Para muchas personas, el masoquismo representa un rechazo de la indulgencia. El Satanismo señala muchos significados ocultos tras ello, y considera que el masoquismo puede ser
complacencia
si cualquier método empleado para apartar a esa persona de sus rasgos masoquistas da como resultado el resentimiento por parte de la persona, y/o termina en fracaso. El Satanista no condena a estas personas por dar rienda suelta a sus necesidades masoquistas, pero
sí
siente un desprecio máximo hacia quienes no pueden ser lo suficientemente honestos (por lo menos consigo mismos) para enfrentar y aceptar su masoquismo como parte natural de su los rasgos de su personalidad.
El tener que utilizar la religión como una excusa para su masoquismo ya es algo nocivo de por sí, pero estas personas ¡tienen el descaro de sentirse superiores a quienes no se entregan a la expresión auto-engañosa de sus fetiches! Estas personas deberían ser las primeras en condenar a un hombre que halló su descarga semanal con una persona que lo golpeó bastante, librándose por lo tanto de una necesidad que, de no ser satisfecha, lo convertiría —más de lo que ya es— en un asistente compulsivo a la iglesia, o en un fanático religioso. Al hallar una descarga adecuada para sus deseos masoquistas, no necesita degradarse y negarse a sí mismo a cada segundo que pasa, como lo hacen éstos masoquistas compulsivos.
Los Satanistas son alentados a darse gusto en los «siete pecados mortales» ya que no requieren herir a nadie; sólo fueron inventados por la Iglesia Cristiana para asegurar el sentimiento de culpa de parte de sus seguidores. La Iglesia Cristiana sabe que para cualquiera es imposible evitar cometer tales «pecados», ya que son cosas que, siendo humanos, la mayoría hacemos de la manera más natural. Después de haber cometido inevitablemente uno de estos «pecados», se ofrecen donativos financieros a la iglesia para «sobornar» a Dios por los pecados, ¡y para apaciguar la conciencia del feligrés!
Satán nunca ha necesitado un libro de reglas, ya que las fuerzas vitales de la naturaleza se han ocupado de mantener al hombre «en pecado», y su propósito es mantenerlo así, tanto a él como a sus sensaciones. No obstante, se han hecho varios intentos desmoralizadores tanto en su cuerpo como en su ser para salvar su «alma», lo cual sólo sirve para ilustrar qué tan mal concebidos y mal utilizados se hallan los conceptos «indulgencia» vs. «compulsión». Ciertamente, la actividad sexual está más que permitida y alentada por el Satanismo, pero obviamente el hecho que sea la única religión que toma esta posición honestamente, es la única razón por la que tradicionalmente se le ha dado tanto espacio literario.
Naturalmente, si la mayoría de la gente pertenece a religiones que los reprimen sexualmente, cualquier cosa escrita sobre este tema tan provocativo les hará leerlo cuidadosamente.
Si todos los intentos de vender algo (bien sea un producto o una idea) han fracasado —el sexo siempre lo venderá. La razón para esto es que aunque ahora la gente acepta el sexo conscientemente como una función normal y necesaria, su inconsciente sigue atado al tabú que la religión ha impuesto sobre éste tema. Así pues, una vez más, lo que es negado es lo que se desea más intensamente. Es el «misterio» que rodea al sexo lo que hace que la literatura dedicada a los puntos de vista Satánicos sobre el tema oscurezca todo lo que se ha escrito sobre el Satanismo.
El
verdadero
Satanista no se deja dominar por el sexo más de lo que se deja dominar por cualquier otros de sus deseos. Tal como ocurre con todas las cosas que producen placer, el Satanista impera sobre su sexo, en vez de ser controlado por el sexo. No es el monstruo pervertido que acecha esperando la oportunidad de desflorar cuanta joven virgen se encuentre, ni es el degenerado que recorre «furtivamente» los puestos de revistas «sucias», excitándose con las fotografías «obscenas». Si la pornografía satisface su necesidad del momento, compra algunos «artículos especiales» y los lee cuidadosamente en su tiempo libre.
«Tenemos que aceptar el hecho que el hombre está disgustado por ser reprimido constantemente, pero debemos hacer todo lo que podamos para por lo menos templar los deseos pecaminosos del hombre, para que no surjan rampantes en esta nueva era» le contesta el religioso convencional al Satanista, a lo cual éste le replica: «¿Por qué seguir pensando en esos deseos como vergonzosos y como algo a lo que hay que reprimir, si ahora admite que son naturales?» ¿Podría ser que los religiosos de «luz blanca» están un poco «resentidos» por no haber pensado en una religión, antes que lo hiciese el Satanismo, que fuera agradable profesar; y que si se supiese la verdad, no les gustaría disfrutar un poco más de la vida, pero por temor a desprestigiarse, no pueden admitirlo? ¿Podría ser también que temen que la gente, después de enterarse qué es el Satanismo, se dirán a sí mismos: «Esto es para mí —por qué debería continuar en una religión que me condena por todo lo que hago, aunque no haya nada malo en ello?» El Satanista piensa que esto es más que probable.
