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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (28 page)

No sólo existen maneras de inmiscuirse en la vida de otra persona en público, sino que también hay formas de perturbar la propia intimidad, por exhibicionismo o por mostrar demasiado a las claras la vida íntima. El hombre que tenga el cierre del pantalón abierto, la mujer que se sienta con las piernas demasiado separadas, el borracho, la persona que llore frente a desconocidos o que confía sus secretos a cualquier persona, todos ellos incurren en el delito de autointromisión. Son acciones tan intolerables de observar como de realizar.

Siempre ocurren en la vida pública ciertas cosas que nos dan la impresión de que se ha producido una intromisión de alguna especie. Hay una considerable proporción de ritos cotidianos por los que debemos pasar para cambiar dicha impresión. Cuando tropezamos con otra persona, le pedimos disculpas; si somos sorprendidos mirando fijamente a alguien, nos apresuramos a mirar hacia otro lado. En casos de intromisión en el propio yo, se espera que el espectador juegue su papel. Se supone que uno no debiera darse cuenta cuando otra persona se mete el dedo en la nariz o cuando se le corre el cierre. Al ser oyente involuntario de alguna conversación, se espera también que uno se comporte como si fuera sordo. Resulta bastante común oír una conversación ajena en público, sin querer; pero cuando esto sucede la gente tratará invariablemente de disimular el hecho de que están escuchando. Imaginémonos lo que sucedería si el oyente involuntario dirigiera inocentemente su atención hacia la conversación y participara en ella.

Existe una situación en la que los territorios del yo son invadidos de manera sistemática y deliberada: se produce durante las sesiones de terapia de grupo. Los participantes son alentados a mirarse fijamente entre sí; tocarse, preguntar —y contestar— asuntos de carácter íntimo y compartir sus emociones sinceras, especialmente las que no son aceptables socialmente. La mayoría de estos comportamientos se dan por sentados entre amantes o aún, hasta cierto punto, entre buenos amigos. Durante una sesión de terapia de grupo, sin embargo, son individuos totalmente desconocidos los que comparten la intimidad, aparentemente con la esperanza de que se producirá, aunque sea temporariamente, una relación que resulte efectiva.

Goffman señaló en un libro llamado Interaction Ritual, que todos poseemos una máscara —el rostro— que es la que presentamos al mundo. Cuando lo consideramos necesario, tratamos de "salvar la cara", para mantener la impresión de que somos capaces y fuertes, tratando de no aparecer como tontos. Nos preocupa mantener no sólo nuestra propia imagen, sino la de otros. Esto significa que, por lo general, el papel elegido por cada miembro de un grupo es aceptado por el resto del mismo. Si, por ejemplo, una pareja que se halla separada se encuentra imprevistamente en una reunión y quieren hacer creer a los demás que su separación fue "adulta", de común acuerdo —aunque no haya sido así— el resto de la concurrencia cooperará, con gran alivio, en hacer que parezca así. Si una persona da un
"faux pas"
, el equilibrio de todos los concurrentes tambaleará simultáneamente y deberá ser restablecido.

La gente coopera frecuentemente con la acción de ayudar a alguien que está en apuros de las maneras más extrañas y sutiles. Esto llega a su punto máximo cuando se trata de "salvar la cara" en la relación entre dos personas. Goffman ha observado que en el comienzo de una relación, especialmente si se trata de diferentes sexos, ambos individuos deben demostrar que no son fáciles de conquistar. Al mismo tiempo, deberán continuar desarrollando la relación mediante señales, pero que no sean demasiado obvias. Estas señales le indicarán al interlocutor lo que sucederá más adelante, de manera que como subproducto también pueda "salvar la cara" llegado el momento. Durante el galanteo, el individuo no querrá verse rechazado abiertamente, ni encontrarse en situación de tener que rechazar abiertamente a la otra persona.

En estas circunstancias, el "proceso de indicación gestual" puede adquirir gran significado. Por ejemplo, si un hombre trata de tomar la mano de una mujer, ella podrá permitírselo por un breve lapso; pero si no quiere animarlo a que lo siga haciendo, mantendrá su mano completamente inerte; hará como si no hubiera notado que se la ha tomado —generalmente comenzará a hablar de algún tema muy intelectual— y en la primera oportunidad se librará de la opresión de su mano, sin darle al hecho ninguna importancia o con el pretexto de alcanzar algún objeto o de arreglarse el cabello. El hombre —por lo menos la mayoría de ellos— recibirá el mensaje. De esta manera, la tentativa habrá sido rechazada firmemente, sin haber pronunciado palabra alguna sobre el tema.

