La caverna (12 page)

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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

Cipriano Algor ya andaba por fuera. Durmió mal pensando si recibiría hoy la respuesta del jefe del departamento de compras, y qué respuesta seria, si positiva, si negativa, si reticente, si dilatoria, pero lo que le hizo perder el sueño por completo durante algunas horas fue una idea que le brotó en la cabeza en medio de la noche y que, como todas las que nos asaltan en horas muertas de insomnio, creyó que era extraordinaria, magnífica, y hasta, en el caso que nos ocupa, golpe de un talento negociador que merecía todos los aplausos. Al despertar de las escasas dos horas de inquieto sueño que el cuerpo desesperado había podido sustraer a su propia extenuación, percibió que la idea, finalmente, no valía nada, que lo más prudente sería no alimentar ilusiones acerca de la naturaleza y del carácter de quien maneja la vara de mando, y que cualquier orden procedente de quien esté investido de una autoridad por encima de lo común deberá ser considerada como si del más irrefutable dictamen del destino se tratara. En verdad, si la simplicidad es una virtud, ninguna idea podría ser más virtuosa que ésta, como en seguida se apreciará, Señor jefe de departamento, diría Cipriano Algor, estuve pensando en lo que me dijo sobre las dos semanas para retirar la loza que le está ocupando espacio en el almacén, en aquel momento no reflexioné, probablemente debido a la emoción que sentí al comprender que había una leve esperanza de seguir siendo proveedor del Centro, pero después me puse a pensar, a pensar, y vi que no es tan fácil, que es hasta imposible, satisfacer al mismo tiempo dos obligaciones, es decir, retirar la loza y hacer las figuras, sí, bien sé que todavía no ha dicho que las encargará pero, suponiendo que lo haga, se me ocurrió, por mero espíritu previsor, proponerle una alternativa que sería dejar libre la primera semana para poder avanzar en la fabricación de las figuras, retirar la mitad de la loza en la segunda semana, volver a las figurillas en la tercera y rematar el transporte de la loza en la cuarta, ya lo sé, ya lo sé, no necesita decírmelo, no ignoro que hay otra opción, esa que sería comenzar por la loza en la primera semana, y después ir alternando, siguiendo la secuencia, ora figuras, ora loza, ora figuras, pero creo que en este caso particular se deberían tener en consideración los factores psicológicos, todo el mundo sabe que el estado de espíritu del creador no es el mismo que el del destructor, de aquel que destruye, si yo pudiese comenzar por las figurillas, es decir, por la creación, y más en la excelente disposición de ánimo en que me encuentro, aceptaría con otro coraje la dura tarea de tener que destruir los frutos de mi propio trabajo, que es no tener a quien venderlos lo mismo que destruirlos, y, peor todavía, no encontrar a quien los quiera, incluso regalados. Este discurso, que a las tres de la madrugada le parecía a su autor que contenía una lógica irresistible, se tornó absurdo con el primer rayo de la mañana, y definitivamente ridículo bajo la denunciadora luz del sol. En fin, que lo que tenga que ser, será, dijo el alfarero al perro Encontrado, el diablo no acecha siempre tras la puerta. A causa de la manifiesta diferencia de conceptos y de la distinta naturaleza de los vocabularios de uno y otro, no podía Encontrado aspirar siquiera a una mera comprensión preliminar de lo que el dueño pretendía comunicarle, y en cierto modo menos mal que así era, porque, condición indispensable para pasar al siguiente grado de entendimiento, tendría que ser preguntarle qué era eso del diablo, figura, entidad o personaje, como se supone, ausente del mundo espiritual canino desde el principio de los tiempos, y ya se está viendo que, haciéndose una pregunta de éstas nada más comenzar, la discusión no tendría fin. Con la aparición de Marta y de Marcial, insólitamente risueños, como si esta vez la noche los hubiera premiado con algo más que el acostumbrado desahogo de los deseos acumulados durante los diez días de separación, Cipriano Algor despidió los últimos restos de mal humor, y, acto seguido, por mérito de recorridos mentales fácilmente delineables para quien conociese la premisa y la conclusión, se encontró pensando en Isaura Estudiosa, en ella en persona, pero también en el nombre que usa, que no se entiende por qué tendremos que seguir llamándola Estudiosa, si ese Estudioso le vino del marido, y él está muerto. En la primera ocasión, pensó el alfarero, no me olvidaré de preguntarle cuál es su