La caverna (31 page)

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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

Cipriano Algor miró el reloj cuando llegó al piso cero-cinco. Eran las cuatro y media. El montacargas lo llevó al trigésimo cuarto piso. Nadie lo había visto. Marta le abrió la puerta silenciosamente, con los mismos cuidados volvió a cerrarla, Cómo está Marcial, preguntó, Está bien, no te preocupes, tienes un gran hombre, te lo digo yo, Qué hay abajo, Deja que me siente primero, estoy como si me hubiesen dado una paliza, estos esfuerzos ya no son para mi edad, Qué hay abajo, volvió a preguntar Marta después de haberse sentado, Abajo hay seis personas muertas, tres hombres y tres mujeres, No me sorprende, era exactamente lo que pensaba, que se trataría de restos humanos, sucede con frecuencia en las excavaciones, lo que no comprendo es por qué todos estos misterios, tanto secreto, tanta vigilancia, los huesos no huyen, y no creo que robarlos mereciese el trabajo que daría, Si hubieses bajado conmigo comprenderías, todavía estás a tiempo de ir allí, Deje esas ideas, No es fácil dejar esas ideas después de haber visto lo que he visto, Qué ha visto, quiénes son esas personas, Esas personas somos nosotros, dijo Cipriano Algor, Qué quiere decir, Que somos nosotros, yo, tú, Marcial, el Centro todo, probablemente el mundo, Por favor, explíquese, Pon atención, escucha. La historia tardó media hora en ser contada. Marta la oyó sin interrumpir una sola vez. Al final, dijo, Sí, creo que tiene razón, somos nosotros. No hablaron más hasta que llegó Marcial. Cuando entró, Marta se le abrazó con fuerza, Qué vamos a hacer, preguntó, pero Marcial no tuvo tiempo de responder. Con voz firme, Cipriano Algor decía, Vosotros decidiréis vuestras vidas, yo me voy.

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Sus cosas están aquí, dijo Marta, no era mucho, caben de sobra en la maleta más pequeña, parece que intuyó que iba a estar sólo tres semanas, Llega un momento en la vida en que debería bastarnos con llevar a la espalda el propio cuerpo, dijo Cipriano Algor, La frase es bonita, sí señor, pero lo que me gustaría es que me dijera de qué va a vivir, Mira los lirios del campo, que no hilan ni tejen, También es bonita esa frase, por eso ellos nunca consiguieron dejar de ser lirios, Eres una escéptica rabiosa, una cínica repugnante, Padre, por favor, estoy hablando en serio, Perdona, Comprendo que haya sido un choque para usted, como también, incluso sin haber estado allí, lo fue para mí, comprendo que aquellos hombres y aquellas mujeres son mucho más que simples personas muertas, No sigas, porque ellos son mucho más que simples personas muertas yo no quiero seguir viviendo aquí, Y nosotros, y yo, preguntó Marta, Decidiréis vuestra vida, yo ya he decidido la mía, no voy a quedarme el resto de mis días atado a un banco de piedra y mirando una pared, Y cómo vivirá, Tengo el dinero que pagaron por las figurillas, dará para uno o dos meses, luego ya veremos, No me refería al dinero, de una u otra manera no le faltará lo necesario para alimentarse y vestirse, lo que quiero decir es que tendrá que vivir solo, Tengo a Encontrado, vosotros iréis a visitarme de vez en cuando, Padre, Qué, Isaura, Qué tiene que ver Isaura con esto, Me dijo que la situación entre ambos había cambiado, no explicó cómo ni por qué, pero me lo dijo, Y es verdad, Siendo así, Siendo así, qué, Podrían vivir juntos, quiero decir. Cipriano Algor no respondió. Tomó la maleta, Me voy, dijo. La hija se abrazó a él, Iremos en el primer descanso de Marcial, mientras tanto vaya dando noticias, cuando llegue telefonéeme para decir cómo estaba la casa, y Encontrado, no se olvide de Encontrado. Con un pie fuera de la puerta, Cipriano Algor dijo aún, Dale un abrazo a Marcial, Ya se lo ha dado, ya se ha despedido de él, Sí, pero dale otro. Cuando llegó al final del pasillo, volvió la cabeza. La hija estaba al fondo, entre las puertas, le hacía un gesto de adiós con una mano mientras se tapaba la boca