Los mismos menos
MARY
El reloj suena todo lo que quiere. Muchos instantes después la señora y el señor
MARTIN
se separan y vuelven a ocupar los asientos del comienzo.
SR. MARTIN
:
—Olvidemos,
darling
, todo lo que no ha ocurrido entre nosotros, y ahora que nos hemos vuelto a encontrar tratemos de no perdernos más y vivamos como antes.
SRA. MARTIN
:
—Sí,
darling
.
Los mismos y los
SMITH
La señora y el señor
SMITH
entran por la derecha, sin cambio alguno en sus vestidos.
SRA. SMITH
:
—¡Buenas noches, queridos amigos! Discúlpennos por haberles hecho esperar tanto tiempo. Pensamos que debíamos hacerles los honores a que tienen derecho y, en cuanto supimos que querían hacernos el favor de venir a vernos sin anunciar su visita, nos apresuramos a ir a ponernos nuestros trajes de gala.
SR. SMITH
(
furioso
):
—No hemos comido nada durante todo el día. Hace cuatro horas que los esperamos. ¿Por qué se han retrasado?
La señora y el señor
SMITH
se sientan frente a los visitantes. El reloj subraya las réplicas, con más o menos fuerza, según el caso.
Los
MARTIN
, sobre todo ella, parecen turbados y tímidos. Es porque la conversación se entabla difícilmente y a las palabras les cuesta salir al principio. Un largo silencio incómodo al comienzo y luego otros silencios y vacilaciones.
SR. SMITH
:
—¡Hum!
Silencio.
SRA. SMITH
:
—¡Hum, hum!
Silencio.
SRA. MARTIN
:
—¡Hum, hum, hum!
Silencio.
SR. MARTIN
:
—¡Hum, hum, hum, hum!
Silencio.
SRA. MARTIN
:
—Oh, decididamente.
Silencio.
SR. MARTIN
:
—Todos estamos resfriados.
Silencio.
SR. SMITH
:
—Sin embargo, no hace frío.
Silencio.
SRA. SMITH
:
—No hay corriente de aire.
Silencio.
SR. MARTIN
:
—¡Oh, no, por suerte!
Silencio.
SR. SMITH
:
—¡Ah, la la la la!
Silencio.
SR. MARTIN
:
—¿Está usted disgustado?
Silencio.
SRA. SMITH
:
—No. Se enmierda.
Silencio.
SRA. MARTIN
:
—Oh, señor, a su edad no debería hacerlo.
Silencio.
SR. SMITH
:
—El corazón no tiene edad.
Silencio.
SR. MARTIN
:
—Es cierto.
Silencio.
SRA. SMITH
:
—Así dicen.
Silencio.
SRA. MARTIN
:
—Dicen también lo contrario.
Silencio.
SR. SMITH
:
—La verdad está entre los dos.
Silencio.
SR. MARTIN
:
—Es justo.
Silencio.
SR. SMITH
(
a los esposos
MARTIN
):
—Ustedes que viajan mucho deberían tener, no obstante, cosas interesantes que relatarnos.
SR. MARTIN
(
a su esposa
):
—Diles, querida, lo que has visto hoy.
SRA. MARTIN
:
—No merece la pena, no me creerían.
SR. SMITH
:
—¡No vamos a poner en duda su buena fe!
SRA. SMITH
:
—Nos ofenderían si pensaran eso.
SR. MARTIN
(
a su esposa
):
—Les ofenderías, querida, si lo pensaras.
SRA. MARTIN
(
graciosa
):
—Pues bien, hoy he presenciado algo extraordinario, algo increíble.
SR. MARTIN
:
—Apresúrate a decirlo, querida.
SR. SMITH
:
—Nos vamos a divertir.
SRA. SMITH
:
—Por fin.
SRA. MARTIN
:
—Pues bien, hoy, cuando iba al mercado para comprar legumbres, que son cada vez más caras…
SRA. SMITH
:
—¡Adonde va a ir a parar eso!
SR. SMITH
:
—No debes interrumpir, querida, malvada.
SRA. MARTIN
:
—Vi en la calle, junto a un café, a un señor, convenientemente vestido, de unos cincuenta años de edad, o ni siquiera eso, que…
SR. SMITH
:
—¿Quién? ¿Cuál?
SRA. SMITH
:
—¿Quién? ¿Cuál?
SR. SMITH
(
a su esposa
):
—No hay que interrumpir, querida; eres fastidiosa.