apellido, el suyo propio, el de origen, el de familia. Absorto en la grave decisión que acababa de tomar, diligencia de las más temerarias en el territorio reservado del nombre, de hecho no es la primera vez que una historia de amor, por ejemplo, por hablar sólo de éstas, comienza por la fatal pregunta, Cuál es su nombre, preguntó ella, Cipriano Algor no reparó en seguida en que Marcial y el perro estaban confraternizando y jugando como viejos amigos que no se veían desde hacía mucho tiempo, Era el uniforme, decía el yerno, y Marta repetía, Era el uniforme. El alfarero los miró con extrañeza, como si todas las cosas del mundo hubiesen cambiado de repente de sentido, tal vez sería por haber pensado en la vecina Isaura más por el nombre que tenía que por la mujer que era, realmente no es común, incluso en pensamientos distraídos, cambiar una cosa por otra, salvo si se trata de una consecuencia de haber vivido mucho, a lo mejor hay cosas que sólo comenzamos a entender cuando llegamos allá, Llegamos allá, adonde, A la edad. Cipriano Algor se alejó en dirección al horno, iba murmurando una cantinela sin significado, Marta, Marcial, Isaura, Encontrado, después en orden diferente, Marcial, Isaura, Encontrado, Marta, y todavía otro, Isaura, Marta, Encontrado, Marcial, y otro, Encontrado, Marcial, Marta, Isaura, finalmente les unió su propio nombre, Cipriano, Cipriano, Cipriano, lo repitió hasta perder la cuenta de las veces, hasta sentir que un vértigo lo lanzaba fuera de sí mismo, hasta dejar de comprender el sentido de lo que estaba diciendo, entonces pronunció la palabra horno, la palabra alpendre, la palabra barro, la palabra moral, la palabra era, la palabra farol, la palabra tierra, la palabra lefia, la palabra puerta, la palabra cama, la palabra cementerio, la palabra asa, la palabra cántaro, la palabra furgoneta, la palabra agua, la palabra alfarería, la palabra hierba, la palabra casa, la palabra fuego, la palabra perro, la palabra mujer, la palabra hombre, la palabra, la palabra, y todas las cosas de este mundo, las nombradas y las no nombradas, las conocidas y las secretas, las visibles y las invisibles, como una bandada de aves que se cansase de volar y bajara de las nubes fueron posándose poco a poco en sus lugares, llenando las ausencias y reordenando los sentidos. Cipriano Algor se sentó en un viejo banco de piedra que el abuelo mandó colocar al lado del horno, apoyó los codos en las rodillas, la cara entre las manos juntas y abiertas, no miraba la casa ni la alfarería, ni los campos que se extendían más allá de la carretera, ni los tejados de la aldea a su derecha, miraba sólo el suelo sembrado de minúsculos fragmentos de barro cocido, la tierra blancuzca y granulosa que aparecía por debajo, una hormiga extraviada que erguía entre las mandíbulas potentes una argaya de dos veces su tamaño, el recorte de una piedra por donde la fina cabeza de una lagartija espiaba, para luego desaparecer. No tenía pensamientos ni sensaciones, era sólo el mayor de aquellos pedacitos de barro, un terrón seco que una leve presión de dedos bastaría para desmoronar, una argaya que se soltó de la espiga y era transportada por el azar de una hormiga, una piedra donde de vez en cuando se refugiaba un ser vivo, un escarabajo, o una lagartija, o una ilusión. Encontrado pareció surgir de la nada, no estaba allí y de repente pasó a estar, puso bruscamente las patas sobre las rodillas del dueño, descomponiéndole la postura de contemplador de las vanidades del mundo que pierde su tiempo, o cree ganarlo, haciéndole preguntas a las hormigas, a los escarabajos y a las lagartijas. Cipriano Algor le pasó la mano por la cabeza y le hizo otra pregunta, Qué quieres, pero Encontrado no respondió, sólo jadeaba y abría la boca, como si sonriese ante la inanidad de la cuestión. Fue en ese momento cuando se oyó la voz de Marcial, llamando, Padre, venga, el desayuno está listo. Era la primera vez que el yerno hacía tal cosa, algo anormal debía de estar sucediendo en la casa y en la vida de esos dos, y él no conseguía entender qué sería, imaginó a la hija diciendo, Llámalo tú, o incluso, suceso todavía más extraordinario, Marcial anticipándose, Yo lo llamo, alguna explicación tendrá que haber para esto. Se levantó del banco, hizo otra caricia en la cabeza del perro, y se pusieron en marcha. No reparó Cipriano Algor en que la hormiga nunca más volverá a pisar el camino de vuelta al hormiguero, todavía conserva la argaya violentamente apretada entre las mandíbulas, pero la jornada se le acabó allí, la culpa la tuvo el zangolotino de Encontrado, que no ve dónde pone los pies.