con la otra para no estallar en sollozos. Hasta pronto, dijo, pero ella no lo oyó. El montacargas lo llevó al garaje, ahora era necesario saber dónde había dejado estacionada la furgoneta y si arrancaría después de tres semanas sin ser movida, a veces las baterías juegan malas pasadas, Era lo que faltaba, pensó, inquieto. No sucedió lo que temía, la furgoneta cumplió con su obligación. Es cierto que no hizo contacto a la primera ni a la segunda, pero a la tercera arrancó con un ruido digno de otro motor. Minutos después Cipriano Algor estaba en la avenida, no diremos que tenía el camino abierto ante él, pero podría haber sido mucho peor, pese a la lentitud era la propia corriente del tráfico la que lo llevaba. No es de extrañar que el tránsito sea intenso, los automóviles adoran los domingos y para el dueño de un coche es casi imposible resistir la llamada presión psicológica, al automóvil le basta estar allí, no necesita hablar. En fin, la ciudad quedó atrás, los barrios de la periferia van pasando, dentro de poco aparecerán las chabolas, en tres semanas habrán llegado a la carretera, no, todavía les faltan unos treinta metros, y luego está el Cinturón Industrial, casi todo parado, sólo unas cuantas fábricas que parecen hacer de la elaboración continua su religión, y ahora el triste Cinturón Verde, los invernaderos pardos, grises, lívidos, por eso las fresas habrán perdido el color, no falta mucho para que sean blancas por fuera como ya lo van siendo por dentro y tengan el sabor de cualquier cosa que no sepa a nada. Giremos ahora a la izquierda, allí a lo lejos, donde se ven aquellos árboles, sí, aquellos que están juntos como si fueran un ramillete, hay un importante yacimiento arqueológico todavía por explorar, lo sé de buena fuente, no todos los días se tiene la suerte de recibir una información de éstas directamente de la boca del propio fabricante. Cipriano Algor se ha preguntado cómo es posible que se haya dejado encerrar durante tres semanas sin ver el sol y las estrellas, a no ser, forzando el cuello, desde un trigésimo cuarto piso con ventanas que no se podían abrir, cuando tenía aquí este río, es cierto que maloliente y menguado, este puente, es cierto que viejo y mal cuidado, y estas ruinas que fueron casas de personas, y el pueblo donde había nacido, crecido y trabajado, con su carretera cruzándolo y la plaza a un lado, esos que van por allí, aquel hombre y aquella mujer, son los padres de Marcial, todavía no los habíamos visto pese al tiempo que ya dura esta historia, a esta distancia nadie diría que tienen el mal carácter que se les atribuye y del que dieron pruebas suficientes, es el peligro de las apariencias, cuando nos engañan siempre será para peor. Cipriano Algor saca el brazo por la ventanilla de la furgoneta y les saluda como si fuesen viejos amigos, mejor hubiera sido que no lo hiciese, lo más probable es que ahora vayan pensando que se burló de ellos, y no es verdad, la intención no era ésa, lo que sucede es que Cipriano Algor está contento, dentro de tres minutos verá a Isaura y tendrá a Encontrado en los brazos, si no es precisamente al contrario el acontecimiento, es decir, Isaura en los brazos y Encontrado dando saltos, esperando que le presten atención. La plaza se quedó atrás, de repente, sin avisar, se le encogió el corazón a Cipriano Algor, él sabe de la vida, ambos lo saben, que ninguna dulzura de hoy será capaz de aminorar el amargor de mañana, que el agua de esta fuente no podrá matarte la sed en aquel desierto, No tengo trabajo, no tengo trabajo, murmuró, y ésa era la respuesta que debería haber dado, sin más adornos ni subterfugios, cuando Marta le preguntó de qué iba a vivir, No tengo trabajo. En esta misma entrada, en este mismo lugar, como en el día que venía del Centro con la noticia de que no le compraban más loza, Cipriano Algor disminuyó la velocidad de la furgoneta. No quería llegar, quería haber llegado, y entre una cosa y otra ahí está la esquina de la calle donde vive Isaura Madruga, la casa es aquélla, de súbito