La comunicación no verbal (2 page)

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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

Pero sólo a comienzos de este siglo se inició una verdadera investigación acerca de la comunicación no-verbal. Desde 1914 hasta 1940 hubo un considerable interés acerca de cómo se comunica la gente por las expresiones del rostro. Los psicólogos realizaron docenas de experimentos, pero los resultados fueron desalentadores, hasta tal punto, que llegaron a la notable conclusión de que el rostro no expresa las emociones de manera segura e infalible.

Durante el mismo período, los antropólogos señalaron que los movimientos corporales no eran fortuitos, sino que se aprendían de igual manera que el lenguaje. Edward Salir escribió: "Respondemos a los gestos con especial viveza y podríamos decir que lo hacemos de acuerdo a un código que no está escrito en ninguna parte, que nadie conoce pero que todos comprendemos. Pero los antropólogos, en su mayoría, no se han esforzado para tratar de descifrar este código. Sólo en la década del cincuenta un puñado de hombres —entre ellos Ray L. Birdwhistell, Albert E. Scheflen, Edward T. Hall, Erving Goffman y Paul Ekman— enfocaron el tema de manera sistemática. Aun después de esto, la investigación de la comunicación fue una especialidad esotérica. Los investigadores que se ocupaban del tema eran individualistas y trabajaban por separado. También tenían un cierto grado de audacia, ya que la especialidad era considerada pseudo-científica. Uno de ellos dijo al respecto: "En un tiempo, todos nos conocíamos, éramos un clan. Cuando dábamos conferencias a grupos de profesionales, con frecuencia nos recibían con una especie de curiosidad y rechazo."

Todo eso ha cambiado. El nuevo interés científico por la investigación de la comunicación tiene sus raíces en el trabajo básico realizado por aquellos precursores en la materia. Pero el enorme interés que ahora despierta la comunicación no-verbal parece ser parte del espíritu de nuestro tiempo; de la necesidad que mucha gente siente de volver a ponerse en contacto con sus propias emociones. La búsqueda de la verdad emocional que tal vez pueda expresarse sin palabras.

La investigación de la comunicación proviene de cinco disciplinas diferentes: la psicología, la psiquiatría, la antropología, la sociología y la etología. Es una ciencia nueva y controvertida, que contiene descubrimientos y métodos de investigación discutidos con frecuencia. Una consideración esquemática de los distintos puntos de vista y de las metodologías empleadas explica las controversias. Los psicólogos, por ejemplo, al observar la corriente del movimiento del cuerpo humano, eligen las diversas unidades de la conducta por separado: el contacto visual, la sonrisa, el roce del cuerpo o alguna combinación de estos factores, y las estudian en la forma tradicional. Mientras realizan sus experimentos decenas de estudiantes universitarios pasan por sus laboratorios. Generalmente se les da una tarea para distraer su atención, y al mismo tiempo se filma el comportamiento no-verbal, que luego es procesado en estadísticas y analizado.

Por otra parte, los especialistas en cinesis (kinesics, la palabra significa estudio del movimiento del cuerpo humano) prefieren el estudio sistemático. Estos especialistas provienen de diferentes orígenes científicos. Este nuevo campo de investigación tuvo como fundador un antropólogo y ha atraído a psiquiatras, psicólogos y otros. Uno de sus enunciados básicos es que no se puede estudiar la comunicación como un ente separado. Es un sistema integrado y como tal debe analizarse en su conjunto, prestando especial atención a la forma en que cada elemento se relaciona con los demás. Los especialistas en cinesis suelen salir llevando sus máquinas fotográficas al campo, al zoológico, al parque o a las calles de la ciudad, y algunos de ellos sostienen que los psicólogos que permanecen filmando dentro del laboratorio corren el riesgo de captar solamente una conducta forzada y artificial. Al analizar sus propias películas pasadas en cámara lenta, han descubierto un nivel de comunicación entre las personas, tan sutil y veloz, que el mensaje, aunque obviamente posee impacto, pasa casi inadvertido para las mismas.

Los psiquiatras reconocen desde hace mucho tiempo que la forma de moverse de un individuo proporciona datos ciertos sobre su carácter, sus emociones y las reacciones hacia la gente que lo rodea. Durante largos años, Félix Deutsch registró las posiciones y los gestos de sus pacientes. Otros psiquiatras han realizado análisis fílmicos y algunos otros accedieron a ser filmados u observados mientras trataban a sus pacientes. Cada vez más, los terapeutas emplean películas y video tapes para estudiar el comportamiento humano y se valen de ellos como instrumentos en el proceso terapéutico. Al ser confrontados con su propia imagen en la pantalla, los pacientes son estimulados a reaccionar ante la forma de actuar y de moverse, y aprenden en base a su propio comportamiento verbal o no verbal, dentro de un grupo.