Goffman señala que tomarse de la mano en público en nuestra cultura representa una señal muy específica, casi siempre de relación sexual, con excepción de los casos en que los involucrados son niños pequeños. A partir de la adolescencia, sólo nos tomamos de la mano con alguien perteneciente al sexo opuesto y sólo en casos en que la atracción sexual es, por lo menos, una posibilidad latente. Mediante este pequeño gesto cada persona confía parte de su propio yo a la otra y al mismo tiempo demuestra a quienquiera que esté presente que lo ha hecho así. De esta manera, una pareja de homosexuales podrá desafiar abiertamente al mundo por el solo hecho de tomarse de la mano en público. La connotación sexual también trae limitaciones acerca de la utilidad del comportamiento. Si dos hombres, por ejemplo, están tratando de mantenerse juntos en una aglomeración no podrán tomarse de la mano, aun cuando este gesto sería perfectamente obvio y natural.

En otras situaciones públicas, las acciones de los hombres y las mujeres se ven limitadas por las expectaciones de la sociedad. Solemos definir a los hombres como seres crónica y casi obligatoriamente interesados en las chicas jóvenes y esperamos que lo demuestren. Las mujeres, a pesar de que están autorizadas a notar estas señales, deben responder negativamente.

Una clara ilustración de este ejemplo, la ofrece esta escena cotidiana: el hombre que silba al ver pasar a una muchacha. Ésta podrá reaccionar de diversas maneras. Ignorarlo por completo; darse vuelta y efectuar algún comentario amistoso o enojada o podrá sonreír siguiendo imperturbable su camino. Este último procedimiento representa una pequeña apertura en las barreras de la comunicación pero será pequeña mientras la chica siga su camino. Si se detuviera, se diera vuelta y sonriera, el hombre se vería desconcertado, pues entonces estaría obligado a efectuar algún otro comentario o se sentiría un tonto. Yo conozco algunas feministas a las que les disgusta que les silben; por ello adoptan esta actitud —con una expresión de ironía en su postura o en la expresión del rostro— y me han dicho que les brinda muy buenos resultados.

Algunas veces, cuando una situación nos presenta bajo una faz poco favorecedora, para "salvar la cara" tratamos de lograr una corrección mediante palabras o gestos. Cuando se trata de una situación de menor importancia que se produce en público de tal manera que resulte imposible disculparse ante cualquiera de los desconocidos presentes, será frecuente que empleemos un gesto amplio, consciente, que Goffrnan denomina "brillo corporal".

Si un hombre está hojeando una revista sexy en un negocio, lo hará de manera rápida para que si alguien lo ve, piense que está buscando en ella determinado artículo. Si una persona encuentra un paquete en la silla que pensaba ocupar, demostrará que no tiene especial interés en él, moviéndolo tocando solamente los bordes, de manera ligera. Un hombre que, al entrar en una habitación que presumía desocupada, se encuentra con que en ella se está realizando una reunión, podrá, casi con seguridad, realizar un gesto de retracción con el rostro y la parte superior de su cuerpo, al mismo tiempo que se retirará en silencio, cerrando con cuidado la puerta tras de sí. Como diría Goffman "el hombre se retirará con el rostro y la parte superior del cuerpo en puntillas". Si un hombre está recostado contra una pared, ocupando parte de la vereda con su cuerpo, al acercarse otra persona es muy probable que se retraiga sobre sí mismo efectuando lo que se llama un "repliegue del recostado". Este movimiento podrá ser muy sutil e imperceptible pero lo hará para indicar que desea dejar lugar de paso o por lo menos que ésa es su intención.

Lo que se demuestra con todo esto es que nadie está realmente solo en medio de una aglomeración; tampoco se estará moviendo mecánicamente de un lugar a otro. Siempre que está en público, constante y deliberadamente estará tratando de demostrar que es una persona de buen carácter. A pesar de que parezca totalmente indiferente hacia los que lo rodean, potencialmente serán su público y él será el actor en cuanto surja una situación que así lo exija.

C
apítulo
- XX

El arte de conversar

El lenguaje, por sobre todas las otras diferencias, es lo que separa al hombre del resto de los animales. Sin él, la cultura, la historia —casi todo aquello que hace del hombre lo que es— serían imposibles. En la conversación frente a frente, sin embargo, el lenguaje se desarrolla en un marco de comunicación no-verbal que es parte indispensable del mensaje. Esto debería resultar obvio; algunos científicos han llegado a afirmar que el lenguaje hablado sería imposible sin los elementos no-verbales.

Tal aseveración parece algo arriesgada en esta era de teléfonos y máquinas de enseñar. Evidentemente, se puede intercambiar información con otra persona sin verla; efectuar citas por teléfono, transmitir noticias y lograr muchos otros objetivos. Pero esta comunicación queda seriamente limitada. Una breve consideración sobre el papel que juegan los ingredientes no verbales en la conversación, debería dejar bien aclaradas todas las dudas que el lector pueda tener acerca de cómo se complementan los diferentes elementos de la comunicación.

