La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica (52 page)

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Authors: Bruce Sterling

Tags: #policiaco, #Histórico

En 1990, la CPSR fue el grupo activista
ciberpolítico
veterano de la nación, con más de dos mil miembros en veintiuna región, a lo largo de EE.UU. Fueron especialmente activos en Boston, Silicon Valley y Washington D.C., donde el ministerio de Washington patrocinó, la
Mesa Redonda para la Política Pública
.

La
Mesa Redonda para la Política Pública
, sin embargo, había sido fundada por la EFF, la cual había pasado a la CPSR una amplia subvención para operaciones. Este fue el primer encuentro oficial a gran escala, de lo que llegaría a ser la
Comunidad de Libertarios Civiles de la Electrónica
.

Asistieron sesenta personas, incluido yo mismo; en este caso, no tanto como periodista sino como autor
cyberpunk
. Muchas de las luminarias de este campo tomaron parte: Kapor y Godwin por supuesto. Richard Civille y Marc Rotenberg de la CPSR. Jerry Berman de la ACLU. John S. Quarterman, autor de ‘The Matrix’. Steven Levy, autor de ‘Hackers’. George Perry y Sandy Weiss de Prodigy Services, —para describir los problemas en libertades civiles, que su joven red comercial estaba experimentando—. La Dra. Dorothy Denning. Cliff Figallo, gerente de the Well. Allí estuvo Steve Jackson, —que había encontrado por fin su audiencia— y también estuvo el mismo Craig Neidorf —
Knight Lightning
—, con su abogado, Sheldon Zenner. Katie Hafner, periodista científica y coautora de ‘Cyberpunk: hackers fuera de la ley en la frontera del ordenador’. Dave Farber, pionero de ARPAnet y gurú de Internet. Janlori Goldman del proyecto sobre Privacidad y Tecnología del ACLU. John Nagle de Autodesk y de the Well. Don Goldberg de la Casa del Comité de Justicia. Tom Guidoboni, —el abogado defensor, en el caso del Gusano de Internet—. Lance Hoffman, profesor de ciencia de los ordenadores en la Universidad George Washington. Eli Noam de Columbia. —Y una multitud de otros no menos distinguidos.

El Senador Patrick Leahy pronunció el discurso clave, expresando su determinación de continuar creciendo y mejorando, en el tema de la libertad de expresión electrónica El discurso fue bien recibido y la emoción fue palpable. Todos los paneles de discusión fueron interesantes —algunos inevitables—. La gente se conectaba con un interés casi desesperado.

Yo mismo, durante el almuerzo, mantenía una discusión de lo más interesante y cordial con Nöel y Jeanne Gayler. El Almirante Gayler era un antiguo director de la Agencia de Seguridad Nacional
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. Como éste fue el primer encuentro conocido, entre un auténtico
cyberpunk
y un ejecutivo jefe del más grande y mejor financiado, aparato de espionaje electrónico de América, había naturalmente un poquito de ceño fruncido por ambos lados.

Desafortunadamente, nuestro debate fue
off the record
. De hecho todos los debates en la CPSR eran oficialmente así. La idea, era hacer algo serio, conectados en una atmósfera de completa franqueza, mejor que representar un circo multimedia.

En cualquier caso, la
Mesa Redonda
de la CPSR, aunque interesante e intensamente valiosa, no fue nada comparado con el acontecimiento verdaderamente alucinante que ocurrió pocos meses después.

«Ordenadores, Libertad y Privacidad». Cuatrocientas personas procedentes de cualquier esquina imaginable de la comunidad electrónica americana. Como escritor de ciencia-ficción, he presenciado algunos espectáculos raros en mi vida, pero este, está realmente más allá de todo lo conocido. Incluso
Cyberthon
, el
Woodstock del ciberespacio
de la Point Foundation, donde la psicodelia de la Bahía
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choca de cabeza, con el emergente mundo de la realidad virtual informatizada, era como una actuación en un Club de Kiwanis, comparado con algo tan asombroso.

La
comunidad electrónica
ha llegado a un apogeo. Casi todo protagonista en este libro, está de servicio. Civiles Libertarios. Policías Informáticos. El
Underground
Digital. Incluso unos pocos y discretos hombres, de las compañías telefónicas, se reparten unas etiquetas para las solapas, con puntos de colores según el código profesional. Cuestiones sobre libertad de expresión. Las fuerzas de la Ley. Seguridad Informática. Privacidad. Periodistas. Abogados. Educadores. Bibliotecarios. Programadores. Estilizados puntos
negro-punk
para los
hackers
y
phreakers
telefónicos. Casi todos los presentes, parece que llevan ocho o nueve puntos de colores, parece que lucen seis o siete sombreros profesionales.