SRA. SMITH
:
—Querido, eres tú el primero que ha interrumpido, grosero.
SR. MARTIN
:
—¡Chitón! (
A su esposa
.) ¿Qué hacía ese señor?
SRA. MARTIN
:
—Pues bien, van a decir ustedes que invento, pero había puesto una rodilla en tierra y estaba inclinado.
SR. MARTIN. SR. SMITH, SRA. SMITH
:
—¡Oh!
SRA. MARTIN
:
—Sí, inclinado.
SR. SMITH
:
—No es posible.
SRA. MARTIN
:
—Sí, inclinado. Me acerqué a él para ver lo que hacía…
SR. SMITH
:
—¿Y?
SRA. MARTIN
:
—Se anudaba las cintas de los zapatos que se le habían soltado.
Los OTROS TRES
:
—¡Fantástico!
SR. SMITH
:
—Si no lo dijera usted, no lo creería.
SR. MARTIN
:
—¿Por qué no? Se ven cosas todavía más extraordinarias cuando se circula. Por ejemplo, hoy he visto yo mismo en el subterráneo, sentado en una banqueta, a un señor que leía tranquilamente el diario.
SRA. SMITH
:
—¡Qué extravagante!
SR. SMITH
:
—¡Era quizás el mismo!
Llaman en la puerta de entrada.
SR. SMITH
:
—Llaman.
SRA. SMITH
:
—Debe de ser alguien. Voy a ver. (
Va a ver. Abre y vuelve.
) Nadie. (
Se sienta otra vez.
)
SR. MARTIN
:
—Voy a citarles otro ejemplo…
Suena la campanilla.
SR. SMITH
:
—Llaman otra vez.
SRA. SMITH
:
—Debe de ser alguien. Voy a ver. (
Va a ver. Abre y vuelve.
) Nadie. (
Vuelve a su asiento.
)
SR. MARTIN
(
que ha olvidado dónde está
):
—¡Oh!
SRA. MARTIN
:
—Decías que ibas a citar otro ejemplo.
SR. MARTIN
:
—Ah, sí…
Suena la campanilla.
SR. SMITH
:
—Llaman.
SRA. SMITH
:
—Yo no voy más a abrir.
SR. SMITH
:
—Sí, pero debe de ser alguien.
SRA. SMITH
:
—La primera vez no había nadie. La segunda vez, tampoco. ¿Por qué crees que habrá alguien ahora?
SR. MARTIN
:
—¡Porque han llamado!
SRA. MARTIN
:
—Ésa no es una razón.
SR. MARTIN
:
—¿Cómo? Cuando se oye llamar a la puerta es porque hay alguien en la puerta que llama para que le abran la puerta.
SRA. MARTIN
:
—No siempre. ¡Lo acaban de ver ustedes!
SR. MARTIN
:
—La mayoría de las veces, sí.
SR. SMITH
:
—Cuando yo voy a casa de alguien llamo para entrar. Creo que todo el mundo hace lo mismo y que cada vez que llaman es porque hay alguien.
SRA. SMITH
:
—Eso es cierto en teoría, pero en la realidad las cosas suceden de otro modo. Lo has visto hace un momento.
SRA. MARTIN
:
—Su esposa tiene razón.
SR. SMITH
:
—¡Oh, ustedes, las mujeres, se defienden siempre mutuamente!
SRA. SMITH
:
—Bueno, voy a ver. No dirás que soy obstinada, pero verás que no hay nadie. (
Va a ver. Abre la puerta y la cierra de nuevo.
) Ya ves que no hay nadie. (
Vuelve a su sitio.
)
SRA. SMITH
:
—¡Ah, estos hombres quieren tener siempre razón y siempre se equivocan!
Se oye llamar otra vez.
SR. SMITH
:
—Llaman de nuevo. Tiene que ser alguien.
SRA. SMITH
(
con un ataque de ira
):
—No me mandes a abrir la puerta. Has visto que era inútil. La experiencia nos enseña que cuando se oye llamar a la puerta es que nunca está nadie en ella.
SRA. MARTIN
:
—Nunca.
SR. MARTIN
:
—Eso no es seguro.
SR. SMITH
:
—Incluso es falso. La mayoría de las veces, cuando se oye llamar a la puerta es que hay alguien en ella.
SRA. SMITH
:
—No quiere desistir.
SRA. MARTIN
:
—También mi marido es muy testarudo.
SR. SMITH
:
—Hay alguien.
SR. MARTIN
:
—No es imposible.
SRA. SMITH
(
a su marido
):
—No.
