Read La casa de Bernarda Alba Online
Authors: Federico García Lorca
Tags: #Teatro, Tragedia, Clásico
MARTIRIO.—
(Señalando a Adela.)
¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA.— ¡Esa es la cama de las mal nacidas!
(Se dirige furiosa hacia Adela.)
ADELA.—
(Haciéndole frente.)
¡Aquí se acabaron las voces de presidio!
(Adela arrebata un bastón a su madre y lo parte en dos.)
Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí no manda nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
MAGDALENA.— ¡Adela!
(Salen la Poncia y Angustias.)
ADELA.— Yo soy su mujer.
(A Angustias.)
Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa. Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS.— ¡Dios mío! Bernarda: ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta?
(Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada, con la cabeza sobre la pared. Sale detrás Martirio.)
ADELA.— ¡Nadie podrá conmigo!
(Va a salir.)
ANGUSTIAS.—
(Sujetándola.)
De aquí no sales con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona! ¡deshonra de nuestra casa!
MAGDALENA.— ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un disparo.)
BERNARDA.—
(Entrando.)
Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO.—
(Entrando.)
Se acabó Pepe el Romano.
ADELA.— ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe!
(Sale corriendo.)
LA PONCIA.— ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO.— ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca!
BERNARDA.— No fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA.— ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO.— ¡Por ella! Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza.
LA PONCIA.— Maldita.
MAGDALENA.— ¡Endemoniada!
BERNARDA.— Aunque es mejor así.
(Se oye como un golpe.)
¡Adela! ¡Adela!
LA PONCIA.—
(En la puerta.)
¡Abre!
BERNARDA.— Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza.
CRIADA.—
(Entrando.)
¡Se han levantado los vecinos!
BERNARDA.—
(En voz baja, como un rugido.)
¡Abre, porque echaré abajo la puerta!
(Pausa. Todo queda en silencio)
¡Adela!
(Se retira de la puerta.)
¡Trae un martillo!
(La Poncia da un empujón y entra. Al entrar da un grito y sale.)
¿Qué?
LA PONCIA.—
(Se lleva las manos al cuello.)
¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y avanza.)
LA PONCIA.— ¡No entres!
BERNARDA.— No. ¡Yo no! Pepe: irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás. ¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas.
MARTIRIO.— Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA.— Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio!
(A otra hija.)
¡A callar he dicho!
(A otra hija.)
Las lágrimas cuando estés sola. ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? ¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!