La cara del miedo (12 page)

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Authors: Nikolaj Frobenius

Tags: #Intriga

Ya puede ver los titulares:

Sorprendente Novedad

¡Con el rápido, vía Norfolk,

se cruza el Atlántico en tres días!

¡¡¡Un fantástico triunfo

para la máquina voladora

del señor Monck Mason!!!

Al lado de esto está impreso el dibujo de un globo enorme.

«Es genial», piensa.

Comenzará de inmediato a escribirlo.

Pero antes de terminar el artículo, le llega una carta que elimina toda su concentración.

Poe

El orangután

Nueva York

E
l reportaje llega a la pensión en un sobre que lleva su nombre escrito en vacilantes letras de palo. Lo rompe y sus manos tiemblan mientras lo lee.

Crimen incomprensible

Asesinato de dos mujeres a manos de un desconocido «enloquecido»

Por Evan Olsen

Una vez más se ha cometido en la ciudad de Nueva York un crimen que es «demasiado» increíble para ser cierto. Este crimen es, por su bestialidad y su imaginación, tan inhumano que esta publicación debiera dejarlo pasar en silencio en nombre de la decencia y dejar que sus ecos mueran y desaparezcan de la superficie del planeta. Lamentablemente, esto no será así. En nombre de la información, el deber del reportero es contarle al público el crimen que ha tenido lugar entre nosotros, porque el asesinato de dos mujeres en el 55 de la calle Christie anoche no fue solamente contra ellas, sino contra todos nosotros. Hasta los policías más experimentados sacudían las cabezas ante lo que encontraron dentro y fuera del apartamento de las dos mujeres. El teniente Tom McNeill de Broadway Este exclamó varias veces: «Es incomprensible». Otros policías se pronunciaron de forma más directa. Quien esto escribe habló con ambas mujeres el mediodía anterior al de los hechos —una madre y su hija—, dos mujeres amables y educadas, y lo que se habló toca posiblemente el nudo del caso.

La historia previa

El atento lector de esta publicación recordará que hace un tiempo publiqué un artículo acerca de un descubrimiento en uno de los cementerios de esta ciudad. Quien escribe halló junto con su amigo Joe Sullivan a una joven enterrada en una tumba reciente, y no preciso informar nuevamente al lector del Sun del tipo de maltrato del que había sido víctima. En esa ocasión, el encargado del cementerio encontró un mensaje codificado clavado en su puerta, pero en el tumulto del hallazgo este mensaje pareció haberse extraviado. Unas semanas después volví a encontrar el trozo de papel —por mera casualidad— e hice que mi esposa —que además es una asidua lectora de las revistas y los periódicos de esta ciudad— echase una mirada a lo que para mí era una secuencia incomprensible de números. «¿Qué te parece esto, querida?», le dije a Mary Ann, y le mostré el papel con los números escritos. Los miró. «Es un criptograma», dijo. «Claro», contesté con asombro. Mi esposa colocó una tetera y algunos bizcochos (mis favoritos del panadero alemán en la calle Cathrine) sobre la mesa. Al rato habíamos descifrado el mensaje, de manera obvia, simple y lógica, tal como se explica en una de esas revistas que mi esposa lee con frecuencia. El texto apareció con asombrosa coherencia, a pesar de su monstruosidad. ¿Lo oyen ahora? Sí, yo lo oigo y lo «oí». Largo, largo, largo, lo oí durante varios minutos, durante varias horas, durante varios días; de todos modos no me atreví. Oh, perdónenme ¡la ruina miserable que soy! ¡No me animé, no me animé a decirlo! ¡«La enterramos viva»! Mientras leía una y otra vez el trozo de papel, caí en la cuenta de que el crimen se cometió siguiendo una precisa cronología. Cada elemento en la secuencia del caso dependía del que lo seguía. El hallazgo en el cementerio estaba relacionado con el criptograma: la cara del miedo

