¡La madre! —dijo el niño rápidamente—. Es Elena, estoy seguro.

Álex y el Gris le miraron con expectación.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Sara.

—Ni idea —contestó Diego—. Pero no me gusta su cara. Es ella, seguro. Estoy convencido de que va a por la pasta. Está muy buena y Mario es un callo. El tío es feo que te cagas, ¿a que sí, Sara? —La rastreadora no dijo nada, sorprendida por la pregunta—. Y un viejo. ¿Qué hace esa tía con él? Es por la pasta.

—Una teoría interesante —dijo Álex—. Tu capacidad de deducción me sorprende, niño. ¿Cómo no se me había ocurrido?

—No te tortures, tío —dijo el niño dándose importancia—. Es que soy muy observador. Tú eres el guapo y yo el listo. Así son las cosas.

Álex meneó la cabeza.

—Entiendo. Solo hay un detalle que no acabo de ver claro. ¿Me lo podrías explicar, por favor?

—Por supuesto —repuso Diego—. ¿Qué detalle?

—No imagino a una madre sometiendo voluntariamente a su hija a una posesión demoníaca para hacerse con la fortuna de su marido.

El niño contuvo la respiración, apretó los labios.

—¡Mierda! —estalló—. Era una buena teoría. ¿Cuál es la tuya, eh? —le gritó a Álex.

—Mi teoría es que nos conviene pensar un poco antes de abrir la boca para decir estupideces.

El Gris tuvo que intervenir una vez más:

—¿No podéis colaborar tranquilamente por una vez?

Diego murmuró algo y se alejó. Se sentó encima de Plata con los brazos cruzados. Sara tuvo que contener una sonrisa. Se comportaba igual que un chaval al que han castigado sin ver su programa favorito.

El Gris reanudó sus paseos, mientras reflexionaba:

—Ya averiguaremos quién está detrás de todo esto. Pero seguimos sin saber cómo ha resistido el demonio al exorcismo.

—Que nos lo explique Álex, que es el más inteligente del mundo —gruñó Diego.

El Gris le fulminó con la mirada. Sara hubiera jurado que le iba a dar unos azotes, pero antes de que llegara hasta él, el niño saltó de la barriga de Plata, se alejó e interpuso una mesa entre él y el Gris. No había sido necesario. El Gris no iba hacia Diego, sino hacia Sara. Abrió un momento su gabardina, lo suficiente para que la rastreadora deslizara un fugaz vistazo a su interior. Solo vio oscuridad, negrura, una ausencia total de luz. La visión fue un tanto aterradora. Sara quería apartar la mirada, y al mismo tiempo, no podía hacerlo. La mano del Gris penetró en la oscuridad y desapareció un momento. La gabardina no se combó. El bulto que debería haberse producido por el empuje de la mano sencillamente no se formó.

—C-Cómo... —balbuceó Sara.

El Gris sacó la mano. Sujetaba un trozo de tela.

—Se lo quité a la niña —explicó. Le tendió el pedazo de tela a la rastreadora—. Es de su camiseta. Quiero que lo leas, Sara.

Se quedó paralizada. La idea de rastrear a un demonio no le gustó.

—No sé si podré.

El Gris dejó la tela sobre su mano.

—Claro que podrás —le dijo—. No debes temer nada.

Rastrear un objeto requería cierta concentración. Era mejor hacerlo en la intimidad, pero allí todos la estaban observando. Sara podía leer sin dificultad las interacciones con otros objetos. Eso era sencillo. Aquel pedazo de tela, por ejemplo, se había vendido en una tienda de la Vaguada, un centro comercial enorme con cientos de tiendas, en un Zara, en concreto, y antes de eso había sido transportado en un camión, y así sucesivamente.

Lo complicado eran las relaciones humanas. De algún modo, las personas que entraban en contacto con un objeto, dejaban algo de su esencia, de su alma, como una huella dactilar, un rastro que ella podía olfatear, sobre todo cuanto más cerca estaba. Era mucho más fácil saber qué había sucedido con la camiseta ayer, que hace un mes, o un año, del mismo modo que es más sencillo oler algo si está a un metro de distancia, que si está a un kilómetro.

Los seres vivos huelen más que los objetos inanimados, y dependiendo de varios factores, incluyendo la suerte, las emociones también dejaban un aroma especial. Lo que sorprendió a Sara es que los demonios eran invisibles a su rastreo. Sara se centró en el día anterior, pero no captó nada de la camiseta que no fuera de los miembros del grupo que la habían tocado. ¿Significaba eso que los demonios no tienen alma?

—No puedo rastrear a la niña —anunció un tanto abatida—. Es como si no existiera.

—Normal —dijo Álex—. Hay que ser muy bueno para rastrear a un demonio o un ángel.

Ahí estaba el comentario descalificador de Álex, sin perder una ocasión de señalar su incompetencia.

—Los vampiros también son muy jodidos de olfatear —dijo el niño—. No pongas esa cara, tía. Me lo contó un coleguita rastreador que tengo. Yo conozco a mucha gente.

—No busques a la niña —dijo el Gris—. Ve un par de días hacia atrás. Intenta averiguar qué hizo el anterior exorcista, a ver si nos da alguna pista. Y mira a ver si puedes averiguar quién era.

Tardó en descubrir el rastro y no consiguió una imagen muy precisa. Algo enturbiaba el olor de ese exorcista. Quizá fuera por el demonio.

—Le percibo —dijo Sara aún con los ojos cerrados—. Pero no puedo ver qué hizo con la niña, algo distorsiona el rastro.

—¿Puedes leer su nombre? —preguntó el Gris.

Sara contrajo el rostro, se esforzó.

—No, lo siento. —Y abrió los ojos.

—Su aspecto. Descríbele —dijo el Gris.

—Es un hombre de estatura media... La cara no la vi muy bien. Llevaba un sombrero de ala... Y un bastón.

—Es Ramsey —dijo Álex.

—¿Le conocéis?

—Es un imbécil —dijo el niño—. No le soporto. Ni a él ni al ruido de su bastón. Y yo no sé cómo lo hace, te lo juro, pero siempre le suena el móvil en el momento más inoportuno. Y no tiene ni idea de música el menda. Lleva siempre algún grupo
heavy
de los ochenta, es un hortera. Una vez le llamaron en medio de un funeral. Hay que ser capullo. ¡Y encima contestó! No te creas que se cortó un pelo. El cura le miró así...

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