Luego están los sociólogos que han observado y descrito una especie de etiqueta subliminal a la que casi todos respondemos, y que conforma nuestro comportamiento tanto en los aspectos fundamentales como en los pequeños detalles. Por ejemplo, todos sabemos cómo evitar un choque frontal en una vereda muy concurrida, a pesar de que nos resultaría muy difícil explicar cómo lo hacemos. Sabemos cómo reaccionar cuando un conocido se hurga la nariz en público; y cómo parecer interesado, y no comprometido en una conversación.

Los antropólogos han observado las diferentes expresiones culturales del lenguaje corporal y han descubierto que un árabe y un inglés, un negro norteamericano y un blanco de la misma nacionalidad no se mueven en la misma forma.

Los etólogos también han hecho su contribución. Tras varias décadas de estudiar a los animales en la selva, han descubierto asombrosas similitudes entre el comportamiento no-verbal del hombre y el de los otros primates. Sorprendidos ante este fenómeno, algunos se están volcando ahora hacia la "etología humana". Estudian cómo se cortejan los seres humanos, cómo crían a sus hijos, cómo dominan a otros o transmiten su sometimiento, cómo pelean entre sí o hacen las paces. Este comportamiento físico tan concreto puede compararse a la forma en que los monos y los primates mayores encaran el mismo tipo de relaciones.

Por último, hay especialistas "esfuerzo-forma", un sistema que permite registrar el movimiento corporal, que deriva de la notación de la danza. Lo que se pretende desarrollar es la manera de deducir hechos relacionados con el carácter del hombre, no por la forma particular en que realiza un movimiento sino por el estilo integral en que se mueve.

George du Maurier escribió: "El lenguaje es algo de poca significación. Se llenan los pulmones de aire, vibra una pequeña hendidura en la garganta, se hacen gestos con la boca, y entonces se lanza el aire; y el aire hace vibrar, a su vez, un par de tamborcillos en la cabeza... y el cerebro capta globalmente el significado. ¡Cuántos circunloquios y qué perdida de tiempo...!"

Tal vez podría ser así, si las palabras lo fueran todo. Pero ellas son tan sólo el comienzo, pues detrás de las palabras está el cimiento sobre el cual se construyen las relaciones humanas —la comunicación no-verbal—. Las palabras son hermosas, fascinantes e importantes, pero las hemos sobreestimado en exceso, ya que no representan la totalidad ni siquiera la mitad del mensaje. Más aun, como sugirió cierto científico: "Las palabras pueden muy bien ser lo que emplea el hombre, cuando todo lo demás ha fracasado".

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- II

Señales genéricas

Al nacer una criatura lo primero que todos preguntan es su sexo. En los primeros días de su vida, la diferencia puede parecer puramente anatómica; pero a medida que el niño crece, comienza a comportarse como varón o mujer. Existe una controversia respecto a si la diferencia en el comportamiento se debe puramente a razones biológicas o a una actitud aprendida. Algunas feministas insisten en que las diferencias de comportamiento son exclusivamente aprendidas y que, dejando de lado las particularidades físicas, las mujeres y los hombres son iguales. Otras personas opinan que los hombres son hombres y que las mujeres son mujeres, y que por razones biológicas, ambos sexos son, se comportan y se mueven en forma totalmente distinta. Los especialistas en cinesis han aportado numerosas evidencias que parecen apoyar a las feministas.

Desde el momento en que nace un bebé, le hacemos saber, de mil maneras sutiles y no verbales, que es un varón o una niña. La mayoría de las personas sostiene en brazos a las niñas y a los varones en forma diferente. En nuestra sociedad y aun a muy tierna edad, los varones suelen estar sujetos a un trato más brusco.

Cada vez que un niño actúa en la forma que concuerda con nuestras convicciones respecto de cómo debe proceder un varón, halagamos su comportamiento. Este halago puede ser algo tan sutil como la inflexión del tono de la voz o la fugaz expresión de aprobación en el rostro; también puede ser verbal y específico (indulgente: "Así hacen los varones...").

De igual manera halagamos a las niñas cuando muestran gestos eminentemente femeninos. Podremos no retar a los varones por querer jugar a las muñecas, pero rara vez los alentamos para que lo hagan. Tal vez la total ausencia de respuesta —la falta de vibraciones positivas— le haga saber al niño que está haciendo algo que los varones no deben hacer.

Es cierto que en algún nivel subliminal también se puede llegar a aprobar o desaprobar un comportamiento más sutil, ya que para determinada altura de su desarrollo los varones comienzan a moverse y desenvolverse como varones mientras que las niñas lo hacen como mujeres. Estas maneras de moverse son más adquiridas que innatas y varían entre una cultura y otra. Por citar sólo un ejemplo, los gestos de las manos que para nosotros son femeninos, o en un hombre afeminados se consideran naturales en muchos países del Medio Oriente; donde tanto los hombres como las mujeres mueven las manos en igual forma.