Mientras desayunaban, Marcial, como si estuviese respondiendo a una pregunta, informó de que había telefoneado a los padres para decirles que un trabajo urgente le impediría almorzar con ellos, Marta, a su vez, opinó que el transporte de loza no debería empezar hoy, Así pasaríamos el día juntos, es de suponer que teniendo dos semanas la diferencia de un día no será tan grave, Cipriano Algor observó que también lo había pensado, sobre todo debido al jefe del departamento, que podría telefonear a cualquier hora, Y es necesario que esté aquí para atenderlo. Marta y Marcial se cruzaron una mirada de duda, y él dijo con cautela, Si yo me encontrase en su lugar y sabiendo cómo funciona el Centro, no estaría tan confiado, Acuérdate de que fue él mismo quien admitió la posibilidad de darme la respuesta hoy, Aun así, podían haber sido sólo palabras dichas con la boca pequeña, de esas a las que no se da mucha importancia, No se trata de estar confiado o no, cuando el poder de decidir está en las manos de otras personas, cuando moverlas en un sentido o en otro no depende de nosotros, lo único que resta es aguantar. No tuvieron que esperar mucho tiempo, el teléfono sonó cuando Marta quitaba la mesa. Cipriano Algor se precipitó, tomó el auricular con una mano que temblaba, dijo, Alfarería Algor, al otro lado alguien, secretaria o telefonista, preguntó, Es el señor Cipriano Algor, El mismo, Un momento, le paso al señor jefe de departamento, durante un arrastradísimo minuto el alfarero tuvo que escuchar la música de violines con que se rellenan, con maníaca insistencia, estas esperas, iba mirando a la hija, pero era como si no la viese, al yerno, pero era como si no estuviese allí, de súbito la música cesó, la comunicación se había realizado, Buenos días, señor Algor, dijo el jefe del departamento de compras, Buenos días, señor, ahora mismo le estaba diciendo a mi hija, y a mi yerno, es su día libre, que, habiéndolo prometido, usted no dejaría de telefonear hoy, De las promesas cumplidas conviene hablar mucho para hacer olvidar las veces que no se cumplieron, Sí señor, Estuve estudiando su propuesta, consideré los diversos factores, tanto los positivos como los negativos, Perdone que le interrumpa, creo haber oído hablar de factores negativos, No negativos en el sentido riguroso del término, mejor diré factores que, siendo en principio neutros, podrán llegar a ejercer una influencia negativa, Tengo cierta dificultad en entender, si no le importa que se lo diga, Me estoy refiriendo al hecho de que su alfarería no tiene ninguna experiencia conocida en la elaboración de los productos que propone, Es verdad, señor, pero tanto mi hija como yo sabemos modelar y, puedo decirle sin vanidad, modelamos bien, y si es cierto que nunca nos dedicamos industrialmente a ese trabajo, ha sido porque la alfarería se orientó a la fabricación de loza desde el principio, Comprendo, pero en estas condiciones no era fácil defender la propuesta, Quiere decir, si me autoriza la pregunta y la interpretación, que la defendió, La defendí, sí, Y la decisión, La decisión tomada fue positiva para una primera fase, Ah, muchas gracias, señor, pero tengo que pedirle que me explique eso de la primera fase, Significa que vamos a hacerle un encargo experimental de doscientas figuras de cada modelo y que la posibilidad de nuevos encargos dependerá obviamente de la manera en que los clientes reciban el producto, No sé cómo se lo podré agradecer, Para el Centro, señor Algor, el mejor agradecimiento está en la satisfacción de nuestros clientes, si ellos están satisfechos, es decir, si compran y siguen comprando, nosotros también lo estaremos, vea lo que sucedió con su loza, se dejaron de interesar por ella, y, como el producto, al contrario de lo que ha sucedido en otras ocasiones, no merecía el trabajo ni la inversión de convencerlos de que estaban errados, dimos por terminada