¿14-17-7-21-5-23-5-10-3-16-3-10-17-20-3? 21-11- 27-17- -14-17-7-21- 91

5-23-5-10-17- -27-14-17-7-21-5-23-5-10- -7-14-3-20-9-17-14-3-20-9-

17-14-3-20-9-17-14-20-7-21-5-23-5-10- -7-6-23-20-3-16-22-7-24-3-

20-11-17-21-15-11-16-23-22-17-21-18-17-20-24-3-20-11-3-21-10-17-

20-3-21-6-23-20-3-16-22-7-23-

3-20-11-17-21-6-11- -3-21 6-7-22-17-6-17-21-15-17-6—17-21-16-17-

15-7-3-22-20-7-24-11-17-10-¡18-7-20-6-17-16-7-16-15-7-14-3-20-23-

11-16-3-15-11-21-7-

20-3-4-14-7-19-23-7-21-17-27! ¡16-17-15-7-3-16-11-15-7-16-17-15-7-

3-16-11-15-7-3-6-7-5-11-20-14-17! ¡14-3-7-16-22-7-20-20-3-15-17-

21-24-11-24-3!

El asesino había hallado el texto, había fabricado el criptograma, había escrito la nota y había amordazado a la mujer; luego la había maltratado y finalmente la había enterrado. ¡La infortunada joven también fue asesinada como consecuencia de un cuidadoso planeamiento! Por lo menos así veía el caso en mi mente. Y luego, precisamente hace una semana, mis sospechas se confirmaron.

Una advertencia llega al
Sun

En medio de la jornada llegó un sobre a mi escritorio. Contenía un mensaje escrito en pequeñas letras de molde que para mayor confusión se parecían a la caligrafía del criptograma.

Logra descifrar el código

antes de que le rompa el cuello a la pequeña

¡Escucha! El merodeador

de la calle m. no descansa

Juega al pirata y al bárbaro

en una calle justo al lado de la tumba

número cincuenta y cinco

Eso es todo

Logra descifrar el código

Me repetí el mensaje mientras corría por Broadway en dirección a la calle White y a la central de Policía, murmurándolo entre bocanadas de aire. Era también un código con un mensaje secreto, pensé, y parecía inevitable no especular sobre lo que el autor pretendía al mandar un mensaje así a un reportero de la redacción del Sun. Leí de nuevo el trozo de papel junto con mi buen amigo el inspector Joe Sullivan y acordamos que si había alguna posibilidad de hacer algo para evitar un posible crimen, eso residía en tratar de encontrar una dirección con el número cincuenta y cinco en las cercanías del cementerio. Como el lector del Sun bien sabe, Nueva York posee innumerables cementerios, y no existe un mapa muy claro de ellos. Después de la epidemia de cólera de 1832, se establecieron una serie de cementerios alrededor, y el periodista y el inspector no tenían una tarea fácil por delante. Finalmente encontramos un número cincuenta y cinco al lado del cementerio bautista entre Delancey y la calle Chrystie, y advertimos a todos los ocupantes del desvencijado edificio contra un posible ataque. También tuvimos oportunidad de hablar con las dos damas que luego tendrían un final tan deprimente. ¿Qué más podríamos haber hecho? Como el celoso policía que es, Joe Sullivan decidió quedarse de guardia fuera del edificio durante toda la noche. Pero la carta que llegó a la redacción no indicaba ni la hora ni el lugar del delito, y la Policía de Nueva York no tenía otro indicio que ese trozo de papel escrito, sabe Dios por quién. Al día siguiente, el señor Sullivan fue destinado a otras tareas policíacas. Esa noche, el asesino atacó de nuevo. Crimen en la calle Chrystie Cuando llegamos al apartamento, estaba invadido por policías que buscaban huellas e interrogaban a los vecinos. La sala estaba prácticamente destruida y los muebles estaban hechos pedazos. Había dinero desparramado sobre el suelo y mechones de cabello y hollín por todos lados. El señor Sullivan encontró a la mujer joven dentro de la chimenea, suspendida de una cuerda atada a los tobillos.