Es muy poco lo que se sabe hasta ahora acerca del modo en que los niños toman conciencia de sus características genéricas, o de la edad en que comienzan a hacer uso de ellas. Hay indicios de que en el Sur de los Estados Unidos dicha toma de conciencia se produce alrededor de los cuatro años y algo más tarde en el Noreste. Por lo tanto, podría decirse que la edad depende de las diferentes subculturas regionales. Si nos detenemos a observar la forma en que se mantiene la pelvis, veremos que las mujeres la inclinan hacia adelante, mientras que los varones la echan hacia atrás. El ángulo pelviano comienza a ser empleado como característica sexual, sólo cuando el individuo llega al punto de estar capacitado para cortejar a su pareja —lo que no significa que pretenda copular—. El ángulo pelviano responde a ese cambio total y confuso que se produce en la adolescencia, cuando se deja atrás la niñez y los varones parecen repentinamente interesados en las niñas y viceversa.

Las adolescentes deben aprender nuevos movimientos corporales que resultan interesantes por cuanto revelan la forma en que se enseña el código no-verbal. La niña podrá desarrollar rápidamente en la pubertad senos similares a la mujer adulta. Pero luego deberá aprender qué hacer con ellos. ¿Encorvarse y tratar de ocultarlos? ¿Echarlos hacia adelante en forma provocativa? Nadie la aconsejará claramente. Su madre no le dirá: "Mira, trata de levantar tus pechos un par de pulgadas y pon un poco más de tensión en tus hombros. No seas demasiado provocativa, pero tampoco te ocultes del todo."

Sin embargo, al verla encorvada, le dirá fastidiada: "arregla tu cabello". Si se excede hacia el otro extremo le dirá que su vestido es demasiado ajustado o simplemente que parece una mujerzuela.

Estas experiencias acerca de los movimientos corporales son más directas que las de los niños más pequeños.

En 1935, la antropóloga Margaret Mead señaló por primera vez en su libro Sex and Temperament in Three Primitive Societies que muchas de las premisas que damos por sentadas acerca de lo que es masculinidad o femineidad provienen de la cultura. Dentro de un perímetro de tan solo cien millas, la doctora Mead encontró tres tribus muy diferentes: en una de ellas, ambos sexos eran bravíos y agresivos; en otra, ambos eran suaves y se dedicaban a cuidar los hijos, y en una tercera, en la que los hombres tenían aspecto femenino, se enrulaban el cabello y se encargaban de hacer las compras, las mujeres eran "enérgicas, ejecutivas y desprovistas totalmente de adornos superfluos". La doctora Mead cree que, efectivamente existen diferencias sexuales, pero que las tendencias básicas pueden ser alteradas por las costumbres. Señala, en síntesis, que "la cultura humana puede impartir patrones de conducta consecuentes o no consecuentes con el género del individuo".

El antropólogo Ray Birdwhistell se refiere a Sex and Temperament como "uno de los trabajos más importantes jamás realizados en antropología". Si no produjo cambios más notables en nuestra manera de pensar acerca de lo que es femenino y masculino, dice, ha sido porque resultó demasiado alarmante para aquellas personas que creen —y la mayoría continúa haciéndolo— que los aspectos sexuales de la personalidad se refieren exclusivamente a las hormonas.

El profesor Birdwhistell es el padre de esta nueva ciencia llamada cinesis. Su trabajo sobre las características genéricas han demostrado que los movimientos corporales masculinos y femeninos no están programados biológicamente, sino que se adquieren a través de la cultura y se aprenden en la niñez. Sus conclusiones son consecuencia de innumerables años de analizar películas realizadas en un laboratorio especialmente equipado de la ciudad de Filadelfia.

Los norteamericanos son muy conscientes acerca del sexo y del movimiento corporal. Por ejemplo, si observamos a un inglés o a un latino que cruza las piernas, podemos llegar a sentirnos incómodos. A pesar de que no podríamos definir exactamente por qué, ese gesto puede parecemos afeminado. Sólo algunos de nosotros somos plenamente conscientes de que el hombre norteamericano generalmente cruza las piernas separando levemente las rodillas o tal vez poniendo un tobillo sobre la otra rodilla; por el contrario, los ingleses y los latinos suelen mantener las piernas más o menos paralelas, de la misma manera que lo hacen las mujeres en Norteamérica.

Éstos no son solamente convencionalismos, son prejuicios corporales. A un norteamericano le bastará tratar de adoptar la postura que corresponde a la mujer cuando envía señales genéricas, para darse cuenta de cuan incómodo se siente: las piernas juntas, la pelvis inclinada hacia adelante y arriba, los brazos apretados contra el cuerpo y moviéndolos al caminar, los codos hacia abajo. A su vez, una norteamericana se sentirá incómoda al tratar de adoptar una posición masculina: los muslos algo separados —alrededor de diez a quince grados— y la pelvis echada hacia atrás; los brazos separados del cuerpo y balanceándolos desde los hombros. Estas diferencias no provienen de la anatomía —como podrían ser las caderas más anchas en las mujeres— porque si así fuera, sería universal. Los hombres de Europa Oriental caminan manteniendo las piernas muy próximas entre sí y en el Lejano Oriente suelen llevar los brazos apretados contra la parte superior del cuerpo y cualquier balanceo comenzará recién debajo del codo.

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