SR. SMITH
:
—Sí.
SRA. SMITH
:
—Te digo que no. En todo caso, ya no me molestarás inútilmente. ¡Si quieres ver quién es, vete tú mismo!
SR. SMITH
:
—Voy.
La señora
SMITH
se encoge de hombros. La señora
MARTIN
menea la cabeza.
SR. SMITH
(
va a abrir
):
—¡Ah!
How do you do?
(
Lanza una mirada a la señora
SMITH
y a los esposos
MARTIN
, quienes manifiestan su sorpresa.
) ¡Es el capitán de los bomberos!
Los mismos y el
CAPITÁN DE LOS BOMBEROS
EL BOMBERO
(
lleva, por supuesto, un enorme casco brillante y uniforme
):
—Buenos días, señoras y señores. (
Los otros siguen un poco sorprendidos. La señora
SMITH
, molesta, vuelve la cabeza y no responde a su saludo
.) Buenos días, señora Smith. Parece usted enojada.
SRA. SMITH
:
—¡Oh!
SR. SMITH
:
—Es que, vea usted… mi esposa se siente un poco humillada por no haber tenido razón.
SR. MARTIN
:
—Ha habido, señor capitán de Bomberos, una controversia entre la señora y el señor Smith.
SRA. SMITH
(
al señor
MARTIN
):
—¡Eso no es asunto suyo! (
Al señor
SMITH
) Te ruego que no mezcles a los extraños en nuestras querellas familiares.
SR. SMITH
:
—Oh, querida, la cosa no es muy grave. El capitán es un viejo amigo de la casa. Su madre me hacía la corte y conocí a su padre. Me había pedido que le diera mi hija en matrimonio cuando tuviera una. Entre tanto murió.
SR. MARTIN
:
—No es culpa de él ni de usted.
EL BOMBERO
:
—En fin, ¿de qué se trata?
SRA. SMITH
:
—Mi marido pretendía…
SR. SMITH
:
—No, eras tú la que pretendías.
SR. MARTIN
:
—Sí, es ella.
SRA. MARTIN
:
—No, es él.
EL BOMBERO
:
—No se enojen. Dígame qué ha sucedido, señora Smith.
SRA. SMITH
:
—Pues bien, oiga. Se me hace muy molesto hablarle con franqueza, pero un bombero es también un confesor.
EL BOMBERO
:
—¿Y bien?
SRA. SMITH
:
—Se discutía porque mi marido decía que cuando se oye llamar a la puerta es porque siempre hay alguien en ella.
SR. MARTIN
:
—La cosa es plausible.
SRA. SMITH
:
—Y yo decía que cada vez que llaman es que no hay nadie.
SRA. MARTIN
:
—Eso puede parecer extraño.
SRA. SMITH
:
—Pero está demostrado, no mediante demostraciones teóricas, sino por hechos.
SR. SMITH
:
—Es falso, puesto que el bombero está aquí. Ha llamado, yo he abierto y él ha entrado.
SRA. MARTIN
:
—¿Cuándo?
SR. MARTIN
:
—Inmediatamente.
SRA. SMITH
:
—Sí, pero sólo después de haber oído llamar por cuarta vez ha aparecido alguien. Y la cuarta vez no cuenta.
SRA. MARTIN
:
—Siempre. Sólo cuentan las tres primeras veces.
SR. SMITH
:
—Señor capitán, permítame que le haga, a mi vez, algunas preguntas.
EL BOMBERO
:
—Hágalas.
SR. SMITH
:
—Cuando he abierto la puerta y lo he visto, ¿era usted quien había llamado?
EL BOMBERO
:
—Sí, era yo.
SR. MARTIN
:
—¿Estaba usted en la puerta? ¿Llamó para entrar?
EL BOMBERO
:
—No lo niego.
SR. SMITH
(
a su esposa, victoriosamente
):
—¿Lo ves? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar es porque hay alguien. No puedes decir que el capitán no es alguien.
SRA. SMITH
:
—No puedo, ciertamente. Pero te repito que me refiero únicamente a las tres primeras veces, pues la cuarta no cuenta.
SRA. MARTIN
:
—Y cuando llamaron la primera vez, ¿era usted?
EL BOMBERO
:
—No, no era yo.
SRA. MARTIN
:
—¿Ven ustedes? Llamaron y no había nadie.
SR. MARTIN
:
—Era quizás algún otro.
SR. SMITH
:
—¿Hacía mucho tiempo que estaba usted en la puerta?