Seguramente se asfixió ahí dentro. Cuando los policías la colocaron en el suelo, le vi el rostro. Bajo la negra capa de hollín, reconocí a la joven con quien había hablado dos días antes en la escalera. Tenía los ojos cubiertos de tizne; cuando el forense levantó con cuidado el párpado, el hollín cayó al suelo. Abajo, en la calle, encontraron a la madre. Tenía cortada la garganta y la cara estaba llena de rasguños. Le habían arrancado el camisón y estaba desnuda. La parte inferior del cuerpo estaba cubierta de hollín. Cuando dos agentes trataron de levantarla, la cabeza se separó del cuerpo y rodó unos metros. La opinión del señor Sullivan sobre el crimen fue inequívoca: «Esa bestia la tiró desde ahí arriba», dijo entre dientes. Con una inspección más precisa, la Policía descubrió una pieza de ropa dentro de la boca de la mujer. En la boca de la joven encontraron una pieza similar. Probablemente eran paños embebidos en algún líquido anestésico. No es exagerado decir que el caso causó una profunda impresión en policías de piel curtida y que la atmósfera en el apartamento era asfixiante. Todo el caso es un misterio. Nadie sabe con seguridad cómo entró el homicida en la habitación ni cómo salió. La puerta estaba asegurada desde dentro. La Policía tuvo que abrirla a patadas cuando sospechó el crimen. Todas las ventanas estaban cerradas con pestillos. Rápidamente se descartó que el «salvaje» pudiera haber escapado a través de la chimenea, una vez que se constató a través de una inspección que el conducto es demasiado estrecho como para dejar pasar a un hombre adulto. Además, las huellas de hollín indican que el asesino metió a la joven en la chimenea desde abajo. El conjunto brinda una impresión confusa; por un lado predomina de nuevo la duda sobre la bestialidad del criminal, y a la vez todo parece planificado con frialdad, como firmado por un criminal muy astuto. La Policía de Nueva York carece de momento de pruebas en este caso y no se ha encontrado ningún testigo ocular. Está claro que los vecinos oyeron ruidos durante la noche, pero ninguno vio al asesino entrar o salir del edificio. ¿Cómo salió del lugar el asesino? ¿Y por qué se cometió el asesinato? ¿Por qué el asesino no se llevó el dinero ni los objetos valiosos de las mujeres? Como el lector puede suponer, la cara del miedo tiene muchos interrogantes en este crimen que ha sacudido Nueva York.

Caso no resuelto

Estuve despierto toda la noche, pensando en las dos mujeres. Presumo que la atrocidad de la calle Chrystie no iba dirigida en concreto a las dos mujeres inocentes, sino que el asesino las utilizó para señalar algo, pero no logré desvelar el «secreto» ni echar nueva luz al caso. Lo único que pude pensar es en una de las frases de la nota: «juega al pirata y al bárbaro». De regreso a la redacción, oí de pasada una conversación entre dos de los vecinos de las mujeres. Parece que varios de ellos oyeron voces esa noche, provenientes del apartamento. Uno opinaba con seguridad que la voz era masculina y que hablaba francés. La pareja del apartamento de arriba de las mujeres era de la opinión de que el hombre hablaba italiano, pero un tercer vecino estaba seguro de que la lengua extranjera era ruso. Y así está el caso, querido lector, no resuelto, confuso, como una pesadilla a plena luz del día.

Apenas ha leído el reportaje, Edgar se siente abrumado de cansancio, es como si su conciencia no pudiese mantenerse de pie y se hunde en él de forma inevitable. Está inmóvil junto a la ventana y mira hacia el parque, pero sus miembros son tan pesados que busca apoyo en el marco con ambas manos.