Ciertamente hay mucha evidencia de que las religiones del pasado están, día a día, revocando cada vez más sus ridículas restricciones. Aún más, cuando toda una religión está basada en abstinencia en lugar de indulgencia, (como debería ser) poco le queda cuando ha sido revisada para enfrentarse a con las necesidades actuales del hombre. Así que ¿por qué perder el tiempo «en comprar avena para un caballo muerto»?
El lema del Satanismo es COMPLACENCIA en lugar de «abstinencia»… PERO
no
es «compulsión».
EL supuesto objetivo que se busca al hacer un ritual de Sacrificio es el de arrojar la energía proveída por la sangre de la víctima recientemente sacrificada a la atmósfera del trabajo mágico, intensificando así las posibilidades de éxito del mago. El mago «blanco» asume que, como la sangre representa la fuerza vital, no hay mejor forma de aplacar a los dioses o demonios es presentárseles con una cantidad considerable de ésta. Combina este razonamiento con el hecho que una criatura moribunda está gastando una cantidad abundante de adrenalina y otras energías bioquímicas, y entonces tendrás lo que parece una combinación imbatible. El mago «blanco», consciente de las consecuencias que atrae el matar un ser humano, utiliza naturalmente pájaros, u otras criaturas «inferiores» en sus ceremonias. Tal parece que éstos zopilotes sanctimonos no sienten culpa alguna al tomar una vida no humana, al contrario de lo que pasaría si utilizara seres humanos.
El hecho es que si el «mago» es digno de tal nombre, será lo suficientemente desinhibido para liberar la fuerza necesaria
desde su propio cuerpo
, ¡en lugar de una víctima que no desea serlo, y que no lo merece!
Contrario a la teoría mágica establecida, la liberación de tal forma NO está en el hecho de derramar sangre, ¡
sino en la muerte de la criatura viviente
! Tal descarga de energía bioeléctrica es el mismo fenómeno que ocurre durante cualquier otro aumento profundo de las emociones, tales como: orgasmo sexual, furia ciega, terror mortal, angustia, una pena que lo consume a uno, etc. De ésas emociones, la más fácil de entrar a nuestra voluntad son el orgasmo sexual y la furia ciega, con el dolor en un cercano tercer lugar. Teniendo en cuenta que dos de las tres emociones (orgasmo sexual y furia ciega) han sido grabadas a fuego en el inconsciente del hombre como «pecaminosas» por los religiosos, no es ninguna sorpresa que sean evitadas por el mago «blanco», ¡quién se doblega bajo el peso de la mayor de las piedras de la culpa!
La absurda estupidez de la necesidad de matar una inocente criatura viviente en el punto cúlmen de un ritual, de la manera como es practicado por los llamados «hechiceros», es obviamente «el menor de los males» cuando se acude a una descarga de energía. Estos tontos enfermos de la consciencia, quienes han estado llamándose a sí mismos brujas y hechiceros, ¡cortarían la cabeza de un pollo o un chivo en un intento de aliviar su agonía, antes de tener el coraje 'blasfemo' de masturbarse a la vista total del Jehová al que tanto dicen negar ¡La única manera en la que éstos místicos cobardes pueden liberarse a sí mismos ritualmente hablando es a través de la agonía de la muerte de otro (de hecho, la de ellos no sería mala idea) en lugar de la fuerza indulgente que produce la vida ¡Éstos profanadores del sendero de luz blanca son en verdad los fríos y los muertos! No es de extrañar que semejantes pústulas vivientes de «sabiduría mística» tengan que encerrarse en círculos protectores y «atar» las fuerzas «del mal» para mantenerse a salvo de todo ataque —¡PROBABLEMENTE LOS MATARÍA UN BUEN ORGASMO!
La utilización de sacrificios humanos en un Ritual Satánico no implica que el sacrificio sea usado para «aplacar a los dioses». Simbólicamente, la víctima es destruida a través de los efectos de un hechizo en curso, lo cual lleva a su vez a la destrucción física o mental del «sacrificio» de manera no atribuibles al mago.
La única manera que un Satanista ejecutara un sacrificio humano sería con un doble objetivo; liberar la ira del mago en el lanzamiento de una maldición, y, lo que es más importante, disponer con libertad absoluta de un individuo molesto y que se lo merezca. ¡Bajo NINGUNA circunstancia un Satanista sacrificaría un animal o niño pequeño! Por siglos, los propagandistas de la Vía de la Mano Derecha han estado especulando sobre los supuestos sacrificios de niños pequeños y doncellas voluptuosas en manos de diabolistas. Lo correcto es que cualquiera que oyese o leyese tales historias inmediatamente cuestionaría —por lo menos su autenticidad. Al contrario, como había ocurrido con otras mentiras «sagradas» que son aceptadas sin reservas, ¡éste supuesto modus operandi del Satanista persiste hasta la fecha!