nuestra relación comercial, es muy simple, como ve, Sí señor, es muy simple, ojalá estas figurillas de ahora no tengan la misma suerte, La tendrán más tarde o más pronto, como todo en la vida, lo que ha dejado de tener uso se tira, Incluyendo a las personas, Exactamente, incluyendo a las personas, a mí también me tirarán cuando ya no sirva, Usted es un jefe, Soy un jefe, claro, pero sólo para quienes están por debajo de mí, por encima hay otros jueces, El Centro no es un tribunal, Se equivoca, es un tribunal, y no conozco otro más implacable, Verdaderamente, señor, no sé por qué gasta su precioso tiempo hablando de estos asuntos con un alfarero sin importancia, Le observo que está repitiendo palabras que oyó de mí ayer, Creo recordar que sí, más o menos, La razón es que hay cosas que sólo pueden ser dichas hacia abajo, Y yo estoy abajo, No he sido yo quien lo ha puesto, pero está, Por lo menos todavía tengo esa utilidad, pero si su carrera progresa, como sin duda sucederá, muchos más quedarán debajo de usted, Si tal ocurre, señor Cipriano Algor, para mí se volverá invisible, Como dijo usted hace poco, así es la vida, Así es la vida, pero por ahora todavía soy yo quien firmará el encargo, Señor, tengo una cuestión que someter a su criterio, Qué cuestión es ésa, Me refiero a la retirada de la loza, Eso ya está decidido, le he dado un plazo de quince días, Es que se me ha ocurrido una idea, Qué idea, Como nuestro interés, el nuestro y el del Centro, está en despachar el encargo lo más rápidamente posible, ayudaría mucho que pudiésemos alternar, Alternar, Quiero decir, una semana para sacar de ahí la loza, otra para trabajar en las estatuillas, y así sucesivamente, Pero eso significaría que tardaría un mes en limpiarme el almacén, en vez de quince días, Sí, sin embargo, ganaríamos tiempo para ir adelantando el trabajo, Dijo una semana loza, otra semana estatuillas, Sí señor, Hagámoslo entonces de otra manera, la primera semana será para las figuras, la siguiente para la loza, en el fondo es una cuestión de psicología aplicada, construir siempre es más estimulante que destruir, No me atrevía a pedirle tanto, señor, es mucha bondad la suya, Yo no soy bueno, soy práctico, cortó el jefe de compras, Tal vez la bondad también sea una cuestión práctica, murmuró Cipriano Algor, Repita, no he entendido bien lo que ha dicho, No haga caso, señor, no era importante, Sea como sea, repita, Dije que tal vez la bondad sea también una cuestión práctica, Es una opinión de alfarero, Sí señor, pero no todos los alfareros la tendrían, Los alfareros se están acabando, señor Algor, Opiniones de éstas, también. El jefe del departamento no respondió en seguida, estaría pensando si valdría la pena seguir divirtiéndose con esta especie de juego del gato y el ratón, pero su posición en el mapa orgánico del Centro le recordó que las configuraciones jerárquicas se definen y se mantienen por y para ser escrupulosamente respetadas, y nunca excedidas o pervertidas, sin olvidar que tratar a los inferiores o subalternos con excesiva confianza siempre va minando el respeto y acaba en licencias, o, queriendo usar palabras más explícitas, sin ambigüedad, insubordinación, indisciplina y anarquía. Marta, que desde hace algunos momentos porfiaba en atraer la atención del padre sin conseguirlo, tan absorto estaba en la disputa verbal, garabateó velozmente en un papel dos preguntas en grandes letras y ahora se las ponía delante de la nariz, Cuáles, Cuántas. Al leerlas, Cipriano Algor se llevó la mano desocupada a la cabeza, su distracción no tenía disculpa, mucho hablar por hablar, mucho argumentar y contraargumentar, y de lo que realmente le interesaba saber sólo conocía una parte, y eso porque el jefe del departamento lo había dicho, a saber, que serían doscientas figuras de cada modelo las encargadas. El silencio no duró tanto cuanto probablemente estará