Se recuesta en el sofá y dormita. En su cabeza resuena el ruido de un navío que se cuela con un sonido tenue entre los tejados. Con la llegada del crepúsculo se levanta del sofá. Se va a la cocina y bebe té negro, fuerte como la pólvora.

No puede dejar de pensar en quién le mandó el artículo y en por qué el remitente decide mantenerse oculto. ¿Quién no desea mostrar su nombre? ¿Qué daño puede hacer un nombre? ¿Por qué teme el remitente que Edgar vaya a hacer mal uso de él?

¿Y qué pasa con su propio nombre? Edgar Allan Poe. ¿También es falso? De hecho, él no conoció a sus padres, David y Eliza, y sin embargo, se llama Poe. No quiere el nombre de sus padres adoptivos: «hay algo corrupto en el nombre Allan», piensa, y a menudo lo omite, pero poco tiempo después comienza a utilizar otra vez el odioso nombre medio, se cuela en lo que dice, parece que de todos modos le gusta el nombre Allan. ¿Quizás está orgulloso de la fortuna que John Allan, a través de la herencia, las importaciones y las influyentes relaciones, logró alcanzar y sin la cual él mismo sobrevivió y sobre la que se elevó?

¿Es alguno de sus nombres real?

Edgar se vuelve y mira el dorso de la hoja del periódico. Alguien le mandó el artículo, posiblemente para que se diese cuenta de la relación del caso con su propia imaginación. Eso quiere decir que sus lectores también podrían reconocer el parecido con la novela.

Comprueba por sí mismo que en los salones literarios se habla del artículo, con murmullos maliciosos entre las galletitas y el té. Se menciona su nombre. ¿Es el curso de los hechos tan similar a su novela como para que toda la ciudad hable de él?

Se enoja, aprieta los dientes hasta que le duelen las mandíbulas.

¿Fue Griswold quien le envió el sobre? «La antología de Griswold es el peor insulto concebible. Incluirlo a él en la antología, solamente con tres poemas, sólo puede ser obra de un verdugo de tamaño titánico. Hubiera sido mucho mejor que no figurase para nada», piensa. Con su elección, Griswold lo marca como mediocre, un hacedor de versos que sólo alcanza a las rodillas de Longfellow y compañía. Le llevó unas semanas reconocer con claridad el insulto. Cada vez que piensa en ello ahora, le dan ganas de gritar. La introducción que Griswold escribió a sus poemas es tan indiferente que sólo puede haber sido hecha con el mayor cuidado. La maldad de Griswold es llamativa, está muy impresionado…

Se pregunta qué quiere Griswold: ¿sacarlo de quicio, empujarlo a la cuneta del anonimato y dejar que se pudra ahí como un hongo humano? ¿Trata de vejar su nombre de tal modo que nunca más pueda presentarse como autor? Edgar presume que esto último es lo más probable, pero no está seguro de las razones que hay detrás de lo que Griswold se propone. Hojea en la antología del pastor, lee un poco aquí y allá en los prólogos, el estilo es liviano y artificial. Después de un rato ya está seguro. No es el estilo de Griswold enviar una carta sin remitente. La especialidad de Griswold es insultar sin que la gente se dé cuenta. Los desuella sin que ellos levanten una ceja. «Ése» es su estilo. Es un tejón asesino.

Lee otra vez el artículo y descubre —para su asombro— que le inquieta más pensar que quizá «no» es Rufus Griswold quien se lo envió. ¿Porque quién es entonces? ¿Por qué pretende atormentarlo? ¿Quién es el que necesita contarle que dos mujeres han sido asesinadas en Nueva York?

Pasados unos días toma de nuevo el artículo y en cuanto comienza a leerlo le sobreviene un enojo tan grande que lo rompe en pequeños pedazos. Enseguida se arrepiente, ahora su suspicacia no tiene nada que analizar.

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