Es una comunidad. Algo parecido al Líbano quizás, pero una nación digital. Gente que ha luchado durante todo el año en la prensa nacional, personas que han albergado las más profundas sospechas sobre los motivos y la ética de los unos y los otros, están ahora en el regazo de los mismos. La gente de «Ordenadores, Libertad y Privacidad», tendría toda la razón del mundo para volverse desagradable. Pero exceptuando las pequeñas irrupciones de tonterías desconcertantes, provenientes del lunático de turno de la convención, reinó una sorprendente afabilidad. La CFP
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es como un banquete de bodas, en el que los dos amantes: una novia inestable y un novio charlatán, se entregan los anillos en un matrimonio, claramente desastroso

Está claro para las dos familias —incluso para los vecinos e invitados al azar—, que no es una relación viable, y la desesperación de la joven pareja no puede aguantar más la espera. Simplemente no pueden ayudarse así mismos. La vajilla volará. Los chillidos desde su nuevo piso de casados, despertarán al resto del bloque de vecinos. El divorcio espera en las alturas, como un buitre volando sobre el Kalahari; es un matrimonio del que va a nacer un hijo. Las tragedias acaban en muerte; las comedias en boda.
La Caza de Hackers
está acabando en matrimonio. Y habrá un niño.

Desde el principio, reinan las anomalías. John Perry Barlow, el explorador del
ciberespacio
está aquí. Su foto en color en el ‘New York Times Magazine’, severo paisaje nevado de Wyoming, Barlow ceñudo, con un largo abrigo negro, sombrero oscuro, un Macintosh SE30 apuntalado sobre una valla y un impresionante rifle de la frontera debajo del brazo, será la imagen individual más llamativa de
La Caza de los Hackers
. Es el invitado de honor del CFP —¡Junto con Gail Thackeray del FCIC! ¿qué demonios esperan hacer estos dos invitados el uno con el otro? ¿un vals?

Barlow formula el primer discurso. Contrariamente a lo esperado, está ronco. —El volumen total de trabajo en las calles le ha desgastado. Habla concisamente, agradablemente, con una petición de conciliación, y al irse recibe una tormenta de aplausos.

Gail Thackeray entra en escena. Está visiblemente nerviosa. Últimamente ha estado mucho en el estrado, leyendo esos mensajes de Barlow. Seguir a Barlow es un desafío para cualquiera. En honor al famoso compositor de Grateful Dead, élla anuncia con voz aguda, que va a leer un poema. Uno que ha compuesto élla misma.

Es un poema horrible. Aleluyas en el divertido contador del servicio de Robert W.
La cremación de Sam McGee
. Pero es, de hecho, un poema. ¡Es la
Balada de la Frontera Electrónica
! Un poema sobre
La Caza de los Hackers
y la total imposibilidad del CFP. Está lleno de juegos de palabras, chistes.

La veintena más o menos de policías entre la audiencia, que están sentados todos juntos en una nerviosa clá, están totalmente muertos de risa. El poema de Gail es lo más endemoniadamente divertido que han escuchado nunca. Los
hackers
y libertarios, que habían tomado a esta mujer por Ilsa, La Loba de las SS, la miran boquiabiertos. Nunca en los salvajes límites de su imaginación, podían imaginarse que Gail Tackeray, fuera capaz de semejante movimiento sorpresa. Pueden verles apretando su botón de RESET mental.

—¡Jesús! ¡esta señora es una
hacker
colgada! ¡es como nosotros! ¡Dios, eso lo cambia todo!

Al Bayse, técnico en ordenadores del FBI, ha sido el único policía en la
Mesa Redonda
del CPSR, arrastrado allí por el abrazo de Dorothy Denning. Protegido y silenciado en la reunión de la CPSR;
un cristiano lanzado a los leones
.

En el CFP, respaldado por el gallinero de policías, Bayse de repente se pone elocuente e incluso divertido, describiendo el NCIC 2000 del FBI, un enorme catálogo digital de grabaciones criminales, como si súbitamente se hubiera convertido en un extraño híbrido de George Orwell y Goebbels. Sucumbe a la tentación de hacer un antiguo chiste sobre el análisis estadístico. Al menos un tercio del público se ríe audiblemente.

—No se rieron de eso en mi último discurso —observa Bayse.

Se ha estado dirigiendo a los policías —policías honrados, no gente de la informática.

Ha sido un encuentro valioso, útil, más de lo que esperaban.

Sin ninguna estimulación, sin ninguna preparación, el público simplemente comienza a hacer preguntas. Melenudos, tíos raros, matemáticos. Bayse está respondiendo, educadamente, francamente, a todo, como un hombre que camina sobre el aire. La atmósfera de la sala comienza a chisporrotear surrealismo. Una abogada detrás de mí se pone a sudar. Sorprendentemente, una caliente ráfaga de un potente perfume almizclado, se desliza desde sus muñecas.