la furgoneta tuvo mucha prisa, de súbito frenó, de súbito saltó de ella Cipriano Algor, de súbito subió los escalones, de súbito tocó el timbre. Llamó una vez, dos, tres veces. Nadie apareció para abrir la puerta, nadie dio señal desde dentro, no vino Isaura, no ladró Encontrado, el desierto que era para mañana se había adelantado a hoy. Y deberían estar aquí los dos, hoy es domingo, no se trabaja, pensó. Desconcertado regresó a la furgoneta, cruzó los brazos sobre el volante, lo normal sería preguntarle a los vecinos, pero nunca le había gustado dar a saber de su vida, verdaderamente, cuando estamos preguntando por alguien estamos diciendo sobre nosotros mucho más de lo que se podría imaginar, lo que nos salva es que las personas preguntadas, en su mayoría, no tienen el oído preparado para comprender lo que se oculta tras palabras tan aparentemente inocentes como éstas, Por casualidad ha visto a Isaura Madruga. Dos minutos después reconocía que, pensándolo bien, tan sospechoso debería ser estar parado esperando frente a la casa como ir, con ademán de falsa naturalidad, a preguntarle al primer vecino si, por casualidad, se había fijado en la salida de Isaura. Voy a buscar por ahí, pensó, puede ser que los encuentre. La vuelta por la aldea resultó inútil, Isaura y Encontrado parecían borrados de la faz de la tierra. Cipriano Algor decidió irse a casa, volvería a intentarlo al final de la tarde, Salieron a algún sitio, pensó. El motor de la furgoneta cantó la canción del regreso al hogar, el conductor ya veía las ramas más altas del moral, y de repente, como un relámpago negro, Encontrado vino desde arriba, ladrando, corriendo ladera abajo como si hubiese enloquecido, el corazón de Cipriano Algor estuvo a una pulsación del desfallecimiento, y no por causa del animal, este amor, por muy grande que sea, no llega a tanto, es que piensa que Encontrado no está solo y que, si no está solo, sólo hay una persona en el mundo que pueda estar con él. Abrió la puerta de la furgoneta, de un brinco el perro se le subió a los brazos, al fin el perro fue el primero, y le lamía la cara y no lo dejaba ver el camino, ese en el que aparece atónita Isaura Madruga, suspéndase ahora todo, por favor, que nadie hable, que nadie se mueva, que nadie se entrometa, ésta es la escena conmovedora por excelencia, el coche que viene subiendo la ladera, la mujer que en lo alto da dos pasos y de pronto no puede andar más, vean sus manos apretadas contra el pecho, a Cipriano Algor que sale de la furgoneta como si entrara en un sueño, Encontrado que va detrás y se le enreda en las piernas, sin embargo no sucederá nada malo, era lo que faltaba, caerse antiestéticamente uno de los personajes principales en el momento culminante de la acción, este abrazo y este beso, estos besos y estos abrazos, cuántas veces será necesario que os recuerde que el mismo amor que devora está suplicando que lo devoren, siempre ha sido así, siempre, pero hay ocasiones en que nos damos más cuenta. En un intervalo entre dos besos Cipriano Algor preguntó, Y cómo es que estás aquí, pero Isaura no respondió en seguida, había otros besos que dar y recibir, tan urgentes como el primero de todos, por fin tuvo aliento suficiente para decir, Encontrado huyó al día siguiente de que te fueras, abrió un agujero en la cerca del huerto y se vino aquí, no hubo manera de obligarlo a volver, estaba decidido a esperarte hasta no sé cuándo, el único remedio era dejarlo, traerle la comida y el agua, hacerle un poco de compañía, aunque yo crea que no la necesitaba. Cipriano Algor buscaba en los bolsillos la llave de casa, mientras iba pensando e imaginando, Vamos a entrar los dos, vamos a entrar juntos, y la tenía finalmente en la mano cuando vio que la puerta estaba abierta, que es como deben estar las puertas para quien, viniendo de lejos, llega, no necesitó preguntar por qué, Isaura le decía tranquilamente, Marta me dejó una llave para que viniera de vez en cuando a airear la casa, a limpiarle el polvo, así, con esto de Encontrado, he estado