La casa de Bernarda Alba

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Authors: Federico García Lorca

Tags: #Teatro, Tragedia, Clásico

 

A la muerte de su marido, Bernarda impone a sus hijas un luto riguroso de 8 años. Tan riguroso que ni siquiera podrán salir de casa, frustrando así las necesidades de sus cuatro hijas, ”en edad de merecer”. Después de haber negado a Martirio como prometida a un Humanes ”por ser gañán”, compromete a Angustias con Pepe ”El Romano”.

La aparición de este personaje desencadena una serie de acontecimientos que degenera en una confrontación entre la madre y las hijas y sobre todo entre éstas últimas. Poncia, una de las criadas de confianza de la casa, trata de advertir a la señora sobre las consecuencias de una disciplina tan rígida. Pero Bernarda rechaza todas las críticas; primero para no perder su aparente seguridad y, segundo, porque no puede aceptar consejos de una persona que está a su servicio.

Federico García Lorca

La casa de Bernarda Alba

Drama de mujeres en los pueblos de España

ePUB v1.1

Smoit
 
30.04.12

El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.

 PERSONAJES

BERNARDA (60 años)

MARÍA JOSEFA (madre de Bernarda, 80 años)

ANGUSTIAS (hija de Bernarda, 39 años)

MAGDALENA (hija de Bernarda, 30 años)

AMELIA (hija de Bernarda, 27 años)

MARTIRIO (hija de Bernarda, 24 años)

ADELA (hija de Bernarda, 20 años)

LA PONCIA (criada, 60 años)

CRIADA (50 años)

PRUDENCIA (50 años)

MENDIGA

MUJER 1ª

MUJER 2ª

MUJER 3ª

MUJER 4ª

MUCHACHA

MUJERES DE LUTO

ACTO PRIMERO

(Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de ninfas o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.)

(Sale la Criada)

CRIADA.— Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes.

LA PONCIA.—
(Sale comiendo chorizo y pan)
Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena.

CRIADA.— Es la que se queda más sola.

LA PONCIA.— Era la única que quería al padre. ¡Ay! ¡Gracias a Dios que estamos solas un poquito! Yo he venido a comer.

CRIADA.— ¡Si te viera Bernarda...!

LA PONCIA.— ¡Quisiera que ahora, que no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona! ¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos.

CRIADA.—
(Con tristeza, ansiosa)
¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?

LA PONCIA.— Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta!

VOZ.—
(Dentro)
: ¡Bernarda!

LA PONCIA.— La vieja. ¿Está bien cerrada?

CRIADA.— Con dos vueltas de llave.

LA PONCIA.— Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas.

VOZ.— ¡Bernarda!

LA PONCIA.—
(A voces)
¡Ya viene!
(A la Criada)
Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas me arrancará los pocos pelos que me quedan.

CRIADA.— ¡Qué mujer!

LA PONCIA.— Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia ese vidriado!

CRIADA.— Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.

LA PONCIA.— Ella, la más aseada; ella, la más decente; ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido.

(Cesan las campanas.)

CRIADA.— ¿Han venido todos sus parientes?

LA PONCIA.— Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz.

CRIADA.— ¿Hay bastantes sillas?

LA PONCIA.— Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!

CRIADA.— Contigo se portó bien.

LA PONCIA.— Treinta años lavando sus sábanas; treinta años comiendo sus sobras; noches en vela cuando tose; días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una con otra, y sin embargo, ¡maldita sea! ¡Mal dolor de clavo le pinche en los ojos!

CRIADA.— ¡Mujer!

LA PONCIA.— Pero yo soy buena perra; ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré.

CRIADA.— Y ese día...

LA PONCIA.— Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. "Bernarda, por esto, por aquello, por lo otro", hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. La quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás mucha puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.

CRIADA.— ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!

LA PONCIA.— Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.

CRIADA.— Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada.

LA PONCIA.—
(En la alacena)
Este cristal tiene unas motas.