La gente está mareada de la risa. Están atrapados, fascinados, sus ojos tan abiertos y oscuros que parecen erotizados. Increíbles corrillos de gente se forman en los vestíbulos, alrededor del bar, en las escaleras mecánicas: policías con
hackers
, derechos civiles con el FBI, Servicios Secretos y los
Phreaks
del teléfono.

Gail Thackeray está muy decidida con su jersey blanco de lana, con el pequeño logo del Servicio Secreto.

—¡Encontré a
Phiber Optik
en las cabinas telefónicas, y cuando vio mi jersey se quedó de piedra! —dice riéndose ahogadamente.

Phiber
discute su caso mucho más ampliamente, con su oficial de arresto, Don Delaney, de la policía del estado de Nueva York. Después de una charla de una hora, los dos parecen preparados para empezar a cantar
Auld Lang Sine
.
Phiber
finalmente encuentra el coraje para deshacerse de su peor demanda. No es simplemente el arresto. Es el cargo. Piratear el servicio de números 900.

—¡Soy un programador!, —insiste
Phiber
—. Esa acusación tan poco convincente va a destrozar mi reputación. Habría estado bien haber sido cogido por algo interesante, como la Sección 1030 de intrusión en ordenadores. ¿Quizás algún tipo de crimen que no se haya inventado aún? No un piojoso fraude telefónico. Fiuuu...

Delaney parece arrepentido. Tiene una montaña de posibles cargos criminales contra
Phiber
. El chaval se declarará culpable de todos modos. Es un novato, ellos siempre se declaran así. Podría cargarle con cualquier cosa, y obtener el mismo resultado final. Delaney parece genuinamente avergonzado por no haber gratificado a
Phiber
de un modo inocuo. Pero es demasiado tarde.
Phiber
ya se ha declarado culpable. Es agua pasada. ¿Qué se puede hacer ahora?

Delaney tiene un buen entendimiento de la mentalidad hacker. Mantuvo una conferencia de prensa, después de haber cogido a un grupo de chicos de
Master of Deception
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. Algún periodista le preguntó:

—¿Describiría a estas personas como genios?

La inexpresiva respuesta de Delaney, perfecta: —No, describiría a estas personas como acusados.

Delaney atrapa a un joven por hackear códigos con un marcado aleatorio repetitivo. Y cuenta a la prensa, que NYNEX puede hacer un seguimiento de esos métodos en muy poco tiempo hoy en día, y que un chico tiene que ser tonto para hacer algo tan fácil de pillar. Otra vez ha metido la pata: a los
hackers
no les importa, que los honrados piensen que son algo así como Genghis Khan, pero si hay algo que no soportan, es que les llamen idiotas.

No será tan divertido para
Phiber
la próxima vez. Al haber cometido una segunda infracción verá la prisión. Los
hackers
se saltan las leyes. No son genios tampoco. Van a ser acusados. Y aún, Delaney medita sobre una copa en el bar del hotel, encuentra imposible el tratarles como a criminales comunes. Él conoce a los criminales. Esos jóvenes en comparación, son unos despistados —no huelen bien, pero no son malos.

Delaney ha visto muchísima acción. Estuvo en Vietnam. Le alcanzaron y él ha disparado también a gente. Es un policía de homicidios de Nueva York. Tiene la apariencia de un hombre, que no ha visto únicamente la mierda estrellarse contra el ventilador, también la ha visto salpicar en todos los bloques de la ciudad, y fermentar durante años. Está de vuelta.

Escucha a Steve Jackson contar su historia. Al soñador amante de los juegos de estrategia, le han repartido una mala mano. La ha jugado lo mejor que ha podido. Bajo su apariencia exterior de fanático de la ciencia-ficción hay un núcleo de acero. Sus amigos dicen que cree en las normas, en el juego justo. Nunca comprometerá sus principios, nunca se rendirá.

—¡Steve! —le dice Delaney a Steve Jackson— tuvieron pelotas, quienes quiera que te atraparon. ¡Eres genial! —Jackson, anonadado, cae en silencio y se sonroja con genuino placer.

Neidorf ha crecido mucho durante el año pasado. Es un buen estudiante, hay que reconocerle eso. Vestido por su mamá, la directora de moda de una cadena nacional de ropa, él, hermano de una fraternidad técnica de la Universidad de Missouri que sobrepasa a todos, menos a los más importantes abogados de la costa este. Las mandíbulas de acero de la prisión, se cierran con un sonido metálico sin él, y ahora la carrera de abogado llama a Neidorf. Se parece a la larva de un congresista.

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