Hay razones lógicas por las que un Satanista no ejecutaría tales sacrificios. El Hombre —el animal— es la encarnación de la divinidad para el Satanista. La forma más pura de la exostencia carnal sobre la faz de la Tierra se encuentra en los cuerpos de los animales y de críos humanos que no han crecido lo suficiente para negarse a sí mismos sus deseos naturales. Pueden percibir las cosas de una manera que un adulto humano promedio no tiene ni esperanzas de hacerlo. Por lo tanto, el Satanista tiene éstos seres en una posición sagrada, sabiendo que puede aprender bastante de éstos magos por naturaleza del mundo.
El Satanista conoce muy bien el disfraz universal de los que pisotean la senda de Agarthi; el asesinato del dios. Así como los dioses son una creación a imagen del hombre —y el hombre promedio odia lo que ve en sí mismo— debe ocurrir lo inevitable: el sacrificio del dios que lo representa. ¡El Satanista no se odia a sí mismo ni algo en lo que el mismo cree! Es por tal razón que no podría hacer daño voluntariamente a animal o niño alguno.
Surge, pues, la pregunta: «¿Quién, entonces, sería considerado un sacrificio humano apropiado, y cómo se está calificado para emitir un juicio sobre tal persona?» La respuesta es brutalmente sencilla. Cualquiera que te haya hecho mal injustamente —uno que te haya hecho daño y se se haya «salido con la suya»— que te haya causado problemas y apuros deliberadamente a ti o los tuyos. En fin, alguien que, por medio de sus acciones, esté pidiendo a gritos que le lancen una maldición.
Cuando una persona, con su comportamiento, esté prácticamente clamando por ser destruido, en verdad es tu obligación moral satisfacerles tal deseo. La persona que no desaprovecha oportunidad para andar «fregando la vida» de los demás es tachado incorrectamente de «sádico.» En realidad, ésta persona es un masoquista mal encaminado que avanza hacia su propia destrucción. La razón por la que alguien te ataque viciosamente es porque tiene miedo de ti o de lo que representas, o están resentidos de tu condición. Son débiles, inseguros, y muy endebles una vez les has lanzado una maldición, y generalmente son sacrificios humanos ideales. A veces es fácil pasar por alto el mal obrar de la víctima de tu elección, cuando uno considera «infeliz» a alguien es porque probablemente lo es. Sin embargo, no es tan fácil arreglar los daños hechos por tu enemigo y enderezar o corregir algunas situaciones que haya causado.
El «sacrificio ideal» puede ser emocionalmente inseguro, pero de ninguna forma puede, en las maquinaciones de su inseguridad, causarte daños severos a tu tranquilidad o reputación. «Enfermedad mental,» «colapso nervioso,» «neurosis obsesiva,» «hogares destrozados,» etc., etc., etc., hasta el infinito han sido excusas convenientes para acciones viciosas e irresponsables. ¡Cualquiera que diga «debemos tratar de entender» a aquellos que hacen nuestra vida miserable, lo que se logra es ayudar a un cáncer social! ¡Los que los defienden deberían de experimentar en carne propia qué se siente! ¡Si vamos a hablar de comportamiento irracional, los perros rabiosos son eliminados, y requieren de mucha más ayuda que el humano que echa espuma por la boca! Es fácil decir, «¡Y qué! —esta gente es insegura, así que no pueden herirme.» Pero hay algo cierto en todo esto —¡
Si tuvieran la oportunidad, te destruirían!
Por lo tanto, tienes todo el derecho de destruirlos (simbólicamente), y si tu maldición provoca su aniquilación en el sentido literal de la palabra, ¡Alégrate que has ayudado a que el mundo se liberara de una peste! ¡Si tu éxito o tu felicidad molesta a alguien —no le debes nada! ¡Fue hecho para ser aplastado bajo tus pies! ¡¡SI LA GENTE TUVIERA QUE AFRONTAR LAS CONSECUENCIAS DE SUS PROPIAS ACCIONES LO PENSARÍAN DOS VECES!!
EL hombre es consciente que algún día morirá.
Otros animales, cuando se acercan a la muerte, saben que están a punto de morir; pero no es hasta que la muerte es segura que el animal siente próxima su hora partida. Y aún entonces no sabe exactamente lo que implica morir. Se ha señalado muchas veces que los animales aceptan la muerte pasivamente, sin temor o resistencia alguna. Este es un concepto muy hermoso, pero que solo es verdadero en casos donde la muerte es inevitable.
Cuando un animal está enfermo o gravemente herido, luchará por su vida hasta la última onza de fuerza que le quede. Es esta irrevocable voluntad de vivir la que, si el hombre no estuviese tan «altamente evolucionado», le daría el espíritu combativo que necesita para seguir con vida.
Es bastante conocido el hecho que mucha gente se muere porque se rinden y ya no les importa vivir. Esto es comprensible si la persona está enferma, sin ninguna posibilidad aparente de recuperarse. Pero muchas veces éste no el caso. El hombre se ha vuelto perezoso. Ha aprendido a tomar la salida más fácil. Incluso para muchas personas el suicidio es menos repugnante que cualquier cantidad de pecados. La culpa de todo esto la tiene la religión.