Toda relación cara a cara, con excepción tal vez de las más fugaces, tiende a lograr su propio equilibrio. Algunos puntos como el status de cada uno de los interlocutores, el grado de intimidad que piensan lograr, el papel que jugará cada uno en la conversación y los temas que abordarán, se van eslabonando hasta llegar a un entendimiento mutuo y sobreentendido. Con frecuencia, la selección se realiza aun antes que los individuos se encuentren, de manera que cuando lo hacen, ya conocen sus respectivas posiciones. Si un hombre se encuentra con su cuñado en la calle, por lo general no será necesario renegociar esa relación. Una mujer no mantendrá el mismo tipo de conversación con el cartero que con su madre y en cada caso, la situación —papel que corresponde a cada uno— está perfectamente definida de antemano.

Sin embargo, algunas veces, se logra un nuevo equilibrio a través de negociaciones no-verbales sutiles que se producen durante los primeros segundos del encuentro. Dice Ray Bird-whistell, que en la mayoría de los casos, los primeros quince a cuarenta segundos son definitorios; es decir, representan una afirmación de una relación preexistente o una negociación. Un científico que examine estos primeros segundos de un encuentro podrá emplearlos para predecir la forma en que se relacionarán los participantes entre sí durante el resto del encuentro. Algunas veces se produce una especie de reajuste de la relación pero esto no es lo común.

Uno de los puntos más importantes que se definen en los primeros segundos de un encuentro es el relativo al status de cada uno. Los científicos especializados en ciencias sociales que saben exactamente cuáles son los detalles que deben observarse, podrán identificar fácilmente a la persona que ejercerá predominio en el grupo. El "individuo alfa" —término etológico para el líder del grupo— habla más y con mayor frecuencia e interrumpirá la conversación más a menudo. El resto de los presentes parece mirarlo más que a los demás y sus gestos serán más vigorosos y llenos de vida. En negociaciones de predominio probablemente adoptará una actitud relajada, con la cabeza levantada y una expresión seria; otros demostrarán sumisión al bajar la cabeza y sonreír como tratando de apaciguar los ánimos. "Alfa" también tratará de demostrar su predominio haciéndole bajar la mirada a otra persona; en general, tendrá más espacio ocular y su "burbuja" personal será mayor.

La forma más efectiva de afirmar el predominio es la no-verbal. Esto ha sido demostrado por científicos mediante un experimento empleando video-tapes. Para comenzar, se filmó a un grupo de personas leyendo tres mensajes diferentes. El contenido del primero era autoritario; el segundo parecía pedir disculpas y el tercero era neutral. También variaba sistemáticamente la manera de entregar los mensajes. El comportamiento no-verbal variaba y era según los casos dominante, subordinado o neutral o no comprometido. Cuando se le pidió a ciertos árbitros que calificaran cada una de las grabaciones en una escala de inferior a superior, de amistosa a hostil, se descubrió que la forma en que se difundió el mensaje, la variable no-verbal que lo acompañaba, tenía mayor impacto que el contenido del mensaje en sí; más aun, cuando el mensaje fue transmitido en forma autoritaria, el contenido pasaba a ser irrelevante.

De la misma manera en que se negocia el predominio o simplemente se lo afirma, se establece un nivel de intimidad mutuo. Éste es afectado, por supuesto, por el status —el cadete no podrá hablar en iguales términos que el vicepresidente de la empresa— y también por el hecho de que los interlocutores sientan o no una mutua simpatía. Las pautas de comportamiento que se utilizan para expresar o negociar la intimidad, son las que emplean las personas para hacer saber a las demás si son de su agrado o no. Esto rara vez se realiza en lenguaje hablado. Dos personas indican una circunstancia de mutuo agrado por la mera adopción de posturas iguales; parándose una cerca de la otra; enfrentándose claramente cara a cara; mirándose con frecuencia y con una expresión de especial interés; moviéndose en un alto grado de sincronía; recostándose una hacia la otra; rozándose o por el tono de la voz. Algunas de éstas son maneras de indicar asimismo cuándo una persona está prestando atención. Lo que las transforma en un índice de intimidad, es una cuestión de intensidad y el contexto en que se dan. Con excepción de casos de apasionado romance, rara vez se emplea toda la gama de señales de intimidad al mismo tiempo. Dos psicólogos ingleses, Michael Argyle y J. Dean han sugerido que existe una especie de ecuación de intimidad donde el nivel es igual a la función de todas las pautas de comportamiento —proximidad, contacto visual, sonrisa, tópicos personales de conversación, etc.— tomados al mismo tiempo. Si se varía uno de los componentes, habrá que compensar los cambios, manteniendo los otros al mismo nivel. Por ejemplo, si se requiere de dos personas que no tienen un cierto grado de intimidad, que se sientan cómodas al estar juntas de pie, por lo general deberá evitarse el contacto visual así como la sonrisa. Ésta es una de las razones por las que se puede aseverar que ninguna pauta de comportamiento tiene un significado único e invariable. El mero hecho de estar parados uno junto a otro puede representar una cantidad de cosas y su significación podrá ser refrendada o aun contradicha por otros comportamientos corporales. Para descifrarlo se deberá tomar toda la ecuación en su conjunto.

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