viniendo todos los días, por la mañana antes de ir a la tienda, y al final de la tarde, después de acabar el trabajo. Dio la sensación de que tenía algo más que añadir, pero los labios se le cerraron con firmeza como para impedir el paso a las palabras, no saldréis de ahí, ordenaban, pero ellas se juntaron, unieron fuerzas, y lo máximo que el pudor consiguió fue que Isaura bajara la cabeza y redujera la voz a un murmullo, Una noche me quedé a dormir en tu cama, dijo. Entendámonos, este hombre es alfarero, trabajador manual por tanto, sin finuras de formación intelectual y artística salvo las necesarias para el ejercicio de su profesión, con una edad ya más que madura, se crió en un tiempo en que lo corriente era que las personas tuvieran que refrenar, cada una en sí misma y todas en toda la gente, las expresiones del sentimiento y las ansiedades del cuerpo, y si es cierto que no serían muchos los que en su medio social y cultural podrían echarle un pulso en cuestiones de sensibilidad y de inteligencia, oír decir así de sopetón de boca de una mujer con quien nunca yaciera en intimidad, que durmió, ella, en la cama de él, por muy enérgicamente que estuviera andando hacia la casa donde el equívoco caso se produjo, forzosamente tendría que suspender el paso, mirar con pasmo a la osada criatura, los hombres, confesémoslo de una vez, nunca acabarán de entender a las mujeres, felizmente éste consiguió, sin saber cómo, descubrir en medio de su confusión las palabras exactas que la ocasión pedía, Nunca más dormirás en otra. Realmente, esta frase tenía que ser así, se perdería todo el efecto si hubiese dicho, por ejemplo, como quien pone su firma en un pacto de conveniencia, Bueno, puesto que tú dormiste en mi cama, iré yo a dormir a la tuya. Se habían abrazado nuevamente Isaura y Cipriano Algor después de que él dijera, no cuesta nada imaginar con qué entusiasmo lo hacía, pero tuvo un súbito sobresalto del que los sentimientos de la pasión, al parecer, no participaban, Olvidé sacar la maleta del coche, fue esto lo que dijo. Sin prever todavía las consecuencias del prosaico acto, con Encontrado dando saltos tras él, abrió la puerta de la furgoneta y sacó la maleta. Tuvo la primera intuición de lo que sucedería cuando entró en la cocina, la segunda cuando entró en el dormitorio, aunque la certeza cierta sólo la tuvo cuando Isaura, con una voz que se esforzaba en no temblar, le preguntó, Has venido para quedarte. La maleta estaba en el suelo, a la espera de que alguien la abriese, esa operación, si bien que necesaria, podía aguardar para más tarde. Cipriano Algor cerró la puerta. Hay momentos así en la vida, para que el cielo se abra es necesario que una puerta se cierre. Media hora después, ya en paz, como una playa de donde se va retirando la marea, Cipriano Algor contó lo que había pasado en el Centro, el descubrimiento de la gruta, la imposición del secreto, la vigilancia, el descenso a la excavación, la tiniebla de dentro, el miedo, los muertos atados al banco de piedra, las cenizas de la hoguera. Al principio, cuando vio que la furgoneta subía la ladera, Isaura pensó que Cipriano Algor volvía a casa por no haber podido aguantar más la separación y la ausencia, y esa idea, como es de suponer, halagó su ansioso corazón de amante, pero ahora, con la cabeza descansando en lo cóncavo del hombro de él, sintiendo su mano en la cintura, las dos razones le parecen igualmente justas, y, además, si nos tomáramos el trabajo de observar que hay por lo menos una cara, la de la insoportabilidad, en que una y otra se tocan y se hacen comunes, automáticamente deja de existir cualquier motivo serio para afirmar que las dos razones son contradictorias entre sí. Isaura Madruga no es particularmente versada en historias antiguas e invenciones mitológicas, pero sólo necesitó de dos palabras simples para comprender lo esencial de la cuestión. Aunque las conozcamos ya, no se pierde nada en dejarlas escritas otra vez, Éramos nosotros.

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