CRIADA.— Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan.

(Suenan las campanas)

LA PONCIA.— El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el "Pater noster" subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán, Tronchapinos. En la misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes, y cuando decía amén era como si un lobo hubiese entrado en la iglesia.
(Imitándolo)
¡Ameeeén!
(Se echa a toser)

CRIADA.— Te vas a hacer el gaznate polvo.

LA PONCIA.— ¡Otra cosa hacía polvo yo!
(Sale riendo)

(La Criada limpia. Suenan las campanas)

CRIADA.—
(Llevando el canto)
Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!

MENDIGA.—
(Con una niña)
¡Alabado sea Dios!

CRIADA.— Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años!. Tin, tin, tan.

MENDIGA.—
(Fuerte con cierta irritación)
¡Alabado sea Dios!

CRIADA.—
(Irritada)
¡Por siempre!

MENDIGA.— Vengo por las sobras.

(Cesan las campanas)

CRIADA.— Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí.

MENDIGA.— Mujer, tú tienes quien te gane. ¡Mi niña y yo estamos solas!

CRIADA.— También están solos los perros y viven.

MENDIGA.— Siempre me las dan.

CRIADA.— Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados.
(Se van. Limpia.)
Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno para contarlo!
(Vuelven a sonar las campanas)
Sí, sí, ¡vengan clamores! ¡venga caja con filos dorados y toallas de seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las enaguas detrás de la puerta de tu corral!
(Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar mujeres de luto con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena)
(Rompiendo a gritar)
¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron.
(Tirándose del cabello)
¿Y he de vivir yo después de verte marchar? ¿Y he de vivir?

(Terminan de entrar las doscientas mujeres y aparece Bernarda y sus cinco hijas)

BERNARDA.—
(A la Criada)
¡Silencio!

CRIADA.—
(Llorando)
¡Bernarda!

BERNARDA.— Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar.
(La Criada se va sollozando)
Los pobres son como los animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.

MUJER 1.— Los pobres sienten también sus penas.

BERNARDA.— Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.

MUCHACHA 1.—
(Con timidez)
Comer es necesario para vivir.

BERNARDA.— A tu edad no se habla delante de las personas mayores.

MUJER 1.— Niña, cállate.

BERNARDA.— No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse.
(Se sientan. Pausa)
(Fuerte)
Magdalena, no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?

MUJER 2.—
(A Bernarda)
¿Habéis empezado los trabajos en la era?

BERNARDA.— Ayer.

MUJER 3.— Cae el sol como plomo.

MUJER 1.— Hace años no he conocido calor igual.

(Pausa. Se abanican todas)

BERNARDA.— ¿Está hecha la limonada?

LA PONCIA.—
(Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.)
Sí, Bernarda.

BERNARDA.— Dale a los hombres.

LA PONCIA.— Ya están tomando en el patio.

BERNARDA.— Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí.

MUCHACHA.—
(A Angustias)
Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.

ANGUSTIAS.— Allí estaba.

BERNARDA.— Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no lo ha visto ni ella ni yo.

MUCHACHA.— Me pareció...

BERNARDA.— Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos todas.

MUJER 2.—
(Aparte y en baja voz)
¡Mala, más que mala!

MUJER 3.—
(Aparte y en baja voz)
¡Lengua de cuchillo!

BERNARDA.— Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana.

MUJER 1.—
(En voz baja)
¡Vieja lagarta recocida!

LA PONCIA.—
(Entre dientes)
¡Sarmentosa por calentura de varón!

BERNARDA.—
(Dando un golpe de bastón en el suelo)
¡Alabado sea Dios!

TODAS.—
(Santiguándose)
Sea por siempre bendito y alabado.

BERNARDA.—

¡Descansa en paz con la santa

compaña de cabecera!

TODAS.—

¡Descansa en paz!

BERNARDA.—

Con el ángel San Miguel

y su espada justiciera

TODAS.—

¡Descansa en paz!

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