pareciendo, pero hay que volver a recordar que en un instante de silencio, incluso más breve que éste, pueden ocurrir muchas cosas, y cuando, como en el caso presente, es necesario enumerarlas, describirlas, explicarlas para que se llegue a comprender algo que valga la pena del sentido que tengan cada una por sí y todas juntas, en seguida aparecerá alguien esgrimiendo que es imposible, que no cabe el mundo por el ojo de una aguja, cuando lo cierto es que cupo el universo, y mucho más cabría, por ejemplo, dos universos. Pero, usando un tono circunspecto, para que el despertar del dragón durmiente no sea demasiado brusco, es ya tiempo de que Cipriano Algor murmure, Señor, tiempo también de que el jefe del departamento de compras ponga punto final y remate una conversación de la que mañana, por las razones arriba expuestas, tal vez venga a arrepentirse y quiera dar por no sucedida, Bueno, estamos de acuerdo, pueden comenzar el trabajo, la hoja de pedido sale hoy mismo, y, finalmente, tiempo de que Cipriano Algor diga que falta por resolver todavía un pormenor, Y qué pormenor es ése, Cuáles, señor, Cuáles, qué, habló de un pormenor, no de varios, Cuáles de las seis figuras va a encargar, es eso lo que me falta saber, Todas, respondió el jefe de compras, Todas, repitió estupefacto Cipriano Algor, pero el otro ya no lo oía, había colgado. Aturdido, el alfarero miró a la hija, después al yerno, Nunca esperé, he oído lo que he oído y no lo creo, dice que va a encargar doscientas de todas, De las seis, preguntó Marta, Creo que sí, fue eso lo que dijo, todas. Marta corrió hacia el padre y lo abrazó con fuerza, sin una palabra. Marcial también se aproximó al suegro, Las cosas, a veces, van mal, pero después llega un día que sólo trae noticias buenas. Si estuviese Cipriano Algor apenas un pelín más interesado en lo que se decía, si no lo distrajese la alegría del trabajo ahora garantizado, ciertamente no dejaría de querer saber de qué otra u otras buenas noticias había sido este día portador. Por otra parte, el pacto de silencio hace pocas horas acordado entre los prometidos padres casi se rompe allí, de eso se dio cuenta Marta al mover los labios como para decir, Padre, me parece que estoy embarazada, sin embargo consiguió retener las palabras. No lo percibieron Marcial, firme en el compromiso asumido, ni Cipriano, inocente de cualquier sospecha. Es verdad que una tal revelación sólo podría ser obra de quien, además de saber leer los labios, habilidad relativamente común, fuese también capaz de prever lo que ellos van a pronunciar cuando la boca apenas comienza a entreabrirse. Tan raro es este mágico don como aquel otro, en otro lugar hablado, de ver el interior de los cuerpos a través del saco de piel que los envuelve. Pese a la seductora profundidad de ambos temas, propicia a las más suculentas reflexiones, tenemos que abandonarlos inmediatamente para prestar atención a lo que Marta acaba de decir, Padre, haga las cuentas, seis veces doscientos son mil doscientos, vamos a tener que entregar mil doscientas figuras, es mucho trabajo para dos personas y poquísimo tiempo para hacerlo. Lo exagerado del número empalideció la otra buena noticia del día, la probabilidad de un hijo de Marcial y Marta, tenida por cierta, perdió de súbito fuerza, volvió a ser la simple posibilidad de todos los días, el efecto ocasional o intencionado de haberse reunido sexualmente, por vías que llamamos naturales y sin tomar precauciones, un hombre y una mujer. Dijo el guarda interno Marcial Gacho, medio serio medio jocoso, Presiento que a partir de ahora desapareceré del paisaje, espero que al menos no se olviden de que existo, Nunca exististe tanto, respondió Marta, y Cipriano Algor dejó durante un momento de pensar en los mil doscientos muñecos para preguntarse a sí mismo qué estaría